—Que hermosa te ves, querida. —le dijo la madre de Felipe, Amelia, quien la saludo de manera amable.
Eva agradeció con un gesto sencillo, con la cabeza gacha. Felipe saludó a todos con cortesía, siendo divertido y simpático. Estaban todos allí, desde los duques y personajes menos importantes hasta el mismísimo rey.
Nadie quería hablar con ella, usualmente solían ignorarla por su carácter tímido, forjado por su aislamiento en la torre. Felipe le ordenaba no hablar con nadie, diciéndole y usando la excusa de que si hablaba de más podía revelar algún secreto importante. Ella obedecía, siendo que era peor la consecuencia si desobedecía, cuando le imponían castigos muy severos.
Escuchaba las conversaciones de los demás, el debate en general había comenzado. No hubo cosas que le llamaran la atención, la mayoría de los temas rondaban en los reclamos frecuentes y asuntos sobre cultivos, hasta que escuchó a un consejero volver a mencionar a los lobos.
—Esas criaturas se vuelven un problema más grave día a día. No se veían tantos en tiempos de antaño… —comenzó a decir el hombre, canoso y de más de sesenta años.
—¿Te refieres a los lobos? —preguntó otro sujeto, que estaba sentado cerca de Eva.
—Sí, los del norte. Han visto varios cerca de la ciudad, será un peligro si siguen viniendo más cerca.
—Eso no nos incumbe. —dijo el príncipe Louis, que estaba al frente junto con su padre. —Hemos firmado un acuerdo de paz con los lobos del sur.
—Los hombres lobo del sur son pacíficos, estos no tienen nada que ver. —Reiteró el consejero. —Son peligrosos e inmanejables. Se encontraron varias víctimas más cerca de los vecindarios del bajo campo.
—Pues si es ese vecindario, deberían ya dejar de protegerlos. Es una pérdida de tiempo, allí solo hay gente de escasos recursos. —sugirió la princesa Angela, que tomó la mano de su marido.
La discusión continuó por horas hasta que llegaron a un acuerdo, dejando por sentado que comenzarían con alguna investigación. Eva sabía que no lo harían con facilidad, cuando el príncipe hablaba pocos osaban contradecirlo. Su esposo nunca lo hizo, siendo su amigo cercano y un vasallo fiel. La joven recordaba a su antiguo prometido cada día, siendo que no podía creer que hubiera sido asesinado por los hombres lobo, creía que había algo más y Felipe estaba involucrado en ello. Ahora solo le quedaba intentar escapar, buscando un refugio en el bosque para luego huir a otro pueblo, donde pudiera empezar una nueva vida.
Cuando la cobardía estaba por atraparla, cerraba los ojos y traía a su cuerpo todos los castigos inducidos por su esposo y los constantes desprecios, tomando la fuerza para seguir intentándolo. Le quedaba un intento nada más, una salida, esa noche tenía la posibilidad. El sedante que colocó en un descuido a la copa de champaña de Antonio actuaría en una hora, dejando el tiempo perfecto para lograr su cometido y que no la buscaran inmediatamente.
Cuando la reunión llegó a su fin el rey invitó a las personas de consejo para que se quedaran a la fiesta de apertura del invierno, que se celebraba en el castillo. Su torre quedaba un poco lejos de la sala, lo que le dificultaría volver por sus pertenencias y debería marcharse sin ellas, solo debía pensar muy bien como actuaría para que no la descubriesen. Como nunca, alguien se acercó a su lado para hablarle, cuando estaba caminando por los pasillos pensando en su escape. Se trataba de la hermana de la princesa, Ruth.
—Te ves encantadora. —le dijo amablemente, mirándola de reojo. Ruth era alta, de ojos cafés y cabello rubio y lacio. No era simpática usualmente, más bien todo lo contrario.
—Gracias. —contestó Eva sin mirarla a los ojos, su esposo le tenía prohibido fraternizar un vínculo con alguien. Cuando intentó hacerlo, en muchas ocasiones, fue severamente castigada y su cuerpo aún guardaba las marcas de ello.
—¿Vas a la fiesta de invierno? —preguntó, mirándola fijamente, quería que la mirara a los ojos. Sospechaba que algo andaba mal.
—Sí… —contestó la muchacha, con vergüenza en su voz. Luego respiró profundo para estabilizarse, decidió que iría unos quince minutos y luego emprendería su escape rápidamente, así disimularía ante la corte.
—¿No te da frío en esa torre? —Ruth quería conversar, entablar un diálogo para intentar averiguar que se tramaba Eva, a pesar de que siempre era tímida, ahora se la veía algo diferente.
—Casi nada. —dijo, esbozando una mueca de sonrisa. Sus ojos albergaban la esperanza. Mintió, el frío del invierno le calaba los huesos año tras año y su esposo no dejaba que se abrigara, decía que solo los vestidos la hacían ver hermosa para el reino.
—Vaya, yo me moriría de frío, en esa parte del castillo no hay hogares ni estufas con fuego. —Ruth blanqueó los ojos. —En realidad, no sé qué haría si fuera tú, siempre te ves triste.
Eva no respondió, no sabía a donde quería llegar.
—¿Sabes las últimas noticias? —empezó a decir, Eva abrió los ojos esperando su respuesta, intrigada por el tono de su voz. —La doncella Jade está esperando un bebé.
Aquello hizo que a Eva se le paralizara el corazón, sabía lo que eso significaba. Jade era una de las muchas amantes de Felipe y ese bebé seguramente era suyo. Eva no lograba tener hijos, siendo muy débil por la falta de comida y la exposición al frío constante. El conde tampoco visitaba su cuarto seguido, empeorando sus posibilidades. Ella conocía a su esposo, sabía que se desharía de su esposa para quedarse con una nueva que le brindara la posibilidad de tener herederos. Era su oportunidad para desaparecerla y no verla nunca. Ahora, más que nunca su vida estaba en un peligro atroz. La muerte la alcanzaría si se quedaba en el castillo y también si se iba, sus posibilidades se ajustaban.
—Me alegro por ella. —contestó Eva, otra vez sin mirarla, no quería que percibiera su miedo.
—Lo siento, debe ser difícil. Saber que ese niño será el heredero de tu esposo… Pero tranquila, han dicho que te podrás quedar en la torre y se te asignara como esposo a Charles, he oído decir…
—¿Qué? —Eva se sobresaltó, no esperaba esa noticia. —¿Quién te lo ha dicho?
Ruth sonrió, había sembrado la semilla de la duda y pudo sacar a Eva de la timidez.
—En la corte se ha hablado y pactado, igual no te aflijas. El conde Felipe ha pactado un acuerdo estricto. Él ha establecido que te quedaras en la torre, porque tienes problemas para relacionarte y allí seguirá tu aislamiento. Tu nuevo esposo solo te visitará una vez al mes para intentar concebir un heredero.
Eva tragó saliva, su futuro seguía siendo peor que la muerte. El castigo de vivir en soledad para siempre, confinada al hambre y al frío.
—Gracias por decirme. —dijo Eva, recordando su cortesía, la habían educado para ser una dama perfecta. Se peinó su largo cabello, tratando de parecer casual.
—Pierde cuidado. —acotó Ruth, sonriendo.
Charles era un caballero de baja alcurnia, dueño de un territorio inferior, pero eso no era lo que la atemorizaba. Era un hombre cruel al igual que Felipe, sus historias lo caracterizaban como un sádico guerrero que no tenía piedad ni con hombres ni con mujeres, casi un mercenario sin honor. La vida junto a él sería incluso peor que con Felipe. Se volvió a decir a sí misma que no le quedaba más opción que escapar.
—Anda, vamos a la fiesta. Yo te acompañaré. —Ruth la tomó del brazo, como si la llevara a la fuerza. —Te ves hermosa, todos deben verte junto al conde.
La muchacha suspiró y juntas ingresaron al corazón del festejo, que rebozaba de esplendor. Las largas mesas blancas estaban decoradas con vajillas de oro y plata, con manteles bordados y flores exóticas. Todos se veían tan elegantes, sin embargo, Eva resplandecía por su belleza extraordinaria y natural, cosa que provocaba envidia en la mayoría. Ruth quería verla humillada, lo presentía, por eso la llevó al centro de la fiesta.
—¡Felipe! —exclamó Ruth, tratando de que el conde lo escuchase. Él la oyó y volteó para mirarla. —Aquí está tu esposa, ha venido para acompañarte.
Una carcajada general invadió el lugar, todos la miraban con desprecio.
—Que buena broma querida. —Jade se adelantó hacia el frente, tomando el brazo de su amante y besándolo.
—Aquí no linda, espérate un poco. —Felipe le besó la frente y luego la tomó de la cintura. —Ella si es una verdadera mujer. —acotó señalando su vientre, que ya vislumbraba dos meses de gestación.
Los murmullos a su alrededor eran burlones, Eva sintió que estaba a punto de llorar, retirándose a un rincón para que dejaran de verla todos esos ojos juzgantes. Vio a Ruth reírse por lo bajo, haciendo sus muecas sarcásticas.
Se quedó en su rincón con las lágrimas escapando de su angustia, sin que nadie le preguntase si estaba bien. Vio a sus padres a lo lejos, que la ignoraban por completo, estaban con sus hermanos más importantes. Tocó su vientre, sintiéndose maldecida por su infertilidad. Conocía el castillo sin lujo de detalles, al estar confinada y ahora debía actuar por instinto. Luego de volver a tranquilizarse, tomó un trago de vino dulce que pudo sacar de la mesa de las damas de compañía, dándole un poco de calor a su cuerpo. Se dirigió a el corredor con menos iluminación de la parte baja del castillo, buscando una ventana para saltar sin causar revuelo.
No podía salir por la puerta principal, alguien podía reconocerla y de inmediato la mandarían a buscar. No quería ni pensar lo que le haría su esposo si la descubría intentando escapar. Para su fortuna, en el pasillo no había nadie a simple vista y logró encontrar un ventanal. Miró hacía afuera, contemplando su ansiada libertad y respirando el aire fresco que añoraba. La caída no era severa, la altura apenas pasaba los dos metros y sería fácil aterrizar sobre el césped. Allí caminaría por los jardines hasta llegar a la conexión con el bosque, ella podía verlo desde su torre, cuando los cazadores tomaban ese camino. Se escondería entre los árboles y trataría de ser lo más sigilosa que pudiera, sin alertar a los sabuesos ni a los guardias principales.
Se arrojó sin pensarlo dos veces, cayendo sobre unas flores azules que solía observar por su ventana, amortiguando su caída sin generarle dolor. Sus piernas no eran fuertes, no era apta para correr, siendo que solo caminaba por su torre y algunas veces por los pasillos cuando era solicitada su presencia.
Llegó hasta los jardines del laberinto de arbustos, donde lo rodeó para llegar al paso de la arboleda de los amantes, allí había conocido a Daren hacía ya tantos años. Al banco de color celeste de su primer encuentro la emoción la invadió, haciendo que se quedara de pie contemplándolo y rememorando los recuerdos junto a su amado.
Una voz la interrumpió.
—¿Qué haces aquí? —preguntó un hombre a sus espaldas, que llevaba una botella en su mano y bebía grandes sorbos.
Eva lo reconoció al instante, se trataba de su otro guardia personal, el menos amable. No podía creer que estuviera justo allí, en la parte crucial de su camino.
Eva soltó un sinfín de lamentos en su cabeza, viendo que ya no tenía salida. Estaba acorralada, el soldado era fiel a los que querían mantenerla encerrada, la llevaría de vuelta sin pensarlo mucho. Usualmente ese lugar solo estaba frecuentado por las mañanas y algunas tardes, Eva se había confiado.—Yo solo paseaba, el conde no quiere verme allí dentro… —empezó a decir, tratando de inventar una excusa, con la voz entrecortada y nerviosa.—¿Eh? —El guardia no creyó ni una sola palabra, el decreto establecía que Eva debía estar confinada en su torre y solo tenía permiso para salir cuando su esposo le ordenase estar a su lado.Vio en sus ojos que sabía sus intenciones, no la dejaría excusarse y la acusaría con Felipe. Ya podía sentir el dolor de su piel ante las represalias y el corazón le latía con velocidad. Una ráfaga de valor la invadió, se dijo a sí misma en lo profundo de su ser que debía seguir intentando. El hombre estaba ebrio, no le costaría despistarlo si tenía suerte.—¿Y que
En el reino se corría la voz de que la condesa había escapado, lo que hacía que Felipe quedase abiertamente en ridículo. La gente comenzó a inventar toda clase de historias, incluso decían que Eva había huido con un amante misterioso. La ira de Felipe era incontenible, mandando a buscar a su esposa en cada uno de los rincones de la ciudad, primero para llevarla devuelta a su torre y luego, para condenarla por lo que hizo. No se lo perdonaría jamás, su rabia era muy corrosiva.Eva ya estaba al tanto de su atrevimiento, desde el momento en el cual intentó escapar. Ahora estaba entre las paredes de esa acogedora cabaña, sin saber el destino que le esperaba. Temía que en un abrir y cerrar de ojos la guardia entrara por la puerta y la llevara de vuelta al castillo. Se durmió profundamente, movida por el calor de su cama y su comodidad, a pesar del ardor de su herida. Luego de dormir apaciblemente por tres horas, comenzó a experimentar horribles pesadillas en las cuales era maltratada en su
Lo vio acomodando una manta en el suelo, para proceder a acostarse allí, suspirando y mirando el helado suelo.—Lo siento, no debería estar ocupando tu cama. —Eva se sentía culpable, había hecho tanto por ella. Habían pasado tres días y estuvo cuidando sus heridas, alimentándola y cuidándola como un guardián.—No importa, de todas formas, duermo poco. —Astor sonrió, tapándose con la cobija para protegerse de la luz que se filtraba por la ventana.Eva notaba que dormía poco por las noches, un máximo de tres horas y luego de marchaba, para volver a las dos horas y seguir durmiendo. No podía seguirlo para averiguar qué hacía, todavía tenía la pierna muy lastimada, pero la curiosidad la dominaba. Era un hombre misterioso, con hábitos extraños y una sonrisa sincera, quería conocerlo a fondo. Su fuerza abismal y su carácter la habían embelecado, siendo algo tan distinto a lo que conocía, al fin podía ver el mundo. Solo estaba en la cabaña, pero para ella era una tierra diferente, cálida, ll
La llevó a de vuelta al interior de la cabaña, caminaron un buen rato y luego él la cargó como si no pesara nada. No se avergonzó, estaba demasiado cansada. Cuando llegaron, pudo ver que se hallaba algo enfadado.—Lo siento.No respondió, solo se limitó a querer volver a dormir con su manta en el suelo. Eva insistía.—¿Esos eran los guardias de la corte?—Sí. —respondió, sin mirarla, tapándose.—¿Por qué dijiste que los bandidos habían terminado con su vida? —Eva se sentó a su lado, quería estar cerca, debía mostrarle que no era una traidora.—Porque así fue.—Pero tenían lastimaduras como de lobo… —tragó saliva, era una mentira y Astor quería ocultar algo.No respondió, sabía que no le creería, no tenía el talento para mentirle a la gente.Eva no comprendía nada de lo que sucedía, intuyendo que era parte del secreto, quizás Astor quería ocultarle la verdad por su bien, pero tarde o temprano lo descubriría.—Puedes dormir arriba, si quieres… Yo puedo quedarme en el suelo.Otra vez la
La caballería la tuvo rodeada en unos segundos, dejándola sin escapatoria y también sin aire. Uno de los hombres arrojó uno de los caballos sobre ella y cayó directo al suelo, oprimiéndole el pecho y quitándole el aire de golpe. El caballero lanzó una sonrisa, arrojándole una carta con brusquedad.—Mira, esto envía tu esposo. —dijo mientras estallaba una carcajada general, tal como en la fiesta.—¡La condesa salió de su escondite! —gritaba uno, haciendo muecas sarcásticas.Eva quería huir, el golpe no la detuvo y se puso de pie, otro caballero la tomó por la espalda, inmovilizándola.—No te irás tan fácil, chica. —sonrió, lo había visto antes, se llamaba Valiant, era de los hombres de Daren, cuando todavía vivía. —¡Suéltame! —gritó Eva, comenzaba a desesperarse, intentando morder el brazo del guardia, la armadura le imposibilitaba zafarse.—¡Por favor! ¿Vas a pedir que dejemos ir, cuando el rey puso una recompensa de casi dos millones por tu cabeza?Al oír eso, la joven palideció, er
Los hombres lobo del norte siempre habían sido una constante amenaza para los pobladores de pueblos y ciudades. Los del sur, en cambio, eran mucho más civilizados y convivían con los hombres sin ninguna clase de dificultad. Nadie sabía cómo se originaban, pero se sospechaba que nacían en las familias que no tenían más que un hijo varón entre los grupos de hermanos, por lo que siempre era un misterio donde aparecerían.Eva les temía, siendo aislada de ese mundo en su castillo, jamás esperó toparse con una de esas bestias. Astor no era un hombre lobo, era algo peor, algo totalmente desconocido. Allí había muchos cadáveres, los guardias no habían sido capaces de derrotarlo y tampoco pudieron huir para salvarse. Una masacre, ejecutada por el hombre que la salvó de un destino peor que la muerte. Ya no podía verlo allí, en esos ojos de bestia, dominante, un alfa sin controlSuplicó por su vida, temiendo que aquella forma hacía que su hombre misterioso no pudiera razonar. El oso se acercó de
En el castillo el caos reinaba, siendo sacudidos por una crisis económica un tanto grave. Uno de los más grandes problemas era el hermano de Eva, que cortó los fondos a la corona hasta que su hermana fuera traída sana y salva de nuevo a la corte. De él provenía gran parte de la riqueza, lo que hizo que se desestabilizara el reino en un abrir y cerrar de ojos. Felipe era considerado el principal culpable, causando que el rey lo tuviese en la mira para ser destituido de su puesto.—¿No la han encontrado? —preguntó Felipe, furioso, a un grupo de soldados encargados de buscar en los pueblos aledaños.—No señor. —respondió el líder del grupo. —Nadie la ha visto tampoco, mañana buscaremos en los lugares que nos faltan.—¡Los buscaran hoy! —ordenó Felipe, a pesar de que ya era de madrugada, no quería que se le escapase ni un segundo. —¿A dónde puede haber ido? Tan lejos y tan rápido, no tiene sentido alguno. —hizo una mueca grotesca de incredulidad.—Ya te dije yo que la veía muy extraña. —L
Al enviar la carta, Eva supo que sería el inicio de un completo caos. Mientras escribía esas escasas palabras, tocaba su vientre, donde tenía el tatuaje que no podía borrar. Recordaba a la perfección ese funesto día, cuando descubrió la verdad sobre el príncipe, cuando vio que su amante era su propia cuñada. A Eva tampoco le agradaba la princesa y estuvo a punto de guardar el secreto, sino fuera por las torturas que le proporcionó Ruth luego de ser descubierta. Allí empezó a guardar ese rencor en su corazón.Astor escuchó con atención su plan, cuando ella le confesó todo lo ocurrido. Comenzó a llorar, eran recuerdos muy tristes y no pensó que podía enfrentar a su agresora de ese modo nunca. Era un paso muy grande. Ahora, era su única opción para poder seguir viva. La carta llegaría por la mañana y Ruth, debería actuar rápido.—Seguramente vendrán más soldados. —dijo Eva, preocupándose por ese tiempo que necesitaban para lograr su cometido.—Tranquila, ya sé qué haremos. —Astor sonrió,