AstorLa respuesta de ese sujeto me hizo vislumbrar un panorama todavía más oscuro. Eva era la esposa oficial del conde, vivía en el castillo como una condesa. Eso terminó de desconcertarme y no sabía exactamente cómo reaccionar. Por lo que me quedé mudo, en medio de esa plaza tan concurrida, paralizado ante esa nueva información.—No tiene sentido. ¿Felipe es el secuestrador? —preguntó Ciro. —Que digo, si lo tiene, el aprovechó la distancia. —se agarró la cabeza, los hilos concordaban.—No tendría que haber dejado que se marchara. —golpeé uno de los bancos de concreto de la plaza.El golpe lo partió en pedazos al instante y las miradas se centraron solo en nosotros. El miedo en sus ojos se develaba, la desconfianza había comenzado a crecer.—Astor. —una voz familiar me llamó desde el otro extremo de la plaza.Pensé que mis ojos me engañaban al contemplar esa imagen, cuando levanté la mirada para divisar quien me hablaba. Ciro tampoco pudo creer lo que veía, eso si que no tenía un sen
(Eva)Mis planes habían cambiado drásticamente. Al colocarme la armadura de ese soldado, esto me había brindado una gran protección para andar por los pasillos. Salir del castillo era otro tema aparte. Necesitaba más estrategia para abrirme el paso. Los soldados comenzaron a llegar uno tras otro, buscando al culpable por la muerte de la mujer acaudalada. Eso era lo que yo quería, esta parte de mi plan si había tenido éxito. No obstante, había algo que no cuadraba y esto lo escuché de la boca del hombre que pasó muy cerca de mí.—Busquen a la condesa. —dijo uno de ellos, pasando la voz y la orden directa.—No. Se debe custodiar al conde. —interrumpió el otro.—¡Ya cállate! —gritó el primero. —¡El conde ha dado la orden de traer a la condesa viva o muerta!A pesar de la muerte de la mujer rica, Felipe se había salido con la suya. Era un hombre astuto, los soldados que lo seguían ahora tenían las ordenes de apresarme como prioridad. Todavía seguía en este maldito castillo, tenía que sali
(Eva)El dolor que mi corazón sentía era abismal. Nunca había tenido esa clase de sentimientos en mí, yo no tuve hijos como para saberlo. Mi conexión con Lipp había sido tan grande que dejarla atrás era la tarea más dura a la que me había enfrentado. El amor nunca era sencillo, ser madre, mucho menos y ahora sabía en carne propia lo que era amar a alguien con esa incondicionalidad y que ese alguien, tomara la decisión de estar lejos.—¡Búsquenla abajo! En los pisos de la armería, allí puede esconderse. —dio la orden otro de los soldados. —El conde ha ordenado que no salga de la ciudad.—Están rodeando los sitios por donde puede intentar escapar, señor. —dijo otro de ellos, acatando las órdenes. —La condesa no podrá ir muy lejos sin ser vista por las tropas. Están por toda la ciudad.Los guardias se formaron para comenzar una búsqueda por las habitaciones de este piso y yo me uní a ellos para que no sospecharan de mí. Luego de revisar la primera habitación, en la cual no había nada sos
Maya—Ya te lo he dicho, es hora de que te retires para cuidar a nuestro bebé. —dijo mi esposo Seth, mirándome con suma severidad. Él no estaba dispuesto a correr ningún riesgo.—Yo no estaré en peligro, esposo mío. Debo buscarla, ella me necesita. Es mi amiga, una hermana para mí y ahora es el momento de demostrarle que no la traicionaré nunca. —contesté con decisión.No iba a perder el tiempo, cuando era de vital importancia llegar hacia Eva para ayudarla en este ataque crucial. Ella estaba escapando, lo sabíamos porque los hombres lo gritaban a los cuatro vientos. Todo aquel que la ocultara estaría muerto. Las órdenes eran claras.Nosotros habíamos llegado hasta aquí en el momento justo por una razón, éramos una manada y por ello, debíamos cuidarnos los unos a los otros. Mi corazón me indicaba seguir, ya encontraría yo la fuerza necesaria.—No. —empezó a decir Seth, obstinado.—¿Vas a prohibirme hacer algo? Esa no es tu manera de ser. —entrecerré los ojos y lo besé en los labios. —
El soldado me observaba con desconfianza, mirándome de arriba debajo de forma despectiva. No creía que Seth y yo fuéramos viajeros, eso era evidente. Sin embargo, rogaba por que creyera mi mentira de que buscaba a mi hijo mayor.Ese silencio me estaba matando, el miraba sin decir ni una palabra y los hombres nos seguían apuntando. Era aterrador pensar que, con un movimiento de su mano y una indicación, nos perseguirían por toda la ciudad para cazarnos y matarnos.—Mi esposa debe ir a un lugar seguro, deben comprender. Trae a un bebé… —empezó a decir Seth, con la mayor de las paciencias. El no era así usualmente, pero ahora estaba preocupado por mi seguridad más que por cualquier cosa.—Eres un ladrón. ¿No es así? —preguntó el soldado, rompiendo su silencio al fin.Eso nos desconcertó a los dos.—¿Qué? —pregunté, confundida.—Eso mismo, ya lo sospechaba. Buscabas un sitio indefenso para robar, usas a tu mujer para pasar desapercibido. El hurto en esta ciudad se paga con la muerte. Reví
(Felipe)La loba había saltado sobre mí y en mi cabeza, pensé en mis recuerdos de este mismo día, cuando no pensé que toda esta locura aconteciera de golpe. Jamás hubiera creído que algo así sucedería en mi tranquilo reino.Aquel día, desperté como si hubiera dormido doce horas o algo así, descansado y fresco. Me agradó sentir esa sensación de paz. Eva, era su presencia la que me hacía sentir así de bien. De no haber sido por ella seguiría renegando con mi hijo y su mal carácter. No había nada que esa mujer no pudiera lograr y estaba tan orgulloso.Seguía teniendo ese mismo problema de rebeldía que me esforzaba en curar. Vaya que tenía que hacer cosas para controlarla, era una fiera salvaje que no podía acatar mis órdenes solo porque sí. Eso me molestaba y al mismo tiempo, me hacía sentir un gran placer, cada vez que pensaba en nuestras peleas.La última vez que la castigué, me esforcé en dejarle en claro que su vida de aventuras y libertad habían terminado. La sal en sus heridas se l
La noche aguardaba su romántico encuentro. Eva se cepilló su largo cabello ondulado y castaño hasta que quedó completamente sedoso y brillante. Se colocó su vestido más hermoso, uno de color verde con engarces de piedras preciosas y bordados en las mangas. La hacía ver incluso más bella de lo habitual. Sin embargo, no había sonrisa en su rostro, solo un profundo deseo por huir de su torre. Escuchó a su dama de compañía tocar la puerta para proceder a entrar a su cuarto. —Señorita Eva, su esposo, el conde Felipe, aguarda en la sala de fiestas. —Gracias Elisa, bajaré en unos minutos. —respondió cortésmente Eva. Respiró profundo, tratando de ponerse una sonrisa. Eva se había casado con el conde desde hacía ya tres años, los cuales se convertían con el paso del tiempo en sus peores pesadillas. Dotado de un carácter cruel y déspota, el conde solo se casó con ella por su posición económica y familiar, haciendo su vida un constante martirio. Fue encerrada en la parte más fría de la torre,
—Que hermosa te ves, querida. —le dijo la madre de Felipe, Amelia, quien la saludo de manera amable. Eva agradeció con un gesto sencillo, con la cabeza gacha. Felipe saludó a todos con cortesía, siendo divertido y simpático. Estaban todos allí, desde los duques y personajes menos importantes hasta el mismísimo rey. Nadie quería hablar con ella, usualmente solían ignorarla por su carácter tímido, forjado por su aislamiento en la torre. Felipe le ordenaba no hablar con nadie, diciéndole y usando la excusa de que si hablaba de más podía revelar algún secreto importante. Ella obedecía, siendo que era peor la consecuencia si desobedecía, cuando le imponían castigos muy severos. Escuchaba las conversaciones de los demás, el debate en general había comenzado. No hubo cosas que le llamaran la atención, la mayoría de los temas rondaban en los reclamos frecuentes y asuntos sobre cultivos, hasta que escuchó a un consejero volver a mencionar a los lobos. —Esas criaturas se vuelven un problema