La noche aguardaba su romántico encuentro. Eva se cepilló su largo cabello ondulado y castaño hasta que quedó completamente sedoso y brillante. Se colocó su vestido más hermoso, uno de color verde con engarces de piedras preciosas y bordados en las mangas. La hacía ver incluso más bella de lo habitual. Sin embargo, no había sonrisa en su rostro, solo un profundo deseo por huir de su torre.
Escuchó a su dama de compañía tocar la puerta para proceder a entrar a su cuarto.
—Señorita Eva, su esposo, el conde Felipe, aguarda en la sala de fiestas.
—Gracias Elisa, bajaré en unos minutos. —respondió cortésmente Eva. Respiró profundo, tratando de ponerse una sonrisa.
Eva se había casado con el conde desde hacía ya tres años, los cuales se convertían con el paso del tiempo en sus peores pesadillas. Dotado de un carácter cruel y déspota, el conde solo se casó con ella por su posición económica y familiar, haciendo su vida un constante martirio. Fue encerrada en la parte más fría de la torre, en lo más alto del castillo. Mientras estaba sufriendo, su esposo se divertía asistiendo a fiestas, montando a caballo y visitando a sus miles de amantes. Felipe disfrutaba su vida como si siguiera soltero aparte del tiempo cuando despreció continuamente a la desdichada Eva. Solo la dejaba salir para las reuniones formales y los eventos sociales, donde debían verla a su lado como una muñeca sin espíritu.
Esta era una de esas fiestas, donde incluso los padres de ambos asistirían para firmar un tratado de paz con un pueblo cercano a su reino. Los padres de Eva dirigían una parte importante de la ciudad, siendo su matrimonio una fuerte alianza. Felipe debía mostrarse maduro y responsable al lado de su esposa el tiempo que durase la reunión, para después embriagarse durante el resto de la noche.
La dama caminaba junto con su escolta, dos guardias y su dama de compañía. Los hombres hablaban entre ellos, sin mirarla siquiera, al igual que su asistenta.
—Oye, esta noche ha venido un concierto. ¿Sabes? Permitirán que la corte entera se quede a oír.
—Si lo oí, será genial. —El segundo hombre, cuyo nombre era Antonio, era el único que a veces le dirigía la palabra a Eva, cuando le preguntaba si se sentía bien.
—¿No creen que será una noche fantástica? —interrumpió la dama de compañía. Miraron por uno de los ventanales del corredor que llevaba a las escaleras. —No se ve ni una sola nube.
—Sí, eso que no es luna llena. —El guardia sonrió y soltó un aullido. —Tengan cuidado de no salir, saben que se oyen rumores extraños.
—¿Los lobos? —preguntó la chica, que también los había oído, era curiosa y las historias del bosque le agradaban mucho.
—Los hombres lobo de la colina quebrada, no los otros. —hizo una mueca incrédula. —Son los más irracionales y peligrosos.
—No hay tantos, se refugian en el bosque, pero yo al menos no he visto ninguno. —Elisa soltó una risita. —Dicen que los del sur son amigables, como si fueran personas normales.
—Aquí han llegado los peores. —El otro guardia soltó un bufido. —He tenido que apresar varios tratando de agredir a algunas personas de la corte. Son diferentes, más pequeños y sumamente hambrientos.
—Oh, vaya… —Elisa ladeó la cabeza a un lado, despreocupada. —Entonces no me escaparé.
Al oír esa palabra, Eva se estremeció y por poco estuvo a punto de gritar, delatándose. A ella no le daban miedo los lobos, solo temía quedarse enjaulada por el resto de su vida. Felipe no la dejaría vivir una vida feliz jamás y comprendía que sus padres nada harían al respecto, teniendo el interés fijo en los beneficios de su matrimonio arreglado.
Quería huir a como diera lugar esa misma noche, no quería volver a dormir en esa soledad aterradora con el frio filtrándose helado por las ventanas. Oía a su esposo pasar las noches con sus amantes favoritas, como Leila, Jazmín y Jade, que frecuentaban su dormitorio todas las semanas.
Ella intentaba ignorarlos y retirarse a su encierro, siempre con el estómago medio vacío por la dieta estricta que Felipe le ordenaba seguir a raja tabla. Felipe puede ser el esposo más gentil cuando ella es obediente y delgada para meterse el vestido más pequeño; pero cuando ella come un bocado más de la cena, su rostro inmediatamente se vuelve sombrío y grosero. La empujó al suelo y le dio puñetazos y patadas porque no se convirtió en el accesorio para que un hombre se sintiera orgulloso.
La sala estaba colmada de personas e invitados, Felipe se aproximó rápidamente a su lado, para intercambiar unas palabras antes de presentarse. Ella a penas se mantenía en pie de los nervios.
—Ya he preparado mi discurso y mi opinión, con lo que solo debes asentir.
—Entiendo. —respondió Eva, dando su aprobación. Felipe sonrió, con su característico semblante soberbio.
—Bueno. Recuerda lo que siempre hacemos, te quedas toda la reunión, luego cuando termina esperas una hora en la fiesta y luego Antonio te lleva a tu cuarto.
—¿No puedo retirarme antes? —preguntó, con la esperanza de no tener que estar en ese lugar repleto de personas que la despreciaban.
—Claro que no, la gente pensara que te mantengo encerrada.
Eva pensó para sus adentros, que ya todos lo sabían y de igual modo nadie hacía nada para cambiarlo.
— Está bien, así será.
Él le dedicó una última mirada severa para que comprendiese que debía obedecerlo. Siempre sonreía si estaba rodeado de otras chicas, pero con ella se mantenía rígido como una roca.
No la apreciaba, tenía ese resentimiento consigo y no quería que se le olvidara. Cuando eran adolescentes, Felipe intentó cortejarla con cierto enamoramiento de su parte. Eva, era una joven alocada que ansiaba conocer el mundo y tenía mucha chispa en su mirada. Al conocer a la familia de Felipe, quedó flechada por su hermano Daren en un encuentro fugaz. Rechazó a Felipe tantas veces sin decirle porqué, hasta que su hermano, el mismo le confesó su noviazgo. Todos estaban encantados con la joven pareja, el vínculo era conveniente para ambas familias. Su hermano, con la rabia en su corazón, debió resignarse a que le habían ganado la pelea.
A la joven Eva le encantaba estar con aquel muchacho, que era aventurero y la llevaba a pasear a caballo con frecuencia. Recorrían largas praderas y campos con flores, siempre haciendo un picnic para pasar tiempo juntos. Solían perderse por horas disfrutando las mañanas y las tardes, hasta que volvían con los ojos repletos de amor incondicional.
Felipe solo podía observarlos con recelo desde la corte. Eva ni siquiera lo miraba en ese entonces, siendo para ella solo un pretendiente rechazado más en su lista. Ese año había tenido más de diez, a los cuales dejó atrás por su enamoramiento con Daren. Estaban próximos a casarse, el reino entero esperaba su unión con ansias, los dos amantes enamorados que contagiaban su alegría.
Una jornada lluviosa, Daren la invitó a asistir a un encuentro de juglares en el pueblo de al lado. Pero ella no podía acompañarlo debido a una cita previa. Se despidieron con un largo beso apasionado y él la abrazó fuertemente. Eva jamás imaginó que sería la última vez que lo vería porque el joven Daren había perecido en los caminos principales de la pradera del norte.
El muchacho, que estaba destinado a reinar y a la grandeza, había sido hallado entre las rocas, con su caballo a un lado, con garras marcadas en su rostro, y en la bolsa había las flores como regalos para ella. Se corrió el rumor de que un hombre lobo lo atacó por sorpresa, terminando con su vida de un modo trágico e inesperado, con toda una vida por delante. Eva no logró creerlo tan fácilmente, encontrando muchas incoherencias en su asesinato y viajó tantas veces a ese lugar para investigarlo a fondo. Pese a ello día tras día no hallaba nada distinto, un indicio que le devolviera la esperanza o que la sanara. No volvió a ver ese rostro que tanto amaba.
Años después, cuando la posición de los padres de Eva en el reino se vio cuestionada, se decidió por el bien de su posición que la joven viuda se casaría con el conde emergente, Felipe. Él nunca olvidó el primer desprecio, haciendo la vida de su esposa muy miserable y ruin.
Se dirigía ahora a su encuentro en la sala de reuniones, para estar quieta y asentir todo lo que su esposo dijese, para jugar bien su papel como un accesorio y no ser golpeada. Por dentro, solo podía pensar en su escape.
Faltaba tan poco.
—Que hermosa te ves, querida. —le dijo la madre de Felipe, Amelia, quien la saludo de manera amable. Eva agradeció con un gesto sencillo, con la cabeza gacha. Felipe saludó a todos con cortesía, siendo divertido y simpático. Estaban todos allí, desde los duques y personajes menos importantes hasta el mismísimo rey. Nadie quería hablar con ella, usualmente solían ignorarla por su carácter tímido, forjado por su aislamiento en la torre. Felipe le ordenaba no hablar con nadie, diciéndole y usando la excusa de que si hablaba de más podía revelar algún secreto importante. Ella obedecía, siendo que era peor la consecuencia si desobedecía, cuando le imponían castigos muy severos. Escuchaba las conversaciones de los demás, el debate en general había comenzado. No hubo cosas que le llamaran la atención, la mayoría de los temas rondaban en los reclamos frecuentes y asuntos sobre cultivos, hasta que escuchó a un consejero volver a mencionar a los lobos. —Esas criaturas se vuelven un problema
Eva soltó un sinfín de lamentos en su cabeza, viendo que ya no tenía salida. Estaba acorralada, el soldado era fiel a los que querían mantenerla encerrada, la llevaría de vuelta sin pensarlo mucho. Usualmente ese lugar solo estaba frecuentado por las mañanas y algunas tardes, Eva se había confiado.—Yo solo paseaba, el conde no quiere verme allí dentro… —empezó a decir, tratando de inventar una excusa, con la voz entrecortada y nerviosa.—¿Eh? —El guardia no creyó ni una sola palabra, el decreto establecía que Eva debía estar confinada en su torre y solo tenía permiso para salir cuando su esposo le ordenase estar a su lado.Vio en sus ojos que sabía sus intenciones, no la dejaría excusarse y la acusaría con Felipe. Ya podía sentir el dolor de su piel ante las represalias y el corazón le latía con velocidad. Una ráfaga de valor la invadió, se dijo a sí misma en lo profundo de su ser que debía seguir intentando. El hombre estaba ebrio, no le costaría despistarlo si tenía suerte.—¿Y que
En el reino se corría la voz de que la condesa había escapado, lo que hacía que Felipe quedase abiertamente en ridículo. La gente comenzó a inventar toda clase de historias, incluso decían que Eva había huido con un amante misterioso. La ira de Felipe era incontenible, mandando a buscar a su esposa en cada uno de los rincones de la ciudad, primero para llevarla devuelta a su torre y luego, para condenarla por lo que hizo. No se lo perdonaría jamás, su rabia era muy corrosiva.Eva ya estaba al tanto de su atrevimiento, desde el momento en el cual intentó escapar. Ahora estaba entre las paredes de esa acogedora cabaña, sin saber el destino que le esperaba. Temía que en un abrir y cerrar de ojos la guardia entrara por la puerta y la llevara de vuelta al castillo. Se durmió profundamente, movida por el calor de su cama y su comodidad, a pesar del ardor de su herida. Luego de dormir apaciblemente por tres horas, comenzó a experimentar horribles pesadillas en las cuales era maltratada en su
Lo vio acomodando una manta en el suelo, para proceder a acostarse allí, suspirando y mirando el helado suelo.—Lo siento, no debería estar ocupando tu cama. —Eva se sentía culpable, había hecho tanto por ella. Habían pasado tres días y estuvo cuidando sus heridas, alimentándola y cuidándola como un guardián.—No importa, de todas formas, duermo poco. —Astor sonrió, tapándose con la cobija para protegerse de la luz que se filtraba por la ventana.Eva notaba que dormía poco por las noches, un máximo de tres horas y luego de marchaba, para volver a las dos horas y seguir durmiendo. No podía seguirlo para averiguar qué hacía, todavía tenía la pierna muy lastimada, pero la curiosidad la dominaba. Era un hombre misterioso, con hábitos extraños y una sonrisa sincera, quería conocerlo a fondo. Su fuerza abismal y su carácter la habían embelecado, siendo algo tan distinto a lo que conocía, al fin podía ver el mundo. Solo estaba en la cabaña, pero para ella era una tierra diferente, cálida, ll
La llevó a de vuelta al interior de la cabaña, caminaron un buen rato y luego él la cargó como si no pesara nada. No se avergonzó, estaba demasiado cansada. Cuando llegaron, pudo ver que se hallaba algo enfadado.—Lo siento.No respondió, solo se limitó a querer volver a dormir con su manta en el suelo. Eva insistía.—¿Esos eran los guardias de la corte?—Sí. —respondió, sin mirarla, tapándose.—¿Por qué dijiste que los bandidos habían terminado con su vida? —Eva se sentó a su lado, quería estar cerca, debía mostrarle que no era una traidora.—Porque así fue.—Pero tenían lastimaduras como de lobo… —tragó saliva, era una mentira y Astor quería ocultar algo.No respondió, sabía que no le creería, no tenía el talento para mentirle a la gente.Eva no comprendía nada de lo que sucedía, intuyendo que era parte del secreto, quizás Astor quería ocultarle la verdad por su bien, pero tarde o temprano lo descubriría.—Puedes dormir arriba, si quieres… Yo puedo quedarme en el suelo.Otra vez la
La caballería la tuvo rodeada en unos segundos, dejándola sin escapatoria y también sin aire. Uno de los hombres arrojó uno de los caballos sobre ella y cayó directo al suelo, oprimiéndole el pecho y quitándole el aire de golpe. El caballero lanzó una sonrisa, arrojándole una carta con brusquedad.—Mira, esto envía tu esposo. —dijo mientras estallaba una carcajada general, tal como en la fiesta.—¡La condesa salió de su escondite! —gritaba uno, haciendo muecas sarcásticas.Eva quería huir, el golpe no la detuvo y se puso de pie, otro caballero la tomó por la espalda, inmovilizándola.—No te irás tan fácil, chica. —sonrió, lo había visto antes, se llamaba Valiant, era de los hombres de Daren, cuando todavía vivía. —¡Suéltame! —gritó Eva, comenzaba a desesperarse, intentando morder el brazo del guardia, la armadura le imposibilitaba zafarse.—¡Por favor! ¿Vas a pedir que dejemos ir, cuando el rey puso una recompensa de casi dos millones por tu cabeza?Al oír eso, la joven palideció, er
Los hombres lobo del norte siempre habían sido una constante amenaza para los pobladores de pueblos y ciudades. Los del sur, en cambio, eran mucho más civilizados y convivían con los hombres sin ninguna clase de dificultad. Nadie sabía cómo se originaban, pero se sospechaba que nacían en las familias que no tenían más que un hijo varón entre los grupos de hermanos, por lo que siempre era un misterio donde aparecerían.Eva les temía, siendo aislada de ese mundo en su castillo, jamás esperó toparse con una de esas bestias. Astor no era un hombre lobo, era algo peor, algo totalmente desconocido. Allí había muchos cadáveres, los guardias no habían sido capaces de derrotarlo y tampoco pudieron huir para salvarse. Una masacre, ejecutada por el hombre que la salvó de un destino peor que la muerte. Ya no podía verlo allí, en esos ojos de bestia, dominante, un alfa sin controlSuplicó por su vida, temiendo que aquella forma hacía que su hombre misterioso no pudiera razonar. El oso se acercó de
En el castillo el caos reinaba, siendo sacudidos por una crisis económica un tanto grave. Uno de los más grandes problemas era el hermano de Eva, que cortó los fondos a la corona hasta que su hermana fuera traída sana y salva de nuevo a la corte. De él provenía gran parte de la riqueza, lo que hizo que se desestabilizara el reino en un abrir y cerrar de ojos. Felipe era considerado el principal culpable, causando que el rey lo tuviese en la mira para ser destituido de su puesto.—¿No la han encontrado? —preguntó Felipe, furioso, a un grupo de soldados encargados de buscar en los pueblos aledaños.—No señor. —respondió el líder del grupo. —Nadie la ha visto tampoco, mañana buscaremos en los lugares que nos faltan.—¡Los buscaran hoy! —ordenó Felipe, a pesar de que ya era de madrugada, no quería que se le escapase ni un segundo. —¿A dónde puede haber ido? Tan lejos y tan rápido, no tiene sentido alguno. —hizo una mueca grotesca de incredulidad.—Ya te dije yo que la veía muy extraña. —L