Maya—Ya te lo he dicho, es hora de que te retires para cuidar a nuestro bebé. —dijo mi esposo Seth, mirándome con suma severidad. Él no estaba dispuesto a correr ningún riesgo.—Yo no estaré en peligro, esposo mío. Debo buscarla, ella me necesita. Es mi amiga, una hermana para mí y ahora es el momento de demostrarle que no la traicionaré nunca. —contesté con decisión.No iba a perder el tiempo, cuando era de vital importancia llegar hacia Eva para ayudarla en este ataque crucial. Ella estaba escapando, lo sabíamos porque los hombres lo gritaban a los cuatro vientos. Todo aquel que la ocultara estaría muerto. Las órdenes eran claras.Nosotros habíamos llegado hasta aquí en el momento justo por una razón, éramos una manada y por ello, debíamos cuidarnos los unos a los otros. Mi corazón me indicaba seguir, ya encontraría yo la fuerza necesaria.—No. —empezó a decir Seth, obstinado.—¿Vas a prohibirme hacer algo? Esa no es tu manera de ser. —entrecerré los ojos y lo besé en los labios. —
El soldado me observaba con desconfianza, mirándome de arriba debajo de forma despectiva. No creía que Seth y yo fuéramos viajeros, eso era evidente. Sin embargo, rogaba por que creyera mi mentira de que buscaba a mi hijo mayor.Ese silencio me estaba matando, el miraba sin decir ni una palabra y los hombres nos seguían apuntando. Era aterrador pensar que, con un movimiento de su mano y una indicación, nos perseguirían por toda la ciudad para cazarnos y matarnos.—Mi esposa debe ir a un lugar seguro, deben comprender. Trae a un bebé… —empezó a decir Seth, con la mayor de las paciencias. El no era así usualmente, pero ahora estaba preocupado por mi seguridad más que por cualquier cosa.—Eres un ladrón. ¿No es así? —preguntó el soldado, rompiendo su silencio al fin.Eso nos desconcertó a los dos.—¿Qué? —pregunté, confundida.—Eso mismo, ya lo sospechaba. Buscabas un sitio indefenso para robar, usas a tu mujer para pasar desapercibido. El hurto en esta ciudad se paga con la muerte. Reví
(Felipe)La loba había saltado sobre mí y en mi cabeza, pensé en mis recuerdos de este mismo día, cuando no pensé que toda esta locura aconteciera de golpe. Jamás hubiera creído que algo así sucedería en mi tranquilo reino.Aquel día, desperté como si hubiera dormido doce horas o algo así, descansado y fresco. Me agradó sentir esa sensación de paz. Eva, era su presencia la que me hacía sentir así de bien. De no haber sido por ella seguiría renegando con mi hijo y su mal carácter. No había nada que esa mujer no pudiera lograr y estaba tan orgulloso.Seguía teniendo ese mismo problema de rebeldía que me esforzaba en curar. Vaya que tenía que hacer cosas para controlarla, era una fiera salvaje que no podía acatar mis órdenes solo porque sí. Eso me molestaba y al mismo tiempo, me hacía sentir un gran placer, cada vez que pensaba en nuestras peleas.La última vez que la castigué, me esforcé en dejarle en claro que su vida de aventuras y libertad habían terminado. La sal en sus heridas se l
La noche aguardaba su romántico encuentro. Eva se cepilló su largo cabello ondulado y castaño hasta que quedó completamente sedoso y brillante. Se colocó su vestido más hermoso, uno de color verde con engarces de piedras preciosas y bordados en las mangas. La hacía ver incluso más bella de lo habitual. Sin embargo, no había sonrisa en su rostro, solo un profundo deseo por huir de su torre. Escuchó a su dama de compañía tocar la puerta para proceder a entrar a su cuarto. —Señorita Eva, su esposo, el conde Felipe, aguarda en la sala de fiestas. —Gracias Elisa, bajaré en unos minutos. —respondió cortésmente Eva. Respiró profundo, tratando de ponerse una sonrisa. Eva se había casado con el conde desde hacía ya tres años, los cuales se convertían con el paso del tiempo en sus peores pesadillas. Dotado de un carácter cruel y déspota, el conde solo se casó con ella por su posición económica y familiar, haciendo su vida un constante martirio. Fue encerrada en la parte más fría de la torre,
—Que hermosa te ves, querida. —le dijo la madre de Felipe, Amelia, quien la saludo de manera amable. Eva agradeció con un gesto sencillo, con la cabeza gacha. Felipe saludó a todos con cortesía, siendo divertido y simpático. Estaban todos allí, desde los duques y personajes menos importantes hasta el mismísimo rey. Nadie quería hablar con ella, usualmente solían ignorarla por su carácter tímido, forjado por su aislamiento en la torre. Felipe le ordenaba no hablar con nadie, diciéndole y usando la excusa de que si hablaba de más podía revelar algún secreto importante. Ella obedecía, siendo que era peor la consecuencia si desobedecía, cuando le imponían castigos muy severos. Escuchaba las conversaciones de los demás, el debate en general había comenzado. No hubo cosas que le llamaran la atención, la mayoría de los temas rondaban en los reclamos frecuentes y asuntos sobre cultivos, hasta que escuchó a un consejero volver a mencionar a los lobos. —Esas criaturas se vuelven un problema
Eva soltó un sinfín de lamentos en su cabeza, viendo que ya no tenía salida. Estaba acorralada, el soldado era fiel a los que querían mantenerla encerrada, la llevaría de vuelta sin pensarlo mucho. Usualmente ese lugar solo estaba frecuentado por las mañanas y algunas tardes, Eva se había confiado.—Yo solo paseaba, el conde no quiere verme allí dentro… —empezó a decir, tratando de inventar una excusa, con la voz entrecortada y nerviosa.—¿Eh? —El guardia no creyó ni una sola palabra, el decreto establecía que Eva debía estar confinada en su torre y solo tenía permiso para salir cuando su esposo le ordenase estar a su lado.Vio en sus ojos que sabía sus intenciones, no la dejaría excusarse y la acusaría con Felipe. Ya podía sentir el dolor de su piel ante las represalias y el corazón le latía con velocidad. Una ráfaga de valor la invadió, se dijo a sí misma en lo profundo de su ser que debía seguir intentando. El hombre estaba ebrio, no le costaría despistarlo si tenía suerte.—¿Y que
En el reino se corría la voz de que la condesa había escapado, lo que hacía que Felipe quedase abiertamente en ridículo. La gente comenzó a inventar toda clase de historias, incluso decían que Eva había huido con un amante misterioso. La ira de Felipe era incontenible, mandando a buscar a su esposa en cada uno de los rincones de la ciudad, primero para llevarla devuelta a su torre y luego, para condenarla por lo que hizo. No se lo perdonaría jamás, su rabia era muy corrosiva.Eva ya estaba al tanto de su atrevimiento, desde el momento en el cual intentó escapar. Ahora estaba entre las paredes de esa acogedora cabaña, sin saber el destino que le esperaba. Temía que en un abrir y cerrar de ojos la guardia entrara por la puerta y la llevara de vuelta al castillo. Se durmió profundamente, movida por el calor de su cama y su comodidad, a pesar del ardor de su herida. Luego de dormir apaciblemente por tres horas, comenzó a experimentar horribles pesadillas en las cuales era maltratada en su
Lo vio acomodando una manta en el suelo, para proceder a acostarse allí, suspirando y mirando el helado suelo.—Lo siento, no debería estar ocupando tu cama. —Eva se sentía culpable, había hecho tanto por ella. Habían pasado tres días y estuvo cuidando sus heridas, alimentándola y cuidándola como un guardián.—No importa, de todas formas, duermo poco. —Astor sonrió, tapándose con la cobija para protegerse de la luz que se filtraba por la ventana.Eva notaba que dormía poco por las noches, un máximo de tres horas y luego de marchaba, para volver a las dos horas y seguir durmiendo. No podía seguirlo para averiguar qué hacía, todavía tenía la pierna muy lastimada, pero la curiosidad la dominaba. Era un hombre misterioso, con hábitos extraños y una sonrisa sincera, quería conocerlo a fondo. Su fuerza abismal y su carácter la habían embelecado, siendo algo tan distinto a lo que conocía, al fin podía ver el mundo. Solo estaba en la cabaña, pero para ella era una tierra diferente, cálida, ll