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Prefacio I: Confesiones de un Desterrado

***PACTO FIRMADO POR KERENS PARA HALLAR A LOS HIJOS DEL DEMONIO***

Casi no recuerdo haber nacido en el pueblo Esperanza del Siervo, conocidos por la amabilidad de las personas.

A mí me llamaban Luciano Howland, y veníamos del pueblo vecino, escapando de las garras de los mercenarios y traficantes de personas, muy diferente a este pueblo. Ambos, decidimos refugiarnos y reconstruir nuestras vidas, alejados de nuestros pecados, por esa razón huíamos.

En el siguiente verano, descubrimos una cueva en lo profundo del bosque, que tenía símbolos e ilustraciones extrañas.

Por último, decidimos yo y Kerens, que era como un hermano para mi, establecernos cerca del pueblo. Para mi sorpresa, el había conseguido un trabajo del cual guardaba unos recipientes malolientes, eran 3 vasijas cubiertas con piel de oveja.

Luego me confesó estando ebrio, que las había robado, no le tome importancia, pero tras darme cuenta que no solo eran vasijas, la casa era el almacén de dinero, y cubiertos de plata y oro.

Las dudas me intrigaban, cuando preguntaba y él callaba, entonces decidí esperarlo hasta el amanecer a que llegase y el con la evidencia en mano no podría negarlo.

Tan pronto como amaneció, no hubo rastro de mi mejor amigo, saliendo a buscarlo a las afueras del bosque.

Cuando di con el, el choco bruscamente conmigo, y siguió corriendo asustado y nervioso.

Mire a los lejos, en dirección a lo que él veía, y se notaba una figura tan delgada como alta, sosteniendo en sus manos un garrote prominente.

La idea de que él haya robado y sea castigado me hizo detenerme a suplicar por su vida.

— ¡Le devuelvo las joyas, oro y plata!

Esta persona se detuvo, por detrás de mi, diciendo; "No lo quiero, mejor dame tu esencia, tu alma"

Mi cuerpo respondió por si solo, retrocediendo, mientras estaba aún sobre los arbustos.

—No, no..., quizás cometió un gran error, pero no es un ladrón, si lo prefiere puedo trabajar para usted, solo déjelo.

"Cubres una mentira por unas lágrimas...Igual serás útil"

—Lo pagaré con arduo trabajo.

Agache mi cabeza y encogí mis hombros, hasta que la voz de a quien considero mi hermano, resonó.

— Luciano, hermano...Gracias.

Ese ser prosiguió a decir.-

Tú nombre entre estas líneas y serás mío.

Tras terminar esa expresión, mi alrededor se envolvió con fuego azul en mis propias narices, y lo que había dentro era un pergamino que no se quemaba. Trague saliva y apareció a mi alcance una pluma y tinta roja como la sangre.

¡Kerens a dónde vas! - grite y se detuvo.

—Si lo firmas, no me matara, te lo ruego Luciano, prometo hacer lo que me pidas en el presente.

El salió corriendo, mientras yo colocaba mi firma, con mi nombre y el apellido de mi mejor amigo, Luciano Kerens, entre las líneas.

"Mi fin"

Cerré mis ojos pensando en morir y de pronto mi cuerpo comenzó a quemarme, tanto que Kerens se detuvo a verme sosteniendo las lágrimas que caían sobre su rostro. Lo peor de la situación era que el fuego podía ser visto por él y por mi, y nadie más.

Para despertar, me habían socorrido, y llevaba dos días dormido. Pronto, un sacerdote que examinó mis heridas y me vendo todo el cuerpo. Me susurró al oído, "estás maldito"

Al día siguiente, los rumores sobre que fui castigado por Dios, se habían propagado tanto que las personas temían dirigirme palabra alguna, incluso decían que había contraído lepra.

Kerens mi amigo, me había dejado una carta en donde me pedía perdón. Llego el invierno y el cura se había quedado para sellar mis llagas. Para cuando pude moverme, me dejaron en la habitación un gran espejo, mi cuerpo tenía símbolos extraños, excepto el rostro y mis manos.

Al recobrar la conciencia, una voz gruesa, me decía que matase a todos, me asustaba, pero jamás le comenté nada al cura, ni a nadie. Más tarde, descubrí que podía ver una especie de colores sobresalir del cuerpo y la del cura era negra como su conciencia.

Tardamos tres semanas en llegar a la capital, según el cura que no se apartaba de mí, debíamos expiar nuestros pecados y esta era la única manera.

— el pueblo Esperanza del Ciervo ya no existe, hicimos bien en irnos de ahí.

Mientras aun no amanecía, sentí un gran vacío en mi pecho, tras la noticia, caminamos un poco más hasta llegar a un convento.

La vespertina luz del día, enrojeció mi piel, entonces me escondí detrás de la sombra del árbol sin dejar de sostener el maletín. ya que no soportaba el inmenso oleaje de luz en plena mañana.

En ese mismo lugar, conocí a quien sería el amor de mi vida para toda la eternidad, ya no me sentiría tan solo. Su amor tan cálido, muy pronto me alcanzo y me hizo olvidar el dolor, sin embargo, debía mantenerla alejada, era demasiada delgada la línea para cruzarla, menos si era vigilado.

Poco tiempo después, la novicia tendría un hijo mío entonces tome la decisión de buscar redención a su lado.

Lo recuerdo, una noche fría y nublada, apareció ese ser, detrás de un árbol, aceptando ser la sombra que me atosigaba.

— Si realmente deseas tener el control, será para ti, toma la oportunidad que te ofrezco.

Esa noche, firme con mi propia sangre el pacto, sin leer el pergamino, en donde se establecían sus condiciones.

Lo hice porque odiaba ser el mandadero del cura, prefería estar atado a él, antes que sucumbir a ese hombre de aspecto bueno y palabras bondadosas, predicando para su beneficio la palabra de Dios.

—Buscarás y hallarás hasta los últimos días de tu vida, y en los confines de esta tierra a mis hijos.

Cómo podría yo un ser humano, que tiene corta vida, hallarlos.

— No pienses tanto, que tendrás dos siglos para darme resultados, no te aconsejo engañarme, a menos que quieras una descendía m*****a.

— Un hombre común como yo, ¿podrá reconocerlos?

—Entre las bestias y seres que coexisten en el infierno, los grabados en tu cuerpo, te designaran como un Condenado.

— ¿Cómo debo referirme a usted?

—Demonio

Este demonio, se había confundido al decirme condenado, porque no era aceptado ni por los humanos y temido por esas cosas, no pertenecía a ninguno de los dos mundos, más bien era un Desterrado, el cual ya no tendría que depender de nadie más que su poder.

Debo haber estado muy mal de la cabeza para firmarlo. Porque ya no eran llamas azules las que quemaban la piel. Era el hecho de sobrevivir, sin importar que.

—A qué viene eso tan de repente.

Este ser me había entregado algo, me dolía el pecho mucho.

— Son dos corazones pertenecientes a mis hijos menores.

A eso se debían mis dolores de pecho, era difícil acostumbrarse pero valía la pena, porque no moriría siendo el perro de alguien como el cura.

—¡Oye ocioso!, acompáñame a recoger algunos objetos.

Era más de mediodía y recién despertaba. Me moje la cara, me vestí y lo acompañé sin preguntar a donde.

Me quede a media plaza, y observé en silencio como en su afán de ser cura, se aprovechaba de mocosas ingenuas a las cuales les entregaba pan y fruta.

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