Prefacio I: parte 2

Cuando llegamos de repartir los alimentos a los más pobres, me quedé en mi cuarto, sin cenar, es cuando golpearon mi ventana, me asomé por curiosidad y era ella, la novicia.

— ¡Luciano, Luciano!

—¿Qué haces despierta a estas horas?

— Acompáñame, baja.

Como vi que no tenía intención de alejarse, no tuve más opción que bajar por mi ventana, ayudándome de las cortinas largas y gruesas de mi habitación.

Ni bien puso un pie sobre el piso, ella tomó mi mano y me condujo a un lugar cubierto por la neblina espesa. Al ver donde estábamos, la luz de la luna se reflejó sobre el lago, dejando expuesta a las luciérnagas que emergían de el. Era una escena mágica la cual quería seguir viendo pero a la vez estaba atónito.

—Juguemos, ¿te gusta lo que ves?

La voz de mi novicia era suave, y el cabello que brillaba como si fuese oro durante el día, se tornó plateado cuál luna en el punto más alto. El encanto de esa noche era mágico.

— ¿sientes frío?, quizás debí traer una manta.

Ella seguía preocupándose por mi, sin quitarme los ojos de encima, tenía un brillo inusual, su sonrisa angelical, me sentí muy a gusto con mi novicia.

A la mañana siguiente sentía.- ¿Resaca?, me dolía la cabeza. Sigo sin recordar qué pasó anoche. Un grito se oyó.

— ¡Sian!

El cura nunca quiso que revelara mi nombre por eso lo cambié.

Ni bien entre al cuarto, me sorprendió con una bofetada.

— ¡Acaso pretendes meterme en problemas infeliz, sabes quien es esa chica, nos matarían a ambos si llegase a quedar embarazada!

— Ha sido un simple paseo.

— Sigues negándolo, si ella se embaraza siendo novicia, y lo divulgó, morirá a pedradas y no podrás evitarlo.

Se por donde iba la conversación, me estaba amenazando, seguro querrá algo de mi.

— Necesito verla una vez más y prometo mantener mi distancia.

—Te tengo en mis manos Luciano Kerens.

El cura sonrió como si hubiese ganado, era molesto como manipulaba la situación a su favor. — La madre superiora no lo sabrá por ahora, a cambio has un trabajo para mí.

Al retirarme brevemente, miré de reojo hacia donde estaba el cura, tenía una sonrisa siniestra que me heló la sangre. Quería que le tuviese miedo, aún así seguí caminando hacia la habitación de mi amada.

Me recibió con un cálido abrazo, y sus labios esbozaban una sonrisa pero sus lágrimas no dejaban de rodar por sus mejillas.

Estaba en su cama, me arrodillé y abracé la palma de sus manos para confesarle mis más profundos secretos. La respuesta fue inmediata, acarició mi cabello e intercambiamos un anillo grabado con las iniciales de su familia de origen. Yo en cambio, le di el medallón que recibí del demonio, ya que era de oro macizo con una piedra de color púrpura para que lo usase como moneda de intercambio y salvase su vida.

El rumor que una novicia estaba gestando 6 meses de embarazo, empañó el ánimo de la gente alrededor del convento. Mientras yo seguía, sin poder hacer nada, más que escuchar. Debía volver cuanto antes, pero era traicionar la palabra de quien me tenía en sus manos. El no poder protégela, me quebró emocionalmente y en todos mis sueños, veía a mi amada consolándome, me sentía desesperado por volver.

— Quieres una ayuda, úsame, usa la daga del cofre y conviérteme en tu todo.

Aquellas palabras, me sostuvieron, entonces me corte, y alce la daga, apareciendo ante mi, ese demonio que dejó caer sobre mi cabeza y hombro, su sangre. A esto le llamo, bautizo, mientras el fuego corroía mi carne.

Después del recibimiento, me sentí invulnerable, poderoso, sin miedo a nada, una sensación indescriptible.

Actúe frente al cura como si nada hubiese pasado , y termine el viaje sin mayor problema.

Al no tener noticias sobre Amelia, mi amada, me apresuré en regresar.

Convento:

— ¡Amelia escóndete!

Gritó el cura, cuando vio la horda enfurecida afuera del monasterio, toda esa gente, pedía la cabeza de la mujer mundana residía escondida en el convento.

Ella procedió a esconderse detrás de los cuartos donde se conectaba con la puerta de salida posterior. Sin embargo, todo intento fue inútil tras ser descubierta por las monjas que marcarían su final.

En medio del forcejeo, rompió fuente, forzándola si ayuda, a dar a luz por cuenta propia. El constante llanto del bebé, alarmó y enfureció a la horda, quienes insistentes golpearon la puerta para abrirla.

—Una niña, una hermosa niña.

Estando convaleciente por su repentino parto, cortó el cordón que las unía.

— Este es el medallón de tu padre Luciano, estaría feliz de verte. Nos ama mucho...

Obligándose a sentarse, limpió con las sábanas al bebé y con la tela blanca que guardó, envolvió a la niña.

La bulla ocasionada por los golpes afuera eran cada vez peor. Lo mejor era esperar en la habitación.

— ¡Cura!

Llame pero nadie vino, de pronto, la llave del cuarto se movió, abriendo la puerta, eran algunas monjas que susurraban que nació el engendro del mal.

Abrace con recelo a mi bebé, pero igual fue arrebatado de mis brazos y yo arrastrada hacia el exterior aún en camisón con manchas de sangre.

Una vez afuera, los hombres que me insultaban, empuñaron sus objetos filados hacia mi cuerpo, yo coloqué mis manos, hiriéndome solo un poco.

— ¡La mala semilla que contaminaba a las novicias!

La madre superiora que siempre me inculcó las buenas costumbres, el respeto a la vida y el amor a Dios, hoy me lanzaba en medio del averno, donde hacían escarnio de mi sufrimiento.

— Amelia perdóname.

Decía mientras ataba mis manos alrededor del bloque de madera gruesa.

Se acercó un hombre diciendo. – Un momento.

Arrancho de las manos de una de las mujeres un cuchillo pequeño con el cual me volvería a herir. Creí que me estaba ayudando.

— Hoy con todos los presentes aquí, nos desharemos de la raíz de la corrupción.

Sujeto una de mis manos, y estiro uno d esos dedos del cual destajo en un solo corte, mutilando mis dedos.

— Que tontería, no se quita este anillo del dedo.

Todos miraban con alevosía lo que hacía estés hombre, y entendí que era mi karma por protegerlo. Encendieron la hoguera, ardía desde la punta del pie hasta la cabeza, los gritos de dolor, no significaban nada para esas personas.

Apresuré mi andar, al sentir el olor a quemado, soltando el maletín. Corrí y busqué en los escombros en medio del patio. Las cenizas estaban frías, continué buscando hallando huesos y el anillo de plata de Amelia.

La nostalgia invadió mis recuerdos, sintiendo una opresión en el pecho, de pensar en no volver a ver su hermosa sonrisa, escuchar su voz y mirarla a los ojos. – No....no.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo