No dormí. Otra vez.Las horas pasaban lentas, arrastrándose como si el tiempo mismo estuviera indeciso, igual que yo. Sentada junto a la ventana, con las rodillas abrazadas contra el pecho y la frente apoyada en el vidrio frío, solo podía pensar en una cosa: ¿Realmente quiero huir?Esa era la idea inicial, ¿no? Firmé el contrato así que no podía huir. Después de eso solo debía cumplir mi parte. Escapar. Recuperar mi libertad.Era tan simple al principio.Pero ahora… ahora no estoy segura de saber qué significa “libertad”. Porque mi mundo, antes tan claro, tan definido… ya no existe. Se esfumó desde la primera vez que Damon me besó. Desde la primera vez que me miró como si supiera cosas de mí que ni yo misma sabía.Pensé que lo odiaba. Lo creí con fuerza. Él me chantajeó, me acorraló, jugó con mi orgullo y mis heridas. Me ató a él con una mentira disfrazada de legalidad. Y yo lo odié por eso. Con todo mi corazón.Pero entonces…Entonces me salvó en aquel evento, cuando pensé que estaba
La calma, cuando llega a esta casa, nunca es real. Es apenas un suspiro antes de la tormenta.Habían pasado apenas dos días desde que le dije a Damon que me quedaba, desde que puse sobre la mesa mis sentimientos sin adornos ni disfraces. Él no me dijo que se alegraba. No me lo agradeció. Pero su manera de mirarme cambió. Como si ya no estuviera esperando que me fuera, sino temiendo que lo hiciera.Y eso, de alguna forma, me bastó.Pero como siempre… la paz fue breve.Esa mañana el sol se colaba apenas por las cortinas cuando el teléfono sonó. No el mío. El fijo. Ese que Damon había dicho que solo usaban para “asuntos importantes”, pero que aparentemente el enemigo conoce muy bien. Contesté porque estaba sola en el salón. Solo yo y el murmullo de la chimenea. Además algo me dice que no es una llamada oficial de los hombres de Damon. —¿Hola?Del otro lado solo hubo silencio. Al principio.Y entonces, una voz.—¿Sigues viva? Qué decepción.Me quedé helada. Era la misma voz de la llama
El día comenzó con una tensión rara, como casi todos los días en esta casa. Damon andaba más callado que de costumbre, encerrado en sus pensamientos. Y Camille… bueno, esa perra seguía flotando por la casa como si fuera la dueña de todo.Hasta que no lo soporté más.Pasé por el jardín rumbo a la terraza cuando escuché su voz. Alta, clara, tan descarada como su escote.—No sé qué le ve a ella —decía Camille, hablando con otra sirvienta mientras se pintaba las uñas—. Yo sí sabría cómo hacer que se olvide de cualquier esposa.Me quedé paralizada. Y lo peor: sonrió al ver que la había oído. No se inmutó. Me sostuvo la mirada con arrogancia.—¿Quieres repetirlo? —pregunté en voz baja, helada.Ella se encogió de hombros.—No es un secreto, señora. Damon es atractivo, poderoso… y no es como si tú fueras su gran amor. Ni siquiera fuiste la primera. —¿De qué hablas?—Pregunta por la mujer de la habitación del tercer piso, si no me crees.Me acerqué. Mucho. A centímetros.—No me importa si tú
Todo empezó con el eco de las armas cargándose al unísono.Damon me empujó detrás de él, con esa furia protectora que le ardía en los ojos cuando sentía que alguien me amenazaba. Tres hombres, vestidos de negro, armados hasta los dientes. Uno de ellos llevaba un dispositivo en la mano. Un detonador. No había duda.—¿Quiénes son? —pregunté en un susurro, mi voz temblando más por el pánico que por la rabia.—Trabajan para alguien que quiere verme muerto —murmuró Damon, sin girarse a verme—. Pero lo que no saben es que están a punto de desear nunca haber cruzado esa puerta.—¿Qué es eso que sostiene? —insistí, aferrándome a su camisa.El hombre del centro sonrió. Frío. Tranquilo. Como si tuviera el mundo en sus manos.—Explosivos, señora Knight. Están en cada rincón de esta mansión. ¿Quiere que haga la prueba? —movió el dedo hacia el botón como si fuera a presionar.Los guardias que habían salido comenzaron a apuntarlos, pero Damon alzó la mano.—¡Bajen las armas!—Damon, no… —susurré, a
El silencio en ese cuarto era asfixiante.Habían pasado horas, quizás un día entero. No había ventanas para saber si era de noche, pero el aire lo sentía más denso, más frío. Damon se había mantenido callado, como si estuviera haciendo cálculos mentales para encontrar una salida. Yo también, al principio. Pero ese silencio me empezó a desgarrar por dentro.No por miedo. No por la oscuridad.Por él. Por todo lo que cargaba, lo que ocultaba. Lo que yo intuía desde hacía tiempo.Estábamos sentados en el suelo, espalda con espalda. Sentía el calor de su cuerpo, la fuerza contenida en su postura, pero también algo más, algo quebrado.Me giré y lo miré. Estaba con la cabeza gacha, los codos sobre las rodillas, las manos entrelazadas. Parecía un niño perdido.—Damon —susurré, tocándole el brazo—. Háblame.No respondió.—No puedes cargar con todo tú solo. Ya no.Tardó un momento en reaccionar. Luego, lentamente, levantó la cabeza. Sus ojos estaban oscuros, ensombrecidos y no por furia, sino p
La habitación seguía envuelta en sombras, pero esta vez no pesaban. No como antes.Damon y yo dormíamos juntos en la pequeña cama, envueltos en las mantas sucias y en algo más cálido: un silencio que ya no dolía. Después de tanto llanto solo quedó un agotamiento que nos venció. Yo estaba con la cabeza sobre su pecho, oyendo el ritmo constante de su corazón, como si pudiera aferrarme a eso para no perderme entre todo lo que habíamos compartido las horas anteriores. Su brazo me rodeaba, como si aún dormido no pudiera evitar protegerme.Pensé que, por una vez, estábamos a salvo, a pesar del cautiverio.Hasta que escuché el primer golpe y toda la calma se desvaneció.Me incorporé de inmediato. Damon abrió los ojos al instante, como si su cuerpo estuviera programado para despertar ante el más mínimo indicio de peligro.—¿Escuchaste eso? —susurré.Él no respondió. Ya estaba de pie, completamente alerta. Su cuerpo se tensó como una bestia a punto de atacar. Pegó el oído a la puerta, y enton
El aire olía a madera preciosa, cuero y silencio. Un silencio denso, cargado. La mansión parecía exactamente igual a como la dejamos… pero algo había cambiado. Tal vez éramos nosotros. O tal vez era esa calma artificial que precede a la tormenta. Damon y yo cruzamos las puertas de la casa como dos sobrevivientes. Aún podía sentir la sangre seca en mi ropa, en mi rostro. Aún podía oír los gritos de aquellos instantes en mis oídos. Pero lo que más me estremecía era su mano cálida envolviendo la mía con una firmeza protectora. Killiam nos acompañó hasta el salón. Estaba de pie, como una sombra leal, con el rostro endurecido por algo que no supe descifrar al principio. Pero cuando su mirada se cruzó con la de Damon, supe que algo había pasado. Algo importante. —Señor Knight —dijo Killiam, sin rodeos—. Lo encontramos. Damon no soltó mi mano, pero su cuerpo se tensó junto al mío. Su voz fue baja. Letal. —¿Quién? Killiam no dudó. —Ethan. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Ese
La mansión estaba en silencio. No el tipo de silencio que da paz, sino ese que se siente pesado, como si las paredes guardaran secretos que aún no terminaban de gritar. Yo estaba en la habitación, sola, aún con el temblor en las manos. Lo que había presenciado horas antes seguía resonando en mi pecho. Damon… su furia, su dolor, su decisión inquebrantable de castigar a quien lo traicionó. Pero también su vulnerabilidad. Esa forma en la que me sostuvo después, como si yo fuera lo único firme en lo que podía apoyarse. Me miré al espejo. Tenía los labios partidos, el cuello con rastros de su apretón cuando me abrazó con desesperación, y los ojos, oh, los ojos… parecían dos brasas, cargados de algo que no terminaba de entender del todo. Toqué mis labios con la punta de los dedos, recordando las veces que Damon me ha besado. Lo deseaba. Desde hacía tiempo. Pero ahora, ahora lo necesitaba. Como si mis piernas lo hubieran sentido antes que mi razón, me moví hacia su habitación.