El día comenzó con una tensión rara, como casi todos los días en esta casa. Damon andaba más callado que de costumbre, encerrado en sus pensamientos. Y Camille… bueno, esa perra seguía flotando por la casa como si fuera la dueña de todo.Hasta que no lo soporté más.Pasé por el jardín rumbo a la terraza cuando escuché su voz. Alta, clara, tan descarada como su escote.—No sé qué le ve a ella —decía Camille, hablando con otra sirvienta mientras se pintaba las uñas—. Yo sí sabría cómo hacer que se olvide de cualquier esposa.Me quedé paralizada. Y lo peor: sonrió al ver que la había oído. No se inmutó. Me sostuvo la mirada con arrogancia.—¿Quieres repetirlo? —pregunté en voz baja, helada.Ella se encogió de hombros.—No es un secreto, señora. Damon es atractivo, poderoso… y no es como si tú fueras su gran amor. Ni siquiera fuiste la primera. —¿De qué hablas?—Pregunta por la mujer de la habitación del tercer piso, si no me crees.Me acerqué. Mucho. A centímetros.—No me importa si tú
Todo empezó con el eco de las armas cargándose al unísono.Damon me empujó detrás de él, con esa furia protectora que le ardía en los ojos cuando sentía que alguien me amenazaba. Tres hombres, vestidos de negro, armados hasta los dientes. Uno de ellos llevaba un dispositivo en la mano. Un detonador. No había duda.—¿Quiénes son? —pregunté en un susurro, mi voz temblando más por el pánico que por la rabia.—Trabajan para alguien que quiere verme muerto —murmuró Damon, sin girarse a verme—. Pero lo que no saben es que están a punto de desear nunca haber cruzado esa puerta.—¿Qué es eso que sostiene? —insistí, aferrándome a su camisa.El hombre del centro sonrió. Frío. Tranquilo. Como si tuviera el mundo en sus manos.—Explosivos, señora Knight. Están en cada rincón de esta mansión. ¿Quiere que haga la prueba? —movió el dedo hacia el botón como si fuera a presionar.Los guardias que habían salido comenzaron a apuntarlos, pero Damon alzó la mano.—¡Bajen las armas!—Damon, no… —susurré, a
El silencio en ese cuarto era asfixiante.Habían pasado horas, quizás un día entero. No había ventanas para saber si era de noche, pero el aire lo sentía más denso, más frío. Damon se había mantenido callado, como si estuviera haciendo cálculos mentales para encontrar una salida. Yo también, al principio. Pero ese silencio me empezó a desgarrar por dentro.No por miedo. No por la oscuridad.Por él. Por todo lo que cargaba, lo que ocultaba. Lo que yo intuía desde hacía tiempo.Estábamos sentados en el suelo, espalda con espalda. Sentía el calor de su cuerpo, la fuerza contenida en su postura, pero también algo más, algo quebrado.Me giré y lo miré. Estaba con la cabeza gacha, los codos sobre las rodillas, las manos entrelazadas. Parecía un niño perdido.—Damon —susurré, tocándole el brazo—. Háblame.No respondió.—No puedes cargar con todo tú solo. Ya no.Tardó un momento en reaccionar. Luego, lentamente, levantó la cabeza. Sus ojos estaban oscuros, ensombrecidos y no por furia, sino p
La habitación seguía envuelta en sombras, pero esta vez no pesaban. No como antes.Damon y yo dormíamos juntos en la pequeña cama, envueltos en las mantas sucias y en algo más cálido: un silencio que ya no dolía. Después de tanto llanto solo quedó un agotamiento que nos venció. Yo estaba con la cabeza sobre su pecho, oyendo el ritmo constante de su corazón, como si pudiera aferrarme a eso para no perderme entre todo lo que habíamos compartido las horas anteriores. Su brazo me rodeaba, como si aún dormido no pudiera evitar protegerme.Pensé que, por una vez, estábamos a salvo, a pesar del cautiverio.Hasta que escuché el primer golpe y toda la calma se desvaneció.Me incorporé de inmediato. Damon abrió los ojos al instante, como si su cuerpo estuviera programado para despertar ante el más mínimo indicio de peligro.—¿Escuchaste eso? —susurré.Él no respondió. Ya estaba de pie, completamente alerta. Su cuerpo se tensó como una bestia a punto de atacar. Pegó el oído a la puerta, y enton
El aire olía a madera preciosa, cuero y silencio. Un silencio denso, cargado. La mansión parecía exactamente igual a como la dejamos… pero algo había cambiado. Tal vez éramos nosotros. O tal vez era esa calma artificial que precede a la tormenta. Damon y yo cruzamos las puertas de la casa como dos sobrevivientes. Aún podía sentir la sangre seca en mi ropa, en mi rostro. Aún podía oír los gritos de aquellos instantes en mis oídos. Pero lo que más me estremecía era su mano cálida envolviendo la mía con una firmeza protectora. Killiam nos acompañó hasta el salón. Estaba de pie, como una sombra leal, con el rostro endurecido por algo que no supe descifrar al principio. Pero cuando su mirada se cruzó con la de Damon, supe que algo había pasado. Algo importante. —Señor Knight —dijo Killiam, sin rodeos—. Lo encontramos. Damon no soltó mi mano, pero su cuerpo se tensó junto al mío. Su voz fue baja. Letal. —¿Quién? Killiam no dudó. —Ethan. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Ese
La mansión estaba en silencio. No el tipo de silencio que da paz, sino ese que se siente pesado, como si las paredes guardaran secretos que aún no terminaban de gritar. Yo estaba en la habitación, sola, aún con el temblor en las manos. Lo que había presenciado horas antes seguía resonando en mi pecho. Damon… su furia, su dolor, su decisión inquebrantable de castigar a quien lo traicionó. Pero también su vulnerabilidad. Esa forma en la que me sostuvo después, como si yo fuera lo único firme en lo que podía apoyarse. Me miré al espejo. Tenía los labios partidos, el cuello con rastros de su apretón cuando me abrazó con desesperación, y los ojos, oh, los ojos… parecían dos brasas, cargados de algo que no terminaba de entender del todo. Toqué mis labios con la punta de los dedos, recordando las veces que Damon me ha besado. Lo deseaba. Desde hacía tiempo. Pero ahora, ahora lo necesitaba. Como si mis piernas lo hubieran sentido antes que mi razón, me moví hacia su habitación.
El sol se filtraba por las cortinas de la habitación con una suavidad engañosa. Todo parecía tranquilo, pero mi cuerpo seguía vibrando con el recuerdo de la noche anterior.Me incorporé lentamente, sintiendo aún el ardor en mis muslos, la sensación de su piel contra la mía grabada en mi memoria como una maldita cicatriz dulce. Me envolví en una sábana y dejé escapar un suspiro largo.—No fue nada —murmuré para mí misma—. Solo una explosión de tensión. Algo inevitable. Un error.Lo dije en voz alta, pero ni siquiera yo lo creía.Caminé hasta el baño, intentando evitar mirar mi reflejo, pero ahí estaba. Mi piel marcada con sus besos, mis labios aún hinchados, mi cuello con huellas que contaban una historia de placer.Me lavé el rostro con agua fría, intentando calmarme. Mi mente no dejaba de girar: no usamos protección.Toqué mi vientre con una mezcla de miedo y confusión. No sabía si era paranoia o intuición, pero un escalofrío me recorrió.—No puede pasar nada —susurré—. Una vez no ba
El día siguiente fue un espejismo de calma. Damon no me dejó sola ni un segundo. Me mantenía cerca como si temiera que me desvaneciera. Pero yo ya no era la misma. La noche de pasión, la pelea con Viviana, el roce con la posibilidad de un embarazo… todo me había cambiado.Y sin embargo, algo me seguía carcomiendo por dentro.La foto.La maldita foto enmarcada que vi aquella vez en la habitación del tercer piso. Él nunca me contó quién era. No quise preguntar otra vez después de regresar del secuestro, pero la duda crecía como una espina enterrada.Y como si el universo conspirara, Camille apareció con su sonrisa venenosa.—Buenos días, señora —dijo con esa falsa dulzura que usaba solo cuando Damon no estaba cerca—. Me alegra verla de buen humor últimamente. Supongo que el patrón ha sabido cómo complacerla.No respondí. Ni siquiera me digné a mirarla.—A veces pienso en la señorita Eleonor —dijo de pronto, y su voz bajó una octava, casi nostálgica—. Ella sí era digna del señor Damon. S