El día siguiente fue un espejismo de calma. Damon no me dejó sola ni un segundo. Me mantenía cerca como si temiera que me desvaneciera. Pero yo ya no era la misma. La noche de pasión, la pelea con Viviana, el roce con la posibilidad de un embarazo… todo me había cambiado.Y sin embargo, algo me seguía carcomiendo por dentro.La foto.La maldita foto enmarcada que vi aquella vez en la habitación del tercer piso. Él nunca me contó quién era. No quise preguntar otra vez después de regresar del secuestro, pero la duda crecía como una espina enterrada.Y como si el universo conspirara, Camille apareció con su sonrisa venenosa.—Buenos días, señora —dijo con esa falsa dulzura que usaba solo cuando Damon no estaba cerca—. Me alegra verla de buen humor últimamente. Supongo que el patrón ha sabido cómo complacerla.No respondí. Ni siquiera me digné a mirarla.—A veces pienso en la señorita Eleonor —dijo de pronto, y su voz bajó una octava, casi nostálgica—. Ella sí era digna del señor Damon. S
La tarde caía con un tono grisáceo que parecía presagiar algo. Desde el ventanal, el jardín se veía tranquilo, pero en mi pecho latía una tormenta. La paz que creía haber construido con Damon se tambaleaba, otra vez, por una sombra del pasado.El mensaje había llegado horas antes. Un número desconocido. Pero el nombre… imposible de olvidar."Tenemos que hablar. Sé cómo sacarte de ahí. Esta vez funcionará. Tengo lo necesario para destruirlo."—Tom.Mi pulso se aceleró. No veía a Tom desde aquella tarde en el hospital. Semanas atrás. Aún recordaba su mirada llena de reproche, el dolor en su cuerpo golpeado, y esas palabras que me arrojó como cuchillas: “Tal vez te está gustando su dinero sucio.”Habíamos sido amigos. Buenos amigos. Y aunque alguna vez confundimos esa cercanía con algo más, jamás lo sentí como un ex. Fue el pasado. Él sabía demasiado sobre mí, sobre quién era antes de este matrimonio oscuro y retorcido. Sin embargo, él perdió toda fe en mí y yo perdí todas fe en nuestra
El reloj marcaba las 10:47 p. m.El cielo estaba cubierto por nubes espesas, negras como un secreto podrido. Ni una sola estrella. Ni una maldita señal que me advirtiera que algo estaba por romperse esa noche. O tal vez sí y yo no quise verla.Me había escabullido de la mansión como una ladrona. No fue fácil. Damon había aumentado la seguridad en los últimos días, y todos parecían estar en alerta. Algo lo ponía nervioso. Lo sentía en su forma de mirarme, de evadirme, incluso en su silencio. Como si supiera que algo se acercaba. Y lo sabía.Yo solo quería protegerlo.¿Tan difícil era de entender?Tuve que usar una de las rutas de servicio de la mansión, escabullirme entre las sombras como una cobarde. Ni siquiera me atreví a cruzarme con él en todo el día, solo rehuí de su mirada. Porque si lo hacía no habría salido. Porque si lo miraba, aunque fuera una vez más, me habría quebrado y perdido las fuerzas para continuar esta locura.Pero tenía que hacerlo. Llegar al encuentro, confirmar
No sé cómo describirlo, pero cuando vi a Damon llegar a ese lugar, con esa mirada fría, rota, casi vacía, sentí que algo dentro de mí se quebró. Como si una parte de mí, la más valiente, la más terca, simplemente se rindiera.Porque no fue su ira lo que me destruyó.Fue su decepción.Y la forma en que no me creyó.Y ahora, estoy aquí. Sentada a su lado, en su maldito auto, después de que sus guardias me llevaran casi a la fuerza allí, con el corazón latiéndome tan fuerte que me duele el pecho. Me arde. Me consume. No puedo dejar de mirarlo de reojo. Está tan serio, tan callado, tan lejano.—Damon… —mi voz es apenas un susurro. Me tiemblan los dedos—. Por favor, escúchame.Y entonces, él habla.Solo dos palabras.—Cállate, Anel.Y ya. Nada más.No lo dice gritando. No lo escupe como un insulto. Es peor. Lo dice con una frialdad que jamás le había escuchado. Y esa indiferencia me parte el alma.Apreté los dientes. Me obligué a no llorar. Porque sabía que si soltaba una sola lágrima, no
A veces, el silencio es peor que los gritos.Más afilado que un disparo.Más letal que un puñal en la espalda.Y esa noche, el silencio me despertó.No fue un ruido lo que me sacó del sueño. Fue la ausencia total de ellos.La cabaña era un refugio perfecto: cálida, protegida, escondida. Rodeada de árboles que crujían con el viento y guardias que vigilaban cada rincón. O eso creí.Abrí los ojos de golpe. Una sensación extraña me subía por la espalda, helada, como si algo me rozara desde adentro.Algo estaba mal. Muy mal.Me senté en la cama, desorientada. No se oía nada afuera. Ni voces. Ni pasos. Ni la música baja que Killiam tenía puesta en la cocina desde el comienzo de la noche. El decía que lo ayudaba a no dormirse. Me levanté despacio. Caminé hacia la ventana, descorrí la cortina y no vi nada. Todo cubierto por la niebla de la madrugada. Pero algo se sentía mal, faltaban las luces de los faroles que iluminaban el sendero de la casa. Eso me alertó, pero fue demasiado tarde, por
A veces, el tiempo no se mide en horas, sino en latidos. Y los míos se hicieron eternos. Habían pasado días. Días sin ver la luz del sol, sin saber qué hora era, sin oír otra cosa que no fuera el eco de mis pensamientos y el goteo constante que me volvía loca. Mis heridas ya no sangraban, pero no sanaban. No por completo. Porque lo que más dolía no eran los golpes… era el abandono. No sabía nada de Damon. Ni una palabra. Ni un intento. Ni una señal. Solo la oscuridad del sótano, las cadenas que me sujetaban al catre mugriento y una comida al día, si tenía suerte. Nunca el mismo rostro, nunca una conversación. Solo la rutina del encierro y la miseria que se acumulaba en mi piel, en mi alma. El silencio era peor que los gritos. Peor que los golpes. Peor que todo. Y entonces, esa noche… pasó algo distinto. Estaba medio dormida. O más bien, medio muerta. No tenía fuerzas. Ni para pensar, ni para odiar, ni para llorar. Pero los oídos… esos todavía funcionaban. Y escuché dispar
El silencio entre nosotros se había vuelto costumbre. Casi tanto como la herida que yo ya no intentaba cerrar. Damon y yo compartíamos el mismo techo, las mismas paredes... pero no la misma vida. Él volvía a ser ese hombre de hielo con el que me casé. Frío, distante, inalcanzable. Dedicado a sus asuntos en el despacho, como si nada de lo que pasó me hubiese marcado. Como si nunca me hubiera tenido en sus brazos aquella noche... ni aquella vez que me abrió su alma y me confesó todo su dolor y sus pecados. Ahora solo era el jefe. El CEO. El esposo de papel. No el hombre que había besado mi alma. Yo también fingía. Fingía que no me dolía su indiferencia. Que no me quebraba el pecho al verlo pasar por el pasillo sin mirarme. Fingía que no me importaba cuando Camille, con sus vestidos ajustados y su sonrisa falsa, se le acercaba cada vez que él salía de su despacho. Ni siquiera disimulaba ya. Se inclinaba sobre su escritorio con escote de más, lo tocaba en el brazo, le hablaba con es
Los días en esta casa se habían vuelto una rutina silenciosa, como si cada habitación estuviera empapelada con los recuerdos que ya no se mencionaban. Damon y yo éramos dos extraños que compartían el mismo espacio. Vivíamos bajo el mismo techo, respirábamos el mismo aire… pero no nos tocábamos, no nos hablábamos más que lo necesario. Y lo poco que nos decíamos era tan frío que a veces me daban escalofríos.Pero había algo que me carcomía por dentro. Algo que no podía seguir ignorando: Ween.Ella no tenía la culpa de nada. De los errores de Tom, la crueldad de Ray que nos arruinó a todos, o de que yo terminara en esta jaula de oro. Y sin embargo, desde el matrimonio y todo lo que vino después, no la había contactado. No por falta de ganas, sino por miedo a arrastrarla más en mi desastre.Pero hoy, por primera vez en semanas, ese impulso de mi corazón fue más fuerte que el miedo. Recordé su número, lo marqué temblando, con una mezcla de esperanza y culpa.Pero quien respondió… no fue el