La mudanza a la nueva propiedad ocurre en cuestión de horas.No hay despedidas, no hay tiempo para procesar nada. Damon da órdenes, sus hombres ejecutan. Para cuando el sol comienza a ocultarse, la mansión queda atrás, reducida a escombros y recuerdos impregnados de pólvora.Llegar a la nueva casa de Damon es como adentrarse en un territorio prohibido, un lugar diseñado para mantener a la gente fuera… o atrapada dentro. El camino es largo y solitario, rodeado de árboles tan altos y densos que apenas dejan pasar la luz del sol. No hay casas cercanas, ni señales de vida, solo la carretera estrecha que se extiende como una cicatriz en medio del bosque.Cuando las enormes puertas de acero aparecen frente a nosotros, con cámaras siguiéndonos cada segundo, siento un escalofrío recorrerme la espalda. Más allá de la entrada, el camino de piedra asciende en curvas cerradas hasta que, finalmente, la mansión se alza en lo alto de una colina. Es enorme, de líneas modernas y ventanales oscuros que
El primer día en la nueva mansión termina envuelto en una tensión que se filtra por cada rincón. La madrugada avanza lentamente, pero el sueño no llega. Estoy en la cama, mirando el techo, preguntándome cómo llegamos a este punto.Damon siempre ha dado la impresión de tenerlo todo bajo control. Su casa, su gente, cada movimiento. Pero Liam apareció como una sombra entre la niebla y lo derrumbó todo, como si nada. Como un niño que sopla un castillo de cartas y lo ve caer sin remordimientos. Y yo todavía no entiendo del todo qué fue lo que pasó.Sé que hay algo entre ellos. Algo del pasado. Un resentimiento que no nació ayer. Lo oí claramente: Liam también fue criado en ese infierno que Damon menciona a medias, ese lugar donde convertían a los niños en armas, en asesinos. En cosas que no deberían ser.No he dormido ni un minuto. Sigo tensa, con los nervios a flor de piel. Parte de mí cree que Liam podría aparecer en cualquier momento, escondido entre las sombras. Pero hay otra parte, es
La mañana avanza, pero yo sigo sintiendo el peso de la noche sin dormir sobre los hombros. El cielo está nublado, como si el clima también estuviera de mal humor. Damon ya no estaba junto a la chimenea cuando entré a la casa, así que supuse que estaría en su habitación o en el cuatro de control, donde parece estar la mayor parte del tiempo, mirando fijamente a la imagen que transmiten las cámaras de seguridad. Caminaba de regreso a mi habitación cuando escuché el teléfono sonar.Fue raro. Nadie parecía usar el teléfono fijo de la casa. Todo se manejaba por celular o a través del sistema privado de comunicación que Damon tenía con sus hombres. Creí que esta línea estaba prácticamente muerta, o quizás me equivoqué.Sonó una vez. Dos veces. Tres. Nadie de los trabajadores estaba cerca como para contestar.Algo en mí me dijo que no debía contestar. Pero mis manos se movieron solas.Descolgué.—¿Hola?Un silencio breve. Luego, una voz.—Anel.Era una voz distorsionada, como filtrada por a
Lo encontré en su despacho, de pie frente a la ventana, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida entre los árboles del jardín trasero. Apenas abrí la puerta, su voz me alcanzó sin volverse siquiera a mirarme.—Sabía que vendrías.¿Lo sabía? Eso significa que me esperaba. Quizás ya sabe que alguien llamó, posiblemente sepa incluso lo que hablamos. Yo suspiré, sin responder al principio. Cerré la puerta tras de mí y avancé unos pasos, cada uno más difícil que el anterior. Supe que era mejor ir al grano, él no se sorprenderá después de todo. —Me llamaron —solté, al fin—. Me dijeron cosas sobre ti. Sobre lo que hiciste. Sobre lo que eres.Damon se giró entonces. Su rostro estaba tranquilo, demasiado tranquilo. Pero sus ojos lo traicionaban: oscuros, tensos, agotados.—¿Y les creíste? —preguntó, sin rodeos. Eso solo demuestra mi conjetura, él lo sabe ya. Lo miré de frente. Ya no podía evitar esa conversación. Ya no podía fingir.—No lo sé. Quiero creer que no… pero no confío c
No dormí. Otra vez.Las horas pasaban lentas, arrastrándose como si el tiempo mismo estuviera indeciso, igual que yo. Sentada junto a la ventana, con las rodillas abrazadas contra el pecho y la frente apoyada en el vidrio frío, solo podía pensar en una cosa: ¿Realmente quiero huir?Esa era la idea inicial, ¿no? Firmé el contrato así que no podía huir. Después de eso solo debía cumplir mi parte. Escapar. Recuperar mi libertad.Era tan simple al principio.Pero ahora… ahora no estoy segura de saber qué significa “libertad”. Porque mi mundo, antes tan claro, tan definido… ya no existe. Se esfumó desde la primera vez que Damon me besó. Desde la primera vez que me miró como si supiera cosas de mí que ni yo misma sabía.Pensé que lo odiaba. Lo creí con fuerza. Él me chantajeó, me acorraló, jugó con mi orgullo y mis heridas. Me ató a él con una mentira disfrazada de legalidad. Y yo lo odié por eso. Con todo mi corazón.Pero entonces…Entonces me salvó en aquel evento, cuando pensé que estaba
La calma, cuando llega a esta casa, nunca es real. Es apenas un suspiro antes de la tormenta.Habían pasado apenas dos días desde que le dije a Damon que me quedaba, desde que puse sobre la mesa mis sentimientos sin adornos ni disfraces. Él no me dijo que se alegraba. No me lo agradeció. Pero su manera de mirarme cambió. Como si ya no estuviera esperando que me fuera, sino temiendo que lo hiciera.Y eso, de alguna forma, me bastó.Pero como siempre… la paz fue breve.Esa mañana el sol se colaba apenas por las cortinas cuando el teléfono sonó. No el mío. El fijo. Ese que Damon había dicho que solo usaban para “asuntos importantes”, pero que aparentemente el enemigo conoce muy bien. Contesté porque estaba sola en el salón. Solo yo y el murmullo de la chimenea. Además algo me dice que no es una llamada oficial de los hombres de Damon. —¿Hola?Del otro lado solo hubo silencio. Al principio.Y entonces, una voz.—¿Sigues viva? Qué decepción.Me quedé helada. Era la misma voz de la llama
El día comenzó con una tensión rara, como casi todos los días en esta casa. Damon andaba más callado que de costumbre, encerrado en sus pensamientos. Y Camille… bueno, esa perra seguía flotando por la casa como si fuera la dueña de todo.Hasta que no lo soporté más.Pasé por el jardín rumbo a la terraza cuando escuché su voz. Alta, clara, tan descarada como su escote.—No sé qué le ve a ella —decía Camille, hablando con otra sirvienta mientras se pintaba las uñas—. Yo sí sabría cómo hacer que se olvide de cualquier esposa.Me quedé paralizada. Y lo peor: sonrió al ver que la había oído. No se inmutó. Me sostuvo la mirada con arrogancia.—¿Quieres repetirlo? —pregunté en voz baja, helada.Ella se encogió de hombros.—No es un secreto, señora. Damon es atractivo, poderoso… y no es como si tú fueras su gran amor. Ni siquiera fuiste la primera. —¿De qué hablas?—Pregunta por la mujer de la habitación del tercer piso, si no me crees.Me acerqué. Mucho. A centímetros.—No me importa si tú
Todo empezó con el eco de las armas cargándose al unísono.Damon me empujó detrás de él, con esa furia protectora que le ardía en los ojos cuando sentía que alguien me amenazaba. Tres hombres, vestidos de negro, armados hasta los dientes. Uno de ellos llevaba un dispositivo en la mano. Un detonador. No había duda.—¿Quiénes son? —pregunté en un susurro, mi voz temblando más por el pánico que por la rabia.—Trabajan para alguien que quiere verme muerto —murmuró Damon, sin girarse a verme—. Pero lo que no saben es que están a punto de desear nunca haber cruzado esa puerta.—¿Qué es eso que sostiene? —insistí, aferrándome a su camisa.El hombre del centro sonrió. Frío. Tranquilo. Como si tuviera el mundo en sus manos.—Explosivos, señora Knight. Están en cada rincón de esta mansión. ¿Quiere que haga la prueba? —movió el dedo hacia el botón como si fuera a presionar.Los guardias que habían salido comenzaron a apuntarlos, pero Damon alzó la mano.—¡Bajen las armas!—Damon, no… —susurré, a