Serás mi esposa

Los rayos de luz ingresaron a través del cristal de la ventana golpeando de frente contra el rostro de Hanna, estiró su cuerpo y al levantarse lo primero que hizo fue ir a revisar la puerta de su habitación, estiró el brazo, colocó su delicada mano sobre la cerradura para luego girar de la perilla.

Exhalo con fuerza, su respiración se fue acelerando lentamente, sus ojos se humedecieron ya que todo lo que había sucedido no se trataba de una m*****a pesadilla, su realidad provocaba en ella que su cuerpo temblara del enojo. Ella seguía allí, con un hombre que decía ser su cuñado... y con su esposo muerto.

Los fuertes deseos por salir de aquella casa eran tantos que no sabía cuanto más podría resistir, cerró con fuerza sus puños y arremetió a golpes contra la puerta, y sin importar que tan duro lo hacía no logró conseguir respuesta alguna.

Se regresó hasta la cama, lanzando su cuerpo boca abajo rompiendo en llanto mientras que apretaba con fuerza las sábanas de la cama; su vida no era la mejor, pero jamás llegó a imaginar que iba a terminar de esta manera. 

Con su corazón hecho pedazos ella deseaba poder ver a sus padres, recostar su mejilla sobre sus hombros y así descargar el dolor que estaba sintiendo, gracias a un aparecido había pasado su vida de castaño a oscuro, lo peor era que aseguraba que todo lo que existía en su entorno le pertenecía.

Mientras tanto, en una de las habitaciones de la misma casa, Enzo despertó con un fuerte dolor de cabeza, inclinó la mirada directo a su mano, observando con desprecio aquella botella desocupada, de un solo movimiento la lanzó con fuerza contra la pared, su mal genio hace presencia al instante.

—¡Emilio, Emilio, Emilio...!

Gritaba Enzo con fuerza, pocos segundos después ingresó su mano derecha junto a otros cuantos hombres, todos con pistola en mano dispuestos a hacer uso de ella únicamente para defender a su jefe.

—Buen día señor, ¿sucedió algo? —Emilio dijo, pero al ver que todo estaba relativamente normal se contuvo—, ¿qué ordena en esta mañana? —Emilio inclinó la cabeza tratando de no conectar la mirada con la de su malhumorado jefe. 

—Vete a traer todas mis pertenencias, me voy a instalar en esta habitación, alista el traje más fino que puedas encontrar, también necesito que prepares todo lo relacionado para mi boda —ante sus palabras, Emilio quedó sorprendido. 

—Perfecto señor, así lo haré —respondió Emilio tratando de no llevarle la contraria a su jefe. 

Enzo con su mano hizo una seña indicando que lo dejaran solo, sus hombres al instante salieron. Retiró su ropa para luego ir directo al baño, estiró el brazo y abrió la llave de agua fría.

Mientras que el agua recorría a través de su musculoso y tatuado cuerpo no podía dejar de pensar en la posible reacción por parte de Hanna.

Recostó las manos sobre la pared, inclinó la cabeza para luego cerrar los ojos, a pesar de que Enzo era un hombre que no se andaba con rodeos en sus asuntos, lo que estaba a punto de hacer iba aún más allá de su maldad.

Enzo se encontraba resuelto en ordenar a su ex cuñada que se tenía que casar con él, unos cuantos minutos más tarde cerró la llave, tomó una toalla y absorbió los residuos de agua que habían quedado sobre su piel.

Enzo salió de la habitación con la toalla alrededor de su cintura, Emilio había dejado sobre la cama el traje que había pedido, se cambió tan rápido como pudo, su mente la tenía puesta en sus objetivos, al salir fue directo a la habitación donde se encontraba Hanna bajo llave.

Los hombres que cuidaban de la puerta al observar a su jefe abrieron rápidamente. 

—Buen día señor —dijeron ellos al unísono. 

Enzo saludo con una leve venia con su cabeza sin desgastar una sola palabra con sus esbirros, ingresó dando pasos cortos, observando fijamente a Hanna, quien se encontraba parada de espalda justo al lado de la ventana.

—Sé que me debes estar odiando con todas tus fuerzas, no es para menos ya que iniciamos de muy mala manera, pero podemos hacer que las cosas estén mejor y así no tendremos que llevar esta situación tan lejos —Enzo llevó las manos a los bolsillos sin quitar la mirada de su ex cuñada. 

—Largo ahora mismo de mi casa, no es bienvenido en esta casa, mi esposo nunca tuvo ni tendrá un hermano, tan solo es un canalla, un oportunista y sediento de dinero, juro que una vez que tenga la oportunidad daré aviso a las autoridades y así esta estupidez dará fin —habló Hanna con su voz temblorosa y sus ojos completamente humedecidos.

—Por lo visto los dos concordamos en algo, no queremos estar cerca el uno del otro y eso me agrada, el sentimiento es mutuo, así que una vez más estás a tiempo de pasar todos los bienes que te dejó mi hermano mi nombre y así nuestro encuentro solo será cosa del pasado, podrás continuar con tu mugrosa vida junto a tus padres y dejar en el olvido que un día cruzaste palabra conmigo. 

—Ademas de ser un idiota también es sordo —aseguró ella dándose vuelta para fijar la mirada en Enzo—. Lo único que quiero es que regrese por donde entró a esta casa, nunca voy a cambiar de opinión, así que le sugiero que no siga insistiendo por algo que no va a recibir.

Afirmó Hanna, luego se cruzó de brazos y apretó sus labios observando con desprecio al hombre que se encontraba frente a ella.

Ante las acciones por parte de Hanna Enzo tensó la mandíbula y exhaló con fuerza, torció el cuello llevando la mirada a su alrededor, luego fue directo al armario, con rudeza abrió la puerta fijando la mirada en los vestidos que habían allí dentro.

La respiración en Hanna se tornaba pesada, no era para menos luego de haber fijado la mirada en la empuñadura de la pistola que decoraba la cintura de Enzo.

Enzo con su mano husmea dentro del armario buscando entre los vestidos, luego se dio vuelta y lanzó uno de ellos sobre la cama.

—Ya que no quieres hacer lo que te estoy pidiendo, entonces las cosas de ahora en adelante serán una pesadilla para ti, te ordeno que te pongas ese maldito vestido, porque dentro de pocas horas te vas a casar conmigo.

Hanna al escuchar aquellas palabras el tono de su piel cambió al instante, su cuerpo temblaba como un gran trozo de gelatina su respiración era intermitente sintiendo que se desvanecía, sus párpados se fueron tornando pesados.

Frente a Enzo Hanna cayó desmayada. 

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