Mientras se dirigían hacia el auto, Anastasia mantenía su mente ocupada en cómo abordar el tema con la reina. No quería parecer arrogante ni desafiante, pero necesitaba transmitirle su malestar y su deseo de volver a su vida normal. Sin embargo, antes de que pudiera articular sus pensamientos, la puerta del auto se abrió con ayuda de su dama.Anastasia observó a su dama por un segundo y luego el interior del auto. Titubeó en subir, pero al final, abordó el vehículo. Cuando se deslizó en el asiento trasero, la puerta se cerró y acto seguido puso su mano para que la dama se detuviera.—¿No me acompañarás? —le preguntó Anastasia a la joven empleada.La dama bajó la cabeza de inmediato.—Lo siento, alteza. —Esta vez ni detuvo sus palabras. —Sí la acompañaré, pero no subiré en este auto. Viajaré en uno de los de atrás —le informó con un rubor en su cara, ya que le había dado pena.Anastasia frunció el ceño, no comprendía.—¿Por qué? —inquirió. —Todavía hay espacio en este auto. —Hojeó con
La presión del ambiente lujoso y sofisticado era abrumadora para Anastasia, quien se sentía fuera de lugar en ese mundo pudiente y gélido. Aun así, se obligó a respirar profundamente y a mantener la compostura, pensando que ese día pasaría rápido. A pesar de su incomodidad, sabía que debía mantener su firmeza, pues era una joven valiente que no permitiría que nada ni nadie la hiciera sentir diferente a los demás.Al descender del auto, Anastasia abrió los ojos asombrada por la magnificencia del lugar. El edificio se alzaba majestuoso frente a ella, con su arquitectura moderna. No parecía una simple tienda de ropa, sino más bien un santuario de la moda, donde cada prenda era una obra de arte, algunas incluso brillaban intensamente.Siguiendo a la reina y a la princesa, entraron al establecimiento, donde fueron recibidas por un séquito de asistentes ataviados con trajes impecables. Anastasia se sintió como una intrusa en ese mundo, como el frijol en el arroz, dentro de un espacio donde
Por otro lado, el reservado donde la reina era atendida por la dueña del lugar, la mujer le mostraba una inmensa línea de vestidos de alta costura, hechos por diseñadores reconocidos.Mientras Anastasia se quedó en el recibido, mirando rodeada a los empleados que salían y entraban de esa sala. Observó cada detalle, cómo colocaban los vestidos en perchas doradas y sacaban las joyas de las elegantes vitrinas.El brillo de las gemas y la suavidad de las telas creaban un ambiente casi mágico; sin embargo para Anastasia, era un mundo ajeno y distante, algo de lo que nunca creyó ser parte. No es que fuera horrible, puesto que mujer no quisiera vivir al menos un momento como ese. Tener la oportunidad de comprarse un hermoso vestido y costoso, colocarse diamantes y mostrárselo a sus amigas, pero no del modo que ella lo estaba viviendo.Ya no era dueña de su libertad ni de sus decisiones, incluso su opinión no era tomada en cuenta.Un suspiro escapó de sus labios mientras recordaba las palabr
Horas más tarde en el palacio:–Te he oído antes hablando con tu madre sobre el gran baile de palacio que se celebrará en Cardiff, ¿y todo para que? Para hacer anunciado tu compromiso –dijo Gisal mientras entraba a la habitación donde Rhys practicaba tenis–. ¿No crees que es algo precipitado hacer un anuncio como eseLos ojos de Rhys se fijaron en ese silueta mediana y delgada que caminaba hacía él. Paró su práctica y le indicó al entrenador de tenis que se marchará.—Hola para ti también —contestó él, se giró y caminó hacia la banca que había allí, tomó la botella de agua y bebió un sorbo.—Si la reina no me hubiera contado, ni enterada estuviera. —Hizo un gesto de tristeza en su cara. —¿Cuando pensabas llamarme y decírmelo?Rhys no le respondió de inmediato. Ellos nunca fueron novios ni estuvieron comprometidos, de hecho, el príncipe era ajeno a los sentimientos de Gisal, pero ambos habían crecido juntos, como los primos que eran, y por ello había una conexión entre los dos.La apre
Se había negado tajantemente a volver a cambiarse de ropa.«Qué afán el suyo de querer que vista más de diez atuendos en un solo día», pensó con frustración Anastasia.Se sentía agobiada y cansada. No dejaban de decirle qué ponerse y con qué frecuencia. Un traje o vestido diferente para cada ocasión la hacía sentir como un maniquí en exhibición.Esa noche, le tocaba bajar y cenar con todos en la mesa. El rey había solicitado la presencia de toda la familia, y como dictaba el protocolo, Anastasia debía presentarse en el comedor quiera o no.Esta vez no iba a oponerse ni a replicar por asistir a la cena. Estaba harta de pelear y de no lograr que respetaran su opinión.Anastasia se paró en la entrada de su gigante armario de ropa. Nunca creyó poder tener algo así, incluso estaba segura de que ese sitio era del mismo tamaño que su apartamento.El nuevo guardarropa y las joyas que le habían comprado y que insistían en que se pusiera no eran para ella. Tenía que representar el papel de la e
—Perdón, pero no soy un animalito al que pueden mangonear a su antojo, su majestad —las palabras salieron disparadas de la boca de Anastasia.La reina abrió los ojos con espanto y comenzó a abanicarse con la mano delante de su rostro. —¡Por Dios, qué insolencia la de esta mujer! Es por eso que te digo que le enseñes modales —volvió a dirigirse a su hijo, como si Anastasia no estuviera presente. —Madre —pronunció el príncipe, rara vez la llamaba de ese modo. —No es culpa de Anastasia haber recibido una educación diferente a la nuestra. Ella ha vivido una vida cotidiana y se ha relacionado con la gente día a día. —Pero ahora no está en su pueblito ni con esa gente —dijo con tono de desprecio. —Lo que más necesita con urgencia son clases de dicción. —Si no dije nada malo —replicó Anastasia. —No fui grosera con usted, le llamé majestad. El rey, quien llevaba minutos en silencio, soltó una risa discreta que no fue tan baja, ya que su esposa la escuchó y le lanzó una mirada de desaproba
Mientras Anastasia caminaba por los amplios pasillos del palacio, se dirigía a su primera clase de dicción cuando una joven mujer intervino en su camino.—Su alteza de la monarquía Talfryn quiere tener una conversación con usted —informó la dama que servía a la princesa Gisal. No había hecho reverencia ni usado un tono cortés, parecía más una orden que una invitación.Anastasia no dijo nada, solo se quedó allí, viendo a la joven, dudando si debía ir con ella o no. No sabía a quién se refería cuando mencionó ese nombre, así que su expresión de desconcierto fue notado y su dama se inclinó para susurrarle que la empleada se refería a la princesa Gisal.El asombro se reflejó en el rostro de Anastasia cuando comprendió.—No puedo en este momento, me dirijo a mi clase —explicó Anastasia.No tenía por qué dar explicaciones a nadie, menos a los empleados del palacio, pero quiso dejarlo dicho para que la princesa no pensara que estaba huyendo de ella.—Su alteza dijo que era urgente —insistió
Anastasia salió con un zumbido que la dejó aturdida. Más bien habían sido las palabras de la princesa la que se quedaron así con esos pensamientos instalados en su mente.No debió haber ido a esa alcoba, no debió haberla escuchado. ¿Pero quería vivir engañada? Claro que no. Rhys no parecía el tipo de hombre que conversaba y contaba sus cosas con otras personas, mucho menos iba a rectificar sus errores, si es que en algún momento le había sido infiel.Esa idea, de que le fuera infiel, la inquietó tanto que no lograba concentrarse en nada, ni siquiera en las personas que la rodeaban.—Alteza —la voz de su dama la hizo salir de sus pensamientos.Finalmente, había conseguido tener su atención. Llevaba rato llamándola y no conseguía ninguna reacción de su parte. Incluso se había preocupado, pensando que su alteza se sentía enferma.—¿Sí? ¿Decías? —dijo todavía desconectada con la realidad.—Ya pasan de las ocho, la señorita…—¡Oh, demonios! —gritó alarmada, Anastasia y caminó en círculos p