Sonrojada

Lancé un jadeo cuando Adrián volvió a unir sus labios a los míos. La intensidad de su beso me sorprendió y me atrapó al instante. Sus labios se movían con hambre, con esa pasión que siempre lograba despertar en mí un torbellino de sensaciones. Mordí suavemente sus labios, saboreando su deseo, justo en el momento en que sentí cómo entraba en mí.

El mundo a mi alrededor pareció desvanecerse, quedando solo la sensación de su cuerpo y el latido acelerado de mi corazón. Cada movimiento suyo era una mezcla de fuerza y ternura, un contraste que me hacía perder el aliento.

En un principio, sus movimientos fueron lentos, casi torturadoramente lentos, como si quisiera grabar en mi piel cada centímetro de su ser. Cada embestida era una caricia profunda que me hacía arquear la espalda y exhalar suspiros cargados de deseo. Pero luego, como una ola que crece y se rompe con fuerza, Adrián comenzó a aumentar la velocidad.

Abrió mis piernas y las acomodo alrededor de su cadera. El ritmo se vo
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