CAPÍTULO 2

— Necesitaré otra descripción de ella fuera de su color de cabello o su perfume — son las palabras de su asistente tras cerrar su libreta de anotaciones. — El cabello negro es un rasgo muy común en nuestro país.

— Estoy seguro de que podrás resolverlo. — Emil observa al hombre mayor tras quitar su mirada de los papeles que se encuentra revisando. — ¿Hay algún otro asunto pendiente?

— Solo uno, su abuelo llamó para recordar que la fiesta de compromiso se realizará a finales de mes, le pide llegar con tiempo para conseguir un regalo acorde a la novia.

Y solo esas palabras sirvieron para que el buen humor de Emil se acabara. 

Él sabe que debe respetar las tradiciones de la familia, desde pequeño fue criado dentro de ellas, pero en realidad, él guardaba la esperanza de que un día podría elegir con quien casarse, pero al final del día, simplemente aquella fue una opción que realmente nunca tuvo.

Plesa – Rumania.

El sol se filtra entre las ramas de los árboles que bordean el camino sinuoso que conduce a Plesa. 

El aire fresco de la mañana se cuela por las ventanas del auto, llevando consigo el aroma a tierra húmeda y vegetación silvestre. 

En el asiento del pasajero, Vanessa no puede dejar de sentirse inquieta, con su brazo apoyado en la ventana y sosteniendo su cara; su mirada se mantiene perdida en el paisaje que se despliega a su paso.

Radu, concentrado en la carretera, ocasionalmente lanza una mirada de soslayo a su amiga. 

Había un silencio tenso entre ellos, interrumpido solo por el suave murmullo del motor del auto.

Finalmente, y cansado del ahogador silencio, Radu se anima a romperlo. —¿Te sientes bien? —pregunta con un poco de precaución, totalmente consciente de la expresión preocupada en el rostro de su amiga.

Vanessa suspira y asiente con la cabeza, aunque no está convencida de su propia respuesta. —Sí, sólo… Estoy intentando imaginar cómo será el prometido de Tatiana —asegura intentando desviar sus verdaderos pensamientos.

Radu aprieta suavemente el volante sin despegar la vista del camino. 

Sabe que la pelinegra está mintiendo, después de todo, no ha hecho sino escucharla llorar por las noches durante las últimas semanas. 

—Bueno, conociendo a Tatiana, debe ser alguien muy apegado a sus costumbres. Ya sabes que siempre presume de ser la gitana perfecta.

Vanessa mira por la ventana y guarda silencio mientras ve cómo los campos verdes y el pequeño pueblo pasan delante de sus ojos. 

A medida que se acercan a su destino, una mezcla de emociones la invaden: ansiedad por lo que está por venir, pero también un destello pequeño de esperanza de que podrá encontrar una solución a este desastre y lograr que todo salga bien.

Finalmente, el auto gira en una curva pronunciada y entra en las calles adoquinadas de Plesa. 

Vanessa reconoce los edificios y las tiendas familiares que han sido parte de su infancia. 

El corazón le late con fuerza mientras se acercan cada vez más a la casa de sus padres.

—Llegamos —anunció Radu, deteniendo el auto frente a la casa de la pelinegra.

Al ver la fachada de la casa de sus padres, Vanessa inhala profundamente, preparándose para lo que está por venir. 

La mano de Radu se posa sobre la suya y esta no puede sino verlo y sonreír en un mudo agradecimiento. 

Juntos, salen del auto y casi al instante, los gritos emocionados de su madre se dejan escuchar cuando esta sale de la casa para recibirles. 

El fuerte abrazo de la mayor no se hace esperar, lo mismo que sus palabras sobre haberla extrañado.

—Entonces ¿solo vienes a casa cuando tiene que ver con tu hermana? —es el reproche de su madre, pero este no sale de forma acusatoria sino con un tono cariñoso y juguetón.

Vanessa baja la mirada, sabe que las palabras de su progenitora no han salido con mala intención, pero igualmente siente un poco de culpa aplastándola. —Lo siento, mamá —murmura, luchando porque su rostro no muestre la culpa que siente.

Al ver la forma en la cual su hija reacciona, Vaiana no duda en dar un suave apretón en los hombros de su hija antes de apartarse para observar con preocupación. —¿Está todo bien? —pregunta, notando la angustia en los ojos de Vanessa aun cuando esta intenta disimular.

Vanessa asiente con un suspiro, tratando de restar importancia. —Sí, mamá. Solo estoy un poco cansada por el viaje —responde, ofreciendo una sonrisa forzada para tranquilizarla.

Radu nota cómo a Vanessa le cuesta cada vez más ocultar el mar de emociones que tiene dentro, por lo que, ofreciendo su apoyo silencioso, se anima a intervenir en la conversación. —Hola, señora Vaiana. Lamento interrumpir su reencuentro —dice con cortesía, mostrando su respeto hacia la madre de su amiga aun cuando sabe que él no es del total agrado de la familia.

La madre de Vanessa se queda en silencio por un momento. Aunque no entiende por qué el chico se encuentra allí, decide hablar y hacerle saber su duda a Radu, pero su intención es interrumpida por las palabras de su suegra.

—Oh, no te preocupes, Radu querido. Siempre eres bienvenido aquí —responde con calidez. Contrario al resto de la familia quienes tienen recelo hacia Radu por no ser gitanos, la abuela Irina reconoce al chico como un buen amigo y apoyo en la vida de su nieta.

Vanessa siente paz al ver el comprensivo y cariñoso rostro de su abuela, por lo que sin dudarlo se aleja de su madre y se abraza con fuerza de su nona.

—Yo también te extrañé —asegura la anciana mujer mientras abraza a Vanessa. —Vamos, entren, deben contarme muchas cosas —valiéndose de la cercanía que tiene con la pelinegra, Irina susurra para que solo ella la escuche. —Especialmente, qué es lo que te está atormentando.

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—Sigo sin ver cuál es el problema — son las palabras de su padre mientras se mantiene leyendo las noticias en su tablet. — Estamos hablando de una joven de buena familia y que cumple con nuestras tradiciones.

—Estamos hablando de una total desconocida — es la rápida respuesta de Emil.

—Estamos hablando de lo mejor para ti y para la familia — sentencia tajantemente.

Emil no puede evitar apretar los puños con frustración mientras su padre continúa leyendo las noticias como si nada estuviese sucedido. — Pensé que era yo quien tenía el derecho de elegir lo que es mejor para mí — insiste, levantando la voz en un intento por hacerse entender a su progenitor.

El padre de Emil suspira, apartando la mirada de la pantalla del dispositivo para así enfrentarse a su hijo. — Emil, no siempre se trata de lo que quieres. Se trata de lo que es mejor para todos. ¿O acaso piensas casarte con una paya y ensuciar a la familia? — pregunta el mayor con calma, aunque su tono denota una firmeza y reproche inquebrantable.

— Solamente estoy diciendo que tengo el derecho de, por lo menos, amar a la persona con la que voy a compartir mi vida. No quiero terminar como tú.

Son estas palabras las que finalmente colman la paciencia del padre de Emil, haciendo que este se levante de su silla con un gesto de exasperación. — No hay más que discutir. Esta es la decisión que he tomado como jefe de la familia, no aceptaré discusiones ni cambiaré de opinión — declara antes de abandonar la sala, dejando a Emil sumido en sus pensamientos y rabia.

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