4| Romper el contrato.

Analía sintió una extraña mezcla de emociones: las suyas y las del hombre. 

Ella tenía miedo; él tenía rabia.

 — ¿Qué significa eso?  — preguntó ella.

 — ¿Me escuchaste bien?  — le dijo el hombre — . Ese beso selló un contrato de vida o muerte. Si alguno lo rompe, moriremos.

La tomó nuevamente con fuerza y la sujetó por el collar — ¿Y ahora he firmado este contrato con una esclava? 

— Ya te dije que yo no soy una esclava.

 — Entonces, ¿qué significa este collar?

En ese lugar, los esclavos nacían esclavos, eran tratados como ganado, pero una persona normal no podía volverse un esclavo.

 — Mi mamá me vendió hace unas semanas junto con mi hermano.

 — Eso es ilegal  — dijo el hombre — . Ningún mercader se atrevería a esclavizar una persona libre por dinero, así que mientes.

Esta vez, la rabia que Analía sentía del hombre se hizo suya. 

Con su mano, le dio una tremenda bofetada al hombre, tan fuerte que lo hizo trastabillar. 

Cuando cayó el suelo, el tobillo se lastimó y ella gritó de dolor al mismo tiempo que el hombre.

 — Eres más fuerte que una persona normal, el hechizo funciona  — murmuró, pero Analía no le prestó atención a aquellas palabras.

 — Te estoy diciendo la verdad. Si yo fuera una esclava de nacimiento, ¿entonces qué son las heridas debajo del collar? ¡Mírame! — Movió el collar hacia un lado para que el hombre viera la carne lacerada que aún no se había acostumbrado a tenerlo encima — Si yo fuese una esclava de toda la vida, este collar no me haría daño porque estaría acostumbrada a él. ¡Mírame!

Pero el hombre no la miró.

 — Es que no puedo  — comentó con rabia — . ¿Acaso no ves que soy ciego?

Se volvió hacia ella. Entonces, Analía entendió. 

Los ojos rojos del hombre no la miraban directamente a la cara cuando hablaba.

 — No puede ser  — dio un paso atrás — . Pero... Y la bala  — el hombre respiró profundo. 

Tenía tanta rabia que Analía no era capaz de desprenderse de ese sentimiento.

Dio un paso al frente. 

La agarró por la muñeca y comenzó a arrastrarla por la nieve, a pesar del dolor que ambos experimentaban por el tobillo roto.

 — ¿A dónde me llevas, maldito?

 — Iremos a Agnaquela.  — Analía trató de zafarse, pero no pudo.

 — ¿A esa ciudad? No entiendo, ¿por qué es prohibida?

 — Pues lo entenderás muy pronto. Tenemos que romper este maldito contrato porque una esclava no será la luna de mi manada.

Hacía un tremendo frío en el lugar, tanto que la nieve amontonada sobre las ramas de los árboles las hacía romper. Pero extrañamente, desde que había besado al hombre, Analía ya no tenía tanto frío. 

El dolor comenzó a ceder, él la cargó en sus fuertes brazos, pero ella sintió el asco que sentía por ella.

La mujer se preguntó si en realidad él era ciego. 

No usaba un bastón, no usaba la mano para no chocar con los árboles. 

Caminaron por un largo rato hasta que llegaron a un pequeño camino. 

El camino se abría hacia una carretera donde había una motocicleta. 

El hombre se subió y luego, con un poco de violencia, la hizo subir detrás de él. 

No tenían casco ni siquiera, y Analía se agarró con fuerza a la chaqueta de cuero que tenía el hombre.

 — Mi nombre es Salem  — dijo él.

Analía se aferró con fuerza al hombre. A pesar del ruido del viento, logró escucharlo.

 — Y yo me llamo Analía.

La carretera se detuvo abruptamente unos 15 minutos después. Analía había escuchado hablar de aquella ciudad, Agnaquela. 

Las personas de los pueblos cercanos tenían prohibido el acceso, pero ella nunca entendió por qué. 

Había una enorme reja hecha con troncos de madera y púas. Cuando el hombre frenó su moto frente a la reja, los hombres que se asomaron agacharon la cabeza en señal de respeto y abrieron la puerta.

Era una ciudad bonita, construida enteramente en madera, pero era muy grande, más grande de lo que Analía hubiera esperado. Tenía mucha población para estar tan arriba en la montaña. 

El hombre dejó su motocicleta frente a una enorme construcción, también hecha en madera, pero tenía al menos varios pisos. Parecía un castillo. 

La tomó por la muñeca y la arrastró por las escaleras. 

Cuando Analía bajó del aparato, notó que el tobillo ya no le dolía, tal vez no había sido una fractura, pero el hombre no le dio tiempo de pensar en eso. 

Adentro había un grupo de hombres ancianos con batas blancas y cinturones de cuero.

 — ¿Qué sucede, Salem?  — preguntó uno de los hombres.

Él tomó a Analía por la muñeca y la lanzó con fuerza hacia el frente. 

Ella perdió el equilibrio y cayó de rodillas frente al anciano. El hombre se agachó y la ayudó a ponerse de pie.

 — ¿Qué haces con esta joven, Salem? ¿Por qué trajiste a una esclava?

El hombre comenzó a caminar de lado a lado, estresado. Tomó su largo cabello y lo recogió en una coleta.

— Es tu maldito hechizo, esa m*****a poción, ese contrato de vida o muerte — el hombre, con sus pequeños ojos oscuros, como los de una rata, volteó a mirar con miedo hacia Analía.

— Salem, esto no puede ser. No pudiste haber firmado el contrato con esta esclava.

Salem volteó a mirarlo, sus ojos rojos se intensificaron.

 — ¡Fíjate muy bien cómo me estás hablando! — El anciano agachó la cabeza.

 — Lo siento mucho, mi Alfa, pero esto no puede ser. No pudo haber firmado el contrato de vida o muerte con una esclava. La manada nunca lo aceptará. Esto será incluso peor que no tener nada. ¿Cómo sucedió?

 — Ella me besó  — el Alfa la señaló. No la miraba a la cara, pero sabía bien dónde estaba.

 — Eso no sucedió así. Me resbalé en el hielo y nuestros labios se juntaron por accidente. Luego, un fuerte dolor me invadió.

El anciano se sujetó la cabeza y caminó de un lado a otro.

 — Entonces, ¿es eso? El contrato de vida o muerte se sella con un beso. 

— Hubiera sido muy bueno saberlo antes de esto  — lo regañó Salem.

 — Sí, lo sé, lo siento. Pero es un hechizo prohibido y antiguo. Hay poca información.

— Bien, ahora tenemos que romperlo. Varios de la manada me vieron entrar con ella. En cuanto vieron su collar, no sabes los pensamientos que atravesaron sus cabezas. Si saben que será su nueva luna, me temo una guerra.

El anciano tragó saliva.

 — Lo siento, Salem, pero solo hay dos salidas para terminar este contrato. Si alguno lo rompe, ambos morirán. A menos que...

Salem avanzó hacia él, lo tomó por la túnica y lo sacudió.

 — ¿A menos que qué?  — le preguntó con rabia.

 — A menos que alguno de los dos se suicide. Eso sí estaba en el texto de donde saqué el hechizo. Si alguno de los dos se quita la vida a propósito, el otro quedará libre del contrato.

Analía logró sentir la confusión dentro de Salem, pero ella se irguió llena de una energía que no sabía que tenía.

 — Pues entonces hay un gran problema. No sé qué significa ser una luna y no sé por qué la supuesta manada no me aceptaría, pero yo no me voy a quitar la vida  — sentenció.

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