Analía caminó distraídamente por los corredores del palacio. La noche ya había caído y, a través de las ventanas, se podían ver las luces de los faroles que alumbraban. Agnaquela era una ciudad hermosa y grande. Analía nunca había estado en una ciudad, y su primera visita a una era en una ciudad de hombres lobo. Aquello la hizo sentir extraña. Esta ciudad de hombres lobo ahora le pertenecía, ahora era la Luna de todos ellos, y aún no le quedaba claro qué era lo que tenía que hacer.Cuando llegó a la habitación de Salem, el hombre estaba de pie junto a la ventana. Tenía el cabello suelto y estaba sin camisa. Su largo cabello llegaba hasta la mitad de su espalda; era abundante y ondulado. Cuando la miró, sus ojos rojos centellearon, pero Analía entendía que no la miraba, solo había volteado su rostro hacia ella. — ¿A qué huelo? — preguntó y Salem puso cara de confusión. — ¿Qué? — Dijiste que, como no podías ver, tus demás sentidos se agudizaron incluso más que los de un lobo
Analía aún estaba un poco somnolienta y no entendió completamente las palabras de Farid. Así que se restregó los ojos y lo miró fijamente. — ¿De qué estás hablando? — Hay un gran problema — le dijo el anciano — La están esperando. El Alfa Salem no está en la ciudad; tuvo que salir por asuntos muy importantes. Tiene que venir a solucionar esto.Analía se puso de pie de un salto, con el corazón latiéndole tan fuerte que se mareó. — Pero yo no puedo hacer esto. No sé cómo hacerlo.De repente, el cuerpo se le llenó de frío y comenzó a sudar. Farid la tomó por los hombros y la sacudió. — Yo estaré a su lado. Necesita, por lo menos, escuchar lo que la manada tiene para decir. No pueden sentirse abandonados en este momento, no después de que Salem la presentó como la Luna de esta manada. Tiene que hacerse cargo; de eso se trata ser la Luna.Ella asintió. Ese era el trato que había hecho con Salem: él le ayuda a encontrar a su hermano y ella hacía el papel de Luna. Así que asintió y corri
A Analía le quedó aquella frase en la cabeza: "Será un invierno difícil", había dicho el joven. Tal vez tenía razón; los problemas dentro de la manada no hacían más que incrementarse. Ella lo notaba, completamente y absolutamente. No solo eran los problemas internos por cuestiones como la alimentación, sino también problemas grandes, como lo que ella misma significaba.Cuando llegó nuevamente a la habitación, tenía el corazón acelerado. Era su primera intervención como la Luna de esa manada, y eso le causó una extraña sensación en el cuerpo. Ya no se sentía como ella misma. Pero ella realmente lo disfrutó.El contrato de vida o muerte que había firmado con Salem le otorgaba parte de lo que el hombre era: su fuerza, su carácter, su determinación. Cuando se miró al espejo, no reconoció a la mujer que había iniciado ese año allá en la cabaña de su madre con su hermano. Aunque sufrió humillaciones por parte de la mujer, llevaba una vida tranquila y feliz: cortaba leña en la mañana,
Analía corrió con rapidez hacia el sobre que Salem había dejado sobre la cama. Eran fotografías. Cuando las terminó de sacar, comprobó que era su hermanito. Tenía el cabello corto a los lados y largo arriba, rojo como una zanahoria. Se veía saludable y feliz; sonreía y no tenía puesto el collar de esclavo.Ana se sentó en el borde de la cama y los ojos se le llenaron de lágrimas. Acarició con las yemas de los dedos el rostro de su hermano. El escenario en el que estaba parecía un bosque. Lo acompañaba un hombre, pero en la fotografía no se veía su rostro.Ana levantó la mirada hacia Salem, y él respiró profundo. — ¿Ese sentimiento qué es? — preguntó el lobo. Ana se encogió de hombros — ¿Es amor? — ¿Nunca lo has llegado a sentir, pulgoso? — Analía sintió cómo el apodo enfurecía al Alfa, cómo la rabia le crecía en el estómago, pero el lobo se contuvo — Lo siento — murmuró — . ¿Dónde lo encontraste? ¿Por qué no me gustará? ¿En dónde lo encontraste?Salem se sentó en la mesa fre
Analía observó aterrada la multitud que se encontraba frente a la herrería. Eran al menos unas cien personas. Había carteles donde se especificaba claramente que no la querían como su Luna, otros donde decían que la diosa Luna no enviaría una esclava para guiarlos, y otros más donde pedían su muerte. — Quiero decir algo — murmuró Farid, levantando una mano.Analía lo agarró por la muñeca para que se detuviera. — No — le ordenó — . No importa lo que les digamos en este momento, no lo escucharán.Dio la vuelta y entró nuevamente a la herrería. El herrero estaba junto a la fragua, y el collar que le había quitado a Ana reposaba sobre el yunque. — Quiero que lo hagas nuevamente — le dijo — . Quiero que utilices este collar — lo tomó y lo sacudió con fuerza — y que construyas otro, más estético, bonito, que sea desprendible… y algo más también. Salem tiene razón en una cosa — continuó ella — . Si él me eligió como su Luna, si la diosa Luna lo eligió por él, no importa lo que yo sea. L
Ana salió de la herrería con la mente despejada y la cabeza en alto. La manifestación seguía ahí, aunque la cantidad de personas se había reducido a la mitad. Al verla con el nuevo collar, los gritos cesaron, y un silencio aterrador se apoderó del lugar, tan profundo que hasta el zumbido de un insecto polar se oía como si resonara a través de altavoces.Analía los miró a todos detenidamente, pero no tenía nada que decir. No había palabras que pudieran convencerlos, que los hicieran aceptarla, que les hicieran entender que ser esclava no significaba nada, que la decisión del Alfa debía respetarse. Todo eso se lo demostraría con hechos.Camino junto a Farid y los hombres — o tal vez lobos — que el Alfa había dispuesto para protegerla en las calles. Dejó atrás la manifestación, que se había quedado enmudecida, y sonrió con orgullo. Había logrado dejarlos impactados, y eso era justo lo que quería.Cuando llegó al palacio, Salem estaba sentado en la sala principal, sobre el trono. Al
Barry había resultado ser un aliado inesperado para Analía. Acataba sus órdenes con rapidez y siempre la miraba con una sonrisa en los labios. Ese día fue uno de arduo trabajo. Ana entendió que la manada era muy grande para no auto sustentarse; los cazadores y recolectores eran muy pocos para sustentar completamente a todos. Debían comenzar a cambiar las cosas.Así que esa mañana, por primera vez en siglos, los recolectores no salieron. — Esto no será fácil — , les dijo Analía, — pero si nosotros cultivamos y producimos nuestra propia comida, siempre tendremos buenas raciones para todos — . Analía podía sentir la presencia de Salem en su mente, podía sentirlo allí todo el tiempo, escuchando lo que ella escuchaba, prácticamente oyendo también lo que ella pensaba. Quiso apartarlo, pero además de que no sabía cómo, imaginó que aquello enojaría mucho al Alfa. Así que lo dejó estar. El hombre estaba al otro lado de la ciudad, corrigiendo algunos problemas que tenía con las frontera
Salem se había ido furioso a la cama, y Analía sabía que tenía razón. No bastaba con fingir ser la Luna de la manada; tenía que serlo en verdad. ¿Por qué? Aún no lo comprendía por completo, pero lo sentía en lo más profundo de su ser. Salem podía tener razón en cuanto a que ella quería la manada para rescatar a su hermano, pero eso no era todo. Analía se preocupaba genuinamente por la manada. Lo había visto en los ojos de los niños que se asomaban por las ventanas a su paso, sus cuerpos delgados y sus miradas llenas de esperanza. Aquellos que la apoyaban la veían como el cambio que tanto necesitaban, la esperanza de Agnaquela, de la misma manera que ella había visto a su padre antes de que la abandonara cuando era pequeña. Cada visita mensual a la cabaña de su madre había sido un rayo de esperanza para Analía, esperando que él le dijera que empacara sus cosas porque se iban a casa.Esa misma esperanza la veía ahora en los rostros de los niños y ancianos de la manada. Sobreviv