121| Quietud

Cuando sonaron las trompetas esa mañana, Analía sintió un fuerte nudo en el estómago que le impidió hasta hablar.

Se quedó boca arriba en la cama y, cuando abrió los ojos, se encontró con los azules iris de Salem, que la miraban fijamente.

Habían decidido quedarse en la casa de Farid. El anciano parecía que no tenía ninguna intención de regresar a ella, no después de que Salem lo había desterrado, y el Alfa no tenía ningún ánimo de pasar una noche en el Pequeño Palacio junto a Evelyn.

Dormían en la misma cama, pero claramente no podía ni siquiera tocarlo ya que el contrato de vida o muerte que tenía con la rubia le pesaba en el pecho.

De todas formas, las noches que durmieron lado a lado fueron reconfortantes y cálidas. A pesar de que los ejercicios de taranta llegaban, fueron las noches más tranquilas que tuvo Analía al lado del Alfa. No podía tocar ni abrazarlo ni besarlo, pero solo su presencia a su lado era suficiente para sentirse en paz.

Las trompetas repicaron nuevamente.

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