Había llegado el momento, y la guerra. Estaban preparados para eso. Así que Analía se detuvo profundamente antes de que otra bola de fuego verde golpeara el muro. Toda la ciudad se estremeció.Entonces, las catapultas, con las enormes bolas de nieve que habían logrado acumular, comenzaron a defender la ciudad. Agnaquela desprendió todo su armamento. Las bolas de fuego verde eran interceptadas en el aire por las bolas de nieve, creando explosiones en el cielo que evaporaban el agua. El fuerte calor comenzó a inundar la muralla, parte de la cual estaba comenzando a incendiarse.Analía dio la vuelta y corrió buscando a Salem, q Kerr y Alexander, pero no los encontró. Todo se había convertido en una trifulca. Las personas sobre la muralla corrían de un lado para otro.—¡Recuerden sus posiciones! —les gritó Analía, imponiéndose, y logró hacer un poco de calma en el lado de la muralla en el que estaba.Otra fuerte ola de color voló sobre ellos y fue interceptada por una catapulta con una b
De no ser por la armadura que el herrero había fabricado para ella, las filosas alas de la reina Cuervo habrían perforado su costado. Pero en cuanto las brillantes plumas chocaron contra la armadura, rebotaron. Analía saltó sobre su oponente. Ya había peleado con Stephan y no sabía si todos los reyes Cuervo tenían la misma fuerza, pero se abalanzó sin miedo. A menos que la reina disparara las plumas que impedían sanar rápido, Analía se sentía protegida. Esquivó un par de cortes dirigidos a su cuello y logró atrapar la cabeza de la mujer entre sus mandíbulas. No pudo hacerle daño; sus dientes no perforaban la dura carne de la reina Cuervo. Sin embargo, Analía la sacudió con fuerza, evitando que hiciera algún otro movimiento, y la golpeó contra la muralla. Luego, saltó sobre ella y mordió sus extremidades, mientras sus fuertes patas presionaban las alas de la reina contra la nieve. La mujer gritó y trató de golpear a Analía, pero sus puños eran demasiado débiles.Analía la mordió de n
El ejército de Taranta avanzó. Las luces de sus antorchas, que anunciaban su camino hacia la ciudad, revelaban qué tan cerca podían estar. Eran muchos, demasiados.—Solo los maiasaura son un ejército —les dijo Saleem a Analía, una vez que ella subió al muro y después de asegurarse de que no estuviera herida—. Y aún falta la gente del bosque. Tenemos muy poco conocimiento sobre ellos: cómo pelean, si utilizan magia en sus batallas.—Claro que utilizarán magia —les dijo Kerr — El lobo preguntó —Salem, ¿estás listo para activar las minas?—No lo sé —dijo Salem—. Stephan sabe sobre las minas, sabe que cuando su ejército pase por ahí, los volaremos. Pero aún así lo está haciendo. ¿Y si hay un plan detrás de eso?Los tres se quedaron pensando en silencio mientras las antorchas del ejército que se acercaba se hacían cada vez más grandes.—Creo que no tendremos tiempo para averiguar sus razones, y mucho menos para intentar ejecutar otro plan, Saleem. De todas formas, no tenemos más opción. Li
Después de que Stephan hubiese atacado al aquelarre con las explosiones, Analía y Salem sabían que era muy probable que sucediese lo mismo en Agnaquela. Así que habían preparado ese posible escenario. Se habían dividido los ejércitos de la ciudad en tres anillos: un anillo sobre el muro, un anillo más dentro de la ciudad junto a las paredes, y un tercer anillo protegiendo a los civiles del centro.El muro de la ciudad había caído, enormes agujeros por donde podían entrar cien hombres a la vez dejaban expuesta la ciudad. Pero para que el ejército pudiera llegar al centro y tomar por completo Agnaquela, deberían atravesar los dos anillos que quedaban. Pero ahí estaban Analía, Kerr y Salem, los tres lobos más fuertes de la ciudad: dos lobos de raza superior y un lobo con sangre de la gente del bosque, poderosos, imparables. Ellos tres lograron mantener a raya al ejército que trataba de entrar por ese lado del muro.Analía no supo cuántos brazos arrancó, cuántos torsos aplastó. La adrenal
Analía sintió como si hubiera dormido una eternidad, pero cuando despertó, se encontró atada a unas cadenas sobre un suelo de madera. Estaba tan cansada, dolorida y agotada que por un instante pensó en volver a cerrar los ojos y dejarse arrastrar por el sueño para siempre. Solo le bastó un segundo de consciencia para darse cuenta de lo más probable: habían perdido la guerra, y la idea de vivir en el resultado de esa derrota le resultaba insoportablemente dolorosa. Se aferraba a la esperanza de que Salem aún estuviera vivo, simplemente porque si él moría, también lo haría Stephan. Sin embargo, no podía asegurar lo mismo para los demás: Johana, Alexander, Bastian, Barry… probablemente todos estuvieran muertos a esas alturas, y ella no tardaría en unirse a ellos.Se quedó inmóvil, con miedo de mover cualquier parte de su cuerpo, hasta que una voz familiar y tranquila la sacó de sus pensamientos.—Analía, despierta. Despierta, mi amor.Analía abrió los ojos y encontró los brillantes ojos
Analía tuvo que admitir que habían sido muy ingenuos. Desde el momento en que se dieron cuenta de que había más Reyes Cuervo y de que muy probablemente se sumergirían en la guerra, debieron haber hecho algo al respecto.Ya había poco tiempo, menos de un día, pero algo podrían haber inventado. Fiaron todo únicamente en las flechas con puntas de Brika, lo cual fue bastante irresponsable. Apenas tres o cuatro cuervos habían caído; fácilmente podían quedar diez. ¿Cómo los derrotarían?Cuando levantó la mirada, vio los rostros derrotados de todos. Barry, que había compartido con Farid los últimos días, no era capaz de apartar la mirada de los restos hechos polvo entre la ropa de lo que alguna vez fue el anciano.Alexander, después de ver a su madre convertida en una esclava, solo podía sujetarse la cara con fuerza y llorar.Kerr, al otro lado, tenía una mirada pensativa y triste, seguramente pensando en que tal vez nunca volvería a ver a su esposa. Y Salem… Salem, más que todos, se veía de
Cuando Stephan salió de la habitación, todos se quedaron en silencio. — Prefiero morir — dijo Barry — . Prefiero morir mil veces que ser un esclavo en sus filas. Salem, por favor, dime que haremos algo.Pero Salem lo miró con tristeza. — Lo siento, Barry, pero ya no sé qué hacer.El joven lobo buscaba refugio y respuestas en su Alfa, pero Salem no tenía nada para darle. Comenzaron a oírse fuertes explosiones, una tras otra, por largas horas. Todos las escucharon en silencio; las explosiones retumbaban por la ciudad, sacudiendo el suelo. — ¿Qué crees que hacen? — le preguntó Alexander, recostado en el pecho de Bastian.El vampiro negó. — No tengo idea. No sé qué es lo que harán. — Tenemos que hacer algo — comentó Alexander, irguiéndose — . No podemos permitir que nos maten de esta forma. Afuera aún tenemos aliados. ¿Creen que papá y mi abuelo permitirán que me asesinen públicamente?Analía y Salem cruzaron una mirada, pero al parecer no fue lo suficientemente disimulada. — ¿Qué p
Analía no entendía lo que pasaba; todo sucedió demasiado rápido. La estrella brillante y verde se estrelló contra la tarima. Alcanzó a ver de reojo cómo Stefan volaba hacia el frente, golpeándose con fuerza contra el suelo.Los demás Reyes Cuervos también fueron lanzados en todas direcciones. El fuego de la Brika que había explotado frente a ellos los envolvió. Ese fuego sí lograba herirlos, ya que provenía de una de las piedras.Todo se volvió un caos. Las personas que estaban presionadas contra la tarima y obligadas a observar la ejecución trataron de salir corriendo, presionando contra el anillo de Maiasauras que los mantenía atrapados. Hubo gritos, desórdenes y golpes. Analía seguía fuertemente aferrada a la guillotina. Los hombres la sujetaban por detrás, mientras otros le agarraban la cabeza al frente para evitar que la apartara. — ¡Mátenla ya! — , les gritó Stephan a los verdugos que la sostenían. Desde el suelo, parecía que su ala había sufrido graves quemaduras, y las plumas