CAPRICHO

Llega a la puerta, pero al darse cuenta de que no puede abrirla, sus ojos se posan en mí con una mezcla de expectación e incertidumbre. Espero que me pida ayuda, que acepte que no puede hacerlo por su cuenta, pero en lugar de eso, me desafía con la mirada. Sin embargo, no cedo. Me mantengo firme en mi sitio, con los brazos cruzados y la barbilla en alto. Este hombre no tiene derecho a darme órdenes.

Liam, si es que ese es su nombre, como escuché hace apenas unos minutos, comienza a avanzar hacia mí. Su sombra se proyecta con severidad, y aunque mi instinto me grita que retroceda, me obligo a permanecer inmóvil.

–No vamos a entrar con la llave, sería entregarnos demasiado fácil. Así que le ruego que vuelva a ingresar al automóvil mientras yo entro y realizo una inspección del lugar– me ordena con una autoridad que me resulta cada vez más exasperante

Lo miro con una mezcla de incredulidad y desprecio. –Escúchame bien, no tengo por qué obedecerte. Tú eres mi empleado y nada más
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