—Esperaba por ti, Lizbeth —me dijo con una sonrisa amable. Observé a Randall a una distancia prudente, aun dudando de estar ahí. ¿Qué podría decirme él? ¿Qué sabía él sobre mi esposo? Inspiré entre dientes, sintiendo cómo sí el ceñido vestido negro me estuviera cortando el aliento. Hacía un poco de frío, lo notaba en mi aliento y en mi piel, pues no traía abrigo conmigo. —¿Por qué dudas? —inquirió Randall y sin más se aproximó a mí quitándose su chaqueta—. Seguro crees que te he mentido y no tengo nada qué decirte sobre ese accidente. Me colocó la prenda sobre los hombros y sin esperar mi consentimiento tomó mi rostro entre sus manos, al tiempo que en su boca se extendía una amplia sonrisa de regocijo. —¿Has estado pensando en el momento que compartimos? Yo sí, inusualmente mi mente vuelve una y otra vez a esto —dijo, llevando el pulgar a mi boca y presionando mi labio inferior—. Me gustó más de lo esperado, debo confesar. Sonrió y yo me sentí enrojecer un poco, pero no porque me
Me volví rápidamente, abandonando la terraza a toda prisa, sin despedirme o siquiera mirar atrás. Entré apresuradamente a la casa y caminé entre los invitados sin saber a dónde iba, solo buscando distanciarme de Randall. Escuchaba las conversaciones y las estruendosas risas, el tintineo de las copas al brindar, la suave música clásica. Recorrí la casa, como si tuviera prisa por llegar a algún lado, pero solo recorría los salones mientras mi mente vislumbraba ese auto lujoso, exclusivo, costoso... Un Rolls Royce. Y solo conocía a un hombre con un auto como ese. Era su sello personal. Una parte de sí mismo. Me detuve en un salón vació y suspiré cerrando la puerta a mis espaldas. Los muebles aún se encontraban cubiertos por sabanas y las cortinas en los ventanales seguían cerradas. Cerré los ojos y apreté fuertemente mis puños, temblaban incontrolablemente. En la oscuridad de ese salón, pensé en el único coche Rolls Royce que conocía, y en su único propietario. Solo era capaz de pens
Su respuesta lo absolvió inmediatamente de toda sospecha mía. Él no era el asesino de mi marido. Su coartada era perfecta, solida y sin grietas. No había duda, él no era el culpable. No lo era.Sin embargo, saberlo no me hizo sentir mejor. No me trajo alivio, solo un aguijonazo de dolor traicionero, resentimiento y celos, una ola enorme de frios celos.—¿Vivian juntos? ¿Cómo... pareja? —completé en un hilo, mirando esa expresión culpable suya.Tragó de forma visible y asintió lento.—Si. Hace un año me fui a vivir a Londres, para resolver asuntos legales, y siendo mi abogada, ella me acompañó —explicó—. Vivimos juntos, y de repente, nuestra relación rebasó la linea de cliente y abogada.Uní los labios con fuerza. ¿Por qué me afectaba tanto saber eso? No tenía derecho, yo lo había dejado por otro, yo había sido la primera en avanzar y formar una vida con alguien más. No tenía derecho de disgustarme, de sentirme así.—¿Te gustaba tanto como para volverla tu pareja? —inquirí apartando la
"— ¿A donde viajamos? ¿A qué se debe tanto misterio? —le pregunté girándome hacia él, sonriente, ansiosa por saber nuestro destino. Mi esposo apretó mi mano con la suya y sonrió. La otra mano la mantenía en el volante del coche, un elegante Moserati, un auto italiano de alta gama. Sus ojos eran de colores dispares, únicos en su tipo: el izquierdo era uno de un precioso castaño claro, y el de la derecha de un agradable color azul cielo. Sebastián era cautivador. —Tengo una sorpresa preparada para mi hermosa esposa, como pago por siempre ser un esposo ausente. Volteando a verme, soltó su mano de la mía y la llevó a mi rostro. Me acarició los labios a la vez que ampliaba su sonrisa. —Qué fortuna tiene al ser la mujer de alguien tan importante como yo, ¿no cree, señora Evelyn Isfel? —bromeó, juguetón como siempre.Hice una mueca mientras él me sonreía. Y estaba lista para lanzar un comentario sarcástico cuando esa vida desapareció. En realidad... Se volvió humus y nada más. S
A diferencia de las noches del último mes, esta vez no soñé con mi esposo, sino con un pasado más remoto y con el hombre en él. En sueños, volvió el recuerdo de nuestros días juntos, cuando nos conocimos en un burdel, la noche en que yo, forzada por una deuda, acababa de convertirme en una prostituta y él se presentaba como mi primer cliente. "Liliana, la chica que se aseguraba de que no escapará, y yo nos detuvimos frente a una puerta negra en el fondo de un pasillo en la planta más alta del burdel. Allí ella me soltó el brazo y en silencio me ajustó el antifaz a la cara. —No te lo quites por nada del mundo, porque no solo es nuestra carta de presentación, sino también es nuestro seguro de vida. El antifaz mantiene nuestras identidades seguras de los clientes. Posteriormente, me arregló la corta falda de malla transparente y el sexi bustier. —Solo haz lo que él te ordene. Y no le hagas ninguna pregunta, ni siquiera sobre su nombre. Solo llámalo "Mi señor". Me estremecí por d
Luego de prometerle que regresaría a su lado, me prestó su avión privado para dejar el país y tras despedirnos con una simple mirada, yo viajé sola. Me instalé en una pequeña ciudad del mediterráneo, renté una sencilla casa en una playa solitaria y viví en ese lugar durante casi 9 meses; no lo llamé ni él me buscó, solo me dejó recuperarme a mi ritmo. Allí le lloré a mi esposo y le pedí perdón por haber sobrevivido sin él. Una mañana me levanté solo para ver con sorpresa el avión privado del señor Demián acercándose. Pensé que era él y sentí una especie de entusiasmo, pero del avión solo bajó su asistente, su mano derecha tanto dentro como fuera de la mafia: su subordinado. —¡Mad! —exclamé corriendo a recibirlo. Él vino a mi encuentro y nos abrazamos con una sonrisa, como si fuésemos dos hermanos que se acaban de reencontrar. —Hola, Livy. Realmente eres tú, pensé que Demián se había vuelto loco cuando me dijo que se habían reencontrado —me dijo, estrechándome contra sí—. Me alegra
Suspiré devolviéndole el beso y dejé mi maleta en el suelo para poder rodear su cuello con mis brazos. Sonreí desde el alma. Ese hombre, a quién yo había renunciado en el pasado al pensar que nuestra relación era irrecuperable, ahora me devolvía a la vida y volvía a encender una llama muy dentro de mí. Me estaba salvando. Sentía que había vuelto en el tiempo y que lo nuestro nunca se había fracturado. —Gracias por cumplir tu promesa y regresar —murmuró dejando de besarme y volviendo a estrecharme en un apretado abrazo—. Gracias, pequeña. Cerré los ojos un momento, posando la frente en su pecho. Me sentía de nuevo en casa y quería disfrutar más la sensación de su calidez, pero no fue posible. Escuché a alguien carraspear y soltar una risita infantil. —Demián, ¿no me vas a presentar a la señorita? Parecen muy cercanos. En ese momento él pareció notar que no estábamos solos, entonces asintió y depositando un tierno beso en mi frente, nos separamos y nos volvimos hacia los demás.
“Quiero escucharte decir que me amarás hasta la muerte, qué serás mía hasta que uno de los dos deje de existir”. Me levanté de la cama aun con el eco de sus palabras en mi cabeza, y por un momento mi corazón ardió de dolor. Realmente había sido así, nos habíamos amado hasta que él murió Suspirando me pasé los dedos por el cabello rojizo y salí de la habitación. Desde el primer piso, me llamó el olor del café recién hecho y el dulce aroma del pan. Pero cuando estaba por bajar las escaleras, miré al señor Demián trabajando en la sala; había papeles sobre la mesa frente a él y una taza de café a su lado. Madame Mariel apareció desde la cocina con un plato de fruta que puso a su lado. —¿Quiere que despierte a la señorita Livy? —le preguntó. Él dejó de hojear sus documentos por un segundo. —No. Déjala descansar un poco más. Desde las escaleras me mordí el labio. Estaba tan concentrando que solo pude mirarlo y sentirme mal; la noche anterior no había pasado nada entre nosotros.