Suspiré devolviéndole el beso y dejé mi maleta en el suelo para poder rodear su cuello con mis brazos. Sonreí desde el alma. Ese hombre, a quién yo había renunciado en el pasado al pensar que nuestra relación era irrecuperable, ahora me devolvía a la vida y volvía a encender una llama muy dentro de mí. Me estaba salvando.
Sentía que había vuelto en el tiempo y que lo nuestro nunca se había fracturado.
—Gracias por cumplir tu promesa y regresar —murmuró dejando de besarme y volviendo a estrecharme en un apretado abrazo—. Gracias, pequeña.
Cerré los ojos un momento, posando la frente en su pecho. Me sentía de nuevo en casa y quería disfrutar más la sensación de su calidez, pero no fue posible. Escuché a alguien carraspear y soltar una risita infantil.
—Demián, ¿no me vas a presentar a la señorita? Parecen muy cercanos.
En ese momento él pareció notar que no estábamos solos, entonces asintió y depositando un tierno beso en mi frente, nos separamos y nos volvimos hacia los demás. Mad y madame Mariel parecían felices por nosotros, pero Abigail parecía un poco molesta.
—Tienes razón, Abby, debo presentarlas —le dijo él sonando feliz, al tiempo que tomaba mi mano con orgullo y me miraba con amor—. Pequeña, ella es mi abogada principal y una amiga, la señorita Abby Carpenter.
Le sonreí apenas, notando que era cierto, eran amigos y él la llamaba Abby, la trataba con mucha confianza.
Se volvió hacia su amiga.
—Abby, esta atractiva chica junto a mí es Lizbeth Ricci, es la mujer más importante que hay en mi vida.
Sonreí por dentro, ruborizándome levemente. Y no pude dejar de notar cómo las mejillas de Abigail se teñían de un interesante rojo. Entonces comprendí su recelo por mí: a ella le gustaba su cliente, sentía algo romántico por el señor Demián.
—¿En serio? Nunca me la mencionaste —dijo Abigail, sonando forzadamente dulce—. Debiste decirme que ella existía, somos amigos, ¿no?
Noté la hostilidad en su voz, pero el señor Demián no. Él solo negó y sonriente se llevó mi mano a sus labios. Sentí como mi corazón se desbocaba cuando sus labios acariciaron mi piel.
—Ella era mi preciado secreto. Además, estuvimos distantes un tiempo, pero ahora ella ha vuelto a mí y eso es todo lo que quiero.
Miré esos ojos hipnotizantes del color de la miel y volví a ruborizarme. Pero antes de poder compartir más con él, Abigail aplaudió para romper el momento. Se acercó a nosotros con una gran sonrisa.
—Bueno, ya que ella está aquí y es tu cumpleaños, ¿deberíamos celebrar? —propuso dirigiéndose solo a él—. Estoy preparándote un pastel, ¡anda, ven a verlo! Quedará delicioso y te encantara —y sin más lo tomó del brazo y lo llevó a la cocina.
Cuando él se giró para verme, yo fingí que todo estaba bien y la dejé mostrarle su pastel. Mientras ellos estaban en la cocina, Mad se acercó a mí y me saludó con un abrazo fraternal.
—Me alegra tanto que hayas regresado, Livy. Demián y tú se necesitan.
Sonreí.
—Creo que yo soy quién lo necesita más a él —le dije, volviéndome para ver cómo el señor Demián abrazaba a Mariel, su ama de llaves y casi madre, mientras Abigail metía su pastel al horno y revoloteaba alrededor de ellos, tratando de llamar la atención de él.
—¿Lo dices por la abogada Carpenter? Demián la contrató para ser quién llevé los negocios que aún tiene con Gisel, solo para no tener que verla más —Gisel era la ex prometida del señor Demian, a quién abandonó cuando se enamoró de mí, y él la odiaba—. Aunque debo aceptar que la chica le agrada más que ninguna otra mujer y se han vuelto muy cercanos. Especialmente porque apareció en un momento difícil para él, cuando tú... —su voz se apagó, dejando lo demás al aire.
“Cuando yo corté todo lazo con él para casarme con otro”, completé en mi cabeza y me sentí apenada. Abigail tenía un lugar privilegiado en la vida del señor Demián por mi culpa, yo la había puesto allí.
—¿Alguna vez... pasó algo más entre ellos? —inquirí bajando la voz, sonriéndole al señor Demián cuando volteó a verme.
Sí ellos habían tenido una relación romántica, no iba a quejarme ni reclamar nada, después de todo en ese tiempo yo no había estado con él, yo estaba con otro hombre.
—No estoy celosa —añadí mirando a Mad y me sonrojé un poco por la vergüenza —. No voy a hacerle un drama sí pasó, es solo... interés. Para saber más sobre... qué tipo de relación tuvieron...
Callé cuando Mad esbozó una leve sonrisa divertida.
—No tienes por qué estar celosa de ellos, sé que Carpenter siente algo por él, pero Demián solo te ha amado a ti y nunca dejó que pasará nada. Lo juro, yo lo sabría.
Escuchar su respuesta levantó una pesada roca que comenzaba a oprimir mi corazón. Así que no había pasado nada con ellos. Sonreí.
—Gracias, Mad.
Él me devolvió la sonrisa y después ambos entramos a la cocina, nos reunimos con los demás. Y sin importarme que Abigail estuviese hablando con él, fui a abrazar al señor Demián y le susurré al oído.
—Felices 29 años, mi señor —nos sonreímos.
Por la noche, después de tomar un baño entré a su habitación y recordé tantas cosas. Todo seguía exactamente igual a cuando me fui, incluso él.
—Temía que no volviera a verte, que no quisieras regresar —me dijo al oído, abrazándome desde atrás y apoyando en mentón en mi hombro.
Me giré y esbozando una pequeña sonrisa, le acaricié los cabellos negros de la frente. Toqué su piel, el contorno de su mandíbula y miré esos ojos que tanto me gustaban.
—A decir verdad, ansiaba volver a su lado —admití bajando la vista—. Después de todo, usted es todo lo que tengo, siempre lo ha sido... Es usted lo único... sólido en mi vida.
Así era, mi hermana mayor había muerto cuando yo tenía 18 años, y a mis 19, cuando decidí iniciar otra vida que no doliera al lado de un buen hombre que me amaba, lo había terminado perdiendo también. Y durante todo ese tiempo, el único que continuaba a mi lado era él, mi señor. Incluso ahora que ya tenía 20 años, él seguía siendo lo único consistente en mi vida.
—Lizbeth, mírame —dijo tomando mi rostro y haciéndome verlo.
Su mirada era dulce, como siempre que me miraba. Esa mirada suave y amable era solo para mí, un regalo suyo exclusivo para mí. Él miraba a todo mundo con sequedad y unos fieros ojos dorados que recordaban a la amenazante lava incandecente de un volcán y hacía estremecer hasta los huesos, pero esa mirada cambiaba cuando se posaba sobre mí, se volvía de un dulce color miel.
¿Cómo es que a pesar de todo seguía mirandome igual?
—Mi pequeña Lizbeth, eres mi adoración y te amo tanto que lamento que lo hayas perdido —dijo, refiriéndose a mi esposo—. Pero te prometo que a mí nunca me perderás. Yo siempre seguiré a tu lado. A mí nunca me verás desaparecer, así que aférrate a mí y sé feliz a mi lado. ¿Quieres hacerlo?
Lo miré con los ojos brillantes por mis lágrimas en ellos.
—¿Sabes? Extrañaba tanto ver el precioso color de tu mirada, los recordaba en los días nublados y cuando miraba la hierba húmeda al amanecer —añadió con extrema dulzura, acariciándome los pómulos—. En cada aspecto de mis solitarios dias, veía el gris de tus ojos todo el tiempo y los matices verdes en el borde del iris. Me mataba pensar en ti, pero ahora... ¿Ahora me dejarás hacerte feliz?
No lo creía posible. Aun después de todo, él estaba dispuesto a estar conmigo.
Mis labios temblaron cuando asentí y lo abracé de nuevo. Él me estrechó durante un rato, luego volví a levantar la cabeza y le regalé una sonrisa, y después miré sus labios. Antes de darme cuenta ya nos estábamos besando. Volvió a tomarme de la cara y en un segundo me aprisionó contra la puerta de la habitación. Nuestras respiraciones se volvieron rápidas en un instante, había pasado tanto tiempo desde que estuvimos juntos, que ahora el ambiente lanzaba chispas a nuestro alrededor.
—Te amo tanto, Lizbeth —jadeó guiándome hacía el interior de la habitación.
Comencé a notar mi temperatura ascender rápidamente, y más cuando caí de espaldas en la cama, con él encima de mí. Por un momento solo nos miramos, observé su salvaje expresión en ese guapo rostro, delineado por algunos mechones negros que le caían a cada lado de la cara. Ese hombre perfecto y peligrosos hasta los huesos me había esperado todo ese tiempo, incluso cuando le dije que nunca nos volveríamos a ver.
¿Por qué? Cuando me convertí en su prostituta me solía decir que era solo un objeto, una propiedad que había comprado.
—¿En qué piensas? —inquirió bajando un poco, hasta casi rozar mi boca.
Le sonreí.
—En nosotros.
Él también sonrió y sin añadir más, alcanzó mi boca y separó mis labios para introducirme la lengua. Lo besé con el mismo deseo, ansiosa por sentirlo lo más cerca posible. Poco a poco bajó por completo y me aplastó contra la cama, sentí el calor de su piel sobre la ropa y sus manos sujetando mi cintura. Por voluntad propia mis manos fueron a su camisa y mis dedos comenzaron a desabrocharle los botones. Él siguió mi ejemplo y haciendo uso de un poco de fuerza, me separó las piernas con una de las suyas, hasta que se colocó entre mis muslos.
Gimió al moverse un poco contra mí.
—Lizbeth, estoy a punto de perder mi poca fuerza de voluntad —dijo contra mi boca, subiéndome poco a poco el dobladillo del vestido.
Mi corazón latía con frenesí y se aceleró aún más cuando él mismo se sacó la camisa, permitiéndome ver su marcado abdomen y las venas marcadas bajo la piel. Sentí como el deseo comenzaba a consumirme, a hacerme perder la voluntad también.
—Yo... quiero sentirlo de nuevo —murmuré ruborizándome, pero al mismo tiempo doblé las rodillas, dándole la bienvenida.
En la mirada del señor Demián hubo un destello de desbordante excitación y enseguida se irguió para bajarse la cremallera del pantalón. Era tal su deseo que ya estaba listo, cuando liberó su miembro este ya estaba erguido y el glande brillaba. No lo recordaba, pero era increíblemente grueso que se le marcaban las venas y su longitud le hacía casi alcanzar el nivel del ombligo.
Tragué saliva involuntariamente y recordé con viveza las decenas de veces que eso estuvo dentro de mí.
—Te amo tanto, mi pequeña —me repitió inclinándose de nuevo sobre mí y me besó en la cien.
Mantuvo sus labios en mi piel mientras llevaba una mano entre nuestros cuerpos y se sujetaba el miembro desde la base, comenzando a guiarlo hacía mí. Cuando sentí el roce de la punta todo mi cuerpo se tensó.
Y ese deseo que estaba sintiendo en un segundo se transformó en alerta y culpa. ¿Era correcto lo que estaba haciendo? ¿O estaba siendo una insensible por querer rehacer mi vida con otro hombre a solo 1 año de la muerte de mi esposo?
¡HOLA, QUERID@ LECTOR@! Gracias por comenzar y acompañarme en esta historia. Espero disfrutes tu lectura y cada capítulo. Estaré actualizando tan seguido como sea posible. Ojalá puedas dejar un comentario para apoyar la historia, ¡me encantará leerte!
“Quiero escucharte decir que me amarás hasta la muerte, qué serás mía hasta que uno de los dos deje de existir”. Me levanté de la cama aun con el eco de sus palabras en mi cabeza, y por un momento mi corazón ardió de dolor. Realmente había sido así, nos habíamos amado hasta que él murió Suspirando me pasé los dedos por el cabello rojizo y salí de la habitación. Desde el primer piso, me llamó el olor del café recién hecho y el dulce aroma del pan. Pero cuando estaba por bajar las escaleras, miré al señor Demián trabajando en la sala; había papeles sobre la mesa frente a él y una taza de café a su lado. Madame Mariel apareció desde la cocina con un plato de fruta que puso a su lado. —¿Quiere que despierte a la señorita Livy? —le preguntó. Él dejó de hojear sus documentos por un segundo. —No. Déjala descansar un poco más. Desde las escaleras me mordí el labio. Estaba tan concentrando que solo pude mirarlo y sentirme mal; la noche anterior no había pasado nada entre nosotros.
—¿Por qué has vuelto, Evelyn? ¿Ahora que tu esposo rico murió, te cansaste de aparentar ser otra persona y quieres revivir tus días como la zorra de un mafioso? —inquirió con burla, curvando sus labios rojos y mirándome con unos preciosos ojos azules, ahumados por sombras rojas que iban a juego con su vestido. Ella era una mujer muy hermosa, de curveada figura, largas piernas e impecable piel de porcelana. En otro tiempo, Gisel había sido socia y la prometida del señor Demián, habían estado cerca del matrimonio, hasta que yo aparecí. Su prometido nunca la amó, solo estaba con ella por los negocios que tenían juntos y cuando él se enamoró de mí, ella me aborreció. Me odió e hizo tantas cosas en mi contra, como planear un secuestro: razón de que yo dejará la vida del señor Demián y terminará conociendo al hombre con quién me casé. A pesar del tiempo, ella no cambiaba. —¿Por qué demonios estás aquí, Gisel? —inquirió el señor Demián colocándose entre ella y yo, protegiéndome de sus mira
—Odisea es mi burdel, señorita Ricci, así como cada mujer en él es mía también —dijo el señor Riva, apareciendo de la nada—. Y Gisel es mi socia mayoritaria, por eso nos conocemos. Cuando llegó hasta nosotras, se colocó al lado de su acompañante y me sonrió con amabilidad. Yo le devolví la mirada, aunque con desconfianza. Era cierto, su porte y actitud desenfadada me hacían recordar a mi esposo. Me hacían verlo en él. Pero además de eso, no podía creerle. Yo conocía al dueño de Odisea, era un hombre maduro y desagradable que hacía casi 2 años había intentado venderme luego de asociarse con Gisel para secuestrarme. —¿Odisea es realmente suyo? Creí qué... —¿Creyó que ese viejo que administraba el burdel de esta ciudad era el dueño? —negó con diversión y sus ojos resplandecieron—. Él era el administrador de uno de mis burdeles, solo eso, nunca le pertenecieron. Y mis mujeres tampoco —concluyó despacio, mirándome fijamente. ¿Acaso estaba al tanto de qué su administrador había tratado
—Desde que volvimos a vernos, esperé escucharte decir mi nombre, como antes —dijo subiendo por mi cuerpo, hasta que nuestros rostros estuvieron al mismo nivel—. ¿Por qué esperaste tanto? ¿Por qué me castigaste llamandome con esa fría formalidad?Encima mío, noté cómo se presionaba contra mi pelvis de una forma que me hizo colorearme de rojo. —Yo... yo creo que después de tanto tiempo y ... de tantas cosas, me sentí distante de usted —confesé alzando una mano y acariciando su mejilla apenas—. Sentí que era una traidora que... que no merecía pronunciar su nombre. Cerró los parpados despacio y presionó su rostro contra mi mano, disfrutando mi tacto. Después sonrió suavemente y se inclinó para depositar un tierno beso en mis labios. Fue sutil y llenó de amor. —Tú, Lizbeth, eres única persona cercana a mí, a este nivel —dijo abriendo los ojos y tomando mi mano para llevarla a su pecho—. Y nunca, ni siquiera sabiendo que te habías casado, fuiste distante, porque nunca dejé de considerarte
Pensé que cuando me tomará entraría en pánico y me retractaría. Que lo alejaría y le diría que aún no estaba lista para hacer algo así con él. Pero no fue así. No me arrepentí en el transcurso de esa noche, ni siquiera cuando lo hicimos por segunda vez al volver a casa. Simplemente lo abracé con brazos y piernas, mientras él me estrechaba contra sí y jadeaba en mi oído cuanto me amaba. Al alcanzar el orgasmo me estremecí de placer, con la piel perlada de sudor y el corazón acelerado. Entonces él se alzó sobre mí y apretando los dientes, se corrió mirándome a los ojos, viendo mi reacción de completa satisfacción. —Tú, pequeña, eres mi adoración —me dijo al salir de mí, besándome en la coronilla y sonriéndome cómo sí lo acabará de hacer el hombre más feliz—. Te amo, Lizbeth, como antes y aunque sea difícil de creer, aún más. Le sonreí, aun ruborizada y con las piernas un poco temblorosas en torno a sus caderas. —También te amo —le dije con una sonrisa. Me había asustado admitirlo,
¿Nuestro accidente había sido un acto provocado? No lo podía procesar, solo volvía a ese día y volvía a preguntarme cómo un horror así pudo ser causado por alguien. —¿Por qué pareces tan impresionada? —inquirió Abigail con confusión al ver cómo mi mirada se humedecía. Sin embargo, antes de poder sacarme una respuesta, otra voz intervino. —Demián ya viene —dijo la señora Mariel, al fin volviéndose y mirándonos a ambas. Efectivamente, podía oírlo descender por las escaleras. Escuchar sus pasos me hizo recuperar la compostura y rápidamente aparté la mirada para limpiarme apresuradamente los ojos. No quería que me viera llorar, menos por algo que Abigail me había revelado y de lo cual aún no sabía sí era cierto. ¿Qué pasaría se me veía llorando y descubría la razón? Es más, ¿qué me aseguraba que Abigail no estaba equivocada? Podría ser un error, debía serlo. —Lizbeth —dijo al entrar a la cocina. Me volví en su dirección con una sonrisa y salté de la silla para ir a recibirlo con
Mi garganta se contraía dolorosamente con cada sollozo y notaba como el dolor me estrujaba todo el pecho. Durante un año completo había vivido culpando a la vida por habérmelo quitado, por haberse llevado a la única persona que estaba a mi lado y por haber sido tan cruel por dejarme atrás; pasé un tortuoso año sola, llorando y sufriendo por él. Había maldecido al destino por haber causado ese accidente y haberme quitado al hombre que amaba. Viví un año completo preguntándome porque a nosotros, por qué él y no otro. Él, que apenas tenía 28 años y era tal dulce conmigo, ¿por qué se había ido de esa forma tan repentina? Y ahora, ahora que comenzaba a vivir de nuevo y me resignaba a que había su partida sido inevitable por ser producto de un accidente, descubría que no era así. Me partía el alma saber que alguien me lo había quitado. —Livy, escúchame —oí decir a Demián con voz ansiosa. Negué y me aferré a sus brazos, sollozando en el suelo con el alma rota. —Solo déjame explicarte, por
Después de ese enfrentamiento, nos volvimos distantes por unos días; ambos molestos con el otro, excepto en la cama. Pues, aunque me indignaba que insinuará cómo podía retenerme a su lado y a él lo tenía furioso el hecho de que yo le hubiese dicho que me iba, al final del día siempre acabábamos teniendo sexo y durmiendo juntos. No cruzábamos palabra, ni siquiera nos besábamos, pero él procuraba que yo alcanzará el clímax y yo cooperaba dejando que terminará en mí. Y cuando él acababa, me daba las buenas noches y se iba para dormir en otra habitación, dejándome con la sensación de que solo me usaba para el sexo, como en el pasado. Durante el día no estaba en casa, y sí yo quería salir, Mad siempre me acompañaba. Era como un horrible custodio que ya comenzaba a cansarme. —¿Dices que alguien provocó tu accidente? —me preguntó Isabel con escepticismo. Asentí moviendo mi bebida con la pajilla. Ella me había llamado esa mañana e invitado a desayunar, y yo me había alegrado de salir de cas