—¿Por qué has vuelto, Evelyn? ¿Ahora que tu esposo rico murió, te cansaste de aparentar ser otra persona y quieres revivir tus días como la zorra de un mafioso? —inquirió con burla, curvando sus labios rojos y mirándome con unos preciosos ojos azules, ahumados por sombras rojas que iban a juego con su vestido.
Ella era una mujer muy hermosa, de curveada figura, largas piernas e impecable piel de porcelana. En otro tiempo, Gisel había sido socia y la prometida del señor Demián, habían estado cerca del matrimonio, hasta que yo aparecí. Su prometido nunca la amó, solo estaba con ella por los negocios que tenían juntos y cuando él se enamoró de mí, ella me aborreció. Me odió e hizo tantas cosas en mi contra, como planear un secuestro: razón de que yo dejará la vida del señor Demián y terminará conociendo al hombre con quién me casé.
A pesar del tiempo, ella no cambiaba.
—¿Por qué demonios estás aquí, Gisel? —inquirió el señor Demián colocándose entre ella y yo, protegiéndome de sus miradas—. Lárgate de una vez.
Ella lo miró.
—¿Tengo prohibido salir? ¿Con qué derecho me niegas estar aquí?
La mirada de su ex prometido se volvió afilada. Entonces Roland soltó una risotada e intentó cambiar el ambiente. Después de todo, sus invitados dentro de la casa comenzaban a notar la discusión en la puerta.
—Vamos, dejemos esto así. Demián, la señorita Gisel está aquí como acompañante de...
—Es mi acompañante esta noche —completó otra voz, sonando ligeramente divertido.
Todos pusimos por primera vez nuestra atención en el apuesto hombre al lado de Gisel. Realmente era guapo, su castaño cabello era un poco rebelde, tenía una buena estatura y porte elegante, y bajo su traje de estilo inglés, parecía haber una fuerte figura masculina. Además, tenía una llamativa mirada de un interesante color que nunca había visto. Era una atractiva mezcla entre el negro más profundo y un intenso azul cobalto, tan profundo que rozaba el plateado.
Por su aspecto, era quizás uno o 2 años más joven que el señor Demián.
—Tú debes de ser el jefe de esa zona, ¿no es así, Daniels? —preguntó el desconocido y sonrió amablemente mientras se adelantaba y le ofrecía la mano al señor Demián.
Aunque el gesto parecía amable, también parecía estar analizándolo. Y aunque pude ver que el señor Demián igual lo notó, aun así le saludó, pero con cierta rigidez.
—Así es, este es mi territorio. Y no recuerdo haberte visto antes.
Cómo respuesta el hombre alzó las cejas y meneó la cabeza. Divertido amplió su sonrisa y un único hoyuelo se le marcó en la mejilla izquierda. Algo en él parecía intrigante, no lucía como un mafioso y tampoco inspiraba temor. ¿Quién podría ser?
En ese momento Roland carraspeó y dijo:
—Demián, sé que debí avisarte antes, pero no tuve oportunidad. Él es el señor Randall Riva, ha venido desde Londres.
La expresión hostil del señor Demián cambió ligeramente, y supe qué sabía quién era.
—Supongo que tu padre está muriendo y estás aquí por la sucesión.
El señor Riva asintió y al fin desplazó sus ojos hacía mí. Hubo un brillo de interés en sus interesantes ojos.
—Y yo supongo que esta guapa chica es la mujer de la que toda la mafia habla —me sonrió y yo aparté la vista.
Al ver su interés, el señor Demián se puso tenso y siguió delante mío, ahora como escudo.
—No sabía que te interesaran los rumores insignificantes que corren entre tus subordinados.
Ambos hombres se miraron y para todos fue obvia la rivalidad que existía entre los dos. Gisel torció los labios, mientras Isabel parecía comenzar a inquietarse.
—¿Rumores insignificantes? Más bien es una historia interesante de cómo le pagaste la deuda que tenía en el burdel y la llevaste a vivir contigo, hasta dejar de lado a tu prometida.
A su lado, Gisel enrojeció y me observó con mayor desprecio.
—Pero más interesante es como la perdiste a manos de un empresario —el señor Demián apretó los labios y estrechó su ámbar mirada—. Y acabo de enterarme la forma tan bizarra en que la recuperaste, a costa de la muerte de su esposo y del dolor de ella.
Expiró con diversión y volvió a mirarme.
—Demián, qué afortunado eres. Apuesto a que debiste sentirte el hombre más dichoso sobre la tierra cuando supiste sobre el accidente que mató al chico.
Que fríamente menciona el accidente hizo que sintiera un agudo dolor en el pecho y también causó que el señor Demián rechinara los dientes de rabia, parecía a punto de lanzarse sobre él.
—¿Desde cuándo te interesa mi vida personal, Riva?
El señor Riva meneó la cabeza y le pasó el brazo a Gisel por la cintura. La besó en la cabeza, antes de decir:
—Es solo interés, me recordó a una historia que alguna vez escuché, nada más.
Y cómo al principio, dejó de lado todo ataque y nos hizo un gesto para al fin entrar a la casa.
—Anda, Daniels, dejemos los asuntos privados y hablemos del trabajo. Tengo un mensaje de mi padre para ti.
Dicho esto, se dio la vuelta y se alejó junto a Gisel. Después de un momento, el señor Demián alcanzó mi mano y lanzó una siseante maldición.
—Qué carajos hace él en mis territorios —siseó mirando la espalda del señor Riva como si quisiera matarlo. matarlo.
Roland expiró y meneando la cabeza, miró a un furioso Demián.
—Llegó esta tarde de imprevisto. Viene a cortar cabezas. Sucederá pronto a su padre, después de todo.
Por unos segundos el señor Demián no dijo nada, luego simplemente se giró hacía mí y suavizó su fría expresión para no asustarme. Me regaló una sonrisa de calma forzada.
—Sé que prometí presumirte toda la noche, pero debo ocuparme de esto. Ve con Isabel y yo volveré pronto.
No quería que se fuera y pudiera tener un enfrentamiento con ese hombre, pero entendía la situación, así que estuve de acuerdo. Estaba tan disgustado que simplemente me besó apresuradamente en la mejilla y entró a la casa junto a Roland. Al verlo alejarse, tuve una sensación de inquietud.
—Livy, ¿vamos a caminar un rato? —me propuso Isabel.
La miré, de nuevo volvíamos a ser solo ella y yo en ese oscuro mundo. Sonreí y dimos un tranquilo paseo por los jardines.
—Me hubiese hecho feliz verte casarte —le dije, recordando cuando estudiábamos juntas—. Supongo que ahora tienes una buena vida.
Isabel era huérfana y solo tenía un hermano. Volverse prostituta fue la única puerta que le permitió vivir sin carencias. Pero ahora era claro que vivía bien; su casa era muy grande y espaciosa, hecha de rocas y rodeada de árboles, incluso contaba una piscina enorme que expulsaba vapor.
—Livy, Roland es el hombre de mi vida y nos amamos mucho —me dijo cuando nos sentamos al borde de la piscina. Sonrió—. Incluso estamos buscando la forma de tener un hijo.
Ante lo último sentí un pinchazo de agudo dolor y recordé que yo alguna vez estuve cerca de ser madre. Pero no lo logré, perdí esa posibilidad.
—Livy, sobre el bebé que tú y el señor Demián iban a tener... —comenzó Isabel, pero yo simplemente expiré y cambié de tema.
Pues era un tema amargo que me dolía recordar.
—¿Isa, sabes quién es el señor Riva? Parece alguien importante.
Ella frunció el ceño y se quitó los tacones para poder meter los pies a la cálida agua. Durante un instante simplemente jugueteó, hasta que dijo:
—Y no te equivocas, él es alguien muy importante, Livy, más de lo que crees —volteó a verme—. Randall Riva es el jefe, el líder mayor de la red de mafia a la que el señor Daniels y Roland pertenecen, sí deseas verlo así.
Sentí mi expresión cambiar.
—¿El líder? Creía que...
—¿Qué los miembros de la mafia no tenían superiores? No es así, todos pertenecen a una red mundial, y el líder de esa red es él, Randall Riva. Su familia es la cabeza de la mafia, los fundadores.
Fruncí los labios y repasé sus palabras. Así que él era el verdadero líder, por eso me había parecido alguien intrigante. Al fin entendí el cambio de expresión del señor Demián al escuchar su nombre, era reconocimiento.
—La sucesión que mencionaron, ¿se refiere a ...?
—A que él es siguiente en la línea de sucesión como jefe de la mafia —dijo la voz de Gisel.
Isabel y yo nos volvimos justo a tiempo para verla acercarse. Nos sonrió con superioridad.
—El padre de Randall está a punto de morir y como su único hijo, le sucederá su privilegiada posición. Por eso está aquí, para conocer a sus subordinados y dejarles claro que él pronto estará a cargo.
Me levanté y me aproximé a ella. La conocía demasiado bien como para no recelar de su presencia allí: en una reunión de mafiosos.
—¿Cómo se conocieron? Tú no tienes nexos con la mafia, tu única relación era a través del señor Demián.
Gisel torció el gesto, luego amplió su roja sonrisa.
—Negocios, tonta. Aunque te sea difícil de creer, Randall y yo tenemos un negocio en común.
No le creí.
—¿Haces negocios con la mafia? ¿Desde cuándo? Creí que eras una empresaria.
Ella se encogió de hombros con suma gracia.
—Eso era antes, cuando tú vivías la gran vida junto a mi socio inmobiliario Sebastián Isfel —dijo el nombre de mi marido y yo palidecí de dolor—. Aun lamento que un buen hombre cómo el fuese tan idiota como para casarse con una zorra como tú. Creo que tú fuiste el mortal clavo en su ataúd.
Apreté los dientes. En otro tiempo, ella me intimidaba, me solía reducir con sus palabras y yo solía sentirme mal al oír como me reducía a lo que solía ser: una prostituta.
—No hables de él, ni de mí. No nos conocías.
Escuché a Isabel levantarse y acercarse a nosotras. Me tomó del brazo.
—Livy, olvídate de esta perra, mejor volvamos a la casa...
Pero yo mantuve mi atención en Gisel, en su expresión superior.
—No vuelvas a mencionar su nombre, y no te atrevas a decir nada sobre mí.
Ella alzó aún más la mirada, curvó una esquina de la boca.
—¿Quieres hacerme creer que te duele su muerte? ¡Por favor!, eres una fácil que en cuanto su esposo murió, corrió a refugiarse a los brazos de su otro “gran amor”. Eres una zorra, como siempre.
Mis puños se cerraron y sentí hervir mi sangre.
—No soy una zorra, nunca lo fui. Y sí él nunca te amo mientras estuvo contigo, no es culpa mía, sino tuya por ser insuficiente. Nunca fuiste suficiente, por eso lo perdiste, incluso antes de que yo apareciera. Él nunca fue tuyo, lo sabes.
Vi su fina mandíbula apretarse y sus ojos azules resplandecer de rabia.
—¡Eres una m*****a...!
—Deja de jugar y dime de una vez cómo es que estás aquí —le exigí, antes de que pudiera maldecirme—. ¿Qué negocios te unen a Randall Riva?
Que lo mencionara le hizo cambiar de expresión notablemente. Pareció menos furiosa, mostrando de nuevo esa sonrisa de superioridad.
—¿No lo sospechas? Ahora he expandido mis horizontes y me he vuelto la socia mayoritaria de Odisea, el burdel al que perteneces, zorra.
Estreché la mirada.
—El socio mayoritario de la cadena de burdeles Odisea es el señor Demián, no mientas —dijo Isabel.
Gisel amplió su sonrisa y se aproximó un paso a mí. Ladeando un poco su lacia melena casi plateada, acarició el contorno de mi rostro con sus perfectas uñas largas.
—¿No te das cuenta? Después de saber que te habías casado con Sebastián, Demián no quiso saber más de ti y borró todo rastro tuyo, y eso incluyó el burdel de donde te sacó. Así que puso en venta su parte de la cadena de burdeles, y yo la compré.
Solté una exhalación entre labios. ¿Había vendido su parte de los burdeles, aun cuando le dejaban millones de dólares al año? ¿Tanto daño le causó mi ausencia?
—Aun sí ahora eres la socia mayoritaria, ¿qué tiene eso qué ver con el señor Riva? ¿Qué relación tiene él con Odisea?
Gisel soltó una suave risita y me miró como si fuese adorablemente estúpida. Entonces, cuando se cansó de disfrutar mi intriga, separó los labios y pareció apuntó de hablar. Aunque otra voz se le adelantó, una voz profunda y masculina.
—Son mis burdeles, señorita Ricci. Yo soy el verdadero amo y señor de la cadena de burdeles Odisea que hay en el mundo.
Gisel se giró con rapidez y tanto yo como Isabel también miramos a la persona detrás de ella. Era el señor Riva. Sus labios y mirada sonreían ligeramente, mientras mantenía una postura despreocupada y natural.
—Odisea me pertenece, al igual que las mujeres que sirven en él —dijo avanzando hacía nosotras con las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta negra.
Me miró solo a mí.
—Y eso incluye a las chicas de humo, como tú, Lizbeth.
Entonces entendí por qué él me intrigaba: su actitud y forma de moverse, me recordaban intensamente a Sebastián, mi esposo.
—Odisea es mi burdel, señorita Ricci, así como cada mujer en él es mía también —dijo el señor Riva, apareciendo de la nada—. Y Gisel es mi socia mayoritaria, por eso nos conocemos. Cuando llegó hasta nosotras, se colocó al lado de su acompañante y me sonrió con amabilidad. Yo le devolví la mirada, aunque con desconfianza. Era cierto, su porte y actitud desenfadada me hacían recordar a mi esposo. Me hacían verlo en él. Pero además de eso, no podía creerle. Yo conocía al dueño de Odisea, era un hombre maduro y desagradable que hacía casi 2 años había intentado venderme luego de asociarse con Gisel para secuestrarme. —¿Odisea es realmente suyo? Creí qué... —¿Creyó que ese viejo que administraba el burdel de esta ciudad era el dueño? —negó con diversión y sus ojos resplandecieron—. Él era el administrador de uno de mis burdeles, solo eso, nunca le pertenecieron. Y mis mujeres tampoco —concluyó despacio, mirándome fijamente. ¿Acaso estaba al tanto de qué su administrador había tratado
—Desde que volvimos a vernos, esperé escucharte decir mi nombre, como antes —dijo subiendo por mi cuerpo, hasta que nuestros rostros estuvieron al mismo nivel—. ¿Por qué esperaste tanto? ¿Por qué me castigaste llamandome con esa fría formalidad?Encima mío, noté cómo se presionaba contra mi pelvis de una forma que me hizo colorearme de rojo. —Yo... yo creo que después de tanto tiempo y ... de tantas cosas, me sentí distante de usted —confesé alzando una mano y acariciando su mejilla apenas—. Sentí que era una traidora que... que no merecía pronunciar su nombre. Cerró los parpados despacio y presionó su rostro contra mi mano, disfrutando mi tacto. Después sonrió suavemente y se inclinó para depositar un tierno beso en mis labios. Fue sutil y llenó de amor. —Tú, Lizbeth, eres única persona cercana a mí, a este nivel —dijo abriendo los ojos y tomando mi mano para llevarla a su pecho—. Y nunca, ni siquiera sabiendo que te habías casado, fuiste distante, porque nunca dejé de considerarte
Pensé que cuando me tomará entraría en pánico y me retractaría. Que lo alejaría y le diría que aún no estaba lista para hacer algo así con él. Pero no fue así. No me arrepentí en el transcurso de esa noche, ni siquiera cuando lo hicimos por segunda vez al volver a casa. Simplemente lo abracé con brazos y piernas, mientras él me estrechaba contra sí y jadeaba en mi oído cuanto me amaba. Al alcanzar el orgasmo me estremecí de placer, con la piel perlada de sudor y el corazón acelerado. Entonces él se alzó sobre mí y apretando los dientes, se corrió mirándome a los ojos, viendo mi reacción de completa satisfacción. —Tú, pequeña, eres mi adoración —me dijo al salir de mí, besándome en la coronilla y sonriéndome cómo sí lo acabará de hacer el hombre más feliz—. Te amo, Lizbeth, como antes y aunque sea difícil de creer, aún más. Le sonreí, aun ruborizada y con las piernas un poco temblorosas en torno a sus caderas. —También te amo —le dije con una sonrisa. Me había asustado admitirlo,
¿Nuestro accidente había sido un acto provocado? No lo podía procesar, solo volvía a ese día y volvía a preguntarme cómo un horror así pudo ser causado por alguien. —¿Por qué pareces tan impresionada? —inquirió Abigail con confusión al ver cómo mi mirada se humedecía. Sin embargo, antes de poder sacarme una respuesta, otra voz intervino. —Demián ya viene —dijo la señora Mariel, al fin volviéndose y mirándonos a ambas. Efectivamente, podía oírlo descender por las escaleras. Escuchar sus pasos me hizo recuperar la compostura y rápidamente aparté la mirada para limpiarme apresuradamente los ojos. No quería que me viera llorar, menos por algo que Abigail me había revelado y de lo cual aún no sabía sí era cierto. ¿Qué pasaría se me veía llorando y descubría la razón? Es más, ¿qué me aseguraba que Abigail no estaba equivocada? Podría ser un error, debía serlo. —Lizbeth —dijo al entrar a la cocina. Me volví en su dirección con una sonrisa y salté de la silla para ir a recibirlo con
Mi garganta se contraía dolorosamente con cada sollozo y notaba como el dolor me estrujaba todo el pecho. Durante un año completo había vivido culpando a la vida por habérmelo quitado, por haberse llevado a la única persona que estaba a mi lado y por haber sido tan cruel por dejarme atrás; pasé un tortuoso año sola, llorando y sufriendo por él. Había maldecido al destino por haber causado ese accidente y haberme quitado al hombre que amaba. Viví un año completo preguntándome porque a nosotros, por qué él y no otro. Él, que apenas tenía 28 años y era tal dulce conmigo, ¿por qué se había ido de esa forma tan repentina? Y ahora, ahora que comenzaba a vivir de nuevo y me resignaba a que había su partida sido inevitable por ser producto de un accidente, descubría que no era así. Me partía el alma saber que alguien me lo había quitado. —Livy, escúchame —oí decir a Demián con voz ansiosa. Negué y me aferré a sus brazos, sollozando en el suelo con el alma rota. —Solo déjame explicarte, por
Después de ese enfrentamiento, nos volvimos distantes por unos días; ambos molestos con el otro, excepto en la cama. Pues, aunque me indignaba que insinuará cómo podía retenerme a su lado y a él lo tenía furioso el hecho de que yo le hubiese dicho que me iba, al final del día siempre acabábamos teniendo sexo y durmiendo juntos. No cruzábamos palabra, ni siquiera nos besábamos, pero él procuraba que yo alcanzará el clímax y yo cooperaba dejando que terminará en mí. Y cuando él acababa, me daba las buenas noches y se iba para dormir en otra habitación, dejándome con la sensación de que solo me usaba para el sexo, como en el pasado. Durante el día no estaba en casa, y sí yo quería salir, Mad siempre me acompañaba. Era como un horrible custodio que ya comenzaba a cansarme. —¿Dices que alguien provocó tu accidente? —me preguntó Isabel con escepticismo. Asentí moviendo mi bebida con la pajilla. Ella me había llamado esa mañana e invitado a desayunar, y yo me había alegrado de salir de cas
—Esperaba por ti, Lizbeth —me dijo con una sonrisa amable. Observé a Randall a una distancia prudente, aun dudando de estar ahí. ¿Qué podría decirme él? ¿Qué sabía él sobre mi esposo? Inspiré entre dientes, sintiendo cómo sí el ceñido vestido negro me estuviera cortando el aliento. Hacía un poco de frío, lo notaba en mi aliento y en mi piel, pues no traía abrigo conmigo. —¿Por qué dudas? —inquirió Randall y sin más se aproximó a mí quitándose su chaqueta—. Seguro crees que te he mentido y no tengo nada qué decirte sobre ese accidente. Me colocó la prenda sobre los hombros y sin esperar mi consentimiento tomó mi rostro entre sus manos, al tiempo que en su boca se extendía una amplia sonrisa de regocijo. —¿Has estado pensando en el momento que compartimos? Yo sí, inusualmente mi mente vuelve una y otra vez a esto —dijo, llevando el pulgar a mi boca y presionando mi labio inferior—. Me gustó más de lo esperado, debo confesar. Sonrió y yo me sentí enrojecer un poco, pero no porque me
Me volví rápidamente, abandonando la terraza a toda prisa, sin despedirme o siquiera mirar atrás. Entré apresuradamente a la casa y caminé entre los invitados sin saber a dónde iba, solo buscando distanciarme de Randall. Escuchaba las conversaciones y las estruendosas risas, el tintineo de las copas al brindar, la suave música clásica. Recorrí la casa, como si tuviera prisa por llegar a algún lado, pero solo recorría los salones mientras mi mente vislumbraba ese auto lujoso, exclusivo, costoso... Un Rolls Royce. Y solo conocía a un hombre con un auto como ese. Era su sello personal. Una parte de sí mismo. Me detuve en un salón vació y suspiré cerrando la puerta a mis espaldas. Los muebles aún se encontraban cubiertos por sabanas y las cortinas en los ventanales seguían cerradas. Cerré los ojos y apreté fuertemente mis puños, temblaban incontrolablemente. En la oscuridad de ese salón, pensé en el único coche Rolls Royce que conocía, y en su único propietario. Solo era capaz de pens