Celina levanta el teléfono, le da las indicaciones a su secretaria y segundos después sale Ann de la oficina. Aparte de tener las condiciones académicas, la sofisticada mujer no contrató a la joven solo por eso. Creyó que, por su juventud, la chica puede ser manipulada para entregarle información valiosa sobre Demitrius, mientras sea su asistente. La personalidad de él es avasallante, con gustos exquisitos. Así que la mujer no ve como una posibilidad de que la joven pueda llegar a gustarle al hombre. Ann camina junto a Maya hasta el final del pasillo con total desconocimiento de lo que quiere conseguir Celina. Lo único que le interesa es poder sobresalir lo suficiente para que Demitrius Alexander Constantino se dé cuenta de su potencial y en el futuro la considere para trabajos grandes e importantes. No fue a buscar un marido rico, quiere marcar su propia historia. Por su parte, la secretaria abre una puerta donde ve lo que será su lugar de trabajo, donde también se puede visualizar
Orlando, Florida… Más allá de las montañas, ¿qué hay? ¿Estará la tierra prometida que menciona la Biblia? ¿Se encontrarán los sueños perdidos que muchos dejaron escapar? ¿Quién? ¿Quién es aquel hombre de voz profunda y palabras firmes que le acaba de colgar a Ann? ¿Por qué, a media hora de estar sentada en el escritorio, la joven siente que todo por lo que luchó y el trabajo que le costó tanto conseguir está punto de esfumarse?—Solo tenías que responder con tono amigable, llevas mucho tiempo ensayándolo tonta - se reprocha ella en voz alta. —Solo espero que el señor Constantino no percibiera mi tono hostil. No se le puede culpar por reaccionar ante un tono parecido aún dictador. Demitrius Constantino suele utilizar su fuerte voz para hacer ejercer su poder, aun cuando no fuese él quien realizó aquella llamada. Su gemelo lo imita bastante bien. Pero ahora, Ann cuestiona si la corta conversación, podría causarle problemas en su primer día de trabajo. Igual piensa no prestarle mucha a
Orlando, Florida… Dentro de su pequeño apartamento, se encuentra Ann, nuevamente parada frente al espejo. Llegó el día, el día en el cual, por fin, verá cara a cara a su jefe, el hombre que admira desde que él fue a su universidad a dar una conferencia. Fue una semana después de la muerte de sus padres. Se suponía que no tenía que ir a dicho evento; sin embargo, sintió que necesitaba distraerse y olvidar por unas cuantas horas su gran pérdida. Y funcionó, desde que lo escuchó hablar, quedó hipnotizada, no de manera romántica, más bien, de admiración hacia su forma de dirigir un conglomerado. Para la ocasión tan importante, Ann opta por un pantalón de pinza talle alto con cinturón, de color azul celeste, que logra resaltar su voluptuosa figura. Elige una blusa blanca de cuello redondo y mangas largas y fruncidas. Esta vez deja su cabello suelto y finaliza con un sutil maquillaje, donde se aprecian sus delicados rasgos, sobre todo su pico de viuda. La joven respira profundo, le da un
Orlando, Florida… Ann trata de corresponder el saludo; sin embargo, sus palabras se detienen cuando visualiza quién es el caballero que acaba de entrar en el ascensor. Es su jefe, más bien, es el jefe de los jefes. Demitrius Constantino, es quien está parado a su lado con porte elegante, cabello perfectamente peinado, barba recién arreglada y con un envolvente aroma a almizcle. Junto a ella se encuentra el hombre en el cual basó su tesis universitaria. Se pasó seis meses investigando sobre su modelo de negocio, y ahora resulta que lo tiene cerca. A pesar de su impresión, ella sacude la cabeza y carraspea su garganta. —Es usted… digo, buenos días. Por fin corresponde el saludo. Él asiente, mientras su mirada está puesta en la pantalla de su celular. A penas son las siete y media de la mañana. Se supone que todos entran a las ocho en punto; no obstante, Ann quería cerciorarse de que todo esté perfecto para la llegada de su jefe. Por su parte, Demitrius, ya deseaba ir al ho
Demitrius se quedó observando cómo su joven asistente sale de la oficina, evidentemente, molesta. Y no es para menos, la mujer frente a él es descuidada y siempre quiere llamar la atención, sobre todo, la suya. Celia no sabe ocultar sus intenciones, a leguas se podría adivinar cuáles son sus deseos. Sin embargo, no está en los planes del caballero volver a casarse y menos con ella. Si en algún momento le da una figura materna a su hija, no será alguien como Celia, quien solo se preocupa por su aspecto físico y guardar las apariencias delante de la sociedad en la que crecieron. Fue educada para ser la esposa trofeo de un poderoso empresario. Puede que él no estuviese de acuerdo con casarse con la madre de su hija, pero no puede negar que Samira era una madre abnegada y una fiel esposa. Es exactamente lo que necesita en su vida, una mujer amorosa, que derroche dulzura y amor. —No puedo creer que tu asistente sea tan distraída. Comienza a reprochar, la causante del incidente, sacando
—Buenos días, señoritas, espero que no se molesten por detener el ascensor.Se disculpa el atractivo hombre, mientras las deja apreciar su seductora sonrisa que haría que cualquier chica se lance sobre él y le pida ser suya. Ese siempre ha sido el efecto que Andreus Constantino causa en el sexo opuesto, sin importar la edad. Un sinnúmero de mujeres casadas quisiera pecar con él, dejarse llevar de la lujuria que expide el incorregible por sus poros y gritar toda la noche su nombre. Sin embargo, ninguna de ellas sería tan tonta como para imaginarse una vida junto a él. Eso lo descubrió Dionela, su antigua amiga, a la fuerza. Ann, aún se encuentra petrificada ante la presencia del hermano de su jefe. No logra comprender cómo dos personas, exactamente iguales, pueden causar reacciones diferentes en ella. Aunque es parte de la naturaleza, el no entender con precisión su curso. Por su parte, Maya, que también queda encantada ante Andreus, se obliga a responder el saludo, ya que su amiga n
El tiempo pareciera detenerse y formar sobre ellos un domo donde solo existen dos personas: el jefe y su asistente. Demitrius escucha cómo Ann le explica con agilidad su trabajo, mientras justifica cada una de sus atribuciones. Así como la razón por la cual utilizó carpetas de diferentes colores, o ¿por qué las colocó en el orden en que asumió que él las exigiría? Por un momento, se cuestiona el motivo por el cual una joven de su edad haría las cosas de forma tan prolijas y a la perfección. No hay ni un error por el cual él podría reprocharle, así que lo único que le queda es prestar toda su atención a lo que ella le comenta. Mientras se deleita con la refrescante y rehabilitadora voz de Ann. Ese dulce tono que le añadiría años de vida a cualquier moribundo. Tan solo son las primeras horas del día, y ya el sensato hombre tiene un sinnúmero de porqués, más no las respuestas a sus intrigantes dudas sobre ella. —Entonces, el señor Collado acaba de negarnos la construcción de las villas
Aunque el sensato hombre pudo liberarse de las garras de la insistente mujer, igual tendrá que soportar su presencia durante una cena de bienvenida ofrecida por Elena, madre de los gemelos Constantino. La matriarca es una mujer de sociedad y tiene que hacerle sentir a la alta alcurnia su regreso al país que tanto detesta. Los Estados Unidos no es su lugar preferido en el mundo, aun cuando fue el sitio que le dio notoriedad a nivel internacional a su familia. Elena tiene muchas razones por las cual debería odiar el país, la más notable: las constantes infidelidades de su difunto esposo. Su excusa favorita era viajar hacia Orlando para supervisar el Atenas Palace. Lo que no decía a su regreso, era que se acostaba con todas sus empleadas que tenían menos de treinta años. Fue vergonzoso ver la osadía de una de ellas al viajar a Grecia, exigiendo ver a Theodor Constantino dentro de su féretro, así como la herencia que supuestamente le dejó al hijo de ambos, cosas que ella no permitió. El