Orlando, Florida…
Orlando, Florida… Ann trata de corresponder el saludo; sin embargo, sus palabras se detienen cuando visualiza quién es el caballero que acaba de entrar en el ascensor. Es su jefe, más bien, es el jefe de los jefes. Demitrius Constantino, es quien está parado a su lado con porte elegante, cabello perfectamente peinado, barba recién arreglada y con un envolvente aroma a almizcle. Junto a ella se encuentra el hombre en el cual basó su tesis universitaria. Se pasó seis meses investigando sobre su modelo de negocio, y ahora resulta que lo tiene cerca. A pesar de su impresión, ella sacude la cabeza y carraspea su garganta. —Es usted… digo, buenos días. Por fin corresponde el saludo. Él asiente, mientras su mirada está puesta en la pantalla de su celular. A penas son las siete y media de la mañana. Se supone que todos entran a las ocho en punto; no obstante, Ann quería cerciorarse de que todo esté perfecto para la llegada de su jefe. Por su parte, Demitrius, ya deseaba ir al ho
Demitrius se quedó observando cómo su joven asistente sale de la oficina, evidentemente, molesta. Y no es para menos, la mujer frente a él es descuidada y siempre quiere llamar la atención, sobre todo, la suya. Celia no sabe ocultar sus intenciones, a leguas se podría adivinar cuáles son sus deseos. Sin embargo, no está en los planes del caballero volver a casarse y menos con ella. Si en algún momento le da una figura materna a su hija, no será alguien como Celia, quien solo se preocupa por su aspecto físico y guardar las apariencias delante de la sociedad en la que crecieron. Fue educada para ser la esposa trofeo de un poderoso empresario. Puede que él no estuviese de acuerdo con casarse con la madre de su hija, pero no puede negar que Samira era una madre abnegada y una fiel esposa. Es exactamente lo que necesita en su vida, una mujer amorosa, que derroche dulzura y amor. —No puedo creer que tu asistente sea tan distraída. Comienza a reprochar, la causante del incidente, sacando
—Buenos días, señoritas, espero que no se molesten por detener el ascensor.Se disculpa el atractivo hombre, mientras las deja apreciar su seductora sonrisa que haría que cualquier chica se lance sobre él y le pida ser suya. Ese siempre ha sido el efecto que Andreus Constantino causa en el sexo opuesto, sin importar la edad. Un sinnúmero de mujeres casadas quisiera pecar con él, dejarse llevar de la lujuria que expide el incorregible por sus poros y gritar toda la noche su nombre. Sin embargo, ninguna de ellas sería tan tonta como para imaginarse una vida junto a él. Eso lo descubrió Dionela, su antigua amiga, a la fuerza. Ann, aún se encuentra petrificada ante la presencia del hermano de su jefe. No logra comprender cómo dos personas, exactamente iguales, pueden causar reacciones diferentes en ella. Aunque es parte de la naturaleza, el no entender con precisión su curso. Por su parte, Maya, que también queda encantada ante Andreus, se obliga a responder el saludo, ya que su amiga n
El tiempo pareciera detenerse y formar sobre ellos un domo donde solo existen dos personas: el jefe y su asistente. Demitrius escucha cómo Ann le explica con agilidad su trabajo, mientras justifica cada una de sus atribuciones. Así como la razón por la cual utilizó carpetas de diferentes colores, o ¿por qué las colocó en el orden en que asumió que él las exigiría? Por un momento, se cuestiona el motivo por el cual una joven de su edad haría las cosas de forma tan prolijas y a la perfección. No hay ni un error por el cual él podría reprocharle, así que lo único que le queda es prestar toda su atención a lo que ella le comenta. Mientras se deleita con la refrescante y rehabilitadora voz de Ann. Ese dulce tono que le añadiría años de vida a cualquier moribundo. Tan solo son las primeras horas del día, y ya el sensato hombre tiene un sinnúmero de porqués, más no las respuestas a sus intrigantes dudas sobre ella. —Entonces, el señor Collado acaba de negarnos la construcción de las villas
Aunque el sensato hombre pudo liberarse de las garras de la insistente mujer, igual tendrá que soportar su presencia durante una cena de bienvenida ofrecida por Elena, madre de los gemelos Constantino. La matriarca es una mujer de sociedad y tiene que hacerle sentir a la alta alcurnia su regreso al país que tanto detesta. Los Estados Unidos no es su lugar preferido en el mundo, aun cuando fue el sitio que le dio notoriedad a nivel internacional a su familia. Elena tiene muchas razones por las cual debería odiar el país, la más notable: las constantes infidelidades de su difunto esposo. Su excusa favorita era viajar hacia Orlando para supervisar el Atenas Palace. Lo que no decía a su regreso, era que se acostaba con todas sus empleadas que tenían menos de treinta años. Fue vergonzoso ver la osadía de una de ellas al viajar a Grecia, exigiendo ver a Theodor Constantino dentro de su féretro, así como la herencia que supuestamente le dejó al hijo de ambos, cosas que ella no permitió. El
Desde lo más alto del cielo comienzan a caer gotas de lluvia que convierten toda la ciudad en un caos. La acción de estar sentada en la parte trasera de un taxi, mientras te conduce hacia una inmensa mansión donde se encuentra un atractivo y fascinante hombre de treinta y ocho años, es apasionante. Se vería como un gesto romántico, ¿no es así? Bien, la realidad es que Ann, se dirige hacia la propiedad a petición de una mujer que, según Maya, no quiere hacer su trabajo. Las mismas energías que gastó Eleonor en llamar a la joven, son las mismas que pudo haber invertido en comunicarse con el gran jefe y solicitar su firma. Es electrónica, estaba de más que la chica de veintidós años saliera de la calidez de su hogar hacia la impetuosa noche, y para colmo de sus males, a las dos se les olvidaron traer los paraguas. Así que Ann asegura el iPad dentro de su hoodie color rosa pastel con una imagen del disco de Taylor Swift, 1989. Y junto a Maya corren hacia el portón de la mansión, esperan
Todos quedan atónitos ante la falta de educación que, según ellos, presentan las jóvenes al interrumpir su cena. Aunque no faltan las miradas lascivas hacia Ann y Maya por parte de ciertos caballeros que no respetan que sus esposas se encuentren a su lado. No se puede esperar menos de una casta que solo finge ante la sociedad ser seres pulcros e intachables. Demitrius se levanta de su asiento con su porte autoritario e intimidante. Camina hacia los tres, mientras arregla su saco, mostrando una apariencia exquisita ante los ojos de cualquier mujer. Se detiene frente a su hermano con mirada amenazadora. Odia cuando este deja a un lado sus advertencias y termina haciendo justamente lo contrario a lo que dice. —Hijo, no creo que sea prudente atender a las… - Elena trata de buscar las palabras correctas para referirse a Ann y Maya, mientras las mira con desagrado. —De hablar con las señoritas, en este momento. Tenemos visita - termina diciendo entre dientes. —Madre, no te preocupes, t
Al día siguiente… Una espléndida mañana reluce en una de las hermosas ciudades de Florida. Las aves cantan, las flores desprenden su aroma natural y el cielo está despejado. Ni una nube gris entorpece en el bello amanecer. Es un clima completamente diferente al que Ann tuvo que soportar la noche anterior. Todo parece estar de mil maravillas hasta que… —¡Aaaa…chuuu! Se escucha un fuerte estornudo en el pequeño apartamento. Resulta que la lluvia tuvo sus consecuencias y terminó afectando a la dulce joven, quien intenta terminar de vestirse para ir al trabajo. —Sabía que te ibas a resfriar. Te dije que tomarás un antigripal para evitar el malestar - le reclama Maya a Ann. —Cuando llegamos anoche no tenía nada… aaa…chuuu - se vuelve a escuchar. Maya niega con la cabeza y le pasa el té que le preparó a la joven. Es que era de esperarse que las dos o por lo menos una de ellas se enfermaran. Ayer fue un día ajetreado que terminó con ellas empapadas por la lluvia. —No te preocupes, esta