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La asistente del jefe y el incorregible

Celina levanta el teléfono, le da las indicaciones a su secretaria y segundos después sale Ann de la oficina. Aparte de tener las condiciones académicas, la sofisticada mujer no contrató a la joven solo por eso. Creyó que, por su juventud, la chica puede ser manipulada para entregarle información valiosa sobre Demitrius, mientras sea su asistente. La personalidad de él es avasallante, con gustos exquisitos. Así que la mujer no ve como una posibilidad de que la joven pueda llegar a gustarle al hombre. 

 

Ann camina junto a Maya hasta el final del pasillo con total desconocimiento de lo que quiere conseguir Celina. Lo único que le interesa es poder sobresalir lo suficiente para que Demitrius Alexander Constantino se dé cuenta de su potencial y en el futuro la considere para trabajos grandes e importantes. No fue a buscar un marido rico, quiere marcar su propia historia. 

 

Por su parte, la secretaria abre una puerta donde ve lo que será su lugar de trabajo, donde también se puede visualizar otra puerta, la cual supone, está la oficina de su jefe. 

 

—Imponente, ¿cierto? - comenta Maya. —Al señor Constantino le gusta la privacidad y que su asistente también la tenga. Manejarás informaciones importantes, de las cuales tendrás que cuidar, literalmente, con tu vida. De ahora en adelante te convertirás en la mujer más odia del conglomerado. Bueno, aquí en Estados Unidos, dicen que su asistente en Grecia es muy estricta, tengo entendido que ella será una especie de jefa para ti.

 

Termina de informar Maya a Ann, quien estuvo atenta a cada palabra de la joven. 

 

—Suena tan increíble todo esto. He escuchado de Eleonor, es como su mano derecha. Pero no importa cuánto trabajo tenga, para eso vine.

 

Comenta con confianza. El caso que se ha preparado gran parte de su vida para un momento como este, así que sabe que trabajar para un complejo hotelero acarrea muchas responsabilidades que está dispuesta a asumir. Maya mira a la entusiasmada joven con una sonrisa empática, esperando que ella no salga corriendo como la última secretaria del jefe. 

 

—Espero que mantengas ese ánimo por mucho tiempo y no salgas corriendo cuando lo conozcas. Con tan solo una mirada puede hacer llorar a cualquiera. Lo que tiene de guapo, lo tiene de exigente - confiesa. 

 

—Creo que lo puedo manejar - declara muy confiada. Maya asiente.

 

Antes de que se salga y deje a Ann para que se acomode, Maya le comunica que en unas cuantas horas su contrato estará listo para firmar y, diciendo lo último, sale de la oficina. La joven sonríe incrédula por el giro que está empezado a dar su vida, ni siquiera discutió sobre salario, confía en que un conglomerado como el de los Constantino pague muy bien. 

 

Se sienta en la silla y mira todas las carpetas que tiene sobre el escritorio. Son documentos de negociaciones de nuevos contratos con proveedores y permisos de construcción; al parecer, a la antigua asistente no le dio tiempo para terminar el trabajo. Así que ella se pone a hojearla para saber cómo la empezará a archivar. De manera repentina, escucha el teléfono sonar, lo toma pensando que pudiera ser el departamento de recursos humanos. 

 

—Oficina del Señor Constantino, ¿en qué lo puedo servir? - responde ella con educación.

—¿Eres la nueva asistente? ¿Cómo te llamas?

Pregunta una voz ronca y varonil. Ann frunce el ceño ante la interrogativa autoritaria de aquel hombre desconocido. Respira y responde con el mismo tono educado…

—Soy Ann Gutiérrez, la asistente del señor Demitrius Constantino, ¿lo puedo ayudar en algo, señor?

Cuestiona con pequeña sutileza que hace sonreír al hombre que la escucha, quien ha percibido su tono de molestia ante su renuencia de presentarse.

—Bien, le diré a Eleonor que se comunique con usted, quiero que todo esté listo para mi llegada - le dice el caballero. Ann se levanta de un tirón de su asiento, avergonzada por no reconocer la voz de su jefe. Pero ¿cómo lo iba a hacer si es la primera vez que lo escucha? —Y por si no se ha dado cuenta, soy Demitrius Alexander Constantino - y cuelga antes de que ella pudiese decir algo.

 

 La joven se vuelve a sentar, mientras choca, levemente, su cabeza contra su escritorio. Del otro lado del mundo, específicamente en Antenas, Grecia, está el hombre de treinta y ocho años riendo por su pequeña conversación con Ann. Su hermano gemelo niega con la cabeza por la acción tan infantil. Con Andreus Constantino siempre es lo mismo: pasa más tiempo persiguiendo a mujeres, o haciendo bromas a los empleados que, haciendo lo que le corresponde, ocupar su puesto en el imperio de la familia. 

 

—¿Algún día vas a madurar? - cuestiona Demitrius.

 

—Dijiste que querías saber si ya Celina había contratado a tu asistente, en Estados Unidos. Ya ves que lo acabo de confirmar. Ni siquiera tuviste que dejar de teclear tu computadora, hermanito. De nada. Por cierto, la chica parece ser muy joven por manera de hablar. ¿Quién será esa Ann Gutiérrez?

 

Se pregunta tratando de ponerle rostro a la dulce voz que escucho hace unos minutos. Andreus Constantino, vendría siendo el hermano menor por tan solo unos segundos. Su deporte favorito es, recorrer por todo el mundo fotografiando la naturaleza y todas las extrañezas que vienen con ella. Así como abordar a todo lo que se mueve con falda.

 

 Y ¿cómo no caerían aquellas damas? Si ambos hermanos cuentan con un atractivo de los mismos dioses: cuerpo corpulento, tono de piel oliva, y cabellera abundante color azabache, así como ojos de mirada intensa y oscura como la noche. Aquellos ojos de color negro que seducen a cualquier mujer llevándolas a pecar con tan solo el pensamiento. 

 

Si lo ves muy deprisa, son exactamente iguales. No obstante, todo el que se acerque a ellos puede encontrar sus diferencias. Los rasgos de Demitrius son más serios y si no fuese por su espesa barba, se podría apreciar el sensual lunar que lleva encima de su labio superior.  

 

—No importa quién sea ella, solo espero que se encuentre lo suficientemente capacitada para trabajar conmigo.

 

Habla Demitrius devolviendo a la realidad. Es un hombre que sabe lo que desea, cuándo, dónde y cómo lo quiere. Por esa razón, no da paso a la ineficiencia y falta de responsabilidad.  El majestuoso hombre, enviudo hace tres años. Su esposa, Samira, madre de su hija, con quien se casó por pura formalidad entre grandes familias griegas. Él, heredero de un conglomerado hotelero, y ella, heredera de toda una flotilla de cruceros de lujos. Tras morir ella, la herencia pasaría a su hija Dafne, hecho, que a pocos les agrada. 

 

La típica vida de los multimillonarios con familias tradicionales, la lucha de poder, de quién es el que debe llevar las riendas de todo un imperio. 

 

—Por Dios, y que tenga mucha paciencia la pobre, no será nada fácil trabajar contigo. Mira cómo despediste a tu última secretaria - menciona Andreas. 

 

—Sí, quiero que me recuerdes la razón por la que lo hice. 

 

Sentencia Demitrius dejando de ver la pantalla de su computadora para verlo a él. Resulta que, como es de costumbre para su mujeriego hermano, este término acostándose con su secretaria, mientras toda una sala de juntas esperaba por las carpetas que se supone que ella debía entregarles. Era un importante negocio que pudo haberse arruinado por su culpa. 

 

—Debes relajarte más, hermanito - dice, levantándose de la silla para ir a sus andadas, pero antes de hacerlo dice: —Dime algo, ¿ya hablaste con mi sobrina de que se irán a los Estados Unidos por una temporada? 

 

El hombre recuesta su cabeza de la silla y respira profundo. Tras la pérdida de su madre, Dafne se ha vuelto rebelde y contestataria. Ha sido todo un reto para él llegar a buenos términos con ella para llevar la fiesta en paz, a pesar de que solo tiene diez años. Demitrius la entiende, él perdió a su padre, con quien mantenía una excelente relación. El hecho es que cada vez se le hace más difícil establecer una relación con la niña. Ella era muy apegada a su madre, y simplemente la extraña.

 

Se supone que un hombre, de su estatus, linaje y nivel de compromiso, debería volver a casarse, darle una figura materna a Dafne y tener más heredero; sin embargo, cada día ve esa posibilidad, más lejos. 

 

—No, aún no lo hago - responde, sin mirarlo. 

 

—Uumm… ya veo - es lo único que dice y sale de la oficina de su gemelo. 

 

Encargarse de todo un corporativo, mientras tratas de ayudar a lo único que te importa para que maneje sus emociones, es muy complicado. No tiene tiempo para buscar una segunda esposa, como quiere su exigente madre. 

 

—No seas tonto, Demitrius. Si te casaste con la mujer que te interpusieron, puedes hacerlo de nuevo - hace el comentario para sí mismo. 

 

Por su parte, Andreas sale del edificio Constantino. Otra de la forma más efectiva para diferenciarlos, es su manera de vestir. Mientras, Demitrius usa trajes de corte clásico y elegantes, corbatas finas y zapatos italianos. Nunca lo verás con colores estridentes y estrafalarios. Su gemelo es más casual de utilizar jean, sudadera y botas vaqueras. Su vestimenta relajada es la que llama la atención de todas las féminas. 

 

—Andreus Constantino, se puede saber, ¿qué haces en mi galería de arte? No creo que sepas lo que es un Soulages - comenta la mujer que lo observa inquisitivamente. 

 

—Mi querida Dionela - dice con sonrisa provocativa. — ¿Qué? ¿No puede un hombre pasar a saludar a una vieja amiga? 

 

—Vieja, tu madre - reprocha, ocasionándole al hombre una risa sonora hombre. —Y no, no puede. Menos si la dejas colgada.

 

Andreas, Demitrius y Dionela son amigos desde la infancia, los Constantino y los Makris conservan una buena amistad desde antaño. Al igual que hicieron con el gemelo mayor, también querían casar al incorregible del menor uniendo ambas familias. Sin embargo, este nunca quiso hacerlo y ella tampoco iba a perder su tiempo. Aunque eso no les impidió pasar momentos íntimos disfrutando el uno del otro. Eso, hasta que ella entendía que los años les estaban pasando y lo recomendable era unirse en santo matrimonio con otro hombre. 

 

—Por favor, no quería pasarme la tarde viendo los aburridos cuadros de tu marido. No entiendo por qué aún lo sigues apoyando, sabes que no tiene talento.

 

Le reprocha en medio de la galería, la cual, para suerte de la mujer, aún no abre sus puertas. Dionela lo reprende con la mirada por aquel descortés comentario. Andreas rueda los ojos y hace un ademán de disculpas. La hermosa mujer de piel bronceada, cabello castaño oscuro, de característicos ojos azules, con tres vacíos. Esa intensa mirada que da la ilusión de tristeza y fastidio al mismo tiempo. Lo observa con enojo. 

 

El incorregible, quien tiene por seguro que de todos los hombres que su querida amiga podía conseguir, terminó con el más aburrido y nefasto del mundo. Calixto es un fracaso intento de pintor que logró caer en gracia de los Makris, terminó casándose y teniendo un hijo con la Dionela. Él aprovecha que no hay nadie alrededor para acercarse a ella, rodearle la cintura y decirle:

 

—Debíamos ir al Atlas. Tú tienes muchos días ignorándome.

 

Trata de convencerla para escaparse a unos de los hoteles del corporativo. Ni ella, ni el mujeriego hombre, han podido dejar de tener sus encuentros, aun cuando ella lleva cinco años casada con Calixto. Acepto, porque su padre tiene buenos negocios con la familia de él, y prefería un hombre al cual pudiese manejar, que a uno que pudiera manipularla. Dionela le sonríe y, sin que Andreus se lo espere, lo empuja. 

 

—No, tengo cosas importantes que hacer. Yo, sí trabajo, te recomiendo hacer lo mismo, querido amigo. 

 

Le dice retirándose de la sala y dirigiéndose a su oficina a coordinar la nueva exposición. Mientras tanto, el incorregible, se queda observando a la mujer caminar con tanto porte y elegancia. Le encanta estar con su amiga, aun así, no puede ofrecerle nada más que sexo. 

 

Es así como a miles de kilómetros se comienza a desarrollarse una posible historia de amor. Una que no sabremos si podrá florecer y terminar en un, felices para siempre… 

 

 

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