Mañana ASESINOS FATALES. Continúa leyendo Compláceme y Destrúyeme. La historia ha entrado en su recta final. Disfruta de los últimos capítulos.
En mis sueños, Katerin y yo veíamos a nuestra mamá salir del departamento. Ya no volvería, nos lo había dicho. Cuando la puerta se cerró, mi hermana tomó una mochila y se preparó para buscar empleo. No me miró ni dijo nada, pero lloró en silencio. —¡Hey! ¡Hey, muchacha! Emití un quedo quejido, luego parpadeé un par de veces. Un hombre se encontraba frente a mí, la luz tenue de una lampara oscurecía su rostro, volviéndolo nada más que una silueta. ¿Me había quedado dormida? ¿Dónde estaba Gisel? —¡Vamos, niña, despierta de una vez! Fruncí el ceño y ladeé la cabeza, desorientada. En un vistazo breve, me di cuenta de que ese lugar no era el penhouse de Gisel. Ese nuevo sitio era oscuro, de muros desnudos, vacío y con solo una puerta de metal oxidada en una esquina. Yo estaba recostada de espaldas en el suelo. Y cuando intenté moverme, un dolor tirante me recorrió los brazos; mis manos estabas atadas sobre mi cabeza. De inmediato entré en pánico y comencé a debatirme. —¡Hey,
No supe cuánto tiempo permanecí dormida, pero cuando desperté me dolía todo el cuerpo y apenas podía moverme. Por un instante me quedé quieta, mirando al techo y con la mente en otro lugar. Katy, mi hermana, llevaba más de 6 meses muerta. Y Demián siempre lo había sabido, me había engañado, mentido. Y cuando le pregunté por ella, él sin pizca de vergüenza me había jurado que ella se encontraba bien, a salvo y muy lejos de allí. ¿Alguna vez yo de verdad fui importante para él? ¿Signifiqué algo en su vida? ¿Por qué me había atormentado haciéndome creer que Katy me había abandonado, cuando en realidad ya no estaba viva? ¿Era un hombre tan despiadado e insensible, como para ocultar el fallecimiento de mi hermana? —Vaya, ya estás despierta. No reaccioné. Ni siquiera cuando se colocó en mi campo de visión. No era el dueño, era el tipo desconocido del día anterior. —Tienes la cara hinchada de tanto lloriquear —comentó inclinándose y palmeándome la mejilla—. Anda, niña, ponte en pi
El dueño me hizo bajar de una camioneta cerrada a base de bruscos empujones. Cuando tuve ambos pies en el suelo, me arrancó la tela que me había cubierto los ojos durante todo el viaje. Pestañeé hasta acostumbrarme a la luz, luego miré en torno. La casa frente a nosotros era de un antiguo estilo, pero muy bien conservada. Sus jardines resplandecían gracias a los últimos rayos del sol. —Toma esto. Pab me entregó un antifaz tipo carnaval, en brillantes colores a negro y dorado. El accesorio era una gran y ostentosa ala de mariposa en el lado derecho, diseñada para cubrir por completo esa mitad del rostro. Mientras que, el lado izquierdo era sencillo y común, con detalles simples pero elegantes alrededor del ojo. Un cliente, un burdel y un antifaz... Todo era exactamente cómo al comienzo. Pab me ayudó a colocarme el accesorio. Luego el dueño me tomó del brazo y nos acercamos a la gran puerta. Aunque no hubo necesidad de tocar, pues apenas subimos los escalones, ésta se comen
Sujetándome por detrás y apoyando la afilada hoja contra mi cuello, el hombre me obligó a alejarme de la puerta. Demián me llamó a gritos, pateó la puerta repetidas veces, pero yo no respondí. Me quedé muy callada y quieta. —¡Adelante, distinguido señor! —se burló el hombre detrás de mí—. ¡Pase y vea como su encantadora zorra se restriega contra mi entrepierna! En respuesta, se hizo un mortal silencio, y justo cuando creí que Demián ya no insistiría en entrar, sonaron dos disparos consecutivos. —¡Qué cojones...! La puerta se abrió de par en par, dejando ver una decena de hombres armados hasta los dientes, y a Demián al frente. Sus enfurecidos ojos de inmediato se posaron primero en mí, luego en el hombre que me sujetaba. La navaja rozó mi cuello. —¡Escúchame, idiota, no se te ocurra intentar...! De un ágil movimiento, Demián levantó su arma y disparó una vez. Cerré los ojos y contuve un grito. Un segundo después, el hombre me liberó. Vi su mano soltar la navaja y casi
Miré mi mano izquierda, más específicamente, el reluciente anillo dorado en mi dedo anular. La sortija era brillante, simple, solo un círculo adornando mi mano. Pero, extrañamente, el solo verla me aceleraba el corazón; ese era mi anillo de matrimonio. Sonreí ampliamente y levanté la mano a la luz de la lampara, a fin de que el oro destellara en mi dedo. —¿Estás feliz? —susurró en mi oído, abrazándome por detrás. Colocó la palma de la mano justo en mi bajo vientre y, a pesar de traer puesto un vaporoso vestido de novia muy cómodo y sencillo, mi respiración se aceleró. Con las mejillas algo rojas, coloqué una mano sobre la suya. Luego me volví hasta quedar de frente a mi esposo, mi perfecto esposo. Él me sonrió y yo me puse todavía más colorada. —Te amo, Livy. Gracias por casarte conmigo. Dado que estaba descalza, tuve que ponerme de puntillas y apoyarme en sus hombros para intentar alcanzar su boca. Al verme en dificultades, Demián me tomó de la cintura con un brazo y me
Livy... yo también te amo... Mi última respiración antes de despertar, fue profunda y nostálgica. Mis parpados pesados se abrieron con esfuerzo, como si fuese la primera vez. Y el sueño que acababa de tener, comenzó a desaparecer de mi mente rápidamente. Solté un suspiro, y noté cómo una pequeña gota rodaba por mí mejilla. ¿Qué había sido esa sensación? ¿Por qué me era tan familiar? Al principio, mi visión fue borrosa y difusa, pero conforme parpadeaba, poco a poco todo se volvió cada vez más nítido. Sobre mi cabeza, había un techo blanco y luces pálidas, enceguecedoras. Con una mueca de dolor me llevé ambas manos a la cabeza. Me sorprendió notar que estaba vendada. Pero más me sorprendió ver la intravenosa conectada a mi mano derecha y la bolsa de suero colgada a un costado de la amplia cama. —¿Sabes cuál es tu nombre? —preguntó de pronto una voz, sobresaltándome. A pesar del fuerte dolor, giré la cabeza rápidamente hacia la puerta. Estuve a punto de gritar. Recostado cont
Apenas logré levantarme de esa cama, de dirigí al baño y me miré al espejo. Mi cabello ligeramente rizado de las puntas, era largo y de un llamativo color salmón; mi rostro ovalado era pequeño y de piel cremosa, aunque con algunos moretones amarillentos, indicios de que había sido golpeada. Y no era una chica alta, pero tampoco demasiado bajita. Mucho menos era una belleza, solo de apariencia delicada y dulce. Nada en mí insinuaba que hubiese sido una mujer... de ese tipo. Sin embargo, ese vestido y la historia del lugar dónde Sebastián me había encontrado, decían otra cosa. —Livy, te dejé algo para que te vistas. No le respondí, pero cuando lo escuché cerrar la puerta de la habitación al salir, yo me apresuré a salir del baño. En la cama había dejado un sinfín de bolsas de compras. De una de ellas saqué un pequeño vestido rosa claro de olanes y unas sandalias blancas; todo al gusto de mi patrocinador, quien parecía ser un perfeccionista y adicto al orden. Incluso el aspecto
Al día siguiente, apenas tuve oportunidad de asimilar esa nueva vida. Pues al terminar mi desayuno, Sebastián fui a mi habitación y me pidió ir con él. Lo hice a regañadientes. En silencio subimos al elevador. Pero cuando presionó el botón de la recepción, no pude reprimir mi curiosidad. —¿A dónde vamos? Él no dijo nada al principio, esperó hasta que las puertas comenzaron a abrirse. Entonces me tomó de la mano y tiró de mí fuera del elevador. —Aun eres una desconocida —dijo con simpleza, llevándome hasta la salida del edificio. Me puse levemente roja ante las miradas sorprendidas que la gente en la recepción nos dirigió—. No puedes seguir permaneciendo en el anonimato. En la calle nos esperaba un pulcro coche negro, que parecía que acababa de dejar la agencia. Y a su lado, un hombre en un traje que hacía juego con el color del auto. Al vernos salir, abrió educadamente la puerta del pasajero. Sin una palabra Sebastián me empujó dentro. —Maneja con cuidado —le dijo al ch