—¿Eh…?Tan estupefacta estaba que no podía articular más. Lo contemplaba como si no lo reconociera.Ricardo soltó una ligera risa, cargada de melancolía.—¿Por qué me miras así?¡Era tan extraño!—No lo entiendo… —musitó Luciana, con un nudo en la garganta—. ¿Por qué?—No hay ningún “por qué” —respondió Ricardo—. Todo esto, en un principio, pertenecía a tu madre. Y al faltar ella, debería ser de ustedes, sus hijos.Por lógica, sonaba razonable. Sin embargo, Luciana no comprendía la enorme diferencia de actitud respecto al pasado. En aquel entonces, él la había orillado a una situación insostenible. ¿Por qué era tan generoso ahora?Ricardo, percibiendo la carga en los ojos de su hija, habló con un tono lleno de culpa:—No puedo cambiar lo que pasó, pero sí puedo hacer lo correcto en este momento. Toma lo que te corresponde.—Estas propiedades —continuó—, te las entrego ahora. Las que aparecen en el testamento y que serán para ti y para Pedro, se mantendrán intactas. Si no las aceptas, t
Una vez dentro del coche, Luciana habló de manera inusual.—¿Puedo hacerte una pregunta?—Claro, lo que quieras —asintió Alejandro, curioso.—¿Cuántos días tarda, por lo general, una transferencia a una cuenta en el extranjero?Él, acostumbrado a estos trámites por su trabajo, contestó de inmediato:—Entre tres y cinco días, por lo general. Aunque si llegas a los siete días y no se refleja, tienes que investigar. —Frunció el ceño—. ¿Por qué lo preguntas?Luciana negó con la cabeza.—Nada importante, solo quería saber.Pero internamente estaba haciendo sus cálculos. Si era de tres a cinco días y ya habían pasado cuatro desde que hizo el envío, ¿por qué no había recibido ninguna noticia del “distorsionador de voz”? Quizá debía seguir esperando… No tenía otra opción.Cuando llegaron a la consulta de ginecología y obstetricia, había una serie de chequeos por hacer. Alejandro llevó a Luciana hasta la sala de espera.—Siéntate. Enseguida regreso.—Gracias.Ella sabía que necesitaba tener la
—No es nada —contestó al fin, intentando recobrar la calma. Se soltó de Alejandro—. ¿Trajiste el agua? Dámela, por favor. Quiero terminar pronto con las revisiones e irme a casa.¿“No es nada”? Alejandro no las tenía todas consigo. Para él, Luciana se veía realmente alterada, como si hubiera vivido un susto tremendo. Aun así, no insistió: simplemente le quitó la tapa a la botella y se la ofreció.—Toma.—Gracias —respondió ella.La revisión prenatal tomó cerca de una hora. Eran poco más de las cuatro y media de la tarde cuando llegaron de regreso al departamento de Luciana. Apenas se detuvo el auto, ella abrió la puerta con prisa, bajando sin esperar ayuda.—Luciana, te acompaño…—No hace falta —replicó sin mirar atrás, avanzando con paso firme hacia el lobby.Alejandro se bajó también, intentando alcanzarla, pero ya era demasiado tarde: ella se había metido en el elevador, dejándolo con una sonrisa amarga. “¿Cuánto me detesta…?”, se preguntó.***Luciana subió y, tras cerrar la puerta
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.—Está bien, acepto.Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin em
Luciana se tambaleó y casi perdió el equilibrio.—Señor, ya está aquí. Su abuelo está estable, solo un poco débil, necesita descansar y cuidarse bien —dijo el médico, quien acababa de revisar a Miguel, al ver a Alejandro—. Presta atención a su dieta y, sobre todo, asegúrate de que esté de buen ánimo. Lo más importante es que esté feliz y sin preocupaciones.Acto seguido, salió de la habitación, dejándolos a los tres a solas. Miguel, medio recostado, les hizo una señal para que se acercaran.—Alex, Luci, hoy se casaron, ¿no te dije, Alex, que debían disfrutar de su luna de miel y no venir a verme?—Señor Guzmán —dijo Luciana, y tragó saliva con nerviosismo—, lo siento…—¿Aún no cambias la forma de dirigirte a mí? Además, ¿por qué te disculpas? —preguntó Miguel, desconcertado.—Yo… —comenzó a responder, pero Alejandro la interrumpió con un leve tirón de su muñeca. —Luciana quiere decir que, dado que aún está hospitalizado, no podíamos concentrarnos en nuestra luna de miel, así que de