Con un escalofrío recorriéndole el cuerpo, Luciana apretó los puños hasta sentirlos fríos.De pronto le vino a la mente algo que Alejandro también había dicho: que, para un médico, la vida de cualquier persona debería ser igual de valiosa, fuera villano o héroe, y que lo de “perdonar” o no a Ricardo era otro asunto. Pero… ¿realmente iban a salvarlo?***Mientras tanto, en la otra cara de la ciudad, Fernando seguía inmerso en una racha de problemas. Hacía varios días que trataba de comunicarse con Alejandro para evitar que el Grupo Guzmán rescindiera el contrato con CreaTech. Sin éxito. En un par de semanas, la colaboración terminaría, y sus esfuerzos parecían en vano.Por si fuera poco, el día anterior, la Empresa Casabella también había anunciado que, tras finalizar el proyecto actual, no renovarían con CreaTech. Para intentar convencerlos, Fernando y su socio, Dante Torres, se reunieron con el director de Casabella, pero no lograron ningún progreso.Terminó regresando a casa ya de ma
Además, si fuera por el tema de Luciana, él no habría aceptado colaborar con CreaTech al principio.—Pues yo no estaría tan seguro —replicó Dante—. Piensa que el primero en romper el contrato fue precisamente el señor Guzmán. Y, seamos francos, él es de los pocos que tiene la fuerza para hacer algo así.Fernando no supo qué responder; lo cierto es que parecía tener sentido.—Pero no imagino al señor Guzmán actuando así… —balbuceó, dudando.¡Bam!Un estrépito interrumpió sus reflexiones. Al voltear la cabeza, descubrió que Victoria había tirado al suelo un recipiente con comida. Por fortuna, la tapa estaba bien ajustada y casi nada se derramó, pero la cara de su madre lucía inquieta, como si la hubieran sorprendido en falta.—Te llamo luego —dijo, terminando la llamada. Se encaminó a la cocina para ayudarla a recoger el recipiente.Antes de que Fernando pudiera preguntar, Victoria confesó con voz temblorosa:—Fer… hace un momento mencionaste al señor Guzmán…—Sí —confirmó él, con el ceñ
Una vez allí, recordó que durante la jornada laboral era complicado entrar a las habitaciones de hospitalización. Pensó, entonces, que tal vez Luciana estaría en Urgencias o en Consultas Externas.Primero revisó el área de Urgencias y no la vio. Luego, pasó a Consultas. Tuvo suerte: Luciana efectivamente estaba atendiendo en consulta externa. Desde la puerta, se percató de que, cada vez que llamaban a un paciente, podía ver a Luciana dentro, bien sea sentada hablando con un enfermo o de pie, haciendo una revisión rápida. Ella lucía concentrada y en buen estado de ánimo. Nada en su semblante indicaba que estuviera sufriendo algún problema grave.Fernando se tranquilizó un poco. “Al menos Alejandro no ha desquitado su furia con ella”, pensó. Sin embargo, tenía que asegurarse de que Luciana estaba realmente bien. Recordó, no obstante, la promesa que le había hecho a ella de mantener las distancias. Así que se limitó a observarla discretamente, sin acercarse.Este silencioso seguimiento se
—Pues eso llevó a que Alejandro la tildara de… “infiel” y decidiera no seguir con ella.—¡¿Qué?! —Fernando dio un respingo, sintiéndose culpable de golpe.Entonces… él era el culpable de la desgracia de Luciana. ¿Cómo podía no intervenir? Tenía que explicárselo a Alejandro, aclararlo todo. Sí, se presentaría ante él, pero Alejandro se negaba a recibirlo en Grupo Guzmán. Sería hora de “acecharlo” en otro lugar, quizá.A la mañana siguiente, con los primeros rayos del sol, Fernando se plantó frente a la sede de Grupo Guzmán, con la esperanza de verlo llegar. Pero dieron las diez y no había señal de Alejandro. «Tal vez pasó la noche en la oficina», pensó, y fue a preguntar en recepción. Pero la recepcionista, asumiendo que venía otra vez a negociar, fue cortante:—Señor Domínguez, no podrá verlo. El señor Guzmán no vendrá hoy.—¿Y adónde fue?—Lo siento, no puedo proporcionarle esa información —respondió ella con una sonrisa diplomática.Fernando se despidió sin presionarla. Llamó a Dante
—¡Alex!—¡Señor Guzmán!En ese momento aparecieron finalmente Sergio y Ronaldo, el director general de Empresa Casabella. Al ver la escena, se llevaron un susto y corrieron a separarlos, cada uno sujetando a uno de los peleadores.—¡Suéltame! —rugió Alejandro, como si lo cegara la furia—. ¡Hoy mismo lo reviento!—¡Ja! —exclamó Fernando, con la respiración agitada—. ¡Vamos, intentalo! Si no me matas hoy, “nieto”, no seré yo quien te respete.—¡Pero bueno! —exclamó Ronaldo, tomando a Fernando de los brazos—. Señor Domínguez, por favor, deje de provocarlo. Mire cómo lo ha dejado…—Sergio, suéltame —ordenó Alejandro con rabia.—Alex… —Sergio negó con la cabeza con resignación—. Si te suelto, lo matas de verdad. Llamaré a seguridad para que se lo lleven, ¿te parece?—¡No!—¡Tampoco!Ambos hombres gritaron al unísono, cada uno más dispuesto a pelear que a retirarse, como dos hienas rabiosas que nadie podía frenar.Ronaldo y Sergio se quedaron sin palabras. Con todo, el forcejeo bajó apenas u
Luciana, con cubrebocas y guantes, salió a recibirlos:—¿Qué tenemos?—Una herida por asta de toro, con daño en la zona torácica…—Aquí se ve más abdominal —corrigió ella—. Entren de una vez y pónganlo en monitor. Necesito a una enfermera que inicie la vía y prepare el abdomen. Informen a quirófano que se prepare la mesa; yo haré la extracción de sangre para mandar análisis y pedir sangre al banco si hace falta.—¡Entendido, doctora!A pesar de lucir una barriga ya notable, Luciana no se veía apocada en lo más mínimo; se desenvolvía con la misma agilidad de siempre.Alejandro llegó justo para verla girar hacia la sala de emergencias, mientras las puertas se cerraban tras ella con un suave “whoosh”. Se quedó en la sala de espera, sin más remedio que sentarse y aguardar.Poco después, Luciana salió con un expediente en la mano, alzando un poco la voz:—¿Quién es el familiar?—¡Yo! —se escuchó del otro lado.—Necesito que me acompañe; hay que aclarar algunos detalles y firmar autorizacion
Tras la sorpresa inicial, Luciana se recompuso. No le contestó de inmediato; en cambio, soltó una risa cargada de ironía:—¿Por qué lo preguntas?A Alejandro le bastó ver esa reacción para intuir que, en efecto, la había juzgado mal. Quizá sentía un extraño alivio… y, a la vez, cierta desazón. No sabía si alegrarse o frustrarse. Sostuvo su mirada y dijo en voz firme:—Solo quiero saber la verdad.—¿La verdad…? —repitió Luciana, con una sonrisa aún más cínica, como si de pronto se divirtiera con sus palabras—. Qué curioso. Lo tenías ya “todo claro”, y ahora, ¿vienes a “reabrir el caso”? ¿A “exhumar el cadáver”? ¿Le preguntaste a la difunta si quería…?—Ya entendí —cortó Alejandro con el ceño fruncido, sus ojos brillando entre remordimiento y un amago de enfado. “Sigue teniendo una lengua afilada como siempre”, pensó con amargura.—No hace falta que me lo digas. Sé que te difamé —admitió, en tono algo rígido—. Me equivoqué.—¿Eh…? —La sonrisa de Luciana se congeló en un instante. No espe
Sin embargo, sentía las piernas pesadas como si arrastrara un gran lastre. Luciana no lo quería a su lado, estaba claro. ¿De qué servía forzarla? “Los hombres de verdad saben soltar”, se dijo. Si ella parecía más feliz sin él… no valía la pena insistir.***Dos días después, todo siguió su curso habitual. Luciana estaba segura de que la visita de Alejandro fue solo para disculparse, sin pretender nada más, y empezó a relajarse en su rutina.Aquella tarde, cargaba un fajo de historias clínicas ya revisadas, lista para archivarlas en el departamento de registro médico. Al abrirse el ascensor en su piso, se encontró, para su sorpresa, con Alejandro y Mónica dentro. Ella iba en silla de ruedas, con un suero conectado en su brazo izquierdo.Luciana desvió la mirada, sin saludar. Se disponía a esperar el siguiente elevador, pero Mónica, al verla, miró a Alejandro con curiosidad. Él frunció el ceño, salió del ascensor y sujetó el brazo de Luciana.—¿Eh? —exclamó Luciana, sobresaltada.Observó