Rayos de sol, un cielo despejado.En la cancha de baloncesto, varios jóvenes sudan la gota gorda mientras juegan.—¡Fernando, tú puedes!—¡Venga, Fernando, échale ganas!Sus compañeros lo animaban a gritos. Uno de ellos, burlón, lo pinchó con la broma de siempre:—Oye, Fernando, todas estas chicas vinieron a ver al “galán del campus”. Con tanta belleza rondando, ¿de verdad no se te antoja ninguna?—¿Qué dices? —lo interrumpió otro—. ¡Fernando tiene novia!—Ah, no te pongas así. Su novia ni siquiera está aquí. Solo bromeaba.—Mira, Fernando, ahí está Valentina, la chica de Derecho. Dicen que su papá es un abogado famosísimo, ¿no te llama la atención? Su familia tiene mucho más dinero que tu novia.—Es cierto —agregó alguien—, eso de “familias compatibles” nunca pasa de moda.—¡Ya basta! —espetó Fernando, arrojando la toalla con la que se secaba el sudor y fulminándolos con la mirada—. Se acabó el juego. ¡Olvídense de que los invite esta noche!—¿Qué? —protestaron los demás, entre risas
El frío del filo cortó su piel, y la sangre empezó a brotar en hilos escarlata. Fernando observó cómo el color rojo se extendía, sintiéndose cada vez más pálido, pero curiosamente aliviado. Tal vez, cuando se desangrara por completo, al fin descansaría de este tormento.Sin prisa, jaló una silla y se sentó, dejando el brazo colgando sobre el lavabo, como si solo esperara la llegada de ese instante de “liberación”. Para él, la muerte no era más que un sueño eterno que no lo asustaba en lo absoluto.El frío se fue apoderando de su cuerpo y su mente se llenó de bruma. Entre lo difuso de su conciencia, percibió pasos apresurados y unas voces que resonaban a su alrededor.—¡Fernando! ¡Fernando! —El grito angustiado de una mujer lo sacudió por un segundo.Era Victoria, su madre, quien, al ver el charco de sangre en la muñeca de su hijo, quedó petrificada del susto. De inmediato se llenó de lágrimas, que le rodaban sin control por las mejillas. Con las manos temblando, sacó su celular y marcó
—¿Cómo sigue, doctor? —preguntó Victoria, tropezando en su apuro por acercarse.El doctor frunció el entrecejo y fue muy directo:—No es alentador… La herida ya fue suturada, pero sus signos vitales siguen inestables. ¿Ustedes saben qué lo llevó a esto?Diego y Victoria se miraron entre sí con desesperación y guardaron silencio. Al ver que no respondían, el médico suspiró:—Lo pasaremos a una habitación y observaremos si mejora. —Tras trasladarlo, el especialista revisó las constantes de Fernando y negó con la cabeza—. Sus signos son extremadamente débiles… Y, por lo que parece, él mismo no tiene intención de luchar. ¿De verdad no tienen idea de qué sucede? Traten de hacer algo…El doctor se marchó, dejándolos con la incertidumbre. Mientras Victoria se repetía en voz baja que debía hallar una solución, de pronto se aferró al brazo de Diego y se giró para mirar a Vicente.—¡Vicente, hay una forma de salvarlo!El muchacho la entendió al instante, aunque no podía creerlo del todo.—¿Se re
La escena tomó a Luciana por sorpresa, dejándola sin saber cómo reaccionar.—Señora Domínguez, ¿por qué hace esto? —preguntó, incrédula.—¡Sí, exactamente! —intervino Amy, la empleada, quien ya era de cierta edad y se había asustado con la reacción de Victoria, además de sentirse algo indignada—. Señora Domínguez, nuestra señora aún es muy joven, ¿cómo se atreve a llegar a estos extremos? ¡Va a provocarle un disgusto!—N-no fue mi intención… —murmuró Victoria, negando con la cabeza llena de confusión.—¡Entonces póngase de pie, por favor! —insistió Amy, molesta—. Es medianoche, llegan llorando y de rodillas… ¿a qué quieren asustarnos?—Sí, está bien… —Diego ayudó a Victoria a incorporarse y ella, de inmediato, tomó las manos de Luciana con fuerza.—Luciana, perdóname si te he atemorizado. Es que estoy desesperada, ya no sé qué más hacer… ¡Por favor, sálvalo! ¡Salva a Fernando!—¿Salvarlo de qué? —preguntó Luciana, cada vez más confusa.Victoria dejó escapar un torrente de lágrimas ante
Tomó asiento junto a la cama y revisó de reojo las cifras del monitor. Eran preocupantes.—Fer… soy yo, Luciana. He venido —susurró con la voz ahogada en llanto.No obtuvo respuesta, ni siquiera un leve movimiento. Luciana se debatió un momento antes de alargar su mano y rozar, con delicadeza, los dedos de Fernando. Luego se atrevió a sostener su mano con cuidado. Habló de nuevo, esta vez con la voz entrecortada:—Fer, estoy aquí… vine a verte.—¿Por qué hiciste esto? ¿Por qué no me dijiste que te sentías tan mal? Soportarlo tú solo… debió ser terriblemente difícil.Se limpió las lágrimas que brotaban sin control.—No te rindas, por favor… No te dejes ir. Todo va a mejorar, ¿sí?—Quédate conmigo… yo estoy aquí, a tu lado, Fer.Luciana murmuraba en voz baja, sintiéndose impotente. Ella no padecía depresión, y no alcanzaba a comprender cómo podía él hundirse tanto. ¿Qué debía hacer para ayudarlo?Como doctora, sabía que, pese a su estado, Fernando podía oírla. De pronto, se le ocurrió al
“Luciana, ya estoy en Princeton. Estos días me dedicaré a conocer el lugar; la inscripción es en un par de días…”“Luciana, hoy nevó. El clima aquí es todavía más impredecible que en Muonio. Ayer andaba en playera y hoy estamos con ventisca…”“Luciana, fui a un supermercado chino y compré algunos ingredientes para cocinar en casa. Llevo medio mes comiendo hamburguesas y pollo frito, ya no lo soporto…”“Luciana, cuando perfeccione mis habilidades en la cocina, te prepararé algo rico. Seguro que estarás ocupada como una gran médico jefe, y yo cuidaré de ti, y de nuestro hogar…”A medida que avanzaba en la lectura, los ojos de Luciana se llenaban de lágrimas. Sentía una opresión en el pecho, como si algo le oprimiera el corazón.“Luciana, aún no recibo respuesta tuya. ¿Sigues molesta? Me fui con prisa, pero no fue por gusto… Mis papás…”“Luciana, de nuevo nada de tu parte. ¿No me creíste cuando te expliqué lo que pasó? Te juro que no mentí en nada.”“Luciana, te extraño…”“Luciana, voy a
—Gracias —dijo Victoria, despidiéndola.Cuando la enfermera se fue, Diego suspiró largamente.—Pues, parece que Luciana ha sido de gran ayuda.A pesar de que ellos no entraron la noche anterior, habían permanecido observando todo tras la ventana de cristal, viendo cómo Luciana no se separaba de Fernando.—Sí —coincidió Diego, con el ceño fruncido—. Hablando con sinceridad, Fernando y Luciana hacían una pareja excelente… Eran muy compatibles.Si uno ignoraba la diferencia de clases y el asunto de Pedro —el hermano con autismo—, parecían la pareja ideal.—Ya no vale de nada lamentarse —murmuró Victoria, después de unos segundos—. Nosotros mismos los separamos… y arruinamos la vida de nuestro hijo.Guardaron silencio un instante, hasta que Victoria añadió de pronto:—Escuché que el hermano de Luciana no padece un simple autismo, sino que resulta ser un genio, una de esas mentes excepcionales que a veces se dan en el espectro.Diego arqueó las cejas, sorprendido.—¿En serio?—Sí. Tengo ent
—Uno nunca sabe —contestó Victoria, hablando casi para sí misma—. Si no lo intentamos, no sabremos si era posible.No hubo tiempo para más. Se oyó el ruido de la puerta del baño, y Luciana salió de allí.—No sigas —susurró Victoria, tomando a Diego del brazo. Luego, se volvió hacia Luciana con una sonrisa amable—. Luciana, ven. El desayuno está caliente… No sabía bien qué te gustaba, y olvidé preguntarte. Si algo no te agrada, dímelo sin pena.—Señora Domínguez, todo se ve muy bien —respondió Luciana, fijándose en la comida. Había platos bien balanceados y apetitosos—. Muchas gracias.—No es nada. —Victoria meneó la cabeza—. No me hables de “usted”, aquí somos familia. Si te apetece algo más, pídemelo.—Está bien… gracias —musitó Luciana, mordiéndose un poco los labios.No podía evitar sentirse incómoda. La actitud de Victoria era completamente distinta a la de antes. Durante todos los años que había conocido a Fernando, ella nunca le mostró buena cara. Ahora, en cambio, se portaba cál