«¿No extrañará a Mónica?» Pensó que era extraño verlo tan cariñoso, desempeñando el papel de esposo modelo. «¿De verdad habrá gente capaz de querer a dos personas al mismo tiempo?» Ella, definitivamente, no podría.—Está bien, dame solo un minuto —cedió al fin—. Quiero terminar esta página y te acompaño.—Claro, no hay prisa —aceptó Alejandro, comprobando que, en efecto, a Luciana le faltaban solo unas cuantas líneas.Mientras la esperaba, se puso a examinar los libros en el estante con curiosidad. Ella finalizó su lectura y se acercó.—Listo, terminé. —Luciana estiró los brazos, como quien se libera de la concentración.—Perfecto —respondió él, cerrando el ejemplar que tenía en las manos. Al devolverlo a su lugar, algo cayó de entre sus páginas, como un marcapáginas.—¿Qué fue eso? —preguntó Luciana, agachándose por instinto para recogerlo.—No te muevas —la detuvo Alejandro, mirándola con desaprobación—. Tu barriga ya está más grande, ¿cómo se te ocurre agacharte? ¿Cómo va a salir es
—Dame un segundo… —respondió Luciana, agitando la mano mientras trataba de contener las risas. Cuando por fin se calmó, lo miró con una expresión llena de intención—. ¿Te has puesto a pensar qué pasaría si, en algún momento, “ella” regresara? ¿Qué harías?—¿Ella? —Alejandro se quedó un instante pensativo y luego negó con una risa un tanto incrédula—. Es imposible, no va a volver.—¿Tú crees? —Luciana alzó un dedo y lo apoyó en su pecho—. Tú debes de tener, ¿qué?, ¿veintiséis, veintisiete años? Esa “Mariposita” de tu infancia seguramente es más joven que tú. La vida es larga; ¿cómo puedes estar tan seguro de que no aparecerá de nuevo?El semblante de Alejandro se tornó poco a poco más serio.—Solo estaba bromeando… —continuó ella, dibujando círculos con el dedo en su pecho—. Nada más imagina: si llega a regresar, ¿en qué lío te meterías? Ya estás atrapado entre Mónica y yo… ¿te imaginas el caos cuando reaparezca la auténtica “Mariposita”? Seguro que ni sabrías qué hacer con nosotras dos
—¿Sabes? Te admiro: no te rindes, ¿verdad?Ricardo, confundido, se quedó callado, mientras Luciana lo taladraba con la mirada.—¿Crees que si vienes con tu “táctica de la ternura” y me regalas la casa, además de dinero, voy a ablandarme y voluntariamente ofrecerte mi hígado?—No es así… yo no pretendía…—¡Cállate! —soltó ella, poniéndose de pie. No quiso alzar demasiado la voz porque había gente alrededor, pero sus ojos se encendieron de rabia mientras luchaba por mantener la compostura—. No me trago ni una sola de tus palabras. Si piensas que voy a donarte mi hígado, olvídalo. ¡Eso jamás sucederá!Llevó instintivamente una mano a su vientre. Debido a que aún no estaba muy grande y vestía una falda suelta, no se notaba demasiado… hasta que acomodó la tela y dejó ver, claramente, su ligera pero innegable pancita.—¿Q-qué…? —murmuró Ricardo, boquiabierto—. Luciana, tú…—Sí, ya lo viste —replicó ella con una sonrisa helada—. Estoy embarazada. Olvídate de que haga esa cirugía. Ni aunque qu
—Primo… Ricardo estuvo buscando a Luciana y… ella terminó llorando, incluso me gritó.Del otro lado de la línea, Alejandro guardó silencio, pero su enfado era evidente.—Lo tengo claro. Mantén los ojos bien abiertos y, si pasa algo más, llámame de inmediato.—Claro.Tras cortar la llamada, Alejandro se quedó un momento sosteniendo el teléfono con tal fuerza que estuvo a punto de doblarlo. «¡Ricardo Herrera!» ¿No se suponía que estaba débil, casi al borde de la muerte por su enfermedad? Pero aun así, seguía apareciendo para molestar a Luciana…Siendo sincero, preferiría que Luciana no tuviera ningún contacto con ese hombre. Ella y él ya se habían casado, así que no había por qué seguir arrastrando los asuntos turbios de Ricardo. Y, sin embargo, Simón decía que Luciana había llorado. «¿Tanto le importaba ese viejo?» ¿Qué historia había detrás de ellos para que Luciana se pusiera así?Sin poder concentrarse en la oficina, Alejandro salió temprano y condujo directo al hospital para recoger
En el estudio, Alejandro se sentía tan irritado que sacó un cigarrillo dispuesto a encenderlo, pero se detuvo. «Luciana está embarazada. Detesta el olor del tabaco y me prohibió fumar adentro.»Bufó con frustración y arrojó el cigarro a un lado sin encenderlo. Justo entonces, su teléfono sonó. Era Sergio.—¿Qué pasa? —respondió, con voz áspera.—Primo… —Sergio titubeó un poco, como conteniendo la emoción—. No sé si debería contarte esto.—¿Ah? —Él comenzaba a impacientarse—. Si lo ibas a soltar, suéltalo de una vez. ¿Para qué llamas si te vas a quedar callado?—Está bien —respondió Sergio, tragando saliva antes de continuar—. ¿Recuerdas la mariposa… el broche para el cabello?Alejandro entrecerró los ojos, jugueteando con su encendedor. De pronto, se irguió en la silla.—¿Te refieres al broche de mariposa?—Sí —confirmó Sergio.Aquel pasador de mariposa que Alejandro había comprado en una subasta años atrás, con la intención de regalárselo a “Mariposita”, la chica de su infancia. Desde
Entendía perfectamente de qué iba todo esto. Aun así, le pidió a Amy:—No te preocupes, hablaré con él.—Entonces iré a la cocina a preparar lo demás —respondió Amy, aliviada.—Gracias —contestó Luciana.Con paso decidido, se dirigió a la puerta del estudio y llamó con suavidad.—Está abierto —se escuchó desde el interior, con un tono áspero y cargado de enojo.Luciana tomó aire antes de entrar. Encontró a Alejandro reclinado en su gran silla ejecutiva, con las piernas apoyadas en el escritorio y la vista fija en la pantalla de la computadora. Para no molestarlo en caso de que fuera trabajo, se quedó a una distancia prudente.—¿Sigues ocupado? Ya es hora de cenar —le dijo.Alejandro no apartó la mirada de la pantalla, y su respuesta fue cortante:—No voy a comer.—¿Por qué no? —Luciana enarcó una ceja. Esto es ridículo, pensó, ¿en serio va a dejar de comer solo para seguir con su berrinche?—No hagas pucheros infantiles. Vamos, vamos a cenar.La reacción de Alejandro fue levantar la vi
Reflexionó un instante y dejó la cuchara en el plato.—Amy, por favor, ten la cena lista. Voy a intentar hablar otra vez con él, aunque no prometo nada.—¡Por supuesto que funcionará! —La mirada de Amy se iluminó—. Estoy segura de que el señor está esperando que lo convenzas.Tras dar el último sorbo de sopa, Luciana subió las escaleras. Al igual que antes, llamó a la puerta.—¡Lárgate! —gritó una voz masculina desde dentro, aún más alterada que antes.Ella vaciló unos segundos, pero decidió entrar. Lo primero que vio la dejó impactada: el estudio estaba hecho un desastre, como si hubiera pasado un huracán. Vaya escena, pensó con el corazón acelerado.En un rincón del sofá estaba Alejandro, sosteniendo un cigarrillo sin encender entre los dedos de la mano izquierda y un encendedor en la derecha, abriendo y cerrando la tapa como si dudara dar la primera calada. Luciana recordó que él nunca fumaba delante de ella, sobre todo por su embarazo. Esa consideración hizo que el enojo que sentía
Casi por inercia, Luciana se dejó llevar. Sus dedos se enredaron en el cabello de él, respondiendo a ese contacto cada vez más profundo. Pero aún tenía un poco de sentido común:—Oye… ¿y no tenías hambre? ¿No comemos primero?—Sí… —admitió Alejandro, consciente de que, si seguían así, perdería el control. En un movimiento fluido, se puso de pie sin soltarla—. Vamos.Salieron del estudio de esa manera, y Amy, que había subido para ver si las cosas seguían tensas, los vio aparecer en la puerta. Se quedó boquiabierta.—Señor, señora… la cena ya está servida. —Trató de contener la risa.Luciana sentía la cara ardiendo de pura vergüenza y empezó a forcejear un poco, queriendo bajar. Pero Alejandro, totalmente impasible, le dedicó una sonrisa a Amy:—Gracias. Apreciamos tu esfuerzo.Sin soltar a Luciana ni un instante, la bajó por las escaleras. Ella, con el rostro completamente sonrojado, trataba de zafarse dándole ligeros golpes en el hombro.—Deja de avergonzarte. Somos marido y mujer, ¿n