Alejandro, al otro lado de la línea, sintió cómo una ola de rabia e impotencia lo abrumaba. ¿Luciana involucrada en un accidente y ella lo invitaba a ignorarlo? ¿Creía que no se preocuparía por su esposa y su bebé?—Entonces, ¿para qué me llamas? —soltó él, molesto.Ella quedó desconcertada por esa pregunta:—Bueno… si regresabas a casa y no me encontrabas, supuse que te preguntarías dónde estaba.Alejandro soltó una risa seca y silenciosa. Si su esposa desaparecía sin avisar, por supuesto que él preguntaría dónde estaba. Pero, por lo visto, para ella solo era eso.En ese instante, su enojo se disparó al máximo.—Luciana, ¿lo hiciste a propósito? —soltó, convencido de que se trataba de una venganza por lo ocurrido la noche anterior.—¿Qué dices? —repitió ella, sin entender.Él se dijo que, a estas alturas, fingir desconocer la situación resultaba absurdo. Para Alejandro, estaba claro que Luciana lo hacía para causarle angustia. Aun así, respiró profundo y contuvo su furia, aunque en su
Luciana se sorprendió al enterarse de que Alejandro había llegado tan pronto.Fernando, al oír lo mismo, se puso de pie con la bolsa de medicinas en la mano.—Ya llegó el señor Guzmán. Entonces, me retiro.—Gracias por todo… —murmuró ella, fijándose en que, al levantarse, Fernando mantenía la bolsa a sus espaldas, como si no quisiera que ella la viera.Vaciló un momento antes de decir algo más: —Fernando, cuídate mucho. La salud es lo más importante.—Sí, lo sé —respondió él con una sonrisa suave, resistiendo la tentación de acariciarle la cabeza—. Hasta luego.—Hasta luego.Justo cuando Fernando salía, se encontró frente a frente con Alejandro.—Señor Guzmán —lo saludó con un leve asentimiento—. Hubo un accidente en C. De Jesús y pasé justo por ahí… —explicó, en un intento de justificar por qué estaba allí—. En fin, ya me voy. Con permiso.Con pocas palabras, se marchó. Alejandro se quedó en silencio, observando cómo se alejaba para luego dirigirse a Luciana. Ella, sin embargo, contin
—¡Luciana…! —gritó Alejandro con rabia, los ojos encendidos.—¿Me vas a matar? —dijo ella con un tono de desafío—. ¿Cuál es el problema? ¿Tú sí puedes ver a Mónica cuando se te antoja y yo no puedo tener contacto con Fernando?—¡Exacto! —bramó Alejandro, con una furia que estremecía el ambiente—. Hay cosas que yo puedo hacer… y tú, no.Por un segundo, todo pareció detenerse. Luciana sintió que el pecho se le oprimía. «Hay cosas que él puede… y yo, no». ¡Vaya descaro de doble rasero!Sin mediar más, Luciana dio un tirón de la sábana y se bajó de la camilla, temblando de furia. Agarró su mochila de la silla y salió corriendo.—¿A dónde vas? —se alarmó Simón, que estaba fuera, bloqueando la puerta de la sala de observación.—¡Déjala! —gritó Alejandro, furioso, sin moverse de su sitio—. ¡Si ella ya no quiere estar conmigo, no hay nada más que hacer!Un “¡vaya cinismo!” se dibujó en la cara de Luciana. Sin responderle, sorteó a Simón y salió casi corriendo.Alejandro apretó los dientes al v
Mencionarlo le tocó la fibra de la culpa a Alejandro, que se quedó sin argumentos. Era cierto: él la había dejado plantada.Sin más, la sujetó de la cintura y la cargó en vilo:—Fue mi error. —En su tono ya no se apreciaba la soberbia previa—. Vámonos ahora mismo a la clínica. Haremos los exámenes y, si necesitas esa nutrición intravenosa, te la pones sin falta.Mientras hablaba, salió de la sala con Luciana en brazos.***Cuando llegaron a la clínica, Alejandro exigió que le realizaran a Luciana un chequeo completo, al saber que había estado implicada en un accidente. No importaba que no fuera día de consulta. Una vez obtuvieron los resultados, él por fin comprendió por qué tenía que recibir la terapia nutritiva. El bebé era de menor tamaño al esperado para sus semanas de gestación.La enfermera le colocó la vía intravenosa a Luciana, quien se acomodó en una camilla mientras recibía el suero. Alejandro se sentó a su lado, reflexionando un momento antes de hablar:—¿Desde cuándo lo sab
—Saldré a fumar un cigarrillo. Regreso en un momento.—Está bien… —murmuró Luciana, observando su espalda mientras se alejaba. Sintió que algo lo carcomía por dentro, quizá un dolor o frustración que no terminaba de expresar. ¿Sería por no haberle contado lo del bebé? Pero, ¿de qué le servía saberlo si ni siquiera era su hijo? ***Fuera de la sala, Alejandro encendió un cigarro mientras escuchaba el reporte de Sergio. Por precaución, había pedido investigar el choque en C. De Jesús.—Primo —empezó Sergio—, todo indica que fue un accidente. Si no te convence, podemos profundizar más.—Sí, mantenlo bajo supervisión —respondió él, recordando que la casualidad lo ponía nervioso. Demasiadas desgracias alrededor de Luciana no podían ser puras coincidencias.Quien estuviera tras los intentos de lastimarla seguramente no se quedaría de brazos cruzados. Había vivido situaciones extremas en Canadá; nada era descartable.—Ah… —Sergio vaciló, como si algo más le rondara la cabeza—. Quería contart
Al día siguiente, Alejandro, como era costumbre, se levantó más temprano que Luciana. Cuando ella bajó, alcanzó a escuchar la conversación que él sostenía con Amy, la encargada de la cocina.—Amy, voy a pedirte un favor: prepárale a Luciana unas cinco o seis comidas al día, sin que sean porciones muy grandes.La Dra. Benítez explicó que, de esta manera, todo lo que ella ingiera ayudará a fortalecer al bebé. Dado que el crecimiento del bebé está un poco por debajo de la media, el suero que le administran es solo parte del tratamiento; lo fundamental es cuidar la alimentación de la mamá.—Entendido, señor Alejandro. No se preocupe, estaré muy al pendiente —respondió Amy con seriedad, consciente de la importancia de cualquier asunto relacionado con la familia Guzmán.—Muchas gracias, Amy.Alejandro se dio la vuelta y vio a Luciana. Con voz tranquila, le repitió algunas indicaciones:—En el hospital, presta atención a lo que comes y, por favor, no salgas sin Simón.—Lo sé —respondió ella c
—Bueno, algo así… sí, se podría decir que somos parientes —respondió Luciana con una sonrisa forzada, sin querer entrar en detalles.La enfermera le dedicó una mirada comprensiva.—Tú eres cirujana y sabes perfectamente cómo es esto. Si no se realiza un trasplante de hígado, cada tratamiento será muy costoso y desgastante, y al final dependerá de cuánto aguante el paciente.—Sí… gracias por tu ayuda —susurró Luciana mientras devolvía la carpeta—. Te agradecería que lo cuiden mucho.—Descuida, puedes contar con nosotros —afirmó la enfermera, guardando el expediente.Luciana salió del área de cirugía hepatobiliar todavía más inquieta. ¿De verdad no había otra solución? ¿Tendría que donar ella—o incluso Pedro—parte de su hígado a Ricardo? Solo de pensar en todo el daño que él les había hecho a ella y a su hermano durante tantos años, sentía impotencia y rabia. ¿Por qué tenía que ser así?Aquel día por la tarde, comenzó a llover. Faltaban algunos minutos para las cinco cuando Luciana recib
Por su parte, Mónica lo observó con un brillo de nostalgia.—Alex, tú… aún no puedes olvidarme, ¿cierto?Él se quedó callado un par de segundos. Con determinación, sujetó la muñeca de Mónica para despegar su mano de la de él. Ella se quedó atónita, como si el mundo se derrumbara de golpe.—¿Alex? —musitó con voz rota.—Mónica, estoy casado —respondió él con firmeza. No importaba lo que hubiera sucedido antes; ahora su compromiso era con su matrimonio y con su esposa.Mónica de pronto se cubrió el rostro con ambas manos, soltando un llanto ahogado. A Alejandro se le estrujó el corazón al verla así, pero había cosas que no podía callar.—De ahora en adelante, arregla tus asuntos con Sergio. Llámalo cuando necesites algo; él se encargará de todo —dijo con tono firme, dejando claro que ya no debían buscarse directamente.—Alex… —susurró ella, apartando las manos de su cara. Entonces lo miró fijamente y, con una solemnidad que estremecía, preguntó—: ¿Alguna vez… sentiste algo por mí?Alejan