Mencionarlo le tocó la fibra de la culpa a Alejandro, que se quedó sin argumentos. Era cierto: él la había dejado plantada.Sin más, la sujetó de la cintura y la cargó en vilo:—Fue mi error. —En su tono ya no se apreciaba la soberbia previa—. Vámonos ahora mismo a la clínica. Haremos los exámenes y, si necesitas esa nutrición intravenosa, te la pones sin falta.Mientras hablaba, salió de la sala con Luciana en brazos.***Cuando llegaron a la clínica, Alejandro exigió que le realizaran a Luciana un chequeo completo, al saber que había estado implicada en un accidente. No importaba que no fuera día de consulta. Una vez obtuvieron los resultados, él por fin comprendió por qué tenía que recibir la terapia nutritiva. El bebé era de menor tamaño al esperado para sus semanas de gestación.La enfermera le colocó la vía intravenosa a Luciana, quien se acomodó en una camilla mientras recibía el suero. Alejandro se sentó a su lado, reflexionando un momento antes de hablar:—¿Desde cuándo lo sab
—Saldré a fumar un cigarrillo. Regreso en un momento.—Está bien… —murmuró Luciana, observando su espalda mientras se alejaba. Sintió que algo lo carcomía por dentro, quizá un dolor o frustración que no terminaba de expresar. ¿Sería por no haberle contado lo del bebé? Pero, ¿de qué le servía saberlo si ni siquiera era su hijo? ***Fuera de la sala, Alejandro encendió un cigarro mientras escuchaba el reporte de Sergio. Por precaución, había pedido investigar el choque en C. De Jesús.—Primo —empezó Sergio—, todo indica que fue un accidente. Si no te convence, podemos profundizar más.—Sí, mantenlo bajo supervisión —respondió él, recordando que la casualidad lo ponía nervioso. Demasiadas desgracias alrededor de Luciana no podían ser puras coincidencias.Quien estuviera tras los intentos de lastimarla seguramente no se quedaría de brazos cruzados. Había vivido situaciones extremas en Canadá; nada era descartable.—Ah… —Sergio vaciló, como si algo más le rondara la cabeza—. Quería contart
Al día siguiente, Alejandro, como era costumbre, se levantó más temprano que Luciana. Cuando ella bajó, alcanzó a escuchar la conversación que él sostenía con Amy, la encargada de la cocina.—Amy, voy a pedirte un favor: prepárale a Luciana unas cinco o seis comidas al día, sin que sean porciones muy grandes.La Dra. Benítez explicó que, de esta manera, todo lo que ella ingiera ayudará a fortalecer al bebé. Dado que el crecimiento del bebé está un poco por debajo de la media, el suero que le administran es solo parte del tratamiento; lo fundamental es cuidar la alimentación de la mamá.—Entendido, señor Alejandro. No se preocupe, estaré muy al pendiente —respondió Amy con seriedad, consciente de la importancia de cualquier asunto relacionado con la familia Guzmán.—Muchas gracias, Amy.Alejandro se dio la vuelta y vio a Luciana. Con voz tranquila, le repitió algunas indicaciones:—En el hospital, presta atención a lo que comes y, por favor, no salgas sin Simón.—Lo sé —respondió ella c
—Bueno, algo así… sí, se podría decir que somos parientes —respondió Luciana con una sonrisa forzada, sin querer entrar en detalles.La enfermera le dedicó una mirada comprensiva.—Tú eres cirujana y sabes perfectamente cómo es esto. Si no se realiza un trasplante de hígado, cada tratamiento será muy costoso y desgastante, y al final dependerá de cuánto aguante el paciente.—Sí… gracias por tu ayuda —susurró Luciana mientras devolvía la carpeta—. Te agradecería que lo cuiden mucho.—Descuida, puedes contar con nosotros —afirmó la enfermera, guardando el expediente.Luciana salió del área de cirugía hepatobiliar todavía más inquieta. ¿De verdad no había otra solución? ¿Tendría que donar ella—o incluso Pedro—parte de su hígado a Ricardo? Solo de pensar en todo el daño que él les había hecho a ella y a su hermano durante tantos años, sentía impotencia y rabia. ¿Por qué tenía que ser así?Aquel día por la tarde, comenzó a llover. Faltaban algunos minutos para las cinco cuando Luciana recib
Por su parte, Mónica lo observó con un brillo de nostalgia.—Alex, tú… aún no puedes olvidarme, ¿cierto?Él se quedó callado un par de segundos. Con determinación, sujetó la muñeca de Mónica para despegar su mano de la de él. Ella se quedó atónita, como si el mundo se derrumbara de golpe.—¿Alex? —musitó con voz rota.—Mónica, estoy casado —respondió él con firmeza. No importaba lo que hubiera sucedido antes; ahora su compromiso era con su matrimonio y con su esposa.Mónica de pronto se cubrió el rostro con ambas manos, soltando un llanto ahogado. A Alejandro se le estrujó el corazón al verla así, pero había cosas que no podía callar.—De ahora en adelante, arregla tus asuntos con Sergio. Llámalo cuando necesites algo; él se encargará de todo —dijo con tono firme, dejando claro que ya no debían buscarse directamente.—Alex… —susurró ella, apartando las manos de su cara. Entonces lo miró fijamente y, con una solemnidad que estremecía, preguntó—: ¿Alguna vez… sentiste algo por mí?Alejan
«¿No extrañará a Mónica?» Pensó que era extraño verlo tan cariñoso, desempeñando el papel de esposo modelo. «¿De verdad habrá gente capaz de querer a dos personas al mismo tiempo?» Ella, definitivamente, no podría.—Está bien, dame solo un minuto —cedió al fin—. Quiero terminar esta página y te acompaño.—Claro, no hay prisa —aceptó Alejandro, comprobando que, en efecto, a Luciana le faltaban solo unas cuantas líneas.Mientras la esperaba, se puso a examinar los libros en el estante con curiosidad. Ella finalizó su lectura y se acercó.—Listo, terminé. —Luciana estiró los brazos, como quien se libera de la concentración.—Perfecto —respondió él, cerrando el ejemplar que tenía en las manos. Al devolverlo a su lugar, algo cayó de entre sus páginas, como un marcapáginas.—¿Qué fue eso? —preguntó Luciana, agachándose por instinto para recogerlo.—No te muevas —la detuvo Alejandro, mirándola con desaprobación—. Tu barriga ya está más grande, ¿cómo se te ocurre agacharte? ¿Cómo va a salir es
—Dame un segundo… —respondió Luciana, agitando la mano mientras trataba de contener las risas. Cuando por fin se calmó, lo miró con una expresión llena de intención—. ¿Te has puesto a pensar qué pasaría si, en algún momento, “ella” regresara? ¿Qué harías?—¿Ella? —Alejandro se quedó un instante pensativo y luego negó con una risa un tanto incrédula—. Es imposible, no va a volver.—¿Tú crees? —Luciana alzó un dedo y lo apoyó en su pecho—. Tú debes de tener, ¿qué?, ¿veintiséis, veintisiete años? Esa “Mariposita” de tu infancia seguramente es más joven que tú. La vida es larga; ¿cómo puedes estar tan seguro de que no aparecerá de nuevo?El semblante de Alejandro se tornó poco a poco más serio.—Solo estaba bromeando… —continuó ella, dibujando círculos con el dedo en su pecho—. Nada más imagina: si llega a regresar, ¿en qué lío te meterías? Ya estás atrapado entre Mónica y yo… ¿te imaginas el caos cuando reaparezca la auténtica “Mariposita”? Seguro que ni sabrías qué hacer con nosotras dos
—¿Sabes? Te admiro: no te rindes, ¿verdad?Ricardo, confundido, se quedó callado, mientras Luciana lo taladraba con la mirada.—¿Crees que si vienes con tu “táctica de la ternura” y me regalas la casa, además de dinero, voy a ablandarme y voluntariamente ofrecerte mi hígado?—No es así… yo no pretendía…—¡Cállate! —soltó ella, poniéndose de pie. No quiso alzar demasiado la voz porque había gente alrededor, pero sus ojos se encendieron de rabia mientras luchaba por mantener la compostura—. No me trago ni una sola de tus palabras. Si piensas que voy a donarte mi hígado, olvídalo. ¡Eso jamás sucederá!Llevó instintivamente una mano a su vientre. Debido a que aún no estaba muy grande y vestía una falda suelta, no se notaba demasiado… hasta que acomodó la tela y dejó ver, claramente, su ligera pero innegable pancita.—¿Q-qué…? —murmuró Ricardo, boquiabierto—. Luciana, tú…—Sí, ya lo viste —replicó ella con una sonrisa helada—. Estoy embarazada. Olvídate de que haga esa cirugía. Ni aunque qu