Al día siguiente, Alejandro, como era costumbre, se levantó más temprano que Luciana. Cuando ella bajó, alcanzó a escuchar la conversación que él sostenía con Amy, la encargada de la cocina.—Amy, voy a pedirte un favor: prepárale a Luciana unas cinco o seis comidas al día, sin que sean porciones muy grandes.La Dra. Benítez explicó que, de esta manera, todo lo que ella ingiera ayudará a fortalecer al bebé. Dado que el crecimiento del bebé está un poco por debajo de la media, el suero que le administran es solo parte del tratamiento; lo fundamental es cuidar la alimentación de la mamá.—Entendido, señor Alejandro. No se preocupe, estaré muy al pendiente —respondió Amy con seriedad, consciente de la importancia de cualquier asunto relacionado con la familia Guzmán.—Muchas gracias, Amy.Alejandro se dio la vuelta y vio a Luciana. Con voz tranquila, le repitió algunas indicaciones:—En el hospital, presta atención a lo que comes y, por favor, no salgas sin Simón.—Lo sé —respondió ella c
—Bueno, algo así… sí, se podría decir que somos parientes —respondió Luciana con una sonrisa forzada, sin querer entrar en detalles.La enfermera le dedicó una mirada comprensiva.—Tú eres cirujana y sabes perfectamente cómo es esto. Si no se realiza un trasplante de hígado, cada tratamiento será muy costoso y desgastante, y al final dependerá de cuánto aguante el paciente.—Sí… gracias por tu ayuda —susurró Luciana mientras devolvía la carpeta—. Te agradecería que lo cuiden mucho.—Descuida, puedes contar con nosotros —afirmó la enfermera, guardando el expediente.Luciana salió del área de cirugía hepatobiliar todavía más inquieta. ¿De verdad no había otra solución? ¿Tendría que donar ella—o incluso Pedro—parte de su hígado a Ricardo? Solo de pensar en todo el daño que él les había hecho a ella y a su hermano durante tantos años, sentía impotencia y rabia. ¿Por qué tenía que ser así?Aquel día por la tarde, comenzó a llover. Faltaban algunos minutos para las cinco cuando Luciana recib
Por su parte, Mónica lo observó con un brillo de nostalgia.—Alex, tú… aún no puedes olvidarme, ¿cierto?Él se quedó callado un par de segundos. Con determinación, sujetó la muñeca de Mónica para despegar su mano de la de él. Ella se quedó atónita, como si el mundo se derrumbara de golpe.—¿Alex? —musitó con voz rota.—Mónica, estoy casado —respondió él con firmeza. No importaba lo que hubiera sucedido antes; ahora su compromiso era con su matrimonio y con su esposa.Mónica de pronto se cubrió el rostro con ambas manos, soltando un llanto ahogado. A Alejandro se le estrujó el corazón al verla así, pero había cosas que no podía callar.—De ahora en adelante, arregla tus asuntos con Sergio. Llámalo cuando necesites algo; él se encargará de todo —dijo con tono firme, dejando claro que ya no debían buscarse directamente.—Alex… —susurró ella, apartando las manos de su cara. Entonces lo miró fijamente y, con una solemnidad que estremecía, preguntó—: ¿Alguna vez… sentiste algo por mí?Alejan
«¿No extrañará a Mónica?» Pensó que era extraño verlo tan cariñoso, desempeñando el papel de esposo modelo. «¿De verdad habrá gente capaz de querer a dos personas al mismo tiempo?» Ella, definitivamente, no podría.—Está bien, dame solo un minuto —cedió al fin—. Quiero terminar esta página y te acompaño.—Claro, no hay prisa —aceptó Alejandro, comprobando que, en efecto, a Luciana le faltaban solo unas cuantas líneas.Mientras la esperaba, se puso a examinar los libros en el estante con curiosidad. Ella finalizó su lectura y se acercó.—Listo, terminé. —Luciana estiró los brazos, como quien se libera de la concentración.—Perfecto —respondió él, cerrando el ejemplar que tenía en las manos. Al devolverlo a su lugar, algo cayó de entre sus páginas, como un marcapáginas.—¿Qué fue eso? —preguntó Luciana, agachándose por instinto para recogerlo.—No te muevas —la detuvo Alejandro, mirándola con desaprobación—. Tu barriga ya está más grande, ¿cómo se te ocurre agacharte? ¿Cómo va a salir es
—Dame un segundo… —respondió Luciana, agitando la mano mientras trataba de contener las risas. Cuando por fin se calmó, lo miró con una expresión llena de intención—. ¿Te has puesto a pensar qué pasaría si, en algún momento, “ella” regresara? ¿Qué harías?—¿Ella? —Alejandro se quedó un instante pensativo y luego negó con una risa un tanto incrédula—. Es imposible, no va a volver.—¿Tú crees? —Luciana alzó un dedo y lo apoyó en su pecho—. Tú debes de tener, ¿qué?, ¿veintiséis, veintisiete años? Esa “Mariposita” de tu infancia seguramente es más joven que tú. La vida es larga; ¿cómo puedes estar tan seguro de que no aparecerá de nuevo?El semblante de Alejandro se tornó poco a poco más serio.—Solo estaba bromeando… —continuó ella, dibujando círculos con el dedo en su pecho—. Nada más imagina: si llega a regresar, ¿en qué lío te meterías? Ya estás atrapado entre Mónica y yo… ¿te imaginas el caos cuando reaparezca la auténtica “Mariposita”? Seguro que ni sabrías qué hacer con nosotras dos
—¿Sabes? Te admiro: no te rindes, ¿verdad?Ricardo, confundido, se quedó callado, mientras Luciana lo taladraba con la mirada.—¿Crees que si vienes con tu “táctica de la ternura” y me regalas la casa, además de dinero, voy a ablandarme y voluntariamente ofrecerte mi hígado?—No es así… yo no pretendía…—¡Cállate! —soltó ella, poniéndose de pie. No quiso alzar demasiado la voz porque había gente alrededor, pero sus ojos se encendieron de rabia mientras luchaba por mantener la compostura—. No me trago ni una sola de tus palabras. Si piensas que voy a donarte mi hígado, olvídalo. ¡Eso jamás sucederá!Llevó instintivamente una mano a su vientre. Debido a que aún no estaba muy grande y vestía una falda suelta, no se notaba demasiado… hasta que acomodó la tela y dejó ver, claramente, su ligera pero innegable pancita.—¿Q-qué…? —murmuró Ricardo, boquiabierto—. Luciana, tú…—Sí, ya lo viste —replicó ella con una sonrisa helada—. Estoy embarazada. Olvídate de que haga esa cirugía. Ni aunque qu
—Primo… Ricardo estuvo buscando a Luciana y… ella terminó llorando, incluso me gritó.Del otro lado de la línea, Alejandro guardó silencio, pero su enfado era evidente.—Lo tengo claro. Mantén los ojos bien abiertos y, si pasa algo más, llámame de inmediato.—Claro.Tras cortar la llamada, Alejandro se quedó un momento sosteniendo el teléfono con tal fuerza que estuvo a punto de doblarlo. «¡Ricardo Herrera!» ¿No se suponía que estaba débil, casi al borde de la muerte por su enfermedad? Pero aun así, seguía apareciendo para molestar a Luciana…Siendo sincero, preferiría que Luciana no tuviera ningún contacto con ese hombre. Ella y él ya se habían casado, así que no había por qué seguir arrastrando los asuntos turbios de Ricardo. Y, sin embargo, Simón decía que Luciana había llorado. «¿Tanto le importaba ese viejo?» ¿Qué historia había detrás de ellos para que Luciana se pusiera así?Sin poder concentrarse en la oficina, Alejandro salió temprano y condujo directo al hospital para recoger
En el estudio, Alejandro se sentía tan irritado que sacó un cigarrillo dispuesto a encenderlo, pero se detuvo. «Luciana está embarazada. Detesta el olor del tabaco y me prohibió fumar adentro.»Bufó con frustración y arrojó el cigarro a un lado sin encenderlo. Justo entonces, su teléfono sonó. Era Sergio.—¿Qué pasa? —respondió, con voz áspera.—Primo… —Sergio titubeó un poco, como conteniendo la emoción—. No sé si debería contarte esto.—¿Ah? —Él comenzaba a impacientarse—. Si lo ibas a soltar, suéltalo de una vez. ¿Para qué llamas si te vas a quedar callado?—Está bien —respondió Sergio, tragando saliva antes de continuar—. ¿Recuerdas la mariposa… el broche para el cabello?Alejandro entrecerró los ojos, jugueteando con su encendedor. De pronto, se irguió en la silla.—¿Te refieres al broche de mariposa?—Sí —confirmó Sergio.Aquel pasador de mariposa que Alejandro había comprado en una subasta años atrás, con la intención de regalárselo a “Mariposita”, la chica de su infancia. Desde