Alejandro frunció más el entrecejo.—Es que…—Ni siquiera es cuestión de hipótesis —cortó ella—. Te lo digo directamente: no voy a disculparme, de ninguna manera.Luciana soltó la mano de Alejandro y se volvió hacia Martina:—Vámonos.—Sí, vámonos —repitió Martina, siguiéndola.En cuestión de un segundo, Alejandro se quedó pasmado.—Alex… —Mónica, con una mirada de falsa inocencia—. Lo siento mucho, todo esto es culpa mía…—No es tu responsabilidad —replicó él con un gesto de frustración—. Luciana te ha dicho cosas fuertes, así que en su nombre me disculpo. De veras, lamento lo sucedido. Debo irme…—¡Alex! —lo llamó Mónica, pero no hubo manera de retenerlo. Lo vio alejarse con un aire sombrío, incapaz de intervenir.En la expresión de Mónica se adivinaba un dejo de tristeza, pero también un ligero rastro de complacencia: después de todo, él y Luciana acababan de protagonizar una discusión pública.***En el estacionamiento, Alejandro alcanzó a Luciana y le sujetó la muñeca.—Simón —ord
Alejandro, solo y con la cabeza llena de pensamientos acerca de lo sucedido, decidió ir tras ella, intentando suavizar las cosas.Se colocó a su espalda y se inclinó para abrazarla: —¿Ya otra vez con los libros? Me olvidé de preguntarte… ¿cenaste bien?La cercanía le permitió a Luciana percibir un suave aroma femenino, probablemente de algún perfume impregnado en la ropa de Alejandro. Ella no usaba perfumes, así que todo apuntaba a que venía de Mónica.—Sí, cené con Martina —respondió sin darle mayor importancia aparente, apartándose con delicadeza y retomando el bolígrafo para continuar con sus apuntes.Él sintió su frialdad, pero no encontraba la manera de contentarla. Lo que debía decir ya lo había dicho, y había límites que no podía prometerse a cruzar.—Ya es algo tarde —volvió a la carga, con voz más suave—. ¿Te parece si descansamos?Luciana, sin molestarse siquiera en mirarlo, se limitó a contestar: —Ve tú. Quiero terminar estas dos páginas antes de acostarme.No hubo más palab
—¿Y ahora? Hay gente lastimada. ¡Deberíamos llevarlos al hospital!El conductor, tan alarmado como el resto, intentó calmarlos:—¡Por favor, tranquilidad! La policía de tránsito ya llegó, y la ambulancia viene en camino.Efectivamente, pronto los agentes aparecieron para ayudar a los pasajeros a descender uno a uno, indicándoles que se dirigieran a la ambulancia estacionada en la esquina.—¡Luciana! —entre el bullicio, oyó una voz familiar.Miró y distinguió a Fernando que, sorprendido, se abría paso hasta ella.—Desde lejos juré reconocer tu silueta. ¿Estás bien? —preguntó, notando de inmediato la herida en su frente—. ¡Tienes sangre! ¿Te golpeaste mucho?—No te preocupes —respondió Luciana, intentando sonar tranquila, aunque la cabeza le dolía—. Me golpeé con el respaldo, no parece grave. ¿Y tú, estás bien?—Sí, mi auto está allá atrás, solo que el tráfico quedó bloqueado. Pero no sufrí daños.—¡Pasen, pasen! ¡Rápido, hay que llevar a la gente al hospital!La fila avanzaba y la gente
Alejandro, al otro lado de la línea, sintió cómo una ola de rabia e impotencia lo abrumaba. ¿Luciana involucrada en un accidente y ella lo invitaba a ignorarlo? ¿Creía que no se preocuparía por su esposa y su bebé?—Entonces, ¿para qué me llamas? —soltó él, molesto.Ella quedó desconcertada por esa pregunta:—Bueno… si regresabas a casa y no me encontrabas, supuse que te preguntarías dónde estaba.Alejandro soltó una risa seca y silenciosa. Si su esposa desaparecía sin avisar, por supuesto que él preguntaría dónde estaba. Pero, por lo visto, para ella solo era eso.En ese instante, su enojo se disparó al máximo.—Luciana, ¿lo hiciste a propósito? —soltó, convencido de que se trataba de una venganza por lo ocurrido la noche anterior.—¿Qué dices? —repitió ella, sin entender.Él se dijo que, a estas alturas, fingir desconocer la situación resultaba absurdo. Para Alejandro, estaba claro que Luciana lo hacía para causarle angustia. Aun así, respiró profundo y contuvo su furia, aunque en su
Luciana se sorprendió al enterarse de que Alejandro había llegado tan pronto.Fernando, al oír lo mismo, se puso de pie con la bolsa de medicinas en la mano.—Ya llegó el señor Guzmán. Entonces, me retiro.—Gracias por todo… —murmuró ella, fijándose en que, al levantarse, Fernando mantenía la bolsa a sus espaldas, como si no quisiera que ella la viera.Vaciló un momento antes de decir algo más: —Fernando, cuídate mucho. La salud es lo más importante.—Sí, lo sé —respondió él con una sonrisa suave, resistiendo la tentación de acariciarle la cabeza—. Hasta luego.—Hasta luego.Justo cuando Fernando salía, se encontró frente a frente con Alejandro.—Señor Guzmán —lo saludó con un leve asentimiento—. Hubo un accidente en C. De Jesús y pasé justo por ahí… —explicó, en un intento de justificar por qué estaba allí—. En fin, ya me voy. Con permiso.Con pocas palabras, se marchó. Alejandro se quedó en silencio, observando cómo se alejaba para luego dirigirse a Luciana. Ella, sin embargo, contin
—¡Luciana…! —gritó Alejandro con rabia, los ojos encendidos.—¿Me vas a matar? —dijo ella con un tono de desafío—. ¿Cuál es el problema? ¿Tú sí puedes ver a Mónica cuando se te antoja y yo no puedo tener contacto con Fernando?—¡Exacto! —bramó Alejandro, con una furia que estremecía el ambiente—. Hay cosas que yo puedo hacer… y tú, no.Por un segundo, todo pareció detenerse. Luciana sintió que el pecho se le oprimía. «Hay cosas que él puede… y yo, no». ¡Vaya descaro de doble rasero!Sin mediar más, Luciana dio un tirón de la sábana y se bajó de la camilla, temblando de furia. Agarró su mochila de la silla y salió corriendo.—¿A dónde vas? —se alarmó Simón, que estaba fuera, bloqueando la puerta de la sala de observación.—¡Déjala! —gritó Alejandro, furioso, sin moverse de su sitio—. ¡Si ella ya no quiere estar conmigo, no hay nada más que hacer!Un “¡vaya cinismo!” se dibujó en la cara de Luciana. Sin responderle, sorteó a Simón y salió casi corriendo.Alejandro apretó los dientes al v
Mencionarlo le tocó la fibra de la culpa a Alejandro, que se quedó sin argumentos. Era cierto: él la había dejado plantada.Sin más, la sujetó de la cintura y la cargó en vilo:—Fue mi error. —En su tono ya no se apreciaba la soberbia previa—. Vámonos ahora mismo a la clínica. Haremos los exámenes y, si necesitas esa nutrición intravenosa, te la pones sin falta.Mientras hablaba, salió de la sala con Luciana en brazos.***Cuando llegaron a la clínica, Alejandro exigió que le realizaran a Luciana un chequeo completo, al saber que había estado implicada en un accidente. No importaba que no fuera día de consulta. Una vez obtuvieron los resultados, él por fin comprendió por qué tenía que recibir la terapia nutritiva. El bebé era de menor tamaño al esperado para sus semanas de gestación.La enfermera le colocó la vía intravenosa a Luciana, quien se acomodó en una camilla mientras recibía el suero. Alejandro se sentó a su lado, reflexionando un momento antes de hablar:—¿Desde cuándo lo sab
—Saldré a fumar un cigarrillo. Regreso en un momento.—Está bien… —murmuró Luciana, observando su espalda mientras se alejaba. Sintió que algo lo carcomía por dentro, quizá un dolor o frustración que no terminaba de expresar. ¿Sería por no haberle contado lo del bebé? Pero, ¿de qué le servía saberlo si ni siquiera era su hijo? ***Fuera de la sala, Alejandro encendió un cigarro mientras escuchaba el reporte de Sergio. Por precaución, había pedido investigar el choque en C. De Jesús.—Primo —empezó Sergio—, todo indica que fue un accidente. Si no te convence, podemos profundizar más.—Sí, mantenlo bajo supervisión —respondió él, recordando que la casualidad lo ponía nervioso. Demasiadas desgracias alrededor de Luciana no podían ser puras coincidencias.Quien estuviera tras los intentos de lastimarla seguramente no se quedaría de brazos cruzados. Había vivido situaciones extremas en Canadá; nada era descartable.—Ah… —Sergio vaciló, como si algo más le rondara la cabeza—. Quería contart