Tanto Juan como Simón tenían entrenamiento militar, y su intuición raras veces fallaba.Alejandro apretó los labios, preocupado. Canadá… ¿Quiénes eran esos individuos que lo perseguían, que habían intentado dañarlo en más de una ocasión? ¿Y ahora, qué buscaban?—Alex…Juan estaba a punto de añadir algo más, pero el movimiento de Luciana, que se acomodó en su asiento, lo interrumpió.—¡Basta! —la voz de Alejandro resonó con firmeza, en un tono bajo pero autoritario. Negó suavemente con la cabeza, dejando claro que no quería seguir con esa conversación.—Entendido. —Juan captó la indirecta y guardó silencio.En el asiento trasero, Luciana solo había cambiado de posición. Parecía estar profundamente dormida.Alejandro dejó escapar un suspiro aliviado. No la habían despertado, y eso era lo importante. Todo este caos, ni él mismo lo entendía del todo, y lo último que quería era involucrarla.Aunque, si lo pensaba bien, probablemente a ella no le importaba en absoluto lo que le ocurriera a é
El ambiente en el auto se volvía cada vez más pesado, casi asfixiante.Cuando llegaron a la ciudad, Juan preguntó:—¿Dejo a Luciana primero?Era obvio, Alejandro estaba a punto de responder que sí, pero fue Luciana quien, recién despierta, negó con la cabeza.—No es necesario. Primero vayan a su hotel, no hace falta desviarse. Además, tengo que ir al hospital.Ricardo seguía internado, y debía informarle sobre el Instituto Wells.Alejandro frunció el ceño, claramente en desacuerdo.—Luciana…—Tú me lo prometiste.Ella ya sabía lo que él iba a decir, así que jugó su carta más fuerte.Con una mirada firme y decidida, lo enfrentó.—El viaje al Instituto Wells ya terminó.Era hora de que cada quien tomara su camino.Alejandro sintió un sabor amargo en la boca, como si estuviera masticando una planta de ajenjo.Apretó los labios y, con gran esfuerzo, logró decir:—Está bien, lo prometí.Entonces, dio instrucciones a Juan:—Detente en la próxima esquina.—Entendido.El auto se detuvo suaveme
Sin perder tiempo, Luciana tomó su teléfono y llamó a Alejandro.Como temía, no respondió.Inmediatamente marcó a Sergio, pero tampoco hubo respuesta.Su angustia crecía con cada minuto.Luciana apretó los labios y mordió su dedo pulgar, tratando de calmarse. La situación no podía ser peor. Si no respondían, era porque algo malo había sucedido.«¿Qué hago?»Sentada ahí, sintió que su ansiedad era inútil. No podía quedarse esperando.Sin dudarlo más, tomó su bolso y salió apresuradamente hacia el Hotel Mavis.El camino estuvo lleno de tensión. A cada minuto, su preocupación se hacía más intensa.Cuando llegó al lugar, sus temores tomaron forma: el caos era absoluto.El fuego seguía consumiendo el edificio, mientras el humo espeso cubría el cielo nocturno. Las voces de la multitud se mezclaban con las sirenas de las ambulancias y los bomberos.Luciana respiró hondo, tratando de mantener la calma. Sacó su teléfono y volvió a llamar a Alejandro.El resultado fue el mismo: sin respuesta.Co
La enfermera revisó rápidamente la lista que tenía en mano.—No parece que lo hayan trasladado al hospital. Todos los enviados allí están marcados en esta lista, y su nombre no está.Eso significaba que Alejandro seguía en el lugar.—¡Gracias! —dijo Luciana, con las palmas sudorosas de los nervios—. Por favor, ¿puedo revisar las ambulancias? Mi amigo podría estar en una de ellas.—Claro, —asintió la enfermera—, pero solo puede mirar brevemente. No interrumpa las labores de emergencia, por favor.—Entendido, gracias.El ambiente alrededor era desgarrador. A pesar de los gritos de órdenes y las sirenas, lo que más destacaba eran los llantos. El dolor y la desesperación resonaban en cada rincón.Luciana, con el corazón encogido, comenzó a revisar ambulancia por ambulancia, esperando encontrar a Alejandro.Sin embargo, lo extraño era que no lo encontraba. Cada vez crecía más la posibilidad de que la enfermera hubiera cometido un error en el registro, y que Alejandro ya hubiera sido traslad
El impacto recorrió todo su cuerpo como una descarga eléctrica. Su espalda se tensó de inmediato, y por un segundo, el aire pareció detenerse.Sin pensarlo, avanzó con pasos torpes hacia los dos paramédicos.Con un hilo de voz que apenas salió de su garganta, preguntó:—¿Dijeron que es Alejandro? ¿Mexicano?—Así es. —respondió uno de ellos, con un tono que denotaba cansancio tras una larga noche.Estaban acostumbrados a lidiar con situaciones así. Con profesionalismo, el otro agregó:—¿Es un familiar suyo?«¿Familiar?»Luciana abrió la boca para responder. «¿Familiar? Sí… ¿no?»En lo que aún eran los ojos de la ley, ¡Alejandro y ella seguían siendo los más cercanos! No habían terminado los trámites del divorcio. Técnicamente…—Sí, lo es.Los paramédicos asintieron, intercambiaron miradas rápidas y, con un tono de voz que Luciana nunca olvidaría, uno de ellos dijo:—Lo sentimos mucho. Mis más sinceras condolencias.Sin más, siguieron adelante con su labor, dejando a Luciana frente a la
El corazón de Luciana se apretaba hasta hacerse un nudo, tanto que casi no podía respirar del dolor.No podía comprenderlo: si apenas hacía unas horas todo estaba bien, ¿cómo era posible que ahora él ya no existiera?¿Qué fue lo último que él le dijo?Le dijo que la llevaría primero de regreso al hotel, pero ella se negó.Si hubiera sabido que ésa sería la última vez que se verían, no habría rechazado su ofrecimiento…Quizás, al menos, hubieran podido conversar un poco más.—No, no…Luciana lloraba en silencio, negando con la cabeza.¿Unas pocas palabras más? ¿Cómo sería eso suficiente?Él era tan joven, aún tenía un largo camino por recorrer.Y estaba el abuelo Miguel… el anciano que adoraba a su único nieto como si fuera su propia vida. ¿Cómo soportaría su ausencia, ahora que él ya no estaba?Todo, por su culpa.Si no hubiera sido por ella, él jamás habría venido a Canadá…—¿Eres un tonto, verdad? —murmuró Luciana entre sollozos, la voz entrecortada—. ¿Por qué tenías que venir? Ya no
Confusión, asombro.¿Qué estaba pasando?Luciana estaba arrodillada en el suelo. Frente a ella yacía algo… o alguien. ¿Quién era esa persona? ¿Por qué lloraba Luciana sobre ese cuerpo, llamándolo por su nombre?¿Acaso…?No necesitó ni un segundo para entender.¿Luciana pensaba que quien yacía allí era él?Tum, tum.Podía sentir con nitidez sus propios latidos.Luciana se había enterado de la explosión y había venido a buscarlo; sin embargo, por alguna razón, había confundido a otro hombre con él.¿Lloraba por él creyendo que estaba muerto?¡Sí! ¡Exactamente!Alejandro sabía que no era el momento de alegrarse, pero la dicha brotó dentro de él como una chispa y se extendió cual incendio que arrasa con todo.Aun así, se obligó a mantenerse sereno y se acercó con calma hasta su lado.La llamó en voz baja:—Luciana.Luciana escuchó su nombre y, atónita, miró a la persona cubierta por la sábana.¿Estaba tan devastada que ahora oía cosas? ¿Había imaginado la voz de Alejandro?Notando su desco
Pero, por supuesto, Luciana no se había desmayado por el beso.Ya en el hospital, tras un chequeo, el médico explicó:—La señora ha sufrido una alteración emocional muy intensa. Además, al estar embarazada su salud es más delicada. Ha llorado demasiado y tiene un cuadro leve de deshidratación.—Muchas gracias —respondió Alejandro.En la habitación, Luciana estaba recibiendo suero.Alejandro no la molestó, se quedó en silencio a su lado.¿Luciana lo quería?¿Cuánto lo quería? No estaba seguro, pero sin duda no era «nada».Nadie llora hasta deshidratarse por alguien a quien no aprecia en absoluto.—Luciana…Alejandro tomó su mano con delicadeza y murmuró:—No es cierto que no sientas nada por mí, ¿verdad?En ese momento la puerta se abrió con cuidado. Era Sergio.—¿Qué pasa? —preguntó Alejandro.—Alex —dijo Sergio—, Juan salió del quirófano. Su pierna no sufre daños graves. ¿Quieres ir a verlo?Antes, Alejandro había ordenado que le avisaran cuando Juan terminara la cirugía.De no haber