El impacto recorrió todo su cuerpo como una descarga eléctrica. Su espalda se tensó de inmediato, y por un segundo, el aire pareció detenerse.Sin pensarlo, avanzó con pasos torpes hacia los dos paramédicos.Con un hilo de voz que apenas salió de su garganta, preguntó:—¿Dijeron que es Alejandro? ¿Mexicano?—Así es. —respondió uno de ellos, con un tono que denotaba cansancio tras una larga noche.Estaban acostumbrados a lidiar con situaciones así. Con profesionalismo, el otro agregó:—¿Es un familiar suyo?«¿Familiar?»Luciana abrió la boca para responder. «¿Familiar? Sí… ¿no?»En lo que aún eran los ojos de la ley, ¡Alejandro y ella seguían siendo los más cercanos! No habían terminado los trámites del divorcio. Técnicamente…—Sí, lo es.Los paramédicos asintieron, intercambiaron miradas rápidas y, con un tono de voz que Luciana nunca olvidaría, uno de ellos dijo:—Lo sentimos mucho. Mis más sinceras condolencias.Sin más, siguieron adelante con su labor, dejando a Luciana frente a la
El corazón de Luciana se apretaba hasta hacerse un nudo, tanto que casi no podía respirar del dolor.No podía comprenderlo: si apenas hacía unas horas todo estaba bien, ¿cómo era posible que ahora él ya no existiera?¿Qué fue lo último que él le dijo?Le dijo que la llevaría primero de regreso al hotel, pero ella se negó.Si hubiera sabido que ésa sería la última vez que se verían, no habría rechazado su ofrecimiento…Quizás, al menos, hubieran podido conversar un poco más.—No, no…Luciana lloraba en silencio, negando con la cabeza.¿Unas pocas palabras más? ¿Cómo sería eso suficiente?Él era tan joven, aún tenía un largo camino por recorrer.Y estaba el abuelo Miguel… el anciano que adoraba a su único nieto como si fuera su propia vida. ¿Cómo soportaría su ausencia, ahora que él ya no estaba?Todo, por su culpa.Si no hubiera sido por ella, él jamás habría venido a Canadá…—¿Eres un tonto, verdad? —murmuró Luciana entre sollozos, la voz entrecortada—. ¿Por qué tenías que venir? Ya no
Confusión, asombro.¿Qué estaba pasando?Luciana estaba arrodillada en el suelo. Frente a ella yacía algo… o alguien. ¿Quién era esa persona? ¿Por qué lloraba Luciana sobre ese cuerpo, llamándolo por su nombre?¿Acaso…?No necesitó ni un segundo para entender.¿Luciana pensaba que quien yacía allí era él?Tum, tum.Podía sentir con nitidez sus propios latidos.Luciana se había enterado de la explosión y había venido a buscarlo; sin embargo, por alguna razón, había confundido a otro hombre con él.¿Lloraba por él creyendo que estaba muerto?¡Sí! ¡Exactamente!Alejandro sabía que no era el momento de alegrarse, pero la dicha brotó dentro de él como una chispa y se extendió cual incendio que arrasa con todo.Aun así, se obligó a mantenerse sereno y se acercó con calma hasta su lado.La llamó en voz baja:—Luciana.Luciana escuchó su nombre y, atónita, miró a la persona cubierta por la sábana.¿Estaba tan devastada que ahora oía cosas? ¿Había imaginado la voz de Alejandro?Notando su desco
Pero, por supuesto, Luciana no se había desmayado por el beso.Ya en el hospital, tras un chequeo, el médico explicó:—La señora ha sufrido una alteración emocional muy intensa. Además, al estar embarazada su salud es más delicada. Ha llorado demasiado y tiene un cuadro leve de deshidratación.—Muchas gracias —respondió Alejandro.En la habitación, Luciana estaba recibiendo suero.Alejandro no la molestó, se quedó en silencio a su lado.¿Luciana lo quería?¿Cuánto lo quería? No estaba seguro, pero sin duda no era «nada».Nadie llora hasta deshidratarse por alguien a quien no aprecia en absoluto.—Luciana…Alejandro tomó su mano con delicadeza y murmuró:—No es cierto que no sientas nada por mí, ¿verdad?En ese momento la puerta se abrió con cuidado. Era Sergio.—¿Qué pasa? —preguntó Alejandro.—Alex —dijo Sergio—, Juan salió del quirófano. Su pierna no sufre daños graves. ¿Quieres ir a verlo?Antes, Alejandro había ordenado que le avisaran cuando Juan terminara la cirugía.De no haber
Al llegar, dejó las maletas, se dio una ducha y se tumbó en la cama. Luciana suspiró, su propia cama era, sin duda, la más cómoda del mundo.Cerró los ojos y se quedó profundamente dormida.Justo antes de caer en el sueño, su último pensamiento fue: «¿Qué motivó realmente a Ricardo?»***Villa Herrera.Ricardo regresó a casa, exhausto por el viaje. En cuanto lo vio, Clara se mostró furiosa, con el ceño fruncido y la mirada ardiendo de sospechas.—A ver, dímelo claro. Estas dos noches que no estuviste en Muonio, ¿a dónde demonios fuiste?Un viaje al extranjero así de grande era imposible de ocultar. Bajo circunstancias normales, Ricardo habría respondido con honestidad, pero últimamente su humor andaba por los suelos.—Por supuesto que salí a hacer algo importante —respondió con impaciencia—. Si no trabajo, ¿de dónde crees que han salido durante todos estos años las comidas, las cosas que utilizas? ¿Crees que todo cae del cielo?Clara, al oírlo, se encolerizó. Dio un tirón a la ropa de
Al instante, Clara se quedó rígida, incómoda.—A ver… no es tan fácil. Un trasplante de hígado no se hace así como así…Ricardo se dio cuenta de la vacilación de Clara y cerró los ojos, irritado. Tal como sospechaba, por eso nunca se lo contó.Mónica, percibiendo la incomodidad de su padre, intervino de inmediato.—Papá, soy tu hija. Supongo que soy compatible, ¿no?—¿En serio? —Ricardo abrió los ojos de golpe, una luz de esperanza asomando en su mirada—. ¿Estás dispuesta a donar parte de tu hígado a mí?—Claro, soy tu hija. Es lo que debo hacer —afirmó Mónica con una sonrisa dulce y obediente.Pero enseguida añadió, con un suspiro:—Solo que, Alex cree que estoy embarazada. Si ahora digo que quiero donar mi hígado, ¿no se descubriría todo el engaño?Ese comentario encendió de nuevo las alarmas en Clara, quien se apuró a apoyar esa idea:—¡Es cierto, Mónica está a punto de casarse con un hombre rico! ¡No podemos permitir que nada arruine sus planes!Al escuchar esto, el semblante de Ri
Clara recobró la confianza.—¡Que venga Luciana a donar su hígado!Sin embargo, Ricardo vaciló:—Todavía no se lo he contado…—Papá —Mónica se ofreció—. Si te sientes incómodo al plantearlo, puedo hablar yo con Luciana.Ricardo seguía dudando:—¿Por qué no esperamos un poco más?Mónica negó con la cabeza:—No podemos. El médico dijo que mientras más rápido se haga el trasplante, mejor. Si lo demoramos, tu salud empeorará.—Esto… —Ricardo aún se resistía, preocupado.—Papá —Mónica cortó con firmeza—. Déjame a mí. Yo hablaré con Luciana. No te preocupes.Después de un rato, Ricardo finalmente asintió:—De acuerdo.***Cuando Luciana despertó, todo estaba sumido en la oscuridad.No había corrido las cortinas, así que apenas entraba algo de luz desde afuera, apenas unas tenues luces dispersas. Ya era de noche.Tomó su teléfono: Martina le había dejado un mensaje.[Hay comida en el microondas. Me fui a la biblioteca; si necesitas algo, mándame un mensaje y te lo llevo.]Acababa de dejar el
—¡Luciana! —Mónica estalló en furia, el rostro alternando entre el rojo y el pálido—. ¡Al menos eres una futura doctora! ¿Cómo puedes decir palabras tan sucias?Luciana puso los ojos en blanco hacia el techo.—¿Mis palabras son sucias? Es porque sus actos son todavía más repugnantes, mi «querida hermana». ¿Es que no entiendes la relación causa-efecto? Pobrecita, ¡un caso desesperante de analfabetismo!—Tú… tú… —Mónica temblaba de ira, incapaz de pronunciar nada coherente.—¿Te enojaste? —Luciana soltó una fría carcajada—. ¿Y con qué cara te enojas? ¡Oh, lo olvidaba! ¡No tienes cara!—Luciana, te lo diré claro: ¡Vas a donar el hígado! ¡Aceptes o no, lo harás igual!—Tranquila, ya decidí que no lo haré —contestó Luciana sin titubear.¿Qué más podía decir? Era una pérdida de tiempo seguir allí. Si continuaba, terminaría vomitando del asco. Se dio media vuelta dispuesta a marcharse, pero Mónica la sujetó con fuerza.En el bello pero ahora retorcido semblante de Mónica, brillaban ojos lleno