¿Algo relacionado con Luciana?Alejandro guardó silencio por un momento antes de preguntar, con voz más suave de lo habitual:—¿Qué pasa con ella?Nathan soltó una pequeña risa. No sabía si Alejandro se daba cuenta, pero solo al mencionar a su futura exesposa, el tono de Alejandro se tornaba más calmado.—Luciana me pidió que te informara que prefiere ir al registro civil a firmar cuanto antes. Todo lo demás, puede esperar.Alejandro se quedó inmóvil, sorprendido por un instante. ¿Era solo por eso? ¿Por qué esa urgencia de Luciana? Sintió una punzada amarga, como si su corazón se sumergiera en un pozo de hiel. Inmediatamente, su pensamiento fue hacia Fernando.«Es por él, seguramente,» pensó. Si estaban juntos, Fernando no iba a aceptar que el nombre de Luciana siguiera en los registros de la familia Guzmán. Alejandro apretó el teléfono, como si al hacerlo pudiera retener lo que quedaba de su vida con ella.Con voz baja y resignada, respondió:—De acuerdo, Nathan. Haz los arreglos segú
Victoria apenas pasaba de los cuarenta, llevaba una vida tranquila y siempre había gozado de buena salud. Fernando no podía imaginar que su madre, al enfermarse, enfrentara de golpe una enfermedad tan grave.—¿Dijeron si es benigno o…? —Aún no lo saben —Diego negó con la cabeza, sin ocultar la preocupación en sus ojos—. Necesitarán operarla y analizar el tejido para estar seguros.Esa simple frase hizo que el ánimo de Fernando se desplomara aún más. Padre e hijo se quedaron en silencio, compartiendo la misma incertidumbre y preocupación.Diego le dio una palmadita en el hombro.—Pasa a verla, hijo. Desde que te fuiste de casa, no ha dejado de pensar en ti.Fernando asintió, sintiendo una punzada de culpa, y abrió la puerta del cuarto. Victoria estaba dormida, y él se quedó junto a ella toda la noche, en vela, velando su descanso.Al amanecer, Victoria despertó y al verlo allí, una sonrisa cálida se dibujó en su rostro.—Hijo, viniste —dijo, contenta, mientras intentaba incorporarse.—
—¿Eres...? —Fernando la observó, algo confundido.La joven soltó una risa alegre, se puso de pie y, ladeando la cabeza, respondió:—Soy Bruna De Jesús. La que de niña siempre te seguía a todas partes... la "gordita".Con esa referencia, Fernando finalmente la ubicó. La familia De Jesús y la familia Domínguez habían sido amigos por generaciones, y la madre de Bruna era la mejor amiga de Victoria. Sin embargo, la Bruna que recordaba era una niña regordeta, muy diferente de la joven esbelta que tenía frente a él.—¡Claro, Bruna! —dijo con una sonrisa—. Cuánto tiempo sin vernos.Después de la muerte del padre de Bruna, la familia se había trasladado al extranjero, y él no había vuelto a saber de ella hasta ahora.Fernando miró su reloj y luego se volvió hacia su madre.—Mamá, tengo que ir a la oficina. Papá llegará en un rato, pero cualquier cosa, llámame de inmediato.—Claro, hijo —respondió Victoria con un asentimiento, aunque con una expresión un poco resignada. Luego miró a Bruna y aña
Fernando guardó silencio. Su padre también intervino:—Hijo, solo es una reunión. No te estamos pidiendo que hagas nada más. Piensa en la relación que hay entre ambas familias.Fernando suspiró, resignado.—¿Solo una reunión?Diego soltó una risa breve.—Claro, ¿qué más vamos a pedirte? Ni que pudiéramos obligarte a nada.Fernando dudó un momento, pero al final asintió.—Está bien. Acepto, pero quiero dejar claro que solo es una reunión y no quiero que esperen más de esto.—Sí, hijo. Entendemos —Victoria sonrió con alivio—. Gracias por hacer esto.La cita se acordó para la noche siguiente, que era sábado, y consistiría en asistir juntos a una obra de teatro a las ocho en punto.***En la noche del sábado, Alejandro recogió a Mónica para asistir al teatro Muonio, donde se presentaba una obra de renombre y muy solicitada. La verdad, el teatro no le apasionaba mucho, pero estaba allí por ella. El lugar estaba abarrotado, como era de esperarse en fin de semana.Mientras avanzaban entre la
Fernando se sorprendió. ¿Alejandro también estaba en el teatro? ¿Había visto algo? Algo en el tono de su voz le indicaba que estaba furioso. Sin comprender del todo, Fernando le comentó brevemente a Bruna y salió del teatro para encontrarse con él.—Señor Guzmán... —comenzó a saludar, apenas lo vio.Alejandro no le dio tiempo de terminar. Con un solo movimiento, lanzó un puñetazo directo que impactó en la cara de Fernando, quien trastabilló, intentando mantenerse en pie. Un hilo de sangre se deslizó desde la comisura de su labio partido.Fernando se limpió la sangre con la mano, mirándolo con una mezcla de sorpresa y enojo.—¡Alejandro Guzmán! ¿A qué viene esto?Alejandro lo miró con una sonrisa helada, sus ojos llenos de una rabia contenida.—¿Luciana sabe que estás aquí, saliendo con otra mujer?El comentario encendió algo en la mirada de Fernando, una chispa de alarma que no pasó desapercibida para Alejandro. Al ver esa reacción, su furia se intensificó y lo tomó de la camisa, mirán
—Exacto. Y disculpa por el mal momento de hace rato.—No te preocupes —respondió Bruna con una risa genuina—. Bueno, ya que estamos aquí, ¿vemos el resto de la obra?—Claro —asintió Fernando, recuperando la calma.Mientras en el teatro los hechos se desenvolvían, Luciana no sabía nada de lo ocurrido.El lunes, Luciana se levantó temprano para prepararse. Había quedado con Alejandro en ir al registro civil a firmar los papeles. Justo cuando estaba lista para salir, sonó su teléfono; era Nathan.—Señor Moras —respondió Luciana—, ya estoy de salida. No me retrasaré…—Señorita Herrera —dijo Nathan con un tono disculpatorio—, lamento decirle esto, pero el señor Guzmán me llamó temprano para avisar que no podrá asistir hoy al registro civil.—¿Qué? —exclamó Luciana, desconcertada—. ¿Por qué?—No dio detalles, solo me pidió que se lo informara.Luciana se quedó en silencio, sintiéndose a la deriva.—Si quiere, puede llamarlo directamente —sugirió Nathan antes de colgar.Luciana se quedó desco
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese