Su rostro reflejaba un disgusto que no podía contener.—¿Es que planeabas marcharte?Luciana titubeó. La respuesta era evidente para ella, aunque no dijo nada.Alejandro sintió una punzada de rabia en el pecho y soltó una risa amarga.—Tu esposo está hospitalizado tras un accidente de tráfico, ¿y no crees que deberías quedarte aquí para cuidarlo?Luciana se quedó sin palabras. Él tenía razón en lo que decía, pero eso aplicaba para un matrimonio convencional. En su caso, la situación era distinta. Ella tuvo un impulso de decirle que quien debería estar allí cuidándolo era Mónica, la persona por la cual él se había arriesgado. Era lógico que Mónica, y no ella, se encargara de cuidarlo. Después de todo, ¿acaso no se había accidentado por ir a buscarla a ella?Luciana abrió la boca, pero al final no dijo nada. Así era la vida de los ricos: hacían lo que querían y les salía gratis.Finalmente, Luciana cedió.—Si quieres que me quede contigo, entonces me quedaré.Alejandro parpadeó, sorprend
Luciana se quedó sorprendida por un momento. Después de todo, había ido al hospital para cuidarlo. Pero él parecía estar perfectamente bien.Con una ligera sonrisa, y en un tono calmado, le dijo:—Tienes razón, fue mi error. Dime, ¿qué necesitas que haga?—Acércate —pidió Alejandro, sin apartar la mirada de ella, con voz grave.—Claro.Luciana se acercó. Entonces, con la voz ronca, él murmuró:—Quiero bañarme.—Eso no puede ser.Su instinto profesional se activó de inmediato, y lo rechazó sin dudar.—No puedes mojar la herida —explicó.Alejandro torció la boca con una media sonrisa.—Pues yo quiero bañarme. Si no me baño, me siento incómodo, y si me siento incómodo, no voy a mejorar —se recostó, dejándose caer con los brazos extendidos—. Así que arréglatelas.¿De verdad estaba siendo tan terco? Luciana no pudo evitar notarlo.—Bañarte no, pero puedo limpiarte un poco —suspiró, tragándose su molestia.—Bueno, acepto —Alejandro, con generosidad fingida, cedió un poco.—Perfecto —asintió
Se acercó a él y preguntó:—¿Necesitas algo más?Alejandro la ignoró, con el rostro marcado por el disgusto evidente.—Entonces me pondré a leer un poco —comentó ella, señalando la cama auxiliar.No se atrevió a acercarse hasta que él diera su consentimiento. Alejandro soltó un resoplido sarcástico:—¿Tienes que preguntar? Si quieres ir, adelante. ¿Acaso me preguntaste algo cuando llamaste al enfermero?—Está bien.Ignorando su sarcasmo, Luciana esbozó una pequeña sonrisa y se fue a su rincón a leer. Alejandro la observó mientras se alejaba, sintiendo un desagrado creciente. No quería que las cosas fueran así. En su mente, se imaginaba algo completamente distinto. ¿No debería ella estar pendiente de él, cuidándolo y asegurándose de que todo estuviera en orden?Molesto y agotado, se dio vuelta en la cama, dándole la espalda, tratando de dormir, pero la incomodidad no lo dejaba descansar. Al rato, se volvió hacia ella y rompió el silencio:—Luciana.—¿Sí?Luciana levantó la mirada de inm
Luciana no estaba bromeando.A pesar de que rara vez veía programas de entretenimiento, a los pocos minutos ya estaba enganchada, incluso le sacó varias risas.—Jajaja… —soltó una carcajada mientras se recargaba en el respaldo.Alejandro, en vez de ver el programa, no dejaba de mirarla.—¿Te parece gracioso? —preguntó con el ceño ligeramente fruncido.—Ajá. —Luciana ni siquiera lo miró, continuaba con la vista fija en la pantalla—. Está entretenido. Mira, no se puede negar que Mónica tiene bastante carisma para la televisión. —Luego, volteó a verlo—. Le va bien como figura pública; tengo entendido que su popularidad es bastante alta, ¿verdad?—Sí, algo así —contestó Alejandro, de forma distraída.El hecho de que Luciana hablara sobre Mónica de forma tan tranquila, sin muestras de incomodidad ni de celos, lo descolocaba. ¿Qué significaba esto? ¿De verdad no sentía ni un ápice de celos?¿Por qué? ¿Era porque… no le importaba él en absoluto?Esa idea, apenas nació en su mente, lo llenó de
Intentó moverse y apartó con cuidado su brazo de su cintura.—¿Uh...? —Alejandro frunció el ceño y dejó escapar un quejido bajo, abriendo los ojos.Luciana se alarmó al instante.—¿Qué pasa? ¿Te lastimé? ¿Te jalé la herida?Con lo apretados que habían dormido, era muy probable.—Eh... podría ser… —Alejandro seguía con el ceño fruncido, como si sintiera un gran dolor.—¡Déjame ver! —dijo ella, aún más nerviosa, mientras intentaba desabrocharle los botones de la bata de hospital. Sin embargo, él tomó su mano antes de que pudiera hacer nada y la atrajo hacia él en un abrazo.Luciana se quedó inmóvil un momento.—Déjame ver la herida…—Luciana, —susurró Alejandro con su cara hundida en su cuello, su voz sonaba densa y baja—. Si la herida se abre, ¿te dolería?El corazón de Luciana dio un pequeño salto. Al escuchar la pregunta, sospechó que en realidad él estaba bien, pero… ¿tenía un significado oculto su pregunta?Con delicadeza, Luciana se apartó y le sonrió suavemente.—Ya, ya, no hagas
Sin más, empujó la puerta y salió rápidamente de la habitación.—¡Luciana! —La voz de Alejandro sonó detrás de ella, fría y con una nota sutil de enojo contenida—. ¡Te dije que te quedaras!Luciana se detuvo un instante, sintiendo una ligera sacudida en el cuerpo, pero no se giró. Solo vaciló un segundo y, con decisión, salió del cuarto, cerrando la puerta tras de sí.—¡Increíble! —Alejandro dejó que el enfado tiñera sus facciones y endureciera su expresión. Era como si esa mujer no descansara hasta hacerlo perder los estribos. ¡Qué forma de ser!—Alex... —Mónica, pálida, balbuceó apenada—. Lo siento, esto es culpa mía. No debí venir. Creo que la doctora Herrera me malinterpretó. Si quieres, puedo ir a hablar con ella…—No hace falta —respondió Alejandro, frunciendo el ceño—. No tiene sentido.¿Qué había que aclarar? Solo haría falta explicaciones si a Luciana realmente le importara. Pero no, a ella eso no le afectaba ni un poco. Así era desde el principio, y ahora seguía igual. Tal ve
Esa era su naturaleza. No era hombre de abandonar sus responsabilidades.—Luci… —Martina no encontraba palabras para expresar lo que sentía. Se sentía impotente y dolida—. Perdóname, soy inútil. No he podido ayudarte en nada.—No llores más, Marti —le dijo Luciana, sonriendo mientras tomaba una servilleta y le limpiaba las lágrimas—. Ahora que ya sabes todo, por favor, habla bien con Vicente. No quiero que vuelva a hacer alguna locura.—Descuida, Luci. Yo me encargaré de que no cometa ninguna tontería.Pensar en el último arrebato de Vicente todavía la estremecía.—Voy a cuidarlo, prometo que no hará nada imprudente.Luego, sin poder evitarlo, volvió a abrazar a Luciana.—Prométeme también que la próxima vez no vas a cargar con todo tú sola. Cuenta conmigo, ¿sí?—Está bien, te lo prometo.Después de mucho esfuerzo, Luciana logró que Martina dejara de llorar.—¿Comemos juntas al mediodía? —le propuso Luciana.—¿Eh? —Martina se sorprendió—. ¿Tienes tiempo? ¿No tienes que cuidar a Alejand
Aunque estaba claro que era una rabieta, Luciana lo miró con su misma serenidad de siempre. No podía entender del todo lo que le pasaba, pero sabía que era mejor calmarlo para no tener que aguantar sus arrebatos todo el día.—Sin comer no vas a ningún lado, vas a enfermarte —le dijo ella con una sonrisa apacible—. Voy a ver qué hay en la cocina.Fue hacia la cocina y regresó pronto con varias opciones.—Hay atolito de maíz, un poco más de caldo de pollo y algunas verduras. ¿Quieres que te caliente algo?Alejandro, aún recostado contra el cabecero, seguía con el ceño fruncido.—Estoy harto de lo mismo —se quejó—. No quiero nada de eso.¿Harto ya? ¿Después de solo dos comidas? Este hombre sí que era exigente.—Entonces, ¿qué quieres? —le preguntó Luciana, con paciencia.Alejandro le lanzó una mirada cargada de reproche.—¿Y quieres que yo piense en eso? —la acusó, como si la responsabilidad fuera enteramente de ella.Claro, debió habérselo imaginado. Luciana reflexionó un poco: todavía n