Sin más, empujó la puerta y salió rápidamente de la habitación.—¡Luciana! —La voz de Alejandro sonó detrás de ella, fría y con una nota sutil de enojo contenida—. ¡Te dije que te quedaras!Luciana se detuvo un instante, sintiendo una ligera sacudida en el cuerpo, pero no se giró. Solo vaciló un segundo y, con decisión, salió del cuarto, cerrando la puerta tras de sí.—¡Increíble! —Alejandro dejó que el enfado tiñera sus facciones y endureciera su expresión. Era como si esa mujer no descansara hasta hacerlo perder los estribos. ¡Qué forma de ser!—Alex... —Mónica, pálida, balbuceó apenada—. Lo siento, esto es culpa mía. No debí venir. Creo que la doctora Herrera me malinterpretó. Si quieres, puedo ir a hablar con ella…—No hace falta —respondió Alejandro, frunciendo el ceño—. No tiene sentido.¿Qué había que aclarar? Solo haría falta explicaciones si a Luciana realmente le importara. Pero no, a ella eso no le afectaba ni un poco. Así era desde el principio, y ahora seguía igual. Tal ve
Esa era su naturaleza. No era hombre de abandonar sus responsabilidades.—Luci… —Martina no encontraba palabras para expresar lo que sentía. Se sentía impotente y dolida—. Perdóname, soy inútil. No he podido ayudarte en nada.—No llores más, Marti —le dijo Luciana, sonriendo mientras tomaba una servilleta y le limpiaba las lágrimas—. Ahora que ya sabes todo, por favor, habla bien con Vicente. No quiero que vuelva a hacer alguna locura.—Descuida, Luci. Yo me encargaré de que no cometa ninguna tontería.Pensar en el último arrebato de Vicente todavía la estremecía.—Voy a cuidarlo, prometo que no hará nada imprudente.Luego, sin poder evitarlo, volvió a abrazar a Luciana.—Prométeme también que la próxima vez no vas a cargar con todo tú sola. Cuenta conmigo, ¿sí?—Está bien, te lo prometo.Después de mucho esfuerzo, Luciana logró que Martina dejara de llorar.—¿Comemos juntas al mediodía? —le propuso Luciana.—¿Eh? —Martina se sorprendió—. ¿Tienes tiempo? ¿No tienes que cuidar a Alejand
Aunque estaba claro que era una rabieta, Luciana lo miró con su misma serenidad de siempre. No podía entender del todo lo que le pasaba, pero sabía que era mejor calmarlo para no tener que aguantar sus arrebatos todo el día.—Sin comer no vas a ningún lado, vas a enfermarte —le dijo ella con una sonrisa apacible—. Voy a ver qué hay en la cocina.Fue hacia la cocina y regresó pronto con varias opciones.—Hay atolito de maíz, un poco más de caldo de pollo y algunas verduras. ¿Quieres que te caliente algo?Alejandro, aún recostado contra el cabecero, seguía con el ceño fruncido.—Estoy harto de lo mismo —se quejó—. No quiero nada de eso.¿Harto ya? ¿Después de solo dos comidas? Este hombre sí que era exigente.—Entonces, ¿qué quieres? —le preguntó Luciana, con paciencia.Alejandro le lanzó una mirada cargada de reproche.—¿Y quieres que yo piense en eso? —la acusó, como si la responsabilidad fuera enteramente de ella.Claro, debió habérselo imaginado. Luciana reflexionó un poco: todavía n
Con lentitud, tomó el tenedor y comentó:—Podrías haberle puesto un poco de salsa de soya para darle color. ¿Y solo fideos? ¿Ni siquiera un poco de verduras? ¿Tampoco huevo?—¡Sí, sí, tiene! —Los ojos de Luciana se iluminaron y señaló el tazón—. Están debajo. El huevo está frito.—¿Ah, sí?Alejandro sonrió con incredulidad y rebuscó con el tenedor. Sacó un poco de verduras y, finalmente, un huevo frito... algo quemado.Se quedó un momento en silencio, parpadeando. ¿Se había quemado?—No lo freí bien —admitió Luciana en voz baja, avergonzada—. Se me pasó un poco, pero del otro lado está mejor. Solo voltea el huevo...Antes de que pudiera terminar de hablar, Alejandro soltó una carcajada, sin poder contenerse.—¿De qué te ríes? —Las mejillas de Luciana se encendieron de rojo—. ¡Ya basta de reírte! ¿Qué es tan gracioso?—Ja, ja... —siguió riendo Alejandro, casi doblado de risa.—¡Ya no comas! —Luciana, indignada y avergonzada, intentó retirar el plato—. Si no está bien hecho, no es mi cul
A las tres en punto, Luciana regresó a la habitación del hospital. Tenían cita a las cuatro para las pruebas del vestido, y calculó que era justo a tiempo.Sin embargo, la habitación estaba en completo silencio.—¿Alejandro? —Luciana miró alrededor, notando que él no estaba en la habitación.Estaban por salir pronto; ¿a dónde se había ido?Tomó su teléfono y marcó el número de Alejandro, pensando en preguntarle directamente.-En ese momento, Alejandro estaba en la habitación de Mónica. Comparado con él, las lesiones de Mónica eran mucho menores, apenas algunos moretones y heridas leves. Hoy mismo le habían dado el alta.Pero antes de salir, Mónica había pedido hacerse un chequeo completo y, al terminar, llamó a Alejandro, pidiéndole que fuera a verla.—Así... así están las cosas —dijo Mónica, con los ojos enrojecidos por el llanto reciente.Alejandro tenía el rostro tenso, inmóvil y sin ninguna expresión visible. Permaneció en silencio, mirando a Mónica con una seriedad helada.Tras u
—Mónica... —dijo Clara, nerviosa, era la primera vez que se sentía tan insegura—. ¿Estás segura de que esto está bien? Ni siquiera estás realmente embarazada. ¿Qué harás cuando se descubra?Mónica dejó escapar una risa fría, sus ojos oscureciéndose.—Eso lo veré después. Ahora, al menos, él no puede deshacerse de mí, ¿verdad?—Es cierto —Clara asintió, apretando los labios y con una chispa de determinación—. Todo esto es culpa de Luciana. Ella te orilló a esto. —Clara le tomó la mano con firmeza—. No te preocupes, mi niña, yo te ayudaré. Esa mujerzuela jamás ocupará tu lugar. ¡No va a salirse con la suya!—Mamá… —Mónica, agotada, se dejó caer en el hombro de su madre, su rostro palideciendo.—Ya no tengo más opciones. De verdad, de verdad, amo a Alejandro.No solo por su riqueza, aunque eso también pesaba. Lo que realmente le importaba era él. Era perfecto.Había llegado al punto en el que no podía imaginarse sin él. En esta vida, no quería a ningún otro hombre.***Al salir del cuarto
La clase experimental duró apenas cuarenta y cinco minutos, y pasó rápido. Mientras daba la clase, Luciana se sentía plena y concentrada. Pero al salir, la mente en blanco, volvió a sentir ese peso en el pecho.Sin poder evitarlo, tomó su celular y abrió la foto que Mónica le había enviado. Cerró los ojos a medias, esbozando una sonrisa amarga. De no ser por esa imagen, casi habría creído en las palabras de Alejandro de la noche anterior.—Vamos a estar bien juntos.¿En su situación? ¿Cómo podrían estar bien?Sostenía el teléfono y no supo cuánto tiempo se quedó allí, en la entrada del salón, hasta que alguien la llamó:—¿Luciana?Era Simón. Alejandro le había ordenado llevarla y recogerla. Al ver que no salía, Simón, preocupado, pensó que quizá le había pasado algo.—¿Terminaste la clase? ¿Nos vamos?—Sí, vamos —respondió Luciana mientras guardaba el celular y asentía.Regresaron al cuarto del hospital, donde el tiempo se había alargado más de lo prometido. Alejandro, con el ceño frun
Sin embargo, ella no dijo nada, y simplemente apoyó su cabeza contra él, respondiendo con voz baja:—Sí, claro.El día transcurrió entre la rutina de la mañana: aseo, desayuno, y la revisión de los médicos. Todo marchó sin contratiempos hasta que llegó la tarde. Antes de salir, Luciana revisó la herida de Alejandro para asegurarse de que no hubiera problema alguno. Para estar más tranquila, volvió a vendarle el área con cuidado.El chofer los condujo hasta una exclusiva tienda de trajes nupciales de alta costura en esta ciudad, una boutique famosa que tenía un dueño francés. Los empleados del lugar se encargaban de la atención básica, pero el maestro modista, quien alternaba su tiempo entre Francia y la tienda, sólo estaba allí quince días al mes.Aquella tarde, sólo iban a tomarse las medidas y elegir el diseño; el modista no estaba. Por eso, fue la gerente quien los recibió en persona.—Señor Guzmán, señora Guzmán, pasen adelante. —les indicó la gerente con una sonrisa cortés—. Vamos