Mientras hablaba, acercó su rostro al cuello de Luciana y aspiró profundamente, como si disfrutara de cada segundo.—Mm, qué delicioso aroma…Sus ojos se llenaron de codicia, brillando como si hubiera encontrado un tesoro exótico. No tenía prisa, disfrutaba del momento, saboreando cada segundo. Con la punta de sus dedos, recorrió lentamente la mejilla de Luciana, disfrutando de su miedo.—Tenemos todo el tiempo del mundo, preciosa —murmuró, su voz impregnada de una falsa dulzura—. Te haré disfrutar como nunca, te lo aseguro. Ja, ja...Cada palabra le producía a Luciana una mezcla nauseabunda de miedo y repulsión. Su cuerpo se tensó bajo su toque, su mente buscando desesperadamente una salida.¿Qué podía hacer?La desesperación la consumía. ¿Acaso esa noche no había escapatoria de esa pesadilla?—Luciana, déjame darte un besito.Una cara rechoncha y llena de arrugas se acercaba lentamente hacia ella. El miedo paralizó a Luciana, quien, aterrada, empezó a gritar con desesperación.—¡Auxi
Sergio, Juan y Simón intercambiaron miradas y, sin pensarlo, corrieron a detenerlo.—¡Alex! ¡Lo vas a matar!El hombre, siempre elegante y reservado, ahora estaba cubierto de sangre, irradiando una energía tan oscura que resultaba aterradora. No era el Alejandro que conocían.—¡No vale la pena! —gritó Juan—. ¡No por alguien como él!A pesar de las palabras, el rostro de Alejandro seguía siendo una máscara fría, vacía. Su mirada fija en Arturo no mostraba ni un atisbo de compasión.Simón, pensando rápido, alzó la voz.—Luciana… parece que no está bien, primo. Ha estado gimiendo.El nombre de Luciana fue lo único que lo hizo reaccionar. Alejandro bajó lentamente el pie que aún presionaba a Arturo, pero antes de retirarse, le dio una última patada.—¡Ahhh…! —El gemido de dolor de Arturo resonó por la habitación.Sergio, Juan y Simón exhalaron aliviados. Luciana siempre era la única que lograba calmarlo.—Luciana… —murmuró Alejandro, mientras volvía rápidamente hacia ella.La levantó en su
Se sentó en el borde de la cama, observando cómo las pestañas de Luciana temblaban ligeramente. Fingía estar dormida.—Luci, despierta.—Mm... —murmuró, fingiendo que apenas despertaba, abriendo los ojos lentamente. Su mirada evitaba la de él, incapaz de enfrentarlo directamente.Apretó los labios, pero no dijo nada.—Ya que estás despierta, levántate. El abuelo nos espera para almorzar.—Ah… —asintió Luciana, mirándolo de reojo. Como él no se movía, lo apresuró—. Necesito vestirme. ¡Sal!Su rostro se enrojeció al instante. Alejandro no pudo evitar sonreír. ¿Le daba vergüenza que la viera? Después de lo que pasó anoche, ¿qué parte de su cuerpo no había visto ya?No solo la había visto…También la había besado.Y… también…Pero respetando su incomodidad, se levantó.—Está bien, me voy.Cerró la puerta tras de sí, pero dejó un pequeño espacio entre el marco y la puerta, por donde pudo verla levantarse y quitar las sábanas.Soltó una pequeña risa. ¿Tan tímida?De repente, una sombra oscur
El silencio en el auto era frío. Alejandro mantenía su mirada fija en Luciana, su rostro completamente inexpresivo, pero sus ojos hablaban de una tormenta contenida.Esta mujer... parecía haber nacido solo para complicarle la vida. Antes, cuando él se negaba a casarse con ella, ella se enfadaba. Ahora que él había aceptado, seguía enojada. ¡Nada la complacía!Luciana, por su parte, no entendía qué había hecho mal. ¿No era suficiente con que ya no le guardara rencor? ¿Por qué él seguía insatisfecho?—Luciana —murmuró Alejandro, luchando por controlar la ira que hervía en su interior.Antes de que pudiera decir algo más, su celular sonó. Era Miguel, su abuelo, llamando para apurarlos.—¿Dónde están? Dijeron que regresarían a cenar.—Abuelo, ya estamos llegando —respondió Alejandro, su tono un poco más suave.Colgó el teléfono mientras el auto cruzaba las puertas de Rinconada. La entrada a Casa Guzmán estaba a la vista.—Primero cenaremos con el abuelo —dijo Alejandro, su voz fría, casi d
Pero Luciana no podía aceptarlo tan fácilmente. Apretó los labios con incomodidad.—Tú sabes... sobre mi pasado, ¿no?Se refería, por supuesto, a su "mancha", aquello que él había despreciado tanto en su momento. Todavía recordaba claramente la repulsión que él había mostrado entonces.Los ojos de Alejandro se oscurecieron por un momento. Decir que no le importaba sería una mentira. Pero, ¿qué podía hacer? Le gustaba ella, con todo lo que implicaba.—¿Quién no tiene un pasado? Tú lo tienes, y yo también. Así que estamos a mano.Ninguno de los dos podía reprocharle nada al otro.—No, no es lo mismo —murmuró Luciana, sacudiendo la cabeza repetidamente.Finalmente, Alejandro no pudo contener más su ira. Apretó los dientes y gruñó bajo:—¿Qué es lo que no es igual?—Yo… —Luciana bajó la mirada, llevando instintivamente la mano a su vientre—. Mi hijo…Ah, claro. Era eso.—Luciana, escucha bien. Solo lo diré una vez.Su mirada se posó en su vientre, solemne, con una determinación inquebranta
—¿Qué? —Luciana abrió los ojos como platos, incapaz de creer lo que acababa de oír.El rostro de Alejandro se ensombreció de inmediato.—Somos una pareja legal. La boda ya está en marcha y tú misma aceptaste. ¿No es lógico que durmamos juntos?—Sí, es... lógico —respondió ella, aunque con cierta torpeza.—Entonces, a la cama. —La expresión de Alejandro se suavizó y una sonrisa leve curvó sus labios—. Ve adelantándote. Yo tengo un par de cosas que hacer en el estudio.—Ah, está bien —contestó ella, intentando ocultar su nerviosismo.Apenas él salió, Luciana se quedó mirando la enorme cama durante un buen rato, dudando si debía sentarse. Finalmente, lo hizo, pero con una sensación extraña.No era la primera vez que dormía en esa cama, pero hacerlo junto a él... era algo completamente diferente. Aunque ya habían compartido momentos íntimos, dormir juntos le parecía demasiado cercano, demasiado real.Aún no terminaba de procesar todo. Ella y Alejandro estaban a punto de convertirse en espo
Ella lo recordaba perfectamente. Le había prometido que ese niño sería suyo, sin importar nada más.Su pecho se tensó, sintiéndose pequeña y culpable, como una niña que había hecho algo mal. Bajó la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada.—Vaya —dijo Alejandro, mientras tomaba su mano y la acariciaba—. ¿Te molestaste por lo que te dije? Fue mi culpa, no debí ser tan rudo. ¿Cuándo tienes tiempo?Luciana lo pensó un momento.—Mi práctica está por terminar, así que estaré libre estos días, pero aún tengo que ir al hospital.—Está bien. —Alejandro asintió—. Te llamaré cuando llegue al hospital.—Ah, bien.Después de desayunar, Alejandro la llevó al hospital. Incluso se bajó del coche para acompañarla hasta la entrada del edificio de cirugía.—Ya puedes irte —le dijo Luciana, haciendo un gesto con la mano para despedirlo.—Está bien. —Antes de irse, le recordó—. No te saltes el almuerzo.Luciana no pudo evitar reírse ante la insistencia de Alejandro. Nunca había visto ese lado de él, tan d
Alejandro frunció el ceño, sin contestar. No era del todo cierto, pero tampoco falso. Iba a estar con Luciana, pero la razón no era ella. Era él. Él quería estar con Luciana.Tragó saliva y, con voz serena, dijo:—Es mi decisión, no tiene que ver con nadie más.Qué responsable sonaba, pero para Mónica, esas palabras no aliviaban nada. Lo miró directamente:—Está bien, es tu problema. Pero tú me hiciste una promesa. ¿Y ahora simplemente la rompes? ¿No crees que merezco una explicación?Alejandro permaneció en silencio unos segundos, su expresión firme, hasta que finalmente habló:—No hay explicación. Lo siento.¡Traición! Esa palabra resonaba en la cabeza de Mónica. No había explicación, solo un "lo siento". Sus ojos comenzaron a empañarse mientras lo miraba, intentando asimilar lo que estaba pasando.—¿Así que... esto es el final? —susurró.—Sí —Alejandro asintió levemente y se puso de pie. Su voz era baja, casi un susurro—. Lo siento. Te aseguro que te protegeré. Hasta que te cases, m