Ella lo recordaba perfectamente. Le había prometido que ese niño sería suyo, sin importar nada más.Su pecho se tensó, sintiéndose pequeña y culpable, como una niña que había hecho algo mal. Bajó la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada.—Vaya —dijo Alejandro, mientras tomaba su mano y la acariciaba—. ¿Te molestaste por lo que te dije? Fue mi culpa, no debí ser tan rudo. ¿Cuándo tienes tiempo?Luciana lo pensó un momento.—Mi práctica está por terminar, así que estaré libre estos días, pero aún tengo que ir al hospital.—Está bien. —Alejandro asintió—. Te llamaré cuando llegue al hospital.—Ah, bien.Después de desayunar, Alejandro la llevó al hospital. Incluso se bajó del coche para acompañarla hasta la entrada del edificio de cirugía.—Ya puedes irte —le dijo Luciana, haciendo un gesto con la mano para despedirlo.—Está bien. —Antes de irse, le recordó—. No te saltes el almuerzo.Luciana no pudo evitar reírse ante la insistencia de Alejandro. Nunca había visto ese lado de él, tan d
Alejandro frunció el ceño, sin contestar. No era del todo cierto, pero tampoco falso. Iba a estar con Luciana, pero la razón no era ella. Era él. Él quería estar con Luciana.Tragó saliva y, con voz serena, dijo:—Es mi decisión, no tiene que ver con nadie más.Qué responsable sonaba, pero para Mónica, esas palabras no aliviaban nada. Lo miró directamente:—Está bien, es tu problema. Pero tú me hiciste una promesa. ¿Y ahora simplemente la rompes? ¿No crees que merezco una explicación?Alejandro permaneció en silencio unos segundos, su expresión firme, hasta que finalmente habló:—No hay explicación. Lo siento.¡Traición! Esa palabra resonaba en la cabeza de Mónica. No había explicación, solo un "lo siento". Sus ojos comenzaron a empañarse mientras lo miraba, intentando asimilar lo que estaba pasando.—¿Así que... esto es el final? —susurró.—Sí —Alejandro asintió levemente y se puso de pie. Su voz era baja, casi un susurro—. Lo siento. Te aseguro que te protegeré. Hasta que te cases, m
Martina, confundida, miró a su amiga.—Lo sé, ¿qué pasa, Luci?—Nada... —Luciana, nerviosa, cambió de tema—. Oye, ¿no tienes que hacer algo ahora?—¡Ah! —exclamó Martina, dándose cuenta de la hora y mirando su teléfono—. Tengo que irme a trabajar. ¡Nos vemos, Luciana!Martina se despidió con una sonrisa y un rápido gesto de mano hacia Alejandro.—¡Hasta luego, señor Guzmán!Dicho esto, se fue corriendo.Sin decir una palabra, Alejandro giró sobre sus talones y caminó rápidamente hacia el coche. Luciana frunció el ceño y lo siguió en silencio.Subieron al auto, pero él no arrancó. Con una mano en el volante y la mirada fija al frente, Alejandro no decía nada. Luciana sabía que estaba molesto, pero no tenía idea de cómo manejar la situación.—Luciana. —Finalmente, Alejandro se volvió hacia ella con una risa seca y distante—. ¿Qué soy para ti? ¿No merezco que me presentes como algo más ante tu mejor amiga?—¡No es eso! —dijo Luciana, agitando las manos, nerviosa.—¿Entonces qué es? —Su vo
Sin mucha paciencia, la tomó por el rostro con ambas manos, obligándola a mirarlo.—¡Dime algo!Luciana, con las mejillas encendidas y el ceño fruncido, susurró:—¡Espera a que salgamos! ¡Qué vergüenza!Se soltó de su agarre y salió del consultorio apresuradamente.Alejandro se quedó inmóvil por un segundo. ¿Estaba... avergonzada?Alejandro la alcanzó con pasos decididos y la abrazó por la espalda. Luciana se movió incómoda, intentando liberarse.—No te muevas —dijo Alejandro, con una risa suave—. Tú misma eres doctora. La pregunta que le hice al médico es bastante normal. ¿Por qué te pones tan nerviosa?—¡Y sigues hablando! —Luciana levantó la cabeza de golpe, con las mejillas infladas de frustración y mirándolo fijamente.—Está bien, ya no digo nada —se rindió Alejandro, aunque una sonrisa juguetona seguía en sus labios. Se inclinó y besó su cabello con cariño.Le resultaba adorable lo rápido que se sonrojaba. No podía entender cómo alguien había sido capaz de dejarla ir.-Ya en el
Él estaba ocupado, pero al ver su nombre en la pantalla, sonrió y respondió de inmediato. No era común que Luciana lo llamara, así que le pareció una buena señal.—Luci —saludó, con un tono suave.—Alejandro —respondió ella, aún incómoda con demasiada familiaridad—. Esta noche saldré a cenar con unos amigos. Iré por mi cuenta, así que no te preocupes por recogerme. Lo de los libros puede esperar hasta otro día.—¿Amigos? —preguntó Alejandro, entrecerrando los ojos con una pizca de curiosidad—. ¿Hombres o mujeres?—Ambos —contestó Luciana con sinceridad—. Los conoces. Son Martina y Vicente.Alejandro se relajó. Solo eran Martina y Vicente, sus amigos de confianza.—De acuerdo, ¿dónde cenan? Si se hace tarde, iré por ti.Una petición razonable.Luciana le dio la dirección.—Si termino temprano, vuelvo por mi cuenta.—Está bien.Alejandro colgó, pero no se sentía del todo cómodo. Aunque fueran amigos cercanos, aún no tenía la confianza para acompañarla a ese tipo de reuniones.Chasqueó la
—Luci... —Fernando, con la voz temblorosa, suavizó el tono—. Te soltaré, pero por favor... ¿puedes escucharme un momento?Luciana lo miró, confundida.—¿Qué hay que hablar? Todo está claro.—No, no está claro —respondió Fernando, asintiendo con firmeza—. Hace tres años, te fallé. Lo sé. Pero ahora... ahora es diferente.—¿Qué ha cambiado? —preguntó Luciana, incrédula.—Todo. —Fernando bajó la cabeza, arrepentido—. Sé que mi madre te dijo cosas horribles, pero ya no puede impedir que estemos juntos.Luciana lo miró, desconcertada.—Me fui de casa —dijo Fernando, con una determinación tranquila—. No solo eso, abrí mi propia empresa. Ya soy independiente. No dependo de mi familia.¿Estaba diciendo que había roto lazos con su familia por ella? Luciana sintió un dolor punzante en las sienes. Todo aquello le parecía una locura.—Fernando... son tus padres. No puedes cortar esos lazos así como así. Además, la relación con los padres no se corta de esa manera...—Puedo hacerlo —interrumpió Fer
Vicente se encogió de hombros, frotándose la nariz con nerviosismo.—Sí, lo admito, fue un error. No lo haré de nuevo.—Más te vale cumplir tu palabra —respondió Martina con desdén—. Dile a Fernando que si realmente quiere a Luciana, lo mejor que puede hacer es dejar de molestarla con los dramas de su familia. Ella tiene otras prioridades ahora.—Ajá... —respondió Vicente distraído, hasta que algo lo golpeó.—Espera un momento. ¿Qué fue eso de los exámenes? Pensé que Luciana tenía asegurada su plaza en la maestría.Martina se quedó congelada por un segundo, dándose cuenta de su error. Tragó saliva y, sin muchas ganas, explicó:—Bueno... el asunto de la plaza se arruinó gracias a esa bruja de Clara y a Mónica. Luciana no quería que lo supieras.—¿Cómo? —La rabia se encendió en los ojos de Vicente—. ¡Esto es una completa injusticia!—¡No te alteres! —Martina lo agarró del brazo—. Precisamente por esto Luciana no quería contártelo. El daño ya está hecho, no tiene sentido revivirlo.Vicent
Luciana suspiró, resignada.—Lo que pasó con Fernando no estuvo bien, lo admito. Pero no es lo que piensas.—¿Y tu primera reacción? —Alejandro apretó los dientes, desesperado—. ¡Me hiciste pensar que eres... que eres...!—Déjame terminar —lo cortó Luciana, su tono aún sereno—. Entiendo que, por lo que soy y por mi pasado, no confíes en mí.—No, no, por favor, no te enfades. No volverá a pasar, lo juro —Alejandro estaba nervioso, su voz reflejaba una súplica velada.Luciana sonrió con tristeza.—Puedo entenderlo, pero eso no significa que lo acepte.Alejandro se quedó callado.—Piensa en esto —continuó ella—. Si nos casamos, ¿puedes prometerme que no reaccionarás de la misma manera la próxima vez que algo así ocurra?Alejandro bajó la mirada, sin decir nada.—No puedes prometerlo, ¿verdad?Luciana parpadeó lentamente, con un aire de resignación.—El matrimonio se basa en la confianza. Y si no confías en mí, entonces...—¡No digas más! —Alejandro la soltó bruscamente, con el rostro oscu