La escena estaba a punto de complicarse aún más.Luciana seguía paralizada, pero entonces vio a Ricardo sacar su billetera. A su edad, todavía llevaba efectivo. Sacó un fajo de billetes y se lo ofreció a Luciana.—¿Te hace falta dinero? Toma, aquí tienes. Si no es suficiente, solo dímelo.Luciana no se movió. ¿Qué estaba pasando? Este hombre, que no había mostrado el más mínimo interés por ella desde que tenía ocho años, ¿de repente parecía preocupado por su bienestar? Al ver que ella no tomaba el dinero, Ricardo le agarró la mano y le metió el fajo de billetes.—Toma, es tuyo.Luciana frunció el ceño y rápidamente retiró su mano. Su expresión se endureció. No importaba el motivo de este cambio repentino, no iba a aceptar su falsa preocupación.—¡Llévate eso! ¡No lo quiero! —Se giró para irse.—¡Luciana, no te vayas! —Ricardo la agarró de nuevo, insistente. Como ella no aceptaba el dinero, trató de forzarlo en su mano.—¡Es de tu papá! ¡Tómalo, te digo…!Luciana, harta, sacudió el braz
—Señor Guzmán, ¡qué gusto verlo!—¡Alex! —Mónica corrió hacia él, tomando su brazo—. Te dije que no tenías que venir. Estás tan ocupado.Alejandro no mostró emoción alguna en su rostro.—Para esto sí tengo tiempo —dijo con calma. Luego agregó—: Sergio está gestionando los trámites.—Entonces vámonos —respondió Mónica, sonriendo.Alejandro asintió, y junto a la familia, se alejó, rodeado por los tres como si fueran una comitiva. En ningún momento dirigió la mirada hacia Luciana.Luciana exhaló aliviada, masajeándose la mejilla adolorida.—Ugh... —Se quejó en voz baja. Dolía.-Por la noche, Luciana regresó a Casa Guzmán. Mientras se duchaba, notó que su mejilla estaba inflamada y necesitaba aplicar algo de hielo. Bajó a la cocina en busca de una bolsa.Eran las diez de la noche, todos ya descansaban, y la casa estaba en silencio absoluto. Desde el vestíbulo, escuchó movimiento. Suponiendo que Alejandro había llegado, se detuvo un momento.Alejandro solo había vuelto para cambiarse de ro
—¿Qué te pasa? ¿Qué estás haciendo? —Luciana lo miró, desconcertada, todavía con la bolsa de hielo en la mejilla.El rostro de Alejandro era como una máscara de dureza, su voz grave y rasposa, como un gruñido que parecía emerger desde lo más profundo de su pecho.—¡No quiero que tomes dinero de otras personas! ¿Acaso no te di una tarjeta? ¿Te falta dinero?—¿Qué? —Luciana no podía creer lo que oía. ¿Toda esa furia por eso?Incluso su paciencia tenía un límite. Con su mano libre, lo empujó.—¡Lárgate! No quiero verte. ¡Quiero dormir!Pero Alejandro no se inmutó. Seguía firme, sin moverse un centímetro.Luciana se enfureció. Sus ojos lo fulminaron.Alejandro, sorprendido, vio algo en esa mirada: una vulnerabilidad oculta tras la furia. Fue entonces cuando notó la bolsa de hielo en su mejilla y recordó la bofetada que Clara le había dado más temprano. Le tomó la muñeca con firmeza.—¿Te golpeó muy fuerte? Déjame ver.Luciana se quedó atónita. Con ambas manos, lo empujó con todas sus fuerz
En su mente, Alejandro ya había tomado una decisión. Se iría de Casa Guzmán esa misma noche. ¡No quería pasar ni un segundo más bajo el mismo techo que Luciana!Pero era tarde, llovía fuerte y, además, tenía que desayunar con su abuelo por la mañana. Frustrado, sacó un cigarrillo, lo encendió y dio un par de caladas profundas antes de dirigirse a la habitación de invitados.Por suerte, en Casa Guzmán siempre mantenían las habitaciones de invitados limpias y listas, porque esa noche Alejandro no sabía dónde más habría dormido. Se tiró en el sofá, y fue entonces cuando notó que aún llevaba la ropa húmeda por la lluvia. Todo por culpa de Luciana. Pero, claro, a ella no le importaba.***A la mañana siguiente, Felipe notó que la pareja había dormido en habitaciones separadas y se lo comentó a Miguel en cuanto lo vio.Miguel solo asintió, tranquilo.—Déjalos, que hagan lo que quieran. Si no se pelean cuando son jóvenes, ¿cuándo lo harán? ¿Cuando sean viejos?Felipe soltó una carcajada.—Es
Era raro tener un día libre, pero Luciana no dejaba de estar ocupada. Todos los encargos de traducción estaban terminados, y hoy debía ver al editor para entregar el último trabajo. Aprovecharía la ocasión para renunciar.Ahora que comprendía claramente los sentimientos de Fernando, sabía que, para cortar cualquier esperanza, no podía seguir aceptando su ayuda. Con los estudios para el examen de ingreso y la propuesta de Delio para trabajar en su equipo, su vida estaba a punto de cambiar.El editor lamentó su decisión, pero lo entendió.Más tarde, se encontró con Martina, quien también lamentaba la renuncia, aunque por razones muy distintas.—Entonces, ¿de verdad no hay ninguna esperanza con Fernando? —preguntó Martina. Ya lo sabía todo, Vicente se lo había contado.Luciana cerró los ojos un instante, su mente clara, libre de dudas.—Su familia nunca me aceptará, y ya pasé por ese dolor una vez. No quiero volver a vivirlo.Martina la entendía. Había sido testigo de todo lo que Luciana
Alzó la vista. Era Alejandro.El desconcierto la invadió. ¿Qué hacía él aquí?Alejandro echó un vistazo alrededor, su rostro era una máscara de indiferencia, pero sus palabras cortaban el aire con fuerza:—¿Y él? ¿Dónde está?¿Él? Luciana lo miró, desconcertada. No entendía.Al darse cuenta de que ella estaba sola, la ira en Alejandro comenzó a hervir.—¿Fernando no te acompaña en esto? —escupió las palabras, cargadas de resentimiento.De repente, todo cobró sentido. Alejandro pensaba que el bebé era de Fernando.—Alejandro, escucha… —intentó decir Luciana.—¿Escucharte? ¿Para qué? —la interrumpió él, fuera de sí. Cada palabra que Salvador le había dicho retumbaba en su cabeza, avivando su rabia—. ¿Qué? ¿Fernando te presionó para abortar? ¿Le da miedo que sea como Pedro? ¿Es eso? ¡No quiere un hijo con problemas!—No es así…—¡¿Qué no es así?! —su voz resonó, cortando cualquier intento de explicación.Luciana frunció el ceño, su incomodidad aumentaba con cada segundo. Tenía que encontr
El mes ya casi llegaba a su fin, y Luciana solo pensaba en una cosa: aprovechar sus últimos días para organizar la cirugía de Miguel. Delio, siendo tan considerado, le había dado la libertad de elegir la fecha que más le convenía a la familia.—Mil Gracias —le dijo Luciana con una sonrisa sincera.Regresó a la Casa Guzmán, feliz por haber organizado todo. Apenas llegó, compartió la noticia con Miguel, quien estaba en medio de una partida de ajedrez con Alejandro. Fue Miguel quien había llamado a su nieto, pidiéndole que regresara temprano para pasar tiempo con él.—Abuelo, Luciana ya tiene todo listo. Elige una fecha pronto —sugirió Alejandro, buscando concretar los detalles.Pero para sorpresa de ambos, Miguel solo sonrió con un aire despreocupado y agitó la mano.—No hay prisa.En ese momento, se escucharon unos golpecitos en la puerta. Felipe entró cargando un montón de revistas y catálogos, que parecían estar llenos de imágenes de vestidos y lugares elegantes.—Don Miguel —Felipe s
A primera hora de la mañana, Alejandro acababa de llegar a su oficina cuando recibió una llamada de Mónica.—Alex… —dijo con un tono dulce y calculado—. Mi mamá quiere invitarte a cenar a nuestra casa esta noche. ¿Podrías venir?Temiendo que él se negara, añadió rápidamente:—Hoy es su cumpleaños. Si vienes, la harías muy feliz. ¿Sí, Alex, por favor?Alejandro mantuvo el teléfono en la mano, pensando por un momento antes de contestar:—Está bien, iré. ***Por la tarde, Mónica estaba hecha un manojo de nervios.—¿Mamá, esto va a funcionar?Clara le lanzó una mirada de reproche.—Tranquila, ¿cómo pretendes ser la esposa de un hombre rico si te pones así por todo?—Es que me preocupa… ¿Segura que esta fragancia va a funcionar? —Mónica señaló el aromatizador que Clara había empezado a encender. Era nuevo, hecho con una mezcla especial que había costado una fortuna.Clara sonrió con suficiencia:—Confía en mí, es una receta antigua de la corte imperial. No le hará daño, pero tendrá un efec