El mes ya casi llegaba a su fin, y Luciana solo pensaba en una cosa: aprovechar sus últimos días para organizar la cirugía de Miguel. Delio, siendo tan considerado, le había dado la libertad de elegir la fecha que más le convenía a la familia.—Mil Gracias —le dijo Luciana con una sonrisa sincera.Regresó a la Casa Guzmán, feliz por haber organizado todo. Apenas llegó, compartió la noticia con Miguel, quien estaba en medio de una partida de ajedrez con Alejandro. Fue Miguel quien había llamado a su nieto, pidiéndole que regresara temprano para pasar tiempo con él.—Abuelo, Luciana ya tiene todo listo. Elige una fecha pronto —sugirió Alejandro, buscando concretar los detalles.Pero para sorpresa de ambos, Miguel solo sonrió con un aire despreocupado y agitó la mano.—No hay prisa.En ese momento, se escucharon unos golpecitos en la puerta. Felipe entró cargando un montón de revistas y catálogos, que parecían estar llenos de imágenes de vestidos y lugares elegantes.—Don Miguel —Felipe s
A primera hora de la mañana, Alejandro acababa de llegar a su oficina cuando recibió una llamada de Mónica.—Alex… —dijo con un tono dulce y calculado—. Mi mamá quiere invitarte a cenar a nuestra casa esta noche. ¿Podrías venir?Temiendo que él se negara, añadió rápidamente:—Hoy es su cumpleaños. Si vienes, la harías muy feliz. ¿Sí, Alex, por favor?Alejandro mantuvo el teléfono en la mano, pensando por un momento antes de contestar:—Está bien, iré. ***Por la tarde, Mónica estaba hecha un manojo de nervios.—¿Mamá, esto va a funcionar?Clara le lanzó una mirada de reproche.—Tranquila, ¿cómo pretendes ser la esposa de un hombre rico si te pones así por todo?—Es que me preocupa… ¿Segura que esta fragancia va a funcionar? —Mónica señaló el aromatizador que Clara había empezado a encender. Era nuevo, hecho con una mezcla especial que había costado una fortuna.Clara sonrió con suficiencia:—Confía en mí, es una receta antigua de la corte imperial. No le hará daño, pero tendrá un efec
Mónica lo notó y sonrió para sí misma: ¡el aroma estaba surtiendo efecto!Con una expresión de aparente tranquilidad, preguntó:—Alex, ¿tienes calor?Alejandro asintió.—Sí.—Deberías quitarte el saco, entonces —sugirió Mónica mientras se levantaba y se acercaba a él, colocando sus manos en el cuello de su camisa.Pero, de repente, Alejandro la detuvo, sujetando sus muñecas.Sus profundos ojos parecían arder en llamas, y cuando habló, su aliento era cálido, como si emanara calor.—¿Qué estás haciendo?Mónica, con el corazón acelerado, se acercó más a él, usando un tono seductor:—Solo te ayudo a quitarte el saco.Sintió cómo Alejandro apretaba más sus muñecas, y soltó un pequeño grito de sorpresa cuando, sin querer, terminó cayendo en su regazo.Sin perder la oportunidad, Mónica rodeó el cuello de Alejandro con sus brazos. El leve contacto de sus pieles provocó en Alejandro una sensación de frescura momentánea, pero enseguida sintió una sed intensa, como si su garganta estuviera en lla
Cuando las palabras no surtieron efecto, Alejandro no vio otra opción más que recurrir a la fuerza. Se levantó bruscamente, sacudiendo su brazo con tal ímpetu que Mónica terminó cayendo sobre la silla.—¡Ah…! —exclamó, impactada.Mónica se apoyó en la mesa, temblorosa, la incredulidad reflejada en sus ojos. ¡Él la había empujado! Alejandro, con el rostro endurecido, apretó los dientes, luchando contra la tormenta de frustración que lo invadía.—No quiero hacerte daño —su voz, aunque tensa, intentaba mantener la calma—, pero lo que más odio es que me manipulen.Sin mirarla, dio media vuelta y salió del lugar a grandes zancadas.—¡Alex! —Mónica trató de incorporarse, pero su desesperación la traicionó. Al moverse con demasiada prisa, tropezó con la silla y cayó al suelo.—¡Alex, Alex! —gritó, con la voz cargada de furia y desesperación.Vio cómo se desvanecía ante sus ojos. La ira la consumió desde lo más profundo, golpeando el suelo con los puños. ¡Había estado tan cerca! Había sentido
Cuanto más furia acumulaba en su interior, más sereno aparentaba estar por fuera. Soltó una risa sarcástica.—Sergio, acelera.—Sí —respondió Sergio, obedeciendo sin dudar.El auto aceleró, pero Alejandro no apartaba la vista de la escena. Arturo subió a Luciana al auto, y la imagen golpeó su mente como un martillo.¿Qué demonios pretendía ella? ¿Acaso le faltaba algo? Si necesitaba dinero, ¿por qué no se lo pedía a él? ¿No le importaba lo que llevaba en su vientre? ¡Claro! Se había olvidado de que ella había intentado deshacerse del bebé. Si no la hubiera detenido, ya lo habría hecho.La rabia le carcomía. ¿Y ahora con Arturo? Solo imaginar lo que ese viejo podría hacerle a Luciana lo volvía loco.En el asiento delantero, Sergio lo observaba de reojo, viendo las cambiantes expresiones en su rostro. Tras pensarlo, decidió hablar.—Primo, creo que aquí hay algo que no encaja.Alejandro sonrió con amargura, su tono cargado de sarcasmo.—¿Ah, sí? ¿La defiendes? Entonces dime, ¿qué es lo r
Mientras hablaba, acercó su rostro al cuello de Luciana y aspiró profundamente, como si disfrutara de cada segundo.—Mm, qué delicioso aroma…Sus ojos se llenaron de codicia, brillando como si hubiera encontrado un tesoro exótico. No tenía prisa, disfrutaba del momento, saboreando cada segundo. Con la punta de sus dedos, recorrió lentamente la mejilla de Luciana, disfrutando de su miedo.—Tenemos todo el tiempo del mundo, preciosa —murmuró, su voz impregnada de una falsa dulzura—. Te haré disfrutar como nunca, te lo aseguro. Ja, ja...Cada palabra le producía a Luciana una mezcla nauseabunda de miedo y repulsión. Su cuerpo se tensó bajo su toque, su mente buscando desesperadamente una salida.¿Qué podía hacer?La desesperación la consumía. ¿Acaso esa noche no había escapatoria de esa pesadilla?—Luciana, déjame darte un besito.Una cara rechoncha y llena de arrugas se acercaba lentamente hacia ella. El miedo paralizó a Luciana, quien, aterrada, empezó a gritar con desesperación.—¡Auxi
Sergio, Juan y Simón intercambiaron miradas y, sin pensarlo, corrieron a detenerlo.—¡Alex! ¡Lo vas a matar!El hombre, siempre elegante y reservado, ahora estaba cubierto de sangre, irradiando una energía tan oscura que resultaba aterradora. No era el Alejandro que conocían.—¡No vale la pena! —gritó Juan—. ¡No por alguien como él!A pesar de las palabras, el rostro de Alejandro seguía siendo una máscara fría, vacía. Su mirada fija en Arturo no mostraba ni un atisbo de compasión.Simón, pensando rápido, alzó la voz.—Luciana… parece que no está bien, primo. Ha estado gimiendo.El nombre de Luciana fue lo único que lo hizo reaccionar. Alejandro bajó lentamente el pie que aún presionaba a Arturo, pero antes de retirarse, le dio una última patada.—¡Ahhh…! —El gemido de dolor de Arturo resonó por la habitación.Sergio, Juan y Simón exhalaron aliviados. Luciana siempre era la única que lograba calmarlo.—Luciana… —murmuró Alejandro, mientras volvía rápidamente hacia ella.La levantó en su
Se sentó en el borde de la cama, observando cómo las pestañas de Luciana temblaban ligeramente. Fingía estar dormida.—Luci, despierta.—Mm... —murmuró, fingiendo que apenas despertaba, abriendo los ojos lentamente. Su mirada evitaba la de él, incapaz de enfrentarlo directamente.Apretó los labios, pero no dijo nada.—Ya que estás despierta, levántate. El abuelo nos espera para almorzar.—Ah… —asintió Luciana, mirándolo de reojo. Como él no se movía, lo apresuró—. Necesito vestirme. ¡Sal!Su rostro se enrojeció al instante. Alejandro no pudo evitar sonreír. ¿Le daba vergüenza que la viera? Después de lo que pasó anoche, ¿qué parte de su cuerpo no había visto ya?No solo la había visto…También la había besado.Y… también…Pero respetando su incomodidad, se levantó.—Está bien, me voy.Cerró la puerta tras de sí, pero dejó un pequeño espacio entre el marco y la puerta, por donde pudo verla levantarse y quitar las sábanas.Soltó una pequeña risa. ¿Tan tímida?De repente, una sombra oscur