En su mente, Alejandro ya había tomado una decisión. Se iría de Casa Guzmán esa misma noche. ¡No quería pasar ni un segundo más bajo el mismo techo que Luciana!Pero era tarde, llovía fuerte y, además, tenía que desayunar con su abuelo por la mañana. Frustrado, sacó un cigarrillo, lo encendió y dio un par de caladas profundas antes de dirigirse a la habitación de invitados.Por suerte, en Casa Guzmán siempre mantenían las habitaciones de invitados limpias y listas, porque esa noche Alejandro no sabía dónde más habría dormido. Se tiró en el sofá, y fue entonces cuando notó que aún llevaba la ropa húmeda por la lluvia. Todo por culpa de Luciana. Pero, claro, a ella no le importaba.***A la mañana siguiente, Felipe notó que la pareja había dormido en habitaciones separadas y se lo comentó a Miguel en cuanto lo vio.Miguel solo asintió, tranquilo.—Déjalos, que hagan lo que quieran. Si no se pelean cuando son jóvenes, ¿cuándo lo harán? ¿Cuando sean viejos?Felipe soltó una carcajada.—Es
Era raro tener un día libre, pero Luciana no dejaba de estar ocupada. Todos los encargos de traducción estaban terminados, y hoy debía ver al editor para entregar el último trabajo. Aprovecharía la ocasión para renunciar.Ahora que comprendía claramente los sentimientos de Fernando, sabía que, para cortar cualquier esperanza, no podía seguir aceptando su ayuda. Con los estudios para el examen de ingreso y la propuesta de Delio para trabajar en su equipo, su vida estaba a punto de cambiar.El editor lamentó su decisión, pero lo entendió.Más tarde, se encontró con Martina, quien también lamentaba la renuncia, aunque por razones muy distintas.—Entonces, ¿de verdad no hay ninguna esperanza con Fernando? —preguntó Martina. Ya lo sabía todo, Vicente se lo había contado.Luciana cerró los ojos un instante, su mente clara, libre de dudas.—Su familia nunca me aceptará, y ya pasé por ese dolor una vez. No quiero volver a vivirlo.Martina la entendía. Había sido testigo de todo lo que Luciana
Alzó la vista. Era Alejandro.El desconcierto la invadió. ¿Qué hacía él aquí?Alejandro echó un vistazo alrededor, su rostro era una máscara de indiferencia, pero sus palabras cortaban el aire con fuerza:—¿Y él? ¿Dónde está?¿Él? Luciana lo miró, desconcertada. No entendía.Al darse cuenta de que ella estaba sola, la ira en Alejandro comenzó a hervir.—¿Fernando no te acompaña en esto? —escupió las palabras, cargadas de resentimiento.De repente, todo cobró sentido. Alejandro pensaba que el bebé era de Fernando.—Alejandro, escucha… —intentó decir Luciana.—¿Escucharte? ¿Para qué? —la interrumpió él, fuera de sí. Cada palabra que Salvador le había dicho retumbaba en su cabeza, avivando su rabia—. ¿Qué? ¿Fernando te presionó para abortar? ¿Le da miedo que sea como Pedro? ¿Es eso? ¡No quiere un hijo con problemas!—No es así…—¡¿Qué no es así?! —su voz resonó, cortando cualquier intento de explicación.Luciana frunció el ceño, su incomodidad aumentaba con cada segundo. Tenía que encontr
El mes ya casi llegaba a su fin, y Luciana solo pensaba en una cosa: aprovechar sus últimos días para organizar la cirugía de Miguel. Delio, siendo tan considerado, le había dado la libertad de elegir la fecha que más le convenía a la familia.—Mil Gracias —le dijo Luciana con una sonrisa sincera.Regresó a la Casa Guzmán, feliz por haber organizado todo. Apenas llegó, compartió la noticia con Miguel, quien estaba en medio de una partida de ajedrez con Alejandro. Fue Miguel quien había llamado a su nieto, pidiéndole que regresara temprano para pasar tiempo con él.—Abuelo, Luciana ya tiene todo listo. Elige una fecha pronto —sugirió Alejandro, buscando concretar los detalles.Pero para sorpresa de ambos, Miguel solo sonrió con un aire despreocupado y agitó la mano.—No hay prisa.En ese momento, se escucharon unos golpecitos en la puerta. Felipe entró cargando un montón de revistas y catálogos, que parecían estar llenos de imágenes de vestidos y lugares elegantes.—Don Miguel —Felipe s
A primera hora de la mañana, Alejandro acababa de llegar a su oficina cuando recibió una llamada de Mónica.—Alex… —dijo con un tono dulce y calculado—. Mi mamá quiere invitarte a cenar a nuestra casa esta noche. ¿Podrías venir?Temiendo que él se negara, añadió rápidamente:—Hoy es su cumpleaños. Si vienes, la harías muy feliz. ¿Sí, Alex, por favor?Alejandro mantuvo el teléfono en la mano, pensando por un momento antes de contestar:—Está bien, iré. ***Por la tarde, Mónica estaba hecha un manojo de nervios.—¿Mamá, esto va a funcionar?Clara le lanzó una mirada de reproche.—Tranquila, ¿cómo pretendes ser la esposa de un hombre rico si te pones así por todo?—Es que me preocupa… ¿Segura que esta fragancia va a funcionar? —Mónica señaló el aromatizador que Clara había empezado a encender. Era nuevo, hecho con una mezcla especial que había costado una fortuna.Clara sonrió con suficiencia:—Confía en mí, es una receta antigua de la corte imperial. No le hará daño, pero tendrá un efec
Mónica lo notó y sonrió para sí misma: ¡el aroma estaba surtiendo efecto!Con una expresión de aparente tranquilidad, preguntó:—Alex, ¿tienes calor?Alejandro asintió.—Sí.—Deberías quitarte el saco, entonces —sugirió Mónica mientras se levantaba y se acercaba a él, colocando sus manos en el cuello de su camisa.Pero, de repente, Alejandro la detuvo, sujetando sus muñecas.Sus profundos ojos parecían arder en llamas, y cuando habló, su aliento era cálido, como si emanara calor.—¿Qué estás haciendo?Mónica, con el corazón acelerado, se acercó más a él, usando un tono seductor:—Solo te ayudo a quitarte el saco.Sintió cómo Alejandro apretaba más sus muñecas, y soltó un pequeño grito de sorpresa cuando, sin querer, terminó cayendo en su regazo.Sin perder la oportunidad, Mónica rodeó el cuello de Alejandro con sus brazos. El leve contacto de sus pieles provocó en Alejandro una sensación de frescura momentánea, pero enseguida sintió una sed intensa, como si su garganta estuviera en lla
Cuando las palabras no surtieron efecto, Alejandro no vio otra opción más que recurrir a la fuerza. Se levantó bruscamente, sacudiendo su brazo con tal ímpetu que Mónica terminó cayendo sobre la silla.—¡Ah…! —exclamó, impactada.Mónica se apoyó en la mesa, temblorosa, la incredulidad reflejada en sus ojos. ¡Él la había empujado! Alejandro, con el rostro endurecido, apretó los dientes, luchando contra la tormenta de frustración que lo invadía.—No quiero hacerte daño —su voz, aunque tensa, intentaba mantener la calma—, pero lo que más odio es que me manipulen.Sin mirarla, dio media vuelta y salió del lugar a grandes zancadas.—¡Alex! —Mónica trató de incorporarse, pero su desesperación la traicionó. Al moverse con demasiada prisa, tropezó con la silla y cayó al suelo.—¡Alex, Alex! —gritó, con la voz cargada de furia y desesperación.Vio cómo se desvanecía ante sus ojos. La ira la consumió desde lo más profundo, golpeando el suelo con los puños. ¡Había estado tan cerca! Había sentido
Cuanto más furia acumulaba en su interior, más sereno aparentaba estar por fuera. Soltó una risa sarcástica.—Sergio, acelera.—Sí —respondió Sergio, obedeciendo sin dudar.El auto aceleró, pero Alejandro no apartaba la vista de la escena. Arturo subió a Luciana al auto, y la imagen golpeó su mente como un martillo.¿Qué demonios pretendía ella? ¿Acaso le faltaba algo? Si necesitaba dinero, ¿por qué no se lo pedía a él? ¿No le importaba lo que llevaba en su vientre? ¡Claro! Se había olvidado de que ella había intentado deshacerse del bebé. Si no la hubiera detenido, ya lo habría hecho.La rabia le carcomía. ¿Y ahora con Arturo? Solo imaginar lo que ese viejo podría hacerle a Luciana lo volvía loco.En el asiento delantero, Sergio lo observaba de reojo, viendo las cambiantes expresiones en su rostro. Tras pensarlo, decidió hablar.—Primo, creo que aquí hay algo que no encaja.Alejandro sonrió con amargura, su tono cargado de sarcasmo.—¿Ah, sí? ¿La defiendes? Entonces dime, ¿qué es lo r