Lucía se apresuró a secarse las lágrimas, intentando parecer normal antes de volverse hacia él:—Has bebido bastante hoy, deberías mejor acostarte a dormir.Mateo no se había equivocado y, frunciendo levemente el ceño, volvió a preguntar:—¿Estabas acaso llorando?Lucía bajó instintivamente la cabeza:—Me entró arena en los ojos.—¿Por qué lloras? —insistió Mateo.Era muy raro verla derramar lágrimas; si lloraba, definitivamente algo le causaba mucha tristeza.Lucía posó su mirada en él y, tras dudar un momento, respondió:—Cuando te estaba limpiando, vi que tienes muchas cicatrices en el cuerpo.—Nunca me había dado cuenta de que tenías tantas heridas.Mateo se quedó inmóvil. Así que sus lágrimas eran por él. —¿Te preocupas por mí? —preguntó.Sus palabras hicieron que el corazón de Lucía diera un vuelco y se acelerara, como si estuviera a punto de descubrirse su secreto:—Es la primera vez que veo a alguien con tantas cicatrices. Debió dolerte mucho cuando te las hicieron.Ella era d
El amanecer en aquel lujoso hotel traía consigo el caos de la noche anterior.Lucía Díaz despertó con cada músculo de su cuerpo protestando. Se masajeó un poco las sienes, intentando así reincorporarse, cuando su mirada se posó en la imponente figura que se encontraba justo a su lado. Un hermoso rostro, marcado con facciones muy finas y ojos que, aun cerrados, prometían una inmensa profundidad. Mateo Rodríguez seguía sumido por completo en un sueño profundo, ajeno al mundo.Al levantarse, las sábanas se deslizaron por su piel, revelando así uno de sus hombros salpicados de recuerdos de aquella noche. La visión de las manchas carmesí en la cama le revolvió al instante el estómago. El reloj marcaba la cuenta regresiva empezaba a correr para su jornada laboral. Con movimientos mecánicos, rescató su traje del suelo, descartando así las medias echas jirones y poniéndolas a un lado, antes de calzarse los tacones.De repente, alguien llamó a la puerta.Ya transformada en una talentosa e efici
Las palabras de Mateo tomaron por sorpresa a Lucía, haciéndola tambalearse un poco y casi caer sobre él. Con reflejos rápidos, Mateo la sujetó con fuerza por la cintura para evitar que perdiera en ese momento el equilibrio.El contacto de sus manos sobre su cuerpo despertó al instante en Lucía recuerdos vívidos de la noche anterior, cuando se entregaron el uno al otro con pasión desenfrenada y loca.Recuperando lentamente la compostura, Lucía alzó la mirada y se encontró con los ojos penetrantes de Mateo. La intensidad de su mirada, una mezcla de curiosidad y desconfianza, la hizo sentir como si pudiera leer sus pensamientos más íntimos.El corazón de Lucía comenzó a latir con gran fuerza, amenazando con salirse de su pecho. Incapaz de sostener siquiera esa mirada escrutadora por más tiempo, bajó la vista instintivamente.Un pensamiento la asaltó: si Mateo se había enfurecido al creer que era otra mujer, ¿cómo reaccionaría al saber que en realidad era ella? La idea la aterraba demasiad
Lucía levantó la vista y se encontró con Camila, quien llevaba puesto un delantal y sostenía una cuchara de sopa. Al ver a Lucía, su sonrisa apenas titubeó antes de saludar con cortesía:—Señora, ¿esta muchacha es su invitada? Hice sopa de sobra, si desean pasen y siéntense, por favor.Se comportaba como la verdadera dueña de casa, como si Lucía fuera la visita. Y pronto así sería: una completa desconocida.Lucía frunció el ceño, sintiéndose profundamente incómoda. Cuando se casó con Mateo lo anunciaron en toda la ciudad, e incluso Camila les envió una amplia felicitación. Era imposible que no supiera que ella era la verdadera esposa de Mateo.Al ver que Lucía no se inmuto, Camila se apresuró a tomarla de la mano:—No sea tímida, venga, pásele usted.Al acercarse, Lucía percibió un suave aroma a azahar. El mismo perfume que Mateo le había regalado casualmente en su último cumpleaños.Lucía sintió un nudo en la garganta. Le costaba respirar y sus pies parecían pegados al suelo.Carolina
Camila, tratando de justificar su presencia, improvisó:—Lucía parecía algo indispuesta hoy, así que me ofrecí a traer los documentos en su lugar —mostró su mano lastimada y añadió con un tono conciliador. — Mateo, no seas duro con ella. Fue un simple accidente. Espero que no haya retrasado nada importante.Era la primera vez que Lucía fallaba en entregar documentos de la empresa, y estos habían terminado justo en manos ajenas.Mateo frunció el ceño, visiblemente molesto, pero se contuvo en ese momento frente a Camila. Se limitó a ajustarse la corbata y respondió con aparente calma:—No te preocupes, no es nada grave.Cambiando de tema abruptamente, añadió:—Ya que estás aquí, puedes quedarte un rato si quieres.Camila sintió una ligera chispita de alegría ante esas palabras. Al menos no la estaba rechazando.—¿No tienes una reunión pendiente? No quisiera interrumpir tu trabajo —preguntó, fingiendo cierta timidez.Mateo hizo una breve llamada:—Pospongan la reunión media hora.Camila s
Lucía se detuvo por un momento, manteniendo la distancia propia de una relación jefe-empleada, lejos de la intimidad que se esperaría en un verdadero matrimonio:—Señor Rodríguez, ¿tiene alguna otra indicación?Mateo se volteó hacia ella, notando su expresión distante, y le ordenó:—Siéntate.Lucía, confundida, no entendía qué pretendía hacer.Mateo se acercó a ella. Mientras lo veía aproximarse, Lucía sintió un cambio en el ambiente, como si el aire se hubiera vuelto más denso. Se puso muy nerviosa e incómoda. Aunque no se movió, Mateo tomó su mano con delicadeza sin pedir permiso. Cuando la cálida palma de él tocó la suya, Lucía sintió una punzada de dolor y trató de retirar la mano, pero Mateo la sostuvo con firmeza, impidiéndole escapar. La llevó hacia un lado y, frunciendo el ceño, preguntó:—¿No te diste cuenta de que tienes las manos lastimadas?Su preocupación tomó a Lucía por sorpresa:—Yo... estoy bien.—Tienes ampollas—observó detenidamente Mateo—. ¿Por qué no me lo dijiste?
La golpeó fuerte en la cabeza y todo se volvió al instante borroso. Apenas alcanzó a oír a alguien diciendo apresuradamente:—¿Cómo sucedió esto? ¡Es un error grave! Lucía, Lucía...Conforme las voces se desvanecían poco a poco, Lucía se desmayó. Cuando recuperó el conocimiento, estaba en el hospital, mirando el techo blanco con aturdimiento y un intenso dolor de cabeza.—¡Lucía, por fin has despertado! —exclamó Paula, levantándose de la silla con los ojos enrojecidos y preguntando angustiada—. ¿Te sientes mal? ¿Debo llamar al médico?Lucía la miró y, aunque algo débil, se incorporó de una vez.—Estoy bien. ¿Qué pasó en la obra? ¿Alguien más resultó herido?—No te preocupes por la obra ahora —respondió angustiada Paula—. Te golpeaste tan fuerte que tuviste una conmoción cerebral. Me asusté muchísimo, pensé que no despertarías.Y rompió a llorar de nuevo. Paula, siendo la asistente de Lucía, siempre la había cuidado con gran esmero. Era joven y nunca había enfrentado una situación así,
Después de un largo rato en el hospital, Lucía salió pálida y muy abatida por sus heridas.—¡Lucía! —exclamó Mariana Navarro al verla. Al notar su desmejorado estado y los vendajes en su cabeza, la sostuvo rápidamente. — ¡Dios mío! ¿Qué te pasó? ¿Dónde te hiciste estas graves heridas?Lucía no respondió.—A esta hora debes estar trabajando, seguro fue un accidente laboral—continuó Mariana. — ¿Dónde está Mateo?—No lo sé.Mariana notó su mal semblante, que no se debía solo a las heridas, y se burló:—Te esfuerzas tanto por él que hasta te lastimas la cabeza, y tu esposo ni siquiera aparece a verte. Es como si estuviera muerto.—Pronto ya no lo será.—¿Qué? ¿Va a divorciarse de ti? —el rostro de Mariana cambió de repente.—Soy yo quien quiere el divorcio.Mariana cambió de actitud:—¡Pues divórciate de una vez! —le advirtió—. Recuerda reclamar la mitad de sus bienes, esa es la prioridad para una mujer inteligente. Si no lo consigues a él, al menos quédate con el dinero. ¿Con dinero acaso