Manada de buitres

El vuelo a Inglaterra duró aproximadamente seis horas y para Adriano fueron las horas más largas de toda su vida.

Nunca había experimentado tanta angustia y más por alguien que no conocía. 

Adriano sabía que para acabar con Caruso luego de esto, tenía que de nuevo organizarse, porque esta vez llegaría con todo. 

Al aterrizar el jet, lo primero que hizo fue dejar salir un gran suspiro.

No todos los días se le puede escapar a la muerte.

Bajaba cada escalón despacio como si sus pies pesaran más que una tonelada de cemento, pero sabía que debía hacer algo y cuanto antes mejor.

—Señor, ¿a dónde se dirige? —dijo el hombre de cabellos blancos, al que Adriano todavía no sabía cuál era su nombre.

—Necesito hacer una llamada —respondió secamente. 

Su mente estaba hecha un caos y para completar ahora estaba en otro país.  

—Señor Connor, si va hacer una llamada la puede hacer en el auto, ahora mismo debemos salir hacia la empresa, el señor Davies citó una reunión con urgencia y usted sabe muy bien que no podemos faltar y menos ahora que él quiere buscar su caída para sacarlo de la presidencia —habló aquel hombre, con decencia y pulcritud.

Adriano intentó hablar solo que en ese momento vio cruzar al socio de su peor enemigo Caruso, y claramente si lo veía, de seguro él le diría a Caruso cual era su paradero en ese momento.

Así que no dijo nada y subió al auto, en donde el hombre de cabellos blancos le pasaba un esmoquin de tres piezas.

—¿Y usted pretende que me cambié en un auto? —dijo con su voz fría que lo caracterizaba, pues no era para menos.

Él era un Dios y como tal debería ser tratado, pero es claro que nadie iba a saber quien era el hombre que iba en ese auto, si claramente lo estaban confundiendo. 

—Señor, ya lo ha hecho miles de veces, la verdad no entiendo qué le sucede el día de hoy —respondió, el hombre de cabellos blancos que ya estaba algo extrañado con las actitudes de su jefe.

Alex nunca se hubiera negado y mucho menos le hubiera puesto algún pero.  

Él siempre se caracterizó por ser un hombre sencillo, noble, mejor dicho, un pan de Dios.

Después de quince minutos llegaron a un imponente edificio, en donde los cristales relumbraban dinero por montones.

Pero eso no llamaba la atención de Adriano, él era un hombre demasiado rico.

Se bajaron y casi arrastras el señor William, llevó a Adriano hasta la sala de juntas en donde se llevaría a cabo la reunión, o más bien su destitución como presidente de Industrias Linde.

Así lo tenía planeado Oliver Davis, pues él sabía muy bien que Alex no diría nada, después de todo era un hombre cobarde y sin carácter, así que no habría problema alguno.

Adriano tomó asiento en donde William le dijo y esperó a que todos llegarán. 

Uno que otro lo saludó como si él fuese el presidente de todo esto, Adriano levantaba sus cejas sorprendido. 

Todos lo saludaban y uno que otro dejaba salir una risa burlona, cosa que irritó a Adriano.

Él no era tan paciente como para aguantar todo eso.

Si iba a hacerse pasar por el presidente de esa empresa para salvar su vida, pues se haría respetar.

Adriano tomó la carpeta y ojeó por encima las cosas, nombres y puestos, esto era una locura. 

Sin embargo, sería su locura, al menos mientras regresaba y se encargaba de fortalecerse para acabar con Caruso.

Los asistentes a la reunión se acomodaron, mientras la mirada del señor William advirtió algo, su mirada lo dijo todo cuando un hombre gordo y calvo entró a la sala de juntas triunfal, pero no venía solo. 

De su brazo venía una hermosa joven, quien llamó la atención de Adriano enseguida. 

—Buenas tardes señores —pronunció Oliver, saludando de mano a todos los presentes, menos a Alex y a William, sus peores enemigos… claro está, en los negocios.

—Para mi es una sorpresa ver al supuesto presidente aquí, pero eso no quita que hoy va a dejar de ser el presidente de las industrias Linde, para que mi hija Rebeca tome el puesto. 

Adriano, observó la mirada de angustia de William y supo que algo no estaba bien, así que era hora de actuar.

—Eso pasaría si yo estuviera desaparecido o en el último de los casos muerto —dijo secamente mientras se colocaba de pie, sacando su parte segura, él era muy ágil en los negocios. 

Adriano dejó salir su reluciente sonrisa, acomodó su saco y caminó por la sala hasta llegar a donde se encontraba Rebeca.

La mujer que hace unos segundos había llamado su atención. 

Adriano observó sus finos labios y lamió los suyos. 

—Lo siento mucho señorita, pero mi puesto como presidente no está disponible, así que puede decirle a su padre que le compré un juguete nuevo —Adriano habló, generando murmullos en la sala. 

Rebeca no podía creer lo que estaba viendo, ella siempre había visto a Alex como un hombre sin carácter, pero el hombre que tenía al frente no era para nada el hombre que siempre había humillado.

—¿Cómo se atreve? —respondió Rebeca estampando sus suaves y delicadas manos en la mejilla de Adriano.

Mientras todos en la sala se reían, pues una vez más habían puesto en su lugar al bastardo de Connor.

Adriano tensó su mandíbula, su mirada en estos momentos transmitía fuego, él apretó sus puños. 

—Los quiero a todos fuera de aquí manada de buitres. Usted y yo señorita tenemos un asunto que tratar —Adriano ordenó.

Las personas allí se levantaron sorprendidas por lo que veían.

Alex Connor era un hombre totalmente diferente. 

William se quedó allí, él estaba igual de sorprendido, por eso no era capaz de dejar solo a su jefe. 

Cuando quedaron solos, la mirada de Adriano escaneo a Rebeca de arriba a abajo, ninguna mujer le hablaba así, mucho menos se resistía ante él… 

Ella no iba a ser la excepción. 

Rebeca se puso de pie, viendo como todos salían, abrió sus ojos como platos e intentó hablar, solo que sus labios fueron silenciados por los labios de Adriano, quien para ese momento disfrutaba de como aquella joven berrinchuda había dejado salir un suspiro. 

Él estaba dispuesto a enseñarla a tratarlo como se debía. 

—Es usted un bruto, arrogante y prepotente —dijo, estirando sus manos para estamparlas de nuevo en las mejillas de Adriano, solo que está vez él no estaría dispuesto a que lo golpeara de nuevo.

—Le informo señorita Davis, yo las cachetadas las devuelvo con besos, así que usted decide. 

Adriano soltó la mano de Rebeca y la miró desafiante, pues no había la primera mujer que lo humillara y ella no sería primera en hacerlo. 

—Suelte a mi hija, desgraciado o juro…  —Oliver no terminó de hablar, pues la mirada de Adriano, hizo que todo su valor se fuera al suelo.

—¿Qué me va a jurar?, tengo entendido que usted es un pequeño y miserable socio, entonces aquí no hay ni voz ni voto para usted, ¡largo!, Lo único que está haciendo es que yo acabe con mi paciencia —dijo Adriano.

Mientras Rebeca y Oliver lo miraban con asombro.

Pero el que más estaba asombrado en ese momento era William quien siempre soñó con ver así a su jefe, sacando todo su carácter y poner todos en su sitio.

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