Rebeca salió de allí junto con su padre sin decir una palabra.
Nunca nadie le había hablado de tal forma y menos Alex Connor, un hombre débil e inseguro como lo era él.
Rebeca llevó las manos a sus labios y dejó salir un suspiro, mientras su padre iba que echaba chispas por boca y nariz.
—Rebeca, ¿Acaso estás sorda?
Rebeca movió su cabeza y salió de sus pensamientos, estaba tan sumida en ellos que ni siquiera se dio cuenta que su padre le hablaba.
—Dime padre —respondió dejando salir un resoplo.
—Se me quedó mi celular en la sala de juntas, no tengo ganas de verle la cara al imbécil de Connor.
—No, padre no pienso volver allí —respondió firmemente, solo que la mirada de Oliver hizo que ella cambiará de opinión y saliera de inmediato hacia la sala de juntas.
Mientras tanto, en la oficina, Adriano se sumía en sus pensamientos y en aquella joven caprichosa que se había atrevido a pegarle.
Él dejó salir una sonrisa y negó con la cabeza, esto se iba a convertir en un reto para él, doblegar a la fiera.
Él estaba seguro de que si la doblegaría de eso no quedaba la menor duda, no por nada era Adriano Di Santis, ningún reto y ninguna mujer le han quedado grande.
—Señor Connor —habló William, llamando la atención de Adriano.
—Dime, ahora ¿qué te pasó?, no me digas que tengo más reuniones con locas como la de hace rato.
William solo alzó una ceja, pues nunca había escuchado a su jefe expresarse así de una mujer, y menos de Rebeca.
Porque a pesar de que siempre la había menospreciado, nunca hubo una mala palabra hacia ella.
—No señor, nada de eso. Solo quería decirle que si quiere que nos vayamos a la casa ya el auto está listo.
Adriano sonrió y dejó salir una sonrisa.
Caminaron hacia la salida, pero antes de salir un celular llamó su atención.
El cual tomó y metió a su bolsillo, él lo había visto en manos del hombre que quiso humillarle hace rato y estaba seguro que lo iría buscar.
—Adelántate, como te llames, yo te alcanzo en unos minutos —dijo Adriano, pues después de todo todavía no sabía el nombre del hombre que tenía al frente.
—William, mi nombre es William. Señor Álex, está bien, lo espero en su auto —respondió, y salió de allí.
Pero estaba seguro que algo le había sucedido a su jefe, de eso no había la menor duda.
Adriano caminó de nuevo hacia la silla presidencial.
Se sentó y tomó el celular en sus manos, pues sabía que muy pronto vendrían por él.
Y como si fuese adivino, unas piernas largas con su cuerpo esbelto entró por esa puerta.
Adriano levantó su mirada y se encontró con aquellos ojos azules que lo miraban con bastante desprecio, pero eso no le quitaba que era realmente hermosa.
Además que el pequeño vestido que llevaba puesto le quedaba a la perfección, era como si una diosa hubiese hecho presencia en la tierra.
—¿Y se piensa quedar ahí sentado como un idiota mirándome, en lugar de pasarme el celular que tiene en sus manos? —dijo Rebeca.
En verdad se sintió expuesta, pues la mirada de Adriano recorría su cuerpo sin vergüenza alguna.
Y desde luego ella no podía quedarse callada y menos tratándose del imbécil de Alex.
Aunque era un hombre demasiado guapo, nunca había llamado su atención, hasta ahora.
—En mis tiempos existía la educación y se pedía el favor, vaya que aparte de caprichosa, es usted una señorita muy grosera —dijo Adriano, mientras se colocaba de pie y caminaba hacia ella, con la sonrisa más cínica que podía dejar salir.
—Un imbécil como usted no merece mi educación —respondió firmemente.
Ella no se intimida y menos ante él, para Rebeca Davis, Alex Connor siempre iba hacer un bastardo poca cosa.
—Así que soy un imbécil —vociferó Adriano, mientras sujetaba con fuerza la cintura de Rebeca hasta tenerla bien cerca de él, tanto así, que podía sentir el dulce olor a menta que desprendía de los labios de ella, acompañada del aroma a vainilla del cabello.
—¿Qué le sucede?, atrevido —dijo Rebeca tratando de soltarse, pero Adriano la sujetó con más fuerza y la pegó más a él.
—Un atrevido que está dispuesto a darle clases de como tratar a los demás —dijo Adriano.
Los labios de Adriano viajaron a los de Rebeca y una vez más los tomó sin su permiso.
Ella por más que quiso soltarse no pudo.
Lo peor es que algo muy adentro de su ser tampoco quería que el imbécil, como ella le decía la soltará, pero tampoco podía dejar que él la humillare de tal forma.
Como pudo sacó fuerzas y mordió el labio inferior de Adriano, no lo soltó hasta que sintió un sabor a hierro.
Adriano la soltó de inmediato, la miró y sonrió, para después pasar su lengua y lamer su propia sangre.
Mientras Rebeca dejó salir un gemido involuntario, pues Adriano se veía tan seductor que no pudo contenerse.
Sus mejillas se sonrojaron, pues además de que Adriano la miraba de una forma que ella sentía que todo su ser iba explotar, ella no dejaba de sentirse de lo peor.
En un descuido de Adriano rapó el celular de las manos de él y salió como alma que lleva el diablo.
No era la forma correcta, claro que no, pero tampoco se iba a quedar ahí, a la espera de que Adriano la tomara como él se le diera la gana.
Adriano no dejó de sonreír, pues sabía que eso que acababa de suceder, había ocasionado algo muy adentro de la berrinchuda y caprichosa de Rebeca.
Pero ahora había algo más importante que hacer y era llamar a su padre.
Sacó su celular del bolsillo de su pantalón y marcó hasta escuchar el sonido en el otro lado.
—Hijo… hijo, ¿Eres tú? —dijo una voz débil al otro lado de la línea.
Adriano dejó salir un suspiro de tranquilidad, pues sabía que su padre estaba bien y Caruso no lo había tocado.
—Sí padre, soy yo. Puedes estar tranquilo que estoy bien —respondió Adriano al escucharlo sollozar al otro lado.
—Pensé que te habían cogido.
La voz entrecortada por el llanto de aquel hombre.
Era de felicidad, pues a pesar de ser un hombre frío, calculador, pero sobre todo cruel, no dejaba de sentir felicidad porque su hijo estaba bien.
—No papá, es una historia larga de contar, pero quiero darte instrucciones.
Adriano le habló a su padre con autoridad, después de todo, él era quien llevaba el mando luego de que su padre decidió retirarse de todo.
En especial después del accidente en donde quedó en silla de ruedas, ya no tenía el poder y el temple como lo tenía Adriano.
En Italia Alex vivió las peores horas de su vida.Nunca se imaginó que un hombre pacífico al que le gustaba resolver todo hablando, estuviera metido en un lío tan grande.O más bien que su suerte fuera tan mala que preciso lo confundieran con otro hombre, él no podía creer que su desgracia fuera así de grande.El corazón de Alex latía a mil por minuto, llevaba horas encerrado en un sótano.El olor a excremento inundaba todo el lugar, además que la humedad del lugar y una que otra rata.No dejaba tranquila su mente, solo quería una cosa. Volver a Inglaterra al lado de su gran amor, una Golden que lo esperaba con amor todas las tardes.Además también anhelaba ver a su querido amigo, William, que más que un amigo era como su padre.—Jefe, ya casi todos sus hombres fueron reducidos, pero el padre del maldito sigue vivo y ha sido imposible penetrar esa fortaleza, por lo visto se armaron más. Escuchaba con atención Alex al otro lado de la puerta, pues de seguro que se trataba del familiar
Jack movió la cabeza repetidas veces, Eliza se lo había llevado… él no podía ser, aunque tenía el mismo nombre. Mientras tanto, al otro lado de la ciudad Caruso había terminado de hablar con la policía, que solo habían ido a pedir más dinero, él no tuvo más opciones que darles una fuerte cantidad de dinero de más.—¿Y ustedes qué demonios hacen aquí y no están con la sabandija de Di Santis? —preguntó Caruso al ver a sus hombres reunidos en la puerta de su biblioteca.—La señorita Charlotte nos envió con usted, señor —respondió uno de los hombres agachando su cabeza.—Son unos imbéciles —vociferó Caruso lleno de ira. Los pasos de Caruso eran rápidos, pesados, cargados de ira, rencor y se podría decir que venganza, la misma que había empezado hace treinta años atrás.Caruso bajó rápidamente las escaleras que daban a las cloacas, aquellas en donde solía desaparecer a sus peores enemigos, de una patada tumbó la puerta abajo, estaba furioso.—¿Dónde diablos está Di Santis? —preguntó vi
Adriano colgó la llamada, tomó el celular y lo echó en su bolsillo mientras caminaba hacia el elevador, no dejaba de mirar la imponente empresa en la que estaba y el gran provecho que le podía sacar en su rostro se le dibujó una enorme sonrisa lascivia al ver que al abrirse las puertas de elevador iba precisamente Rebeca, la cual iba a disfrutar.—¡Está ocupado!, ¿Acaso es ciego que no ve? —habló Rebeca, colocándose de frente y así impedir la entrada de Adriano al elevador.Adriano miró hacia los lados, para después mirarla fijamente a los ojos con la mirada más fría y soberbia que tenía.—Vaya, ahora resulta que a la niña de papi y mami le gusta bajar sola en el elevador, lamento decirle que aquí el presidente soy yo, y como tal hago lo que se me venga en gana.Los ojos de Rebeca se abrieron como platos al ver a Adriano tan cerca de él, tanto que podía sentir el aroma que desprendía de sus labios e inundaba sus fosas nasales.—Es usted un bruto arrogante, prepotente —respondió tratan
Adriano miró a Rebeca limpiando sus labios y salió del elevador con una sonrisa dibujada en su rostro, ante la mirada de todos los curiosos.—Señor, pensé que algo malo le había sucedido, pero ya veo que me equivoqué —hablo William evidentemente con una sonrisa dibujada en sus labios, mientras Rebeca salía del elevador como alma que lleva el diablo directo hacia los baños.—Claro que estaba en peligro, esa mujer es más peligrosa de lo que te imaginas —respondió Adriano, mientras caminaba hacia el auto recordando el beso que le había robado una vez más a Rebeca, le había gustado y de eso no había duda.—Ya veo señor, ya veo. —Fueron las palabras de William mientras subían al auto.Durante todo el camino a la mansión de Alex William no dejó de sonreír, pues se sentía feliz de ver por fin a Alex interesado en una mujer, siempre se había caracterizado por ser un hombre ermitaño, escasamente le había conocido dos o tres mujeres, aunque no le gustaba mucho la idea que se interesará precisam
Italia.Jack miraba con bastante curiosidad al hombre que estaba parado justo enfrente de él, no podía ser cierto, pero era hora de hablar.—Harry quiero que se retiren y me dejen solo —habló Jack con firmeza.—Pero señor, debemos esperar las órdenes que nos va dar el señor Adriano, lo que hizo Caruso no se puede quedar así —habló Harry evidentemente molesto, pero aun así prefirió salir de la biblioteca.Alex seguía mirando con bastante curiosidad al hombre en silla de ruedas, se veía de apariencia fuerte incluso en su rostro se veía marcas del hombre fuerte que fue alguna vez.—Podrías colocar seguro por favor —le habló Jack mientras tragaba saliva.Pues solo en volver a tener a uno de sus hijos al cual creyó perdido nuevamente ante sus ojos, hacía que todo dentro de su ser volviera a su mente, "Eliza" su amada Eliza, la trajo a su mente recordando el gran amor que algún día tuvieron y que hoy una parte de ese amor estaba mirándolo con curiosidad.—¡Señor!, ¿Le sucede algo? —preguntó
Jack abrió la puerta, pero no había absolutamente nadie en la puerta, pero aún así quiso dejar la puerta un poco entreabierta, sabía que alguien estaba detrás de la puerta, y de seguro volvería y se daría cuenta.—Señor, me gustaría saber ¿Por qué mi madre decidió irse del país, y dejar a mi hermano con usted? —preguntó Alex llamando la atención de Jack, quien observaba todavía hacia la puerta.—Siéntate, quiero explicarte todo, y tal vez así entiendas un poco lo que llevó a Elena a tomar esa decisión.Alex corrió nuevamente a la silla y se sentó, está por la expresión en la cara de Jack esto iba a tomar tiempo.—Empezando espero y algún día puedas llamarme padre, sé que para ti todo esto es muy difícil de procesar, pero créeme cuando te digo que muchas noches añoro tenerte de nuevo en mi vida.Alex lo miraba fijamente, y tal y como lo había dicho Jack, para él era difícil de procesar todo lo que estaba descubriendo y lo que le faltaba para descubrir. Jack trago saliva una vez más mir
InglaterraLas cosas se complicaban cada vez más para Oliver, pues se había tropezado con la horma de sus zapatos, o eso era en lo que se iba a convertir Adriano Di Santis.Adriano levanto su mirada nuevamente, y vio que Rebeca no estaba dispuesta a quitarse del medio. Pues ella no iba a permitir que Alex tratara a su padre de esa manera.—Pero muy pronto se convertirá en una señora totalmente amargada si sigue bajo las órdenes de su querido papito —vociferó Adriano con evidente sarcasmo.—Eso es algo que a usted y nadie le interesa, así que le voy a pedir el favor que no vuelva a tratar de pegarle a mi padre, por qué no voy a responder. —Rebeca se paró firmemente ante la mirada de Adriano, la misma que la escaneaba de cuerpo completo.—Entonces eso debería decirle a su padre, ¿No cree?, Por qué si no mal recuerdo esta es mi oficina —hablo Adriano señalando todo lo que había a su rededor.—Eres un imbécil Connor, pero ni creas que esto se va a quedar así —comento Oliver claramente of
InglaterraLos pasos de Oliver eran largos y precisos, está vez iba a colocar a Alex en su sitio, no permitiría que siguiera pasando por encima suyo.Tan pronto estuvo parado en la puerta de la oficina de Alex, la empujó fuertemente logrando que Adriano dirigiera su mirada directo hacia la puerta.—¿Cómo te atreves a no firmar?, Claramente fue un arreglo al que tú accediste y ahora te niegas a firmar —levhablo Oliver totalmente furioso.Adriano levantó la mirada dejando ver su reluciente sonrisa.—Eso era antes, cuando estaba ciego, ahora no veo necesario seguir manteniendo a una cuerda de cuervos, que lo único que aspiran es a sacarme del camino —respondió firmemente.—¡Eres un imbécil!, No puedes echar nuestro acuerdo atrás —habló aún más furioso Oliver.—Claro que puedo y más cuando yo no tengo ningún beneficio, es más queda totalmente anulado cualquier negocio que no sea estrictamente laboral en cuestión de dinero, ahora solo recibirás tu pago por lo que trabajes, aquí no debe hab