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Aidan se tocó el bíceps derecho por encima de la camisa de diseñador, mientras miraba la ciudad de Nueva York desde su oficina en el piso 94 del One World Trade Center. Faltaban algunos días para que su «marca» apareciera, y eso siempre lo ponía sumamente irritable. No quería ser molestado, pero los golpes en la puerta eran evidencia de que rara vez obtenía lo que deseaba.
—Señor, su esposa está aquí —anunció su secretaria asomando la cabeza por la puerta entreabierta.
—Hazla pasar, por favor.
Aidan respiró profundo y se giró para encontrarse con el rostro apacible, sonriente y delicado de Myra.
—¿Necesitas algo? —le preguntó secamente y se arrepintió en pocos segundos, cuando la vio hacer un mohín. Myra era una muy buena esposa: una Omega callada, obediente y dispuesta; y como si eso no fuera suficiente, era hija del General Nader, así que tenía excelentes lazos de lealtad con su familia… Pero después de diez años, su sumisión sacaba a Aidan de sus cabales—. Perdóname. ¿Cómo puedo ayudarte?
Myra pareció pensarlo mucho antes de atreverse a hablar.
—Mi celo terminará en tres días… —anunció como si pusiera fecha de caducidad a una tarea, y teniendo en cuenta que aquel era un matrimonio por conveniencia, definitivamente lo era.
—Ya te he dedicado doce días, Myra… pero los dos sabemos lo que va a pasar. —Aidan bufó con fastidio y le dio la espalda.
Según las nuevas leyes, ningún príncipe podía acceder al trono sin tener ya un heredero. Esa era la única razón por la que Aidan se había casado con ella; y la única tarea de Myra era darle descendencia: un sucesor para que él pudiera por fin heredar el trono de su padre, pero ni siquiera eso lo había conseguido.
—La reina piensa que la respuesta está en Alaska —se aventuró Myra—, dice que allá vive una de las primeras sacerdotisas de la nueva relig…
—¿¡Tú cuándo hablaste con mi madre!? —Aidan se volvió, hecho una furia, y su esposa palideció.
—Bueno… ella vino a verme hac…
Los ojos del Alfa, normalmente oscuros, se volvieron de un color azul brillante, haciendo que Myra retrocediera, espantada. Nadie era tan capaz entre los lycans de controlar a su lobo como de liberarlo de la forma en que Aidan Chastiel lo podía hacer.
—¡Que sea la última vez que hablas con la reina madre sin mi permiso! —exclamó enfadado.
—Pero Aidan… —intentó defenderse ella—. ¿Por qué no…? Yo soy tu Luna…
La carcajada amarga del lobo se escuchó honda y gutural por toda la oficina.
—¡Tú no eres mi Luna, no eres mi mate, no eres nada! —rugió—. ¡Solo eres la princesa de los lobos para que puedas darme un heredero, pero a menos que empieces a parir cachorros, hasta eso dejarás de serlo pronto!
Su voz estaba llena de resentimiento, y Myra pareció encogerse sobre sí misma mientras asentía. Tenía muy claro su papel en aquel matrimonio, pero no podía rechazar a la reina si la buscaba.
—Si no quieres nada más, puedes largarte.
Se hizo un silencio incómodo en el que la mujer parecía temer hablar, pero antes de que Aidan perdiera del todo la paciencia volvieron a tocar a la puerta.
—Señor, sus majestades están aquí —anunció su secretaria con una mueca de angustia mientras abría la puerta de par en par.
Aidan resopló de fastidio y su madre lanzó una carcajada.
—¡Vaya! ¡Qué lindo sonido para recibir a tus padres! —exclamó sin enfadarse.
La reina Erea procuraba no enfadarse por minucias, jamás se enfadaba, porque cuando lo hacía casi siempre terminaba con sangre en las garras. Además, el amor desmedido que sentía por su hijo, hacía que olvidara hasta el más horrible de los insultos.
—¡Madre, me encantaría hacer otro sonido, pero tu presencia siempre en sinónimo de exigencias! —respondió Aidan antes de girarse hacia el rey—. Padre —saludó inclinando la cabeza con respeto.
Su padre puso una mano en su hombro a modo de saludo y rodó los ojos, porque la reina lo había arrastrado a aquella visita y no le agradaba el plan que traía en mente.
—No voy a quitarte mucho tiempo, hijo —aseguró su madre—, pero como sabes el celo de Myra está terminando y quiero que visitemos a una de las primeras sacerdotisas de la nueva religión.
El rey y su hijo se miraron con frustración. En más de una década, Myra no había logrado embarazarse, y cada año a su madre le surgía alguna nueva idea, un tónico distinto, una hechicera diferente.
—Madre… lo siento pero no es un buen momento para que yo viaje —se disculpó.
—No será lejos, ni por demasiado tiempo, a lo sumo un par de meses…
—He dicho que no. ¡Además los dos sabemos que tampoco esta vez habrá cachorros!
—¡Aidan! —protestó su madre levantando la voz, pero antes de seguir le hizo un gesto severo a Myra y la mujer salió de la habitación—. Hijo, este es el último celo del año para Myra, tienes que seguir intentándolo. ¡No puedes perder la esperanza!
—¡Y tú deberías dejar de engañarte! ¡Estoy maldito, madre! ¡Eso no lo va a quitar ninguna sacerdotisa de Alaska! —contestó Aidan con rabia.
No había nada peor que reconocerlo en voz alta pero así era. Aidan vivía bajo la maldición del linaje de Isrión desde su nacimiento, por eso sus padres habían librado la Guerra Sagrada, por eso sus hermanos habían muerto en batalla… Hasta el último miembro de la sangre de Isrión había sido eliminado de la faz de la tierra, y aun así no habían logrado quitársela.
Él, Aidan Casthiel, el segundo Alfa vivo más poderoso del mundo, el heredero al trono de los lycans, estaba destinado a vivir su eternidad solo. Nunca encontraría a su pareja destinada, la Diosa jamás haría una para él. Y sin una mate, estaba condenado a vivir sin conocer la conexión más poderosa y especial que cualquier lobo podía tener.
Y muy en el fondo, Aidan también sabía que esa era la razón por la que no había logrado tener descendencia con Myra.
Se tocó la marca involuntariamente, aquella prueba de que estaba maldito, y de que moriría tan solo como había nacido.
Dos golpes fuertes en la puerta lo sacaron de sus pensamientos y se giró para ver entrar a Brennan Tarik, su Beta y segundo al mando.
Todo el impulso que traía el lycan desapareció cuando vio a los reyes y enseguida inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Sus majestades, lamento mucho la interrupción, pero si no fuera de vital importancia no estaría aquí.
—Habla —concedió Aidan sin reparar en las muecas de disgusto de sus padres.
Brennan apenas pasaba de los trescientos años, y no era hijo de nadie importante, su apellido no tenía un solo lazo con la corona, y era el lycan con el origen más humilde que se pudiera tener entre los lobos; por eso los reyes lo consideraban insuficiente para ser el capitán de la Guardia de su hijo.
Sin embargo, Aidan había visto en él algo que jamás había visto en otro lobo: lealtad verdadera. Los lycans le temían por su poder y lo respetaban por su posición como heredero al trono, pero Brennan Tarik lo admiraba como lobo y lo quería como a un hermano, y eso era más importante para Aidan que cualquier legacía.
—Señor —Brennan solo se refería a él de esa forma delante de los reyes—. Se levantaron revueltas en Europa, están atacando las reservas de las manadas.
—¿Qué tan grave es? —se adelantó el rey Caerbhall.
Brennan observó a Aidan antes de responder y este le hizo un gesto de asentimiento para que continuara.
—Hasta ahora se han producido ataques en Corgarff, Callander, Garvok y Blindburn.
—Escocia y Norte de Reino Unido… —murmuró su majestad antes de girarse hacia su hijo con gesto determinado—. Puedes ir a ocuparte de eso.
No era una pregunta sino un permiso, uno que lo liberaba de los planes de su madre, así que Aidan asintió con una sonrisa.
—Pero Caerbhall… —La reina levantó las manos, furiosa—. La sacerdotiza… Myra…
—Nosotros la llevaremos —declaró el rey con acento tajante—, pero Aidan tiene que eliminar de una vez por todas a la resistencia. ¡Tiene que ocuparse de proteger la corona si es que quiere heredar alguna!
La Guardia real de Aidan Casthiel no superaba los veinte lycans. Ni uno solo de ellos era conocido o importante, pero todos tenían un lazo indisoluble con su Alfa. Vivían bajo la antigua ley del mayor depredador, y seguían a quien consideraban el más fuerte. La Guardia Silenciosa, les llamaban, porque no sonaba ni un gruñido sobre los rastros de sangre que dejaban a su paso.—¡Aidan! ¡A tu derecha!Normalmente aquel grito de Brennan hubiera sido innecesario, pero los dos sabían que Aidan estaba desconcentrado por culpa de la marca.El Alfa se giró en medio de una transformación parcial, con los colmillos y garras desplegados, una fuerza superior y un tamaño que impresionaba incluso a un lycan; atrapó al rebelde que intentaba atacarlo y antes de que se diera cuenta ya le había roto el cuello entre sus colmillos.En sus garras se enredaron otros
—¡Tenía razón! —siseó Aidan con rabia mientras ayudaba a su beta a subirse al asiento del copiloto—. Fue demasiado sencillo sofocar las revueltas, porque fueron solo una distracción.—¿Entonces el verdadero objetivo era la Atalaya? —murmuró Brennan.—¡Exacto! —Aidan dio vuelta a la camioneta y tomó la carretera al sur, hacia Gales.Habrían llegado mucho más rápido si se hubieran movido como lobos, pero Brennan no estaba en condiciones de transformarse con aquella pierna herida, tenía que darle al menos un par de horas para sanar.—No lo entiendo. Se supone que la Atalaya es inexpugnable —dijo su Beta—. ¿Cómo pudieron entrar?—No tengo idea. —Y era la pura verdad, Aidan ni siquiera la conocía.La Atalaya era una fortaleza donde primaba la magia antig
¡Era ella! ¡Ella la que estaba muriendo! ¡Ella la que lo estaba llamando! Aidan sentía que todo su cuerpo estaba a punto de explotar por la rabia, por el miedo, por sentimientos que jamás había experimentado y que, por tanto, no fue capaz de identificar en aquel momento.Con cada segundo que pasaba aquel presentimiento de que iba a morir crecía… pero no era él el que estaba muriendo, y aun así sentía que si esa muchacha desaparecía, él lo haría con ella.Era una lycan, eso estaba claro por la forma en que la plata la afectaba, lo que era inexplicable era la atracción que él sentía por ella y sobre todo, por qué estaba maldita igual que él.—¿Será otra víctima del linaje de Isrión? —pensó en voz alta, pero eso no tenía sentido. Si hubiera sido así, su padre la habr&i
Todo en aquella mujer se había vuelto blanco y pequeño, como de muñeca. Las manos, las diminutas uñas, incluso las pestañas. Su piel parecía porcelana pulida y Aidan casi juraba que podía verla brillar, con esa luz opaca y especial que tenía la luna. O quizás fuera simplemente porque ella era la suya.—Eres mi Luna… —murmuró acariciando su rostro y de repente el hombre, el heredero al trono, el Alfa protector del linaje de Casthiel emergió en él.Parecía indefensa e inocente, pero esa era la palabra exacta: «parecía». Si realmente lo hubiera sido su padre jamás la habría encerrado en aquella celda en la Atalaya. Era una desgracia que después de tantos siglos de soledad, la pareja destinada del Alfa fuera precisamente una enemiga de su corona.Y aún así la necesitaba y la deseaba, todo su espíri
—¿No vas a decirme que estoy loco? ¿Qué mi primer deber es con la corona? ¿Qué debería regresarla a una celda? —preguntó Aidan una vez que Rhiannon se quedó dormida en sus brazos.Había batallado para subirla a un coche, había batallado para subirla al avión y había batallado para que no intentara escapar cada dos segundos. Parecía que no conocía nada del mundo y que le tenía miedo a todo, pero finalmente el agotamiento le había pasado factura y ahora la llevaba dormida en su regazo.—Estás loco. Tu primer deber es con la corona y deberías regresarla a una celda inmediatamente —respondió Brennan con una seriedad que no le creía ni la Diosa—. ¿Contento?Aidan le gruñó porque sabía que era pura ironía lo que salía de su boca.—Bien, ahora pued
Aidan retrocedió, impactado por la profundidad de la rabia en la voz de aquella chica, aunque la suya no era menor. Había esperado siglos por su mate, y ahora ella no quería aceptar que la reclamara, y eso era exactamente igual que…—¿Me estás rechazando? —gruñó.—Te estoy diciendo que no permitiré que me marques hasta que no haya conocido a tu lobo —contestó Rhiannon, después de todo, ella la última lycan de su linaje, por más que Aidan fuera su pareja destinada, no estaba dispuesta a unirse a un lobo que no conocía.—¡Es que no hay nada más que ver! —rugió el Alfa—. ¡Este soy yo, este es mi lobo…!La mirada de Rhiannon se suavizó, incapaz de creer por un momento lo que escuchaba. Por supuesto que había más, mucho más, de lo contrario &eac
Miedo, esa era la palabra exacta para lo que Rhiannon sentía: miedo. Quizás por primera vez en tantos años tenía miedo a algo que no podía controlar, a algo más que morir, y eso era a estar encerrada.No supo si había estado minutos, horas o días en aquella habitación, pero todos sus instintos parecieron despertarse cuando escuchó el clic casi imperceptible de la puerta. El suelo acolchado ayudó a que se arrastrara hasta ella en pleno silencio, y con la punta del índice la empujó.Sintió que el corazón se le saldría del pecho cuando se abrió una pequeña hendija y se dio cuenta de que estaba abierta.«¡Raksha!», llamó a su loba y la sintió revolverse en su atormentada conciencia.«¿Estás bien?», le preguntó.«Creo que tenemos un amigo aquí. Mira&raq
El rey Caerbhall no era un hombre particularmente creyente en las artimañas de las hechiceras comunes, pero no era tan estúpido como para negar que vivía en un mundo donde poderes reales podían cambiar la vida de los lycans; después de todo, su esposa era una prueba viviente de eso.Como sacerdotisa de la antigua religión, Erea había encontrado la forma de cambiar los lazos que unían al humano con su lobo, la forma de someter el espíritu animal y unirlo indisolublemente al hombre… pero ni aun Erea había logrado romper la maldición que pesaba sobre su hijo.—¿Qué quiere decir con que no será capaz de concebir? —preguntó la reina levantando la voz—. Finoa, si vine aquí fue porque los lycans más importantes de mi corte te recomendaron… ¡los avergüenzas a todos!—Me disculpo sinceram