CAPÍTULO 2

Actualidad

Aidan se tocó el bíceps derecho por encima de la camisa de diseñador, mientras miraba la ciudad de Nueva York desde su oficina en el piso 94 del One World Trade Center. Faltaban algunos días para que su «marca» apareciera, y eso siempre lo ponía sumamente irritable. No quería ser molestado, pero los golpes en la puerta eran evidencia de que rara vez obtenía lo que deseaba.

—Señor, su esposa está aquí —anunció su secretaria asomando la cabeza por la puerta entreabierta.

—Hazla pasar, por favor.

Aidan respiró profundo y se giró para encontrarse con el rostro apacible, sonriente y delicado de Myra.

—¿Necesitas algo? —le preguntó secamente y se arrepintió en pocos segundos, cuando la vio hacer un mohín. Myra era una muy buena esposa: una Omega callada, obediente y dispuesta; y como si eso no fuera suficiente, era hija del General Nader, así que tenía excelentes lazos de lealtad con su familia… Pero después de diez años, su sumisión sacaba a Aidan de sus cabales—. Perdóname. ¿Cómo puedo ayudarte?

Myra pareció pensarlo mucho antes de atreverse a hablar.

—Mi celo terminará en tres días… —anunció como si pusiera fecha de caducidad a una tarea, y teniendo en cuenta que aquel era un matrimonio por conveniencia, definitivamente lo era.

—Ya te he dedicado doce días, Myra… pero los dos sabemos lo que va a pasar. —Aidan bufó con fastidio y le dio la espalda.

Según las nuevas leyes, ningún príncipe podía acceder al trono sin tener ya un heredero. Esa era la única razón por la que Aidan se había casado con ella; y la única tarea de Myra era darle descendencia: un sucesor para que él pudiera por fin heredar el trono de su padre, pero ni siquiera eso lo había conseguido.  

—La reina piensa que la respuesta está en Alaska —se aventuró Myra—, dice que allá vive una de las primeras sacerdotisas de la nueva relig…

—¿¡Tú cuándo hablaste con mi madre!? —Aidan se volvió, hecho una furia, y su esposa palideció.

—Bueno… ella vino a verme hac…

Los ojos del Alfa, normalmente oscuros, se volvieron de un color azul brillante, haciendo que Myra retrocediera, espantada. Nadie era tan capaz entre los lycans de controlar a su lobo como de liberarlo de la forma en que Aidan Chastiel lo podía hacer.

—¡Que sea la última vez que hablas con la reina madre sin mi permiso! —exclamó enfadado.

—Pero Aidan… —intentó defenderse ella—. ¿Por qué no…? Yo soy tu Luna…

La carcajada amarga del lobo se escuchó honda y gutural por toda la oficina.

—¡Tú no eres mi Luna, no eres mi mate, no eres nada! —rugió—. ¡Solo eres la princesa de los lobos para que puedas darme un heredero, pero a menos que empieces a parir cachorros, hasta eso dejarás de serlo pronto!

Su voz estaba llena de resentimiento, y Myra pareció encogerse sobre sí misma mientras asentía. Tenía muy claro su papel en aquel matrimonio, pero no podía rechazar a la reina si la buscaba.

—Si no quieres nada más, puedes largarte.

Se hizo un silencio incómodo en el que la mujer parecía temer hablar, pero antes de que Aidan perdiera del todo la paciencia volvieron a tocar a la puerta.

—Señor, sus majestades están aquí —anunció su secretaria con una mueca de angustia mientras abría la puerta de par en par.

Aidan resopló de fastidio y su madre lanzó una carcajada.

—¡Vaya! ¡Qué lindo sonido para recibir a tus padres! —exclamó sin enfadarse.

La reina Erea procuraba no enfadarse por minucias, jamás se enfadaba, porque cuando lo hacía casi siempre terminaba con sangre en las garras. Además, el amor desmedido que sentía por su hijo, hacía que olvidara hasta el más horrible de los insultos.

—¡Madre, me encantaría hacer otro sonido, pero tu presencia siempre en sinónimo de exigencias! —respondió Aidan antes de girarse hacia el rey—. Padre —saludó inclinando la cabeza con respeto.

Su padre puso una mano en su hombro a modo de saludo y rodó los ojos, porque la reina lo había arrastrado a aquella visita y no le agradaba el plan que traía en mente.

—No voy a quitarte mucho tiempo, hijo —aseguró su madre—, pero como sabes el celo de Myra está terminando y quiero que visitemos a una de las primeras sacerdotisas de la nueva religión.

El rey y su hijo se miraron con frustración. En más de una década, Myra no había logrado embarazarse, y cada año a su madre le surgía alguna nueva idea, un tónico distinto, una hechicera diferente.

—Madre… lo siento pero no es un buen momento para que yo viaje —se disculpó.

—No será lejos, ni por demasiado tiempo, a lo sumo un par de meses…

—He dicho que no. ¡Además los dos sabemos que tampoco esta vez habrá cachorros!

—¡Aidan! —protestó su madre levantando la voz, pero antes de seguir le hizo un gesto severo a Myra y la mujer salió de la habitación—. Hijo, este es el último celo del año para Myra, tienes que seguir intentándolo. ¡No puedes perder la esperanza!

—¡Y tú deberías dejar de engañarte! ¡Estoy maldito, madre! ¡Eso no lo va a quitar ninguna sacerdotisa de Alaska! —contestó Aidan con rabia.

No había nada peor que reconocerlo en voz alta pero así era. Aidan vivía bajo la maldición del linaje de Isrión desde su nacimiento, por eso sus padres habían librado la Guerra Sagrada, por eso sus hermanos habían muerto en batalla… Hasta el último miembro de la sangre de Isrión había sido eliminado de la faz de la tierra, y aun así no habían logrado quitársela.

Él, Aidan Casthiel, el segundo Alfa vivo más poderoso del mundo, el heredero al trono de los lycans, estaba destinado a vivir su eternidad solo. Nunca encontraría a su pareja destinada, la Diosa jamás haría una para él. Y sin una mate, estaba condenado a vivir sin conocer la conexión más poderosa y especial que cualquier lobo podía tener.

Y muy en el fondo, Aidan también sabía que esa era la razón por la que no había logrado tener descendencia con Myra.

Se tocó la marca involuntariamente, aquella prueba de que estaba maldito, y de que moriría tan solo como había nacido.

Dos golpes fuertes en la puerta lo sacaron de sus pensamientos y se giró para ver entrar a Brennan Tarik, su Beta y segundo al mando.

Todo el impulso que traía el lycan desapareció cuando vio a los reyes y enseguida inclinó la cabeza en señal de respeto.

—Sus majestades, lamento mucho la interrupción, pero si no fuera de vital importancia no estaría aquí.

—Habla —concedió Aidan sin reparar en las muecas de disgusto de sus padres.

Brennan apenas pasaba de los trescientos años, y no era hijo de nadie importante, su apellido no tenía un solo lazo con la corona, y era el lycan con el origen más humilde que se pudiera tener entre los lobos; por eso los reyes lo consideraban insuficiente para ser el capitán de la Guardia de su hijo.

Sin embargo, Aidan había visto en él algo que jamás había visto en otro lobo: lealtad verdadera. Los lycans le temían por su poder y lo respetaban por su posición como heredero al trono, pero Brennan Tarik lo admiraba como lobo y lo quería como a un hermano, y eso era más importante para Aidan que cualquier legacía.

—Señor —Brennan solo se refería a él de esa forma delante de los reyes—. Se levantaron revueltas en Europa, están atacando las reservas de las manadas.

—¿Qué tan grave es? —se adelantó el rey Caerbhall.

Brennan observó a Aidan antes de responder y este le hizo un gesto de asentimiento para que continuara.

—Hasta ahora se han producido ataques en Corgarff, Callander, Garvok y Blindburn.

—Escocia y Norte de Reino Unido… —murmuró su majestad antes de girarse hacia su hijo con gesto determinado—. Puedes ir a ocuparte de eso.

No era una pregunta sino un permiso, uno que lo liberaba de los planes de su madre, así que Aidan asintió con una sonrisa.

—Pero Caerbhall… —La reina levantó las manos, furiosa—. La sacerdotiza… Myra…

—Nosotros la llevaremos —declaró el rey con acento tajante—, pero Aidan tiene que eliminar de una vez por todas a la resistencia. ¡Tiene que ocuparse de proteger la corona si es que quiere heredar alguna!

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