1368 D.C.
La muchacha abrió los ojos despacio, intentando comprender dónde se encontraba y qué había pasado, y lo primero que vio fueron los grilletes de plata pura cerrados alrededor de sus muñecas y tobillos. Entonces todos los recuerdos le llegaron de golpe: había sido capturada.
Después de más de un año de feroz persecución, por fin le había sido imposible evadir a sus enemigos, y ahora la suerte estaba echada. En cuanto llegaran al palacio la matarían.
Miró alrededor y vio al destacamento completo de guardias reales sentados frente al fuego, a poco más de cinco metros de distancia. No era mucho, pero era suficiente para darle a su loba una oportunidad de escapar.
Cerró de nuevo los ojos llamándola, y la sintió despertar dentro de ella.
«Raksha, tienes que irte ahora», sus pensamientos le susurraron.
«¡Nunca! ¡No pienso dejarte!», le respondió su loba de la misma forma.
«¡Tienes que hacerlo! ¡El general va a asesinarme apenas me vea, tal como lo hizo con el resto de mi familia!», insistió la muchacha.
«¡Entonces moriré contigo! Tal como el resto de mis hermanos murió con el linaje de Isrión…»
«¡Basta, Raksha! ¡Tienes que salir! ¡Ahora! ¡Es una orden!»
Jamás en toda su vida le había ordenado algo a su loba, el respeto y el amor eran más que suficientes para que la obedeciera, pero no podía permitir que ese mismo respeto y ese amor terminaran con su vida.
Se inclinó hacia adelante, apoyando las manos y las rodillas en la tierra suave, y hundió los dedos en ella para encontrar la fuerza que necesitaba. Sintió, como nunca, que cada fibra de su alma y de su cuerpo se dividían en aquella lucha intensa contra su loba.
Sobre su cuerpo comenzó a dibujarse el espíritu de la loba, a crecer y materializarse, cada vez más nítida, cada vez más fuerte, hasta que con un último esfuerzo la muchacha consiguió expulsarla completamente.
—¡Oigan! ¡Está haciendo algo…! —Los gritos se escucharon lejanos cuando su cuerpo se desplomó sobre la tierra, agotado y débil.
—Vete, Raksha… por favor… —le suplicó—. Mientras tú sobrevivas, las dos tendremos esperanza… ¡Vete!
La gigantesca loba cerró los ojos brevemente en señal de aceptación, le rozó la frente con su húmedo hocico, y segundos después todo lo que quedaba de ella eran sus huellas sobre la hierba mojada de la noche.
—¡Síganla! ¡Atrápenla! —ordenó uno de los soldados, pero la muchacha sabía que no podrían alcanzarla.
Nadie jamás había logrado alcanzar al «Demonio Blanco».
—¡Vámonos! —se escuchó otra voz—. Tenemos que llegar al palacio cuanto antes, no quiero correr más riesgos.
La levantaron, tirando de las cadenas atadas a los grilletes, y la hicieron correr detrás de los caballos de sus captores. Aun sin su loba, ella no era una mujer común, pero la plata la debilitaba a niveles insospechados.
Finalmente, después de horas de marcha forzada, se levantó ante ellos la silueta del antiguo palacio real.
—Llévenla a la celda de cristal —ordenó con un gesto de desprecio el capitán de la Guardia que los recibió—. El general ya la está esperando.
A tropezones la empujaron por una escalera de caracol, a lo más alto de la torre principal, hasta hacerla caer a los pies del único lycan al que habría matado sin pensarlo de haber podido.
—Esperé durante años el día en que te vería arrodillada a mis pies —siseó el general, con una sonrisa satisfecha.
La muchacha levantó la cabeza y lo miró a los ojos sin ningún rastro de miedo.
—Solo mi cuerpo lo está —le respondió.
—Y muy pronto tu cuerpo, tu espíritu y tu loba desaparecerán. ¡La última descendiente de la sangre maldita de Isrión por fin morirá hoy! ¡Y lo hará por mi mano!
La vio sonreír y solo entonces se dio cuenta de que algo faltaba. La chica era increíblemente hermosa; aún sucia, débil y cansada tenía el porte de una reina, pero a esa belleza natural le faltaba algo… le faltaba… ¡brillo! Y el general enseguida comprendió el porqué.
—¡¿Dónde está su loba?! —gritó volviéndose hacia uno de los soldados que la habían capturado, y el lycan negó suavemente con la cabeza.
—¿De verdad creíste que te iba permitir lastimar a mi loba? —rio la muchacha con tristeza—. ¡Los años no te han traído ni un poco de sabiduría, general! ¡Jamás mereciste ser un lycan, no mereces a tu lobo! ¡Y pase lo que pase hoy, nunca serás más que un miserable cachorro, ambicioso y cobarde!
Ciego de rabia, el general alargó la mano para recibir una lanza bisarma con la punta recubierta en brillante plata. No había peor ofensa que la verdad y los dos lo sabían.
—Ya no me importa si solo mueres tú —declaró empujando la punta de la lanza contra su pecho—. Hoy, Isrión muere contigo.
Una lanza se hundió… y dos gritos se escucharon.
ActualidadAidan se tocó el bíceps derecho por encima de la camisa de diseñador, mientras miraba la ciudad de Nueva York desde su oficina en el piso 94 del One World Trade Center. Faltaban algunos días para que su «marca» apareciera, y eso siempre lo ponía sumamente irritable. No quería ser molestado, pero los golpes en la puerta eran evidencia de que rara vez obtenía lo que deseaba.—Señor, su esposa está aquí —anunció su secretaria asomando la cabeza por la puerta entreabierta.—Hazla pasar, por favor.Aidan respiró profundo y se giró para encontrarse con el rostro apacible, sonriente y delicado de Myra.—¿Necesitas algo? —le preguntó secamente y se arrepintió en pocos segundos, cuando la vio hacer un mohín. Myra era una muy buena esposa: una Omega callada, obedient
La Guardia real de Aidan Casthiel no superaba los veinte lycans. Ni uno solo de ellos era conocido o importante, pero todos tenían un lazo indisoluble con su Alfa. Vivían bajo la antigua ley del mayor depredador, y seguían a quien consideraban el más fuerte. La Guardia Silenciosa, les llamaban, porque no sonaba ni un gruñido sobre los rastros de sangre que dejaban a su paso.—¡Aidan! ¡A tu derecha!Normalmente aquel grito de Brennan hubiera sido innecesario, pero los dos sabían que Aidan estaba desconcentrado por culpa de la marca.El Alfa se giró en medio de una transformación parcial, con los colmillos y garras desplegados, una fuerza superior y un tamaño que impresionaba incluso a un lycan; atrapó al rebelde que intentaba atacarlo y antes de que se diera cuenta ya le había roto el cuello entre sus colmillos.En sus garras se enredaron otros
—¡Tenía razón! —siseó Aidan con rabia mientras ayudaba a su beta a subirse al asiento del copiloto—. Fue demasiado sencillo sofocar las revueltas, porque fueron solo una distracción.—¿Entonces el verdadero objetivo era la Atalaya? —murmuró Brennan.—¡Exacto! —Aidan dio vuelta a la camioneta y tomó la carretera al sur, hacia Gales.Habrían llegado mucho más rápido si se hubieran movido como lobos, pero Brennan no estaba en condiciones de transformarse con aquella pierna herida, tenía que darle al menos un par de horas para sanar.—No lo entiendo. Se supone que la Atalaya es inexpugnable —dijo su Beta—. ¿Cómo pudieron entrar?—No tengo idea. —Y era la pura verdad, Aidan ni siquiera la conocía.La Atalaya era una fortaleza donde primaba la magia antig
¡Era ella! ¡Ella la que estaba muriendo! ¡Ella la que lo estaba llamando! Aidan sentía que todo su cuerpo estaba a punto de explotar por la rabia, por el miedo, por sentimientos que jamás había experimentado y que, por tanto, no fue capaz de identificar en aquel momento.Con cada segundo que pasaba aquel presentimiento de que iba a morir crecía… pero no era él el que estaba muriendo, y aun así sentía que si esa muchacha desaparecía, él lo haría con ella.Era una lycan, eso estaba claro por la forma en que la plata la afectaba, lo que era inexplicable era la atracción que él sentía por ella y sobre todo, por qué estaba maldita igual que él.—¿Será otra víctima del linaje de Isrión? —pensó en voz alta, pero eso no tenía sentido. Si hubiera sido así, su padre la habr&i
Todo en aquella mujer se había vuelto blanco y pequeño, como de muñeca. Las manos, las diminutas uñas, incluso las pestañas. Su piel parecía porcelana pulida y Aidan casi juraba que podía verla brillar, con esa luz opaca y especial que tenía la luna. O quizás fuera simplemente porque ella era la suya.—Eres mi Luna… —murmuró acariciando su rostro y de repente el hombre, el heredero al trono, el Alfa protector del linaje de Casthiel emergió en él.Parecía indefensa e inocente, pero esa era la palabra exacta: «parecía». Si realmente lo hubiera sido su padre jamás la habría encerrado en aquella celda en la Atalaya. Era una desgracia que después de tantos siglos de soledad, la pareja destinada del Alfa fuera precisamente una enemiga de su corona.Y aún así la necesitaba y la deseaba, todo su espíri
—¿No vas a decirme que estoy loco? ¿Qué mi primer deber es con la corona? ¿Qué debería regresarla a una celda? —preguntó Aidan una vez que Rhiannon se quedó dormida en sus brazos.Había batallado para subirla a un coche, había batallado para subirla al avión y había batallado para que no intentara escapar cada dos segundos. Parecía que no conocía nada del mundo y que le tenía miedo a todo, pero finalmente el agotamiento le había pasado factura y ahora la llevaba dormida en su regazo.—Estás loco. Tu primer deber es con la corona y deberías regresarla a una celda inmediatamente —respondió Brennan con una seriedad que no le creía ni la Diosa—. ¿Contento?Aidan le gruñó porque sabía que era pura ironía lo que salía de su boca.—Bien, ahora pued
Aidan retrocedió, impactado por la profundidad de la rabia en la voz de aquella chica, aunque la suya no era menor. Había esperado siglos por su mate, y ahora ella no quería aceptar que la reclamara, y eso era exactamente igual que…—¿Me estás rechazando? —gruñó.—Te estoy diciendo que no permitiré que me marques hasta que no haya conocido a tu lobo —contestó Rhiannon, después de todo, ella la última lycan de su linaje, por más que Aidan fuera su pareja destinada, no estaba dispuesta a unirse a un lobo que no conocía.—¡Es que no hay nada más que ver! —rugió el Alfa—. ¡Este soy yo, este es mi lobo…!La mirada de Rhiannon se suavizó, incapaz de creer por un momento lo que escuchaba. Por supuesto que había más, mucho más, de lo contrario &eac
Miedo, esa era la palabra exacta para lo que Rhiannon sentía: miedo. Quizás por primera vez en tantos años tenía miedo a algo que no podía controlar, a algo más que morir, y eso era a estar encerrada.No supo si había estado minutos, horas o días en aquella habitación, pero todos sus instintos parecieron despertarse cuando escuchó el clic casi imperceptible de la puerta. El suelo acolchado ayudó a que se arrastrara hasta ella en pleno silencio, y con la punta del índice la empujó.Sintió que el corazón se le saldría del pecho cuando se abrió una pequeña hendija y se dio cuenta de que estaba abierta.«¡Raksha!», llamó a su loba y la sintió revolverse en su atormentada conciencia.«¿Estás bien?», le preguntó.«Creo que tenemos un amigo aquí. Mira&raq