Todo en aquella mujer se había vuelto blanco y pequeño, como de muñeca. Las manos, las diminutas uñas, incluso las pestañas. Su piel parecía porcelana pulida y Aidan casi juraba que podía verla brillar, con esa luz opaca y especial que tenía la luna. O quizás fuera simplemente porque ella era la suya.
—Eres mi Luna… —murmuró acariciando su rostro y de repente el hombre, el heredero al trono, el Alfa protector del linaje de Casthiel emergió en él.
Parecía indefensa e inocente, pero esa era la palabra exacta: «parecía». Si realmente lo hubiera sido su padre jamás la habría encerrado en aquella celda en la Atalaya. Era una desgracia que después de tantos siglos de soledad, la pareja destinada del Alfa fuera precisamente una enemiga de su corona.
Y aún así la necesitaba y la deseaba, todo su espíritu insistía en reclamarla, en poseerla. Bien decían que el vínculo entre dos mates era el más poderoso lazo entre los lycans, y ahora Aidan lo estaba experimentando en carne propia, porque por más que su lado racional lo intentara, no lograba resistirse a él.
—Esto es parte de mi maldición, ¿verdad? —rio con amargura mientras le preguntaba a la Diosa, pero no esperaba ni una sola señal de su parte, jamás la había tenido.
La chica abrió los ojos despacio y por primera vez pareció fijarse en él. Su mirada estaba llena de dolor y de miedo, y Aidan pudo percibir cada uno de aquellos sentimientos como si fueran suyos solo con verla.
Su cuerpo temblaba, las lágrimas se agolpaban en sus ojos y trató de arrastrarse hacia atrás sobre sus manos, como si fuera un animalito herido.
—Tranquila… —Aidan se inclinó y puso las dos palmas abiertas sobre la tierra frente a sus pies. Manos humanas, como símbolo de que no pretendía cambiar ni lastimarla—. Estás a salvo conmigo… tranquila.
La chica miró alrededor, como si intentara adivinar dónde se encontraba y qué estaba sucediendo, parecía totalmente perdida y asustada.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó, pero sus labios solo temblaron, sin llegar a emitir sonidos. «Toda esa plata probablemente ya la volvió loca», pensó él con tristeza—. Yo soy Aidan… estás a salvo conmigo… ¿Te llamas Raksha? —la vio apretar los labios y negar con la cabeza—. ¿No? OK, Raksha es la loba… ¿tú cómo te llamas?
La muchacha lo miró, con dudas todavía, pero finalmente murmuró:
—Rhiannon… me llamo Rhiannon.
—Rhiannon. —Aidan no pudo evitar sonreír. Era un hermoso nombre—. Ven conmigo, por favor.
¡Por favor! El Alfa no recordaba la última vez que había dicho aquellas palabras juntas, pero alargó una de sus manos con la palma hacia arriba en señal de invitación.
—Ven…
Rhiannon miró esa mano con incertidumbre. Detrás de él se destacaba, oscura y feroz, la silueta de la Atalaya, y ella estaba afuera gracias a él. Intentó vencer el miedo y estiró la mano para alcanzarlo, con un movimiento vacilante; y justo en el momento en que sus dedos se tocaron sintió la corriente de alivio que la invadía.
No podía explicarlo, jamás había tenido nada así, y sabía que él lo estaba sintiendo también. Era como una ola, una marea de seguridad, tranquilidad y placer, era como si su corazón por fin encontrara el único lugar en el mundo en el que podía ser feliz, y ese lugar lo eran uno para el otro.
¡Era él!
¡Él era su pareja!
¡Por fin!
Rhiannon se lanzó hacia adelante, entre sus brazos, sin decir otra palabra, y Aidan la recibió con un gesto desesperado. La abrazó tan fuerte como si fuera un sueño, como si temiera perderla por otro medio milenio, como si no fuera real; y la sintió llorar amargamente contra su pecho mientras se aferraba a su espalda.
—¡Señor! ¡Hay que devolver a esa bruja a la celda! —gritó el guardia a sus espaldas, sin poder comprender la escena que veía.
—¡No la llames así! —gruñó Aidan, furioso.
Rhiannon se estremeció al escuchar aquella voz, y su cuerpo se encogió contra el de Aidan. En un solo segundo el Alfa sintió que se llenaba de dolor, de terror, de angustia… y lo peor de todo era que no eran suyos. Todos aquellos sentimientos estaban consumiendo a su pareja y eso lo llenó de una desesperación y una rabia como jamás había conocido.
—¡Esta mujer no va a ningún lado hasta que yo lo decida! —declaró con voz áspera.
—¿Pero no vio lo que acaba de hacer? ¡Eso es hechicería! —exclamó el soldado, logrando sacar al Alfa de sus cabales, que se levantó para enfrentarlo.
—¡Abre los ojos y mira alrededor de una maldita vez! —le gritó—. Custodias una prisión reforzada con magia antigua, sometes a tu lobo usando la magia antigua, ¡de esa m13rd@ estamos hechos! ¡¿Qué diablos te sorprende?!
—Pero es que ella… y la loba… —tartamudeó el guardia mirando a Rhiannon, que seguía en la tierra, abrazándose las rodillas—. ¡Es una prisionera!
—¡Eso lo decidiré yo! —siseó Aidan con voz ronca, sometiendo a su lobo a una transformación parcial, pero al parecer había alguien a quien el guardia le temía mucho más que a él.
—¡Es una prisionera del rey Caerbhall! ¡Debe regresar a su celda!
Aidan pudo oír perfectamente el gemido de terror de Rhiannon cuando escuchó el nombre de su padre, justo antes de arrastrarse hasta conseguir ponerse de pie y salir corriendo hacia el bosque.
—¡Se va! —gruñó el guardia, sometiendo a su lobo a una transformación completa y lanzándose a perseguir a la muchacha.
Pero no logró avanzar ni un centenar de metros antes de que unas mandíbulas se cerraran sobre una de sus patas traseras, arrastrándolo primero, haciéndolo volar por el aire después y lanzándolo contra el tronco de un árbol.
Cubriendo el camino por el que la chica había escapado, había un lobo negro de tamaño gigantesco, casi tan grande como un hombre adulto y visiblemente enojado. Tenía los iris de un color plateado brillante, y su solo gruñido hizo que el guardia se encogiera sobre sí mismo, obligándolo a salir de la transformación.
—¡¿Has olvidado quién soy?! ¡¿La sangre que me corre por las venas?! —rugió Aidan, cambiando también y levantándolo por el cuello contra el árbol—. ¡Abandonas a tus hermanos en batalla, y te enfrentas a tu superior! ¿¡Cómo te atreves a desobedecerme?!
El lycan pataleó tratando de zafarse, apenas le llegaba el aire a los pulmones.
—El rey… el rey debe saberlo…
Pero Aidan estaba bastante consciente de lo que eso significaba y su padre era de los que ordenaba una vez y jamás retrocedía; si había puesto a Rhiannon en una celda antes, lo volvería a hacer sin importarle nada más.
—El rey sabrá lo que yo decida que sepa —declaró furioso.
—No… debemos decirle… esa bruj… —Ni siquiera pudo terminar la palabra. Muchas cosas eran capaces de enfurecer al Alfa, pero definitivamente ofender a la única mujer que la Diosa había hecho especialmente para él, era la peor de todas. Sus garras crecieron de una sola vez, atravesando la garganta del guardia, cuyos ojos se abrieron por la impresión y el espanto justo antes de perder todo el brillo de la vida.
—Te advertí que no la llamaras de esa forma —siseó, viendo cómo caía muerto a sus pies.
Sometió a su lobo a una transformación completa para poder seguir el rastro de Rhiannon y se adentró en el bosque, sin una sola gota de remordimiento por lo que acababa de hacer, mientras llamaba al único lobo a quien quería a su lado en un momento como aquel.
Su aullido fue largo y penetrante, y pareció retumbar en cada piedra del bosque.
A menos de cincuenta kilómetros, las patas de Brennan se clavaron en la tierra húmeda de un cauce de agua. Levantó las orejas y escuchó aquello que era orden, llamada y todo a un tiempo. Un gruñido suyo hizo volver a la Guardia Silenciosa hacia Glan Conwy, hacia el mismo lugar por el que habían entrado al bosque.
Los rastros estaban enmarañados y dispersos, y no habían logrado obtener nada interesante de ellos; pero al parecer el Alfa sí había encontrado en la Atalaya algo digno de aquella llamada.
Todo su cuerpo se lanzó hacia adelante y pareció volar sobre la hierba, esquivando árboles y olisqueando cada pocos segundos para hallar el rastro de Aidan. Lo encontró mezclado con otro, así que no se molestó en cambiar mientras se acercaba con cautela.
Su Alfa le hizo un gesto para que se quedaba oculto, pero el corazón de Brennan vibró en el mismo segundo en que vio a dónde se dirigía. En el mismo peñón donde habían visto a la loba blanca hacía algunas horas, contra la pared de oscura piedra, se acurrucaba una mujer igual de blanca. Desprendía aquel mismo olor a moho de las celdas que siempre tenían los prisioneros, pero el Beta sabía que no era una prisionera común.
Por un momento estuvo tentado a interponerse entre Aidan y ella, pero una sensación extraña lo invadió. No supo si eran los aromas, la expresión suave en los ojos del Alfa, o el extraño brillo que se desprendía del cuerpo de la chica, pero estaba seguro de que Aidan estaba a segundos de caer a sus pies.
—Rhiannon… —murmuró acercándose a ella despacio, pero sin salir de la transformación parcial—. No debes tenerme miedo, niña, soy yo, Aidan.
Ella negó con fuerza, con los ojos cerrados.
—No voy a volver… —gimió con angustia—. No voy a volver ahí… no voy…
—No vas a volver, Rhiannon —le aseguró Aidan y ella abrió los ojos—. Tienes que confiar en mí. Tienes que venir conmigo.
Y en el mismo segundo en que Rhiannon se desprendió de la pared de roca, llorando, y se lanzó a sus brazos, Aidan supo que no, jamás podría hacerla volver a aquella celda… ¿Pero qué, exactamente, iba a hacer con ella?
—¿No vas a decirme que estoy loco? ¿Qué mi primer deber es con la corona? ¿Qué debería regresarla a una celda? —preguntó Aidan una vez que Rhiannon se quedó dormida en sus brazos.Había batallado para subirla a un coche, había batallado para subirla al avión y había batallado para que no intentara escapar cada dos segundos. Parecía que no conocía nada del mundo y que le tenía miedo a todo, pero finalmente el agotamiento le había pasado factura y ahora la llevaba dormida en su regazo.—Estás loco. Tu primer deber es con la corona y deberías regresarla a una celda inmediatamente —respondió Brennan con una seriedad que no le creía ni la Diosa—. ¿Contento?Aidan le gruñó porque sabía que era pura ironía lo que salía de su boca.—Bien, ahora pued
Aidan retrocedió, impactado por la profundidad de la rabia en la voz de aquella chica, aunque la suya no era menor. Había esperado siglos por su mate, y ahora ella no quería aceptar que la reclamara, y eso era exactamente igual que…—¿Me estás rechazando? —gruñó.—Te estoy diciendo que no permitiré que me marques hasta que no haya conocido a tu lobo —contestó Rhiannon, después de todo, ella la última lycan de su linaje, por más que Aidan fuera su pareja destinada, no estaba dispuesta a unirse a un lobo que no conocía.—¡Es que no hay nada más que ver! —rugió el Alfa—. ¡Este soy yo, este es mi lobo…!La mirada de Rhiannon se suavizó, incapaz de creer por un momento lo que escuchaba. Por supuesto que había más, mucho más, de lo contrario &eac
Miedo, esa era la palabra exacta para lo que Rhiannon sentía: miedo. Quizás por primera vez en tantos años tenía miedo a algo que no podía controlar, a algo más que morir, y eso era a estar encerrada.No supo si había estado minutos, horas o días en aquella habitación, pero todos sus instintos parecieron despertarse cuando escuchó el clic casi imperceptible de la puerta. El suelo acolchado ayudó a que se arrastrara hasta ella en pleno silencio, y con la punta del índice la empujó.Sintió que el corazón se le saldría del pecho cuando se abrió una pequeña hendija y se dio cuenta de que estaba abierta.«¡Raksha!», llamó a su loba y la sintió revolverse en su atormentada conciencia.«¿Estás bien?», le preguntó.«Creo que tenemos un amigo aquí. Mira&raq
El rey Caerbhall no era un hombre particularmente creyente en las artimañas de las hechiceras comunes, pero no era tan estúpido como para negar que vivía en un mundo donde poderes reales podían cambiar la vida de los lycans; después de todo, su esposa era una prueba viviente de eso.Como sacerdotisa de la antigua religión, Erea había encontrado la forma de cambiar los lazos que unían al humano con su lobo, la forma de someter el espíritu animal y unirlo indisolublemente al hombre… pero ni aun Erea había logrado romper la maldición que pesaba sobre su hijo.—¿Qué quiere decir con que no será capaz de concebir? —preguntó la reina levantando la voz—. Finoa, si vine aquí fue porque los lycans más importantes de mi corte te recomendaron… ¡los avergüenzas a todos!—Me disculpo sinceram
—¿Están bien? —Brennan no quería sonar demasiado preocupado, porque el enojo con su Alfa no se le había pasado todavía, pero no podía evitarlo.Sí, Aidan era un imbécil de proporciones épicas, pero había más valor y lealtad en él de la que salía de su estúpida boca de vez en cuando.—Sí, se quedó dormida —susurró Aidan, levantándose con cuidado para no despertar a Rhiannon.Brennan le sostuvo la puerta de acceso a la escalera para que pasara con la chica en sus brazos. Llegaron al ático, pero en lugar de dirigirse hacia la celda, Aidan la llevó a su recámara y la depositó suavemente sobre la cama, cubriéndola con una manta.—¿Te acaba de poseer un alien? —preguntó Brennan, observando aquello.El Alfa salió de la habitación, cer
«Rhiannon… ¡Rhiannon!», la llamada de Raksha la hizo despertar de un tirón, sentándose en la cama y mirando alrededor, desorientada. «Rhiannon…»«¡No me hables!», replicó la muchacha con rabia mientras se levantaba.Recorrió la habitación en la que estaba. Podía ver el océano a través de las paredes de cristal de más de diez centímetros de ancho, pero el brillo platinado de los vidrios dejaba bastante claro con qué estaba mezclado el cristal. Lo golpeó varias veces, lo golpeó con furia, con desesperación, con amargura, pero un lobo no podría atravesarlo.«Pudimos escapar, ¡a esta hora seríamos libres…!», le gritó a Raksha, llena de frustración.«¡No podía dejar que lo lastimaran, Rhiannon, viste a su lobo&
—¿Qué crees que estás haciendo? —la voz enojada de Aidan sacó a Brennan de su abstracción mientras se secaba el sudor de la frente con una toalla. Había tenido que entrenar solo porque Rhiannon no había bajado a acompañarlo ese día.—Estoy tratando de mantenerme cuerdo, porque, por si no te has dado cuenta, tu mate no es la única que está prisionera. Al parecer nosotros también lo estamos —respondió su Beta encogiéndose de hombros. Aidan resopló con fastidio.—Estoy haciendo esto para protegerla…—Sigue pensando eso si te deja dormir por las noches —replicó Brennan—. Pero la realidad es que este circo que has armado tiene fecha de caducidad. No puedes usar la justificación de que quieres protegerla para siempre; no podemos estar encerrados para siempre y lo más important
Los ojos de Aidan destellaron mientras una sonrisa de satisfacción dejaba ver la blancura de sus colmillos. Se sentía bien, se sentía confiado y satisfecho porque aquella loba le había salvado la vida, aquella loba no podía evitar defenderlo, él era su pareja destinada, él era su mate, así que mucho menos podría atacarlo.Solo tenía que concentrarse en someter a Rhiannon.Se lanzó sobre ella con un movimiento preciso, pero su cuerpo colisionó con el de Raksha en el aire… O mejor dicho, no colisionó, las fauces de la loba se cerraron sobre uno de sus hombros y lo lanzó al suelo con un gruñido sordo.Apenas le dio tiempo liberarse de la loba para hacer frente a Rhiannon. Lo mas cerca que tenía era un pedazo de madera y ahí fueron a clavarse las dagas anilladas, con tanta fuerza que la atravesaron, y fueron a romper el pulido m&aacu