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Amanda me sonríe detrás de la puerta y me mira con cara rara, pero la oculta rápidamente. Observo que va abrigada hasta los dientes, cuando yo en cambio tengo un calor que me muero.

Esbozo una sonrisa forzada y empiezo a ponerme nerviosa. Esto tiene que ser una puta broma y Amanda no está delante de mí, revisando mi habitación por la apertura que tengo entre las puertas.

—Oye, ¿vas a dejarme pasar? —inquiere con una sonrisa. Me hace a un lado y pasa como Pedro por su casa—. Gracias —musita con voz cantarina.

Mira mi habitación con detenimiento, caminando de un lado a otro, como si fuera una revisión de desperfectos, consiguiendo que me ponga nerviosa con cada paso que da, pero al final sólo posa el abrigo y la bufanda sobre el diván. Me cruzo de brazos y hago todo lo posible para tranquilizarme y no arrancarme los pelos por lo irritada que estoy. Me sorprende su intromisión en mi habitación tanto como que esté aquí.

Se sienta en la cama y mira por el balcón,

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